Es cuanto hacía que no me asomaba al mundo por esta ventana
tan particular. Todo ese tiempo lo he pasado vagando sin rumbo fijo, dando
bordadas erráticas, aferrándome al cabo de vida sin demasiadas ganas de
hacerlo. Ha sido una travesía complicada de la que salgo vivo por los pelos…
La Rusa ha sido un personaje difícil de digerir, no me costó crearlo,
me la encontré porque decidí jugarme todo a su número. Ha sido una experiencia difícil
de calificar: transformadora, sorprendente, intensa, cautivadora, cáustica, decepcionante,
provocadora, estimulante, agotadora… Irrepetible en cualquier caso. La Rusa se
ha llevado con ella parte de Pintado. Afortunadamente.
Con ella al lado apuré la poesía que me llegaba a raudales mientras
buscaba su cercanía y tanta ilusión imaginada tras su sombra. Como única recompensa
alcancé la desesperación absoluta tan pronto me cercioré de que a su lado mi
cotidianidad era imposible. No le echo la culpa. ¿Cómo podría? Lo que sucedió tuvo
su parte de error: un error -mio, sólo mio- que, como todos, sólo lo es cuando adquiere la naturaleza
pasada, que mientras es presente llamamos amor, deseo, pasión, todo al mismo
tiempo. También su porción de acierto: Recuperé para el futuro partes de mí que
se habían perdido en el camino. Y de paso a mis hijos.
Ahora que pusimos lejanía, tiempo y espacio a partes casi
iguales, es hora de recuperar parte de lo perdido y de invertir lo ganado, que
de todo hubo. También le doy las gracias.
Como un náufrago que pisa la playa tras la tormenta he
recuperado el tacto de la arena bajo mis pies y he dejado que la mirada larga
se pose allí donde el carmesí de la puesta de sol se pierde. De nuevo la brisa
acaricia mi rostro y mis ojos se humedecen por una nueva oportunidad de vivir
sin morir en el intento.
Calma...
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