El jueves le pedí al Andaluz que esperara en
Brujas bajo el pretexto de que allí se encontraría con Walter Padrón. No le
dije la verdad, quería alejarlo de Gante el tiempo suficiente para asegurarme
de tener la oportunidad de entablar contacto con la Rusa antes de que las cosas
se torcieran…
Últimamente mi estómago es como una pelea de
gatos: gruñidos, zarpazos y finalmente un lastimero y agudo chillido de furia.
Mi cara es explícita, cada vez que me miro al espejo encuentro una nueva arruga que nunca antes estuvo allí, debe ser cierto eso de que la cara es el
espejo del alma. La noche que pasé en el avión entre Caracas y Madrid sólo tuvo
de bueno que ella viajaba a mi lado. Me las había arreglado para que nos dieran
asientos contiguos, a pesar de que con la nueva configuración del business del aparato, ella siempre viaja en business, Iberia no ayuda a los romances en los aires. Me bastó sentir su suave
olor a Chanel número 5, que en su piel se trasmuta en una fragancia
enervante, muy diferente al aroma dulzón que yo había imaginado. Debe
ser la textura suave y sedosa de su dermis, la combinación con sus feromonas,
lo que hace tan diferente el perfume cuando es ella quien lo lleva encima.
Pusimos una película, una comedia tonta cuyo
nombre ni recuerdo, sólo tenía ojos para ella, mi único interés era seguirle la
mirada cada vez que me volteaba la cara, me costaba un mundo no girarme sobre
el asiento para besarla y abrazarla, como había imaginado cientos de veces antes de ahora.
Ella estaba en la misma fase 1 que me había
mostrado en Caracas cuando nos encontramos en el Juan Sebastián Bar, aunque
esta vez sus ojos tenían un brillo distinto y sus labios pintados de rojo se arqueaban
en un inicio de sonrisa que me hizo abrigar alguna esperanza, Sus dedos rozaron
mi mano un par de veces, cada vez que acababa el vodka tónica y como una gata
me intimaba que le trajera otro del bar del avión. Me daba lo mismo, el sólo
hecho de estar junto a ella me bastaba…
Al segundo trago entró en materia y me contó
el negocio que se traía con Padrón: el venezolano le ayudaba a transportar a Europa las
obras de arte de los artistas que su galería representaba en Caracas. Lo dijo
con una inflexión en la voz que le confería a esta un carácter genuino, sincero
y profesional. Con un tono que habría convencido al mismo San Pedro a las
puertas del cielo de que ella nunca había roto un plato. Yo sabía que mentía, o
mejor dicho que no me estaba contando toda la verdad…
Aterrizamos en Madrid de amanecida. El cielo
se encendía en rojo allá hacia levante y en la dirección oblicua, casi al
norte, las torres de la Castellana parecían estalactitas refulgentes. El espectáculo
duró apenas unos minutos los que tardó
el sol en remontar y elevar la temperatura. Apagué el cigarrillo con la punta
del pie y volví a entrar en la terminal para abordar el avión hacia Bruselas.
Ella había desaparecido, habíamos convenido que el trayecto hacia Bélgica lo haríamos
por separado. La Rusa iba camino de Madrid a encontrarse con Walter Padrón.
Sólo de pensarlo el estómago me dio un vuelco y un par de putos gatos se
enzarzaron de nuevo en la pelea contumaz de cada día. Eché mano del almax y
mastiqué tres comprimidos con la esperanza de acallar sus gritos…
El camino desde Bruselas a Gante lo hice en tren, apenas a treinta minutos. Al llegar a la estación de destino me apeé comprobando que en el
andén nadie pareciera estar interesado en mí y viajé hasta el centro de la ciudad
en tranvía. Gante me recibió con sol y bochorno, no soplaba la más mínima brisa, eso era lo último que habría esperado.
El hotel que había tomado era uno muy discreto situado en una casa de tres
plantas en una de las bocacalles que dan
al canal, cerca de la iglesia de Sint-Michielskerk. Ni deshice el equipaje, dejé
mi vieja bolsa de piel cuarteada, que tenía desde mi última estancia en la Argentina, en el suelo y me quedé profundamente dormido, hasta que el
ruido de la camarera llamando a la puerta de la habitación me despertó. Me
asomé a la ventana, era casi de noche. Llamé al Andaluz y le conté parte de la
verdad. Me sentí aliviado manteniéndole fuera de la zona de peligro, además me sentía
algo celoso porque a él también le gustaba la Rusa y yo en estas cosas no
comparto con nadie. Con nadie, ni siquiera con mi hagiógrafo personal.
Salí para la zona del Gravensteen, el viejo
castillo medieval de la ciudad. Echaba de menos un arma, no sabía lo que iba a
encontrar y eso me ponía muy nervioso. La primera y última vez que había visitado
la ciudad era muy joven como para acordarme de la distribución de la urbe y, aunque
la había repasado en la tablet durante el vuelo de la mañana, quería
familiarizarme con sus calles antes de la cita de mañana con el venezolano y la
Rusa.
Crucé al otro lado por el puente sobre la Rekelingestraat
para comprobar la vista desde la zona de la Catedral y asegurarme de que me
daría cuenta si alguien me estaba marcando desde esa zona. Me quedó claro de
que si se me ocurría escapar por allá sería presa fácil para cualquier
observador. Definitivamente la cita debería ser por la noche y al otro lado del
canal, alejados de la zona de turistas y a cubierto de miradas indiscretas.
De vuelta me acodé en la barandilla del
puente. Bajo mis pies, atravesaron el canal tres kayaks con una familia: El papá
y la mamá y un niño de apenas cinco años que braceaba enérgicamente la pala doble de la embarcación. Tras de ellos nadaban a la par un grupo de patos… Debiera estar pensando en la cita de mañana, pero un único
pensamiento ocupaba mi mente: A pesar de que me la estaba jugando me había
enamorado de la Rusa, y algo me decía dentro de mí que era de la última mujer en el mundo de quien debería haberlo
hecho.
-Pintado, -me dije, -la has vuelto a liar…
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