Los botones de llamada atraían mi mirada como si el mundo se
limitara a aquel pequeño dispositivo rectangular incrustado en el sucio mármol de
las paredes del distribuidor de la planta quinta del edificio de oficinas. Ya
era tarde y aquella jornada había durado una eternidad pasada entre indios –de la
India- y damnificados por la era Chávez –el carismático prócer en ciernes de la
Republica- . Aquello sólo lo podía arreglar una cerveza helada, una
conversación en la terraza disfrutando de la fresca brisa del mar o un paseo
por la playa al anochecer.
Allí estático, con el dedo cerca del botón de bajada, huía
de un día más de anonimato reconocido, de rutina asfixiante, de confirmación
del fracaso de toda una vida persiguiendo mi quimera particular. Hundí con saña
el índice en la pastilla plástica y observé la tenue luz titilante. ¿Los
objetos tienen orgasmos? ¿Los botones titilan porque reaccionan emocionalmente
a los deseos? Podía haberme preguntado aquello, pero no, lo que hice fue dejar
mi mente en blanco y mirar la parpadeante respuesta del triángulo de bajada.
La puerta se abrió lentamente, rechinando el cilindro de
arrastre, dejando ver poco a poco el contenido de la caja recubierta de acero inoxidable
ahora ajado y sin brillo. Otras veces lo que me había golpeado, saliendo a mi
encuentro, era el olor a humanidad contenida del interior, otras la plenitud
del vacío absoluto, otras la diversidad de Venezuela… Aquella sólo pude mirar a
la flaca que ocupaba el exacto centro de la plataforma de bajada. Describirla
no sería suficiente para entender lo que sentí. Su porte era distinguido. Era
guapa, sí. Elegante, también. Su piel de color del chocolate suave y su pelo
negro y liso. Sus rasgos finos y delicados, la nariz pequeña, los ojos negros y
almendrados y su boca entreabierta en una sonrisa amable. Parecía una princesa
escapada del castillo. Su mirada se dirigió hacia la mía, probablemente
preguntándose por el interés y las intenciones del hombre que la miraba de una manera
tan penetrante.
De pronto aquel espacio reducido se convirtió para mí en el
universo que quería recorrer y explorar, del que no quería salir… Y ya nunca
dejé, porque una parte de mí se quedó prendida, perdido en aquellos ojos que me
miraban y quizás, me imaginé, sonreían para mí…
Y yo sonreí para mis adentros de Pura Envidia...
Y yo sonreí para mis adentros de Pura Envidia...