Pintado me la ha vuelto a jugar… Me pidió que
lo siguiera hasta Gante, pero no quiso encontrarse conmigo antes de su cita con
el venezolano. Sé que lo hace por mi seguridad, aunque eso no me satisface,
preferiría acompañarlo, incluso a la distancia como tantas veces, entre el
silencio anónimo de la muchedumbre que nos mimetiza, sin embargo esta vez lo
dejó muy claro con su tajante instrucción. Desde que puso sus ojos en ella ha
vuelto a ser el de siempre, el hombre de las largas ausencias y de los
silencios graves, el de frases lapidarias, el poeta de las ferias y el esteta
del arte rupestre. En definitiva quien conocí in hilo tempore, una persona que
no necesita prácticamente de nadie, aunque añora a todos.
No sé qué pensar de este nuevo y, sin embargo,
reiterado estado de gracia de mi amigo. La rusa se merece eso y más, yo mismo
no he podido sustraerme a su encanto. Todavía recuerdo el día que la
conocí…
Habíamos ido a un conocido restaurante de Caracas, uno que frecuentaba William Padrón, quizás su favorito, según nos había soplado la asistente de la oficina de su socio Diomedes Artigas, cómo obtuvimos la información es otra historia, la obtuvimos y punto. Ella estaba conversando con otra mujer, sentada a una mesa, parecía una pantera a punto de saltar sobre su presa. Cuando pasamos por su lado ni alzó la mirada, sin embargo Pintado se quedó clavado, atraído por su presencia, yo también me quedé mirándola, aunque consciente de dónde estábamos le tuve casi que empujar para que continuara hacia la mesa que el camarero nos había ubicado al fondo.
Habíamos ido a un conocido restaurante de Caracas, uno que frecuentaba William Padrón, quizás su favorito, según nos había soplado la asistente de la oficina de su socio Diomedes Artigas, cómo obtuvimos la información es otra historia, la obtuvimos y punto. Ella estaba conversando con otra mujer, sentada a una mesa, parecía una pantera a punto de saltar sobre su presa. Cuando pasamos por su lado ni alzó la mirada, sin embargo Pintado se quedó clavado, atraído por su presencia, yo también me quedé mirándola, aunque consciente de dónde estábamos le tuve casi que empujar para que continuara hacia la mesa que el camarero nos había ubicado al fondo.
La mesa del rincón dónde nos sentábamos era
pequeña y estaba coja, allá apenas
llegaba el fresco del aire acondicionado y una columna a nuestra espalda nos
impedía ponernos cómodos como hubiéramos querido, pero tenía un par de ventajas
importantes: una, desde esta posición observábamos a todo bicho viviente y dos, la observábamos a ella. No hizo falta que cruzáramos ni media palabra para
darnos cuenta que ambos estábamos fijándonos en ella. Quizás lo correcto sería
decir que sólo yo me había fijado en ella, porque Pintado se había quedado enganchado
desde el primer segundo que la vio. Yo lo conozco bien, aquella vez el anzuelo
se le había clavado bien dentro.
Ordenamos la comida, un ossobuco con pasta
para mí y un pescado grillé para Pintado. Lo mío nada del otro mundo, debo
confesar: al cocinero se le había ido la mano con la salsa y no había llegado
con la cocción de la carne, me arrepentí casi en el mismo momento de que pusieran el
plato por delante. La cara de Pintado me indicó que lo suyo no estaba mucho mejor.
El vino chileno que nos pusieron no ayudó a trasegar el condumio, era una pena, pero ni siquiera pagando era posible encontrar vinos aceptables. Comimos un par
de bocados y bebimos una copa, hacía calor y el sonido ambiente empezó a
elevarse conforme el restaurante se fue llenando. Ella había desaparecido hacía
rato por una puerta de un lateral, mi socio y yo nos miramos cuando la vimos pasar
sin mirarnos.
Llamé al camarero que nos había tocado en
suerte, Genaro ponía en la etiqueta que colgaba con más pena que gloria de su
chaquetilla, y le pregunté por ella. Es la Rusa, nos dijo, la dueña… Ah, respondimos
con aire de habernos enterado…
Media hora más tarde el vino se había
acabado, que fuera chileno y malo no quita para que nos lo ventiláramos, e
íbamos a retirarnos cuando apareció el venezolano en escena. El mismo William
Padrón que habíamos ido buscando aquel día, el mismo que Pintado sospechaba
estaba detrás de todo el desastre que poco a poco estábamos desvelando. El tipo
era de mediana estatura y no mal parecido, jodedor y pintón a partes iguales,
iba bien vestido para lo que es Caracas estos días y en su descargo hay que
reconocer que hizo entrada con una razonable dignidad, habida cuenta de que iba
acompañado de un par de espigados criollitos, de bíceps sobredimensionados a
punto de reventar las mangas de las camisas. Un camarero salió inmediatamente
en su búsqueda y tras saludarlo lo acompañó a la mejor mesa del local.
Pintado pidió un par de whiskys, también hielo
y soda en vasos aparte, hacía calor pero no era cuestión de bautizar todavía el
Golden label, nunca hasta la tercera copa, dice siempre mi socio. Nos
dispusimos a observar, no era día para abordar al venezolano, cada cosa a su tiempo…
Y ella salió de nuevo, tan de repente como
había desaparecido se hizo presente en el local. Esta vez la miré con más atención,
al entrar me había quedado prendado de su presencia, pero no había podido
entrar en detalles. Vestía con un sencillo vestido azul oscuro muy ajustado al
talle, con la falda medio palmo por encima de las rodillas, lo justo para imaginar
sus piernas, largas y torneadas. Miré por un segundo a Pintado, parecía
hechizado, conozco su mirada y sus gestos, esta vez no era él el depredador,
era la presa. Aunque ella caminaba en dirección a la mesa de Padrón, se volteó
un instante, sus ojos marrones se cruzaron con los míos, sin embargo supe que
sólo iban camino a encontrarse con los de Pintado. Él se quedó colgado en la pálida
blancura de su piel y en el movimiento a cámara lenta de su melena rubia.
Pintado apuró el primer vaso de whisky cuando
yo apenas había dado un par de tragos del mío. No me dijo nada. No hacía falta,
lo conozco como se de mí mismo se tratara. Estaba afectado, tanto que apenas
pude descifrar el balbuceo que salió de su boca al depositar sobre la mesa, de
un golpe seco, el vaso vacío. Le entendí algo así como: “¿Dónde hasta ahora se
había metido?...
Y yo supe en ese mismo momento que algo
irremediable había nacido entre Pintado y La Rusa… Don’t get me wrong