Pintado ha vuelto a aparecer por la misma puerta que cerró
de un portazo cuando se fue hace ahora algo más de un año. Como siempre, ni
dijo esta boca es mía, sólo me miró y con un arqueo de cejas me invitó a
ponerle una copa de lo que tuviera a mano. No está el horno para bollos entendí
en esa expresión de sus ojos un poco penetrante, un poco amable, un poco
inteligente y muy, muy escrutadora.
Mientras esperaba el fluir de su verbo, ya saben que él es
de pocas palabras, me fijé en lo jodidamente inclemente que es el tiempo con
las personas cuando nos juega en contra. No es que tuviera más arrugas, a
nuestra edad el tiempo no se mide por su número, sino por su profundidad, pero
me di cuenta que su cara estaba surcada de sufrimiento y desesperación, de
conocimiento indeseado, de ansia y de certeza de lo que le quedaba. Tenía un
ojo más abierto que el otro, asimetría que destacaba como la de dos faros
disparejos en la noche
Sus ojos me trajeron de vuelta al momento… Sabes que es
cierto eso de que la mejor defensa es un buen ataque… Que no hay sentimientos,
ni rabia ni remordimiento, más intensos que aquellos que proceden de lo que
eres capaz de adelantar en tu mente, maldita imaginación anticipativa… Y si
entiendes esos mecanismos podrás manipular a cualquier tipo, por más
inteligente o espabilado que se crea…
Al principio no entendí aquella perorata, tuve que esperar
un rato largo, el que pasó contándome lo ocurrido con La Rusa, el desenlace de
una historia, sin detalles, relatada sólo a trazos gruesos, a palmos.
Percepción masculina: Pasión sublime, tórrida, intensa y desgarradora.
Desengaño. Decepción. Incapacidad de alcanzar el cielo con las manos. Caída
libre, en barrena. Promesas incumplidas. Amenazas cumplidas con creces. Y en la
búsqueda de la protección, reproches de ella: Evidentes, Promesas incumplidas.
Subyacentes, Cobardía. En resumen un rescate fallido del Fondo Monetario
Internacional, una muestra más de la incompetencia economicosentimental de mi
amigo. He llegado a pensar que su problema no es tanto de incapacidad sino de
una mala gestión de los riesgos y del equilibrio elemental de la convivencia.
Estoy seguro de que su inteligencia le alcanza para imaginar los escenarios
alternativos, pero también que desecha todos aquellos sin final feliz, con
violines de fondo y rocío en los ojos y se olvida de que la generosidad nunca
es desinteresada y tiene un contrapunto lejano en el principio de equidad
conmutativa que gobierna la relación de pareja. En cualquier caso entendí que
estaba siendo testigo de una ceremonia de despedida. Un entierro sin cadáver de
cuerpo presente. El adiós a un sentido deseo. La liberación de un alma. El
funeral vikingo de Beau Geste.
Dejé que apurara la segunda copa de whisky –me había vaciado
la botella de Jhonnie Walker etiqueta dorada y amenazaba con atacar la reserva,
mi última tequila Don Julio-, cuando fue capaz de alzar su mirada para pedirme el
veredicto. Cada vez se me parecía más al Bogart del Sueño Eterno. Hasta entonces
yo no había hablado, lo había atendido a ratos con la mirada perdida en algún
lugar del paisaje de palmeras que nos rodeaba aquella caída de la tarde, a
ratos persiguiendo las pasadas fugaces de las parejas de guacamayas que surcaban el aire cálido y perfumado,
embelesado por la trayectoria recta de las colas suspendidas tras los cuerpos
fusiformes, con la aerodinámica perfecta de los pequeños seres de Dios, verdes,
amarillos y naranjas, pensando en el pañuelo y la mirada lánguida que recitaba
Celia Cruz… Todo el tiempo una palabra se deslizaba por mi mente, como un
letrero luminoso: Manipulación.
Quise decirle: ¿gilipollas, qué esperabas?... Pero no habría
sido amable ni elegante… En cambio le dije: Otra vez será tío, la próxima será
diferente…
Me miró, sonrió
-apenas una mueca-, quizás entendió que mi sentencia era un deseo, sólo
eso y, antes de girarse para desaparecer en busca de Dios sabe qué o quién, dijo
con una estentórea carcajada que quedó resonando en mi interior: Y el puto
Brunch tuvo que ocurrir en Maracaibo…
Yo sonreí y pensé en las ancas de mi vecina la Flaca. Sería
una buena idea pedirle que me abriera la tapa del Tupperware… (pero esa es otra
historia)