Hace unos días fui testigo, en un restaurante de Puerto La Cruz y por casualidad, de un concurso popular de boleros. La música estaba confiada a un guitarrista, viejito, delgado como un palo y con la piel del color de la canela y seca como la mojama. El cabello rizado y blanco le daba un aire canalla, de otro tiempo. Debía ser el equivalente a Manolo Caracol en el Caribe, pensé. Alguien, más joven, a su lado, tocaba los instrumentos de percusión. Los participantes parecían salidos de una corrala de hace cien años, pero eran muy reales. Cantaban ellas y ellos. Ellas enfundadas en vestidos de fiesta -negro, rojo y lentejuelas-, apretados, un pelín cortos, recién salidas de la peluquería –aquí en esta tierra la moda es planchar hasta lo inimaginable el cabello, de natural rizado-, encaramadas en tacones de altura imposible. Ellos, en contraste, iban vestidos con jeans y camisetas -franelas, se dice acá- u otras prendas deportivas -había uno en chandal bolivariano-, de colores llamativos, algunos con la gorra de su equipo favorito de beisbol. Pero no se confundan, ninguno parecía ridículo, allí era yo el que no encajaba en el sitio.
Dos horas después alguien, me dijeron que era un viejo locutor de radio -bigote poblado y tez morena-, vestido como Scarface, con un traje marrón holgado y camisa amarilla floreada, con el cuello por fuera, anunció con voz engolada el nombre de la ganadora.
Ella -morocha y de nariz respingona-, setenta kilos en canal y piel brillante por el sudor y los nervios, subió al estrado a recoger el premio. Excedía del tamaño máximo admitido para el vestido, pero daba igual, parecía feliz, y se sentía guapa, seguro. Su cara exultante me recordó la de la chiquita piconera de Romero de Torres, en más moreno… Si esta hubiera accedido a sonreir.
Había ganado con Te Busco, de Celia Cruz…
Y eso me llevó a pensar que no es cuestión de edad, ni de latitud. Aquellas cosas que acarician al corazón y encienden el alma son independientes de ambas…
Por cierto, este bolero lo escuché por primera vez en la radio, no hace tanto tiempo, y sin embargo cuando ocurrió parece que había estado ahí toda la vida… esperando a entrar en ella. A las pocas semanas resulta que la escuché en la secuencia final, formando parte de la banda sonora, de una magnífica película. Lantana. Una obra maestra australiana que recomiendo.
Mi homenaje, en la distancia. Agradecido por el espectáculo. Por traerme tantas cosas a la memoria... Y al corazón.
JULIO ROMERO DE TORRES. LA CHIQUITA PICONERA |
No hay comentarios:
Publicar un comentario