Pintado se revolvió inquieto en el taburete
de la barra del bar. Había pasado allí sentado algo menos de una hora, tiempo
suficiente para trasegar tres whiskys y estar apurando el fondo del cuarto.
Sentía la garganta y el esófago en carne viva, la bilis se mezclaba con el alcohol
en una combinación letal que amenazaba con agujerear su sistema digestivo si el
almax no lo remediaba. Volteó la cabeza con la esperanza de verla parecer, pero
lo único que alcanzó a divisar con el rabillo del ojo fue la silueta tenue de
un par de viejos ocupas de barra, conversando en voz baja, cerca del rincón que
daba a la entrada del local.
El Juan Sebastián Bar estaba desierto a esa
hora; la actuación estelar de la noche hacía tiempo que había acabado y el
local se había ido quedando vacío poco a poco, desangrándose sin ganas. Los camareros esperaban
esparcidos por el local la hora de cierre, sabedores de que entre semana y a
esa hora era imposible que entrara nadie. Lejos quedaban los tiempos en que, en Caracas, la rumba no terminaba hasta que el amanecer pintaba de carmesí y amarillo el cielo en el que se diluían las
pequeñas chispas de las estrellas. Ahora, tan pronto cerraban los comercios y
las oficinas, las avenidas del Rosal se vaciaban de gente, tan rápido como lo
permitía la tranca vespertina de la Fajardo. Hacía horas de eso.
Alguien decidió animar el cotarro y puso una
pieza, de salsa suave, que se escuchaba lo suficientemente bajo como para que
Pintado se girara cuando creyó escuchar el ruido de la puerta de la entrada, al
abrirse. La precedió su aroma, un perfume delicado que él conocía ya en sueños.
El ruido del vaso, contra la encimera, le devolvió a la realidad y sus pies tantearon
el suelo como los de un buzo al sumergirse y tocar fondo. Una pareja, que se
escondía en una de las mesas de la parte más escondida del local, salió a la pista a bailar y pasó por
delante suyo, el tiempo suficiente para impedirle seguir con la mirada a la mujer que estaba esperando. El tipo se parecía a Antonio Machín pero más chiquito, y agarraba a la mujer, como veinte años menos que él y guapa como la madre que la
parió, con la pericia de un bailarín profesional.
Pintado rastreó con la mirada buscando el
objeto de su espera: la dueña del aroma errante que lo había hipnotizado al
entrar. Ella casi no se había movido de la puerta, apenas lo suficiente para
que esta se cerrara, Pintado se dio cuenta que ella lo miraba con la seguridad de un tigre acechando a su
presa.
Cuando estuvo segura de que el hombre la
había visto se dirigió hacia él con parsimonia atrayendo con su andar todas las
miradas masculinas del local, pocas pero muy interesadas. Pintado se apartó de la barra y fue a su
encuentro no sabría decir si en un intento inconsciente de protegerla o de
dejar patente que aquella noche aquella mujer era suya en exclusiva.
La rusa casi ni lo miró, lo mínimo para
orientar su trayectoria. Ella guapa y rubia, con un rostro de trazos finos
y delimitados, barbilla y nariz exquisita en su cara ovalada, rasgos que
parecían eslavos, de ahí su nombre de guerra, aunque sus ojos marrones sugerían
un origen más meridional. Las piernas largas y torneadas tenían el color dorado
del dulce de leche y hacían imaginar un tacto suave y aterciopelada, el vestido
negro con dos franjas blanca a la altura de las caderas y del busto se ajustaba
a su cuerpo como si fuera de licra, aunque caía con la suavidad de
la seda, delineando sus contornos con la precisión de una impresora 3D.
Pintado salivó y sintió un nudo allá en las entrañas antes de que reaccionara su entrepierna como una onda en el agua de un estanque.
Pintado salivó y sintió un nudo allá en las entrañas antes de que reaccionara su entrepierna como una onda en el agua de un estanque.
Se aproximaron sin avisar, como lo hacen dos trenes
frenando al límite, como esos muñequitos con imán en la boca cuando se sitúan a
la distancia adecuada… Se tomaron de las manos en gesto de saludo y ella apartó
la cara justo en el momento en que Pintado acercaba su boca en un torpe intento
de besar la suya.
-Fase 1. –Pensó Pintado. -La maldita
fase 1…
NOTA: Cualquier parecido entre Rita Pavone y la Rusa es un desorden de la naturaleza...
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