Hace siete años estaba en Argentina y nos anunciaron el regreso a España. Entonces le escribí una carta a mi hijo. No sé si la leyó. Muchas cosas que le dije permanecen... Por eso hoy he querido publicarla, por si alguien se la lee.
Querido José Manuel, Hijo
El sol se refleja en la fachada del fondo, sus rayos
devueltos por la pared entran tímidos por la ventana y el silencio envuelve
todo alrededor como manto sutil y delicado. Todavía no os habéis despertado y
aún existe esa calma que invita a abandonarse en ella.
Es una buena oportunidad para decirte cosas que no te digo
normalmente. Desconozco los testigos de esta declaración, no les veo las caras,
pero me importa más la tuya. Todos estos años he añadido a tu vida incertidumbre.
Y raramente te he desvelado esas incógnitas que un día deseé que a su vez me
despejaran. Tengo dudas –la duda es humana, y como padre soy humano- de que
finalmente haya merecido la pena tanto cambio, aunque también la esperanza de
que un día el resultado se despliegue delante tuya, en la madurez que está por
llegar.
Nuestra relación es difícil, a veces imposible. Cuando
comento esto me dicen que es normal, pero yo creo que no lo es. Entonces me
entran ganas de gritarte que te quiero, que te amo y que te necesito... Hijo.
Quiero recordar cuando eras pequeño, busco fotos de ambos,
momentos, instantes... Sólo encuentro imágenes tuyas con tu madre, con tu
hermana, con tus amigos, con... Pero no conmigo. He perdido muchas
oportunidades contigo, demasiadas... Pero cada oportunidad perdida es un rastro
en la memoria y un deseo en el corazón... El de encontrar otra.
Vinimos a la Argentina siguiendo la estrella que siempre nos
guió. No es la más rutilante, ni la más brillante, ni la más conocida... pero es
nuestra estrella, la que distinguimos en el firmamento, la que miramos cuando
es noche cerrada y las demás no están. Ahora esa estrella nos saca nuevamente
de nuestra seguridad, del entorno que los días han hecho conocidos y
familiares, y de nuevo tus amigos, tus certezas, tus cosas se quedan atrás.
Pero otras certezas vendrán.
Me pides ser partícipe de las decisiones. Es justo. Pero a
veces no es posible, porque ni yo mismo puedo. Pero la certeza que se obtiene
de la elección no es la única posible. Hay elección si hay libertad, y la
libertad, Hijo, hay que conquistarla, hay que merecerla. Y en eso estás. Y en
eso estamos...
De nuevo tenemos otra oportunidad, nuevos amigos, que se
añaden a los antiguos, porque los amigos no desaparecen quedan, anclan tu vida
y tus recuerdos, tapizan tu experiencia, te aseguran un lugar en el universo, y
en la pequeña historia de los seres humanos.
No te engañes Hijo, todo en este mundo exige esfuerzo. Nada
que valga la pena se encuentra sin pesar, pero el pesar es temporario, mutable
y gozoso cuando al fin se consigue el objetivo –busca el tuyo-. Por eso, de
nuevo, debo pedirte el cambio. Navegar hacia algo desconocido, sin prometerte
–que no puedo- arribar a puerto seguro, pero es que Hijo, tú eres marino,
navegante de deseos y buscador de quimeras, que tu vida -en eso tienes la
suerte de los héroes y la de los pioneros- está llena de aventuras.
Comparte hazañas con tus amigos, navegantes como tú de esta
singladura incierta que es la vida. Brazos fuertes, y mirada clara, las armas
del marino. Queda con ellos en puertos
lejanos y haced del universo el mar de los humanos... Vuestro Mar, el Nuestro.
Te quiero.