Hacía días que no me llamaba Pintado, lo hizo ayer, desde algún sitio en la Costa del Sol. Le habían encargado un trabajo de los suyos. No estaba contento, lo noté en su voz, en la forma en que cortaba las palabras mientras hablaba. Me preguntó algo que no acabo de entender: ¿Tú –me llama así cuando está cabreado-, por qué el tiempo enreda cada pliegue de la vida hasta volverla insoportable? ¿Por qué se empeña en cambiar lo que estaba bien como estaba? No le respondí nada. Hacerlo no habría sido una buena idea. Todavía le estoy dando vueltas a su significado. Desvié la conversación porque cada vez me gusta menos que nadie me obligue a pensar en cosas transcendentes, sobre todo cuando la transcendencia te golpea con la contumacia de un martillo y la posible respuesta no deja en buen lugar los esfuerzos que has hecho para llegar hasta aquí.
En su lugar le pregunté si sabía algo de lo ocurrido hace un par de días en Fuenlabrada, si había oído algo de la Operación Emperador. Noté como se ponía nervioso -Pintado resopla estentóreamente cuando algo le incomoda-, incluso a la distancia digital me di cuenta de que había metido el dedo en una llaga que le resultaba cuando menos embarazosa. Sólo me dijo que mas valía que no metiera el hocico en asuntos de profesionales, que por menos aparecían en los contenedores de basura de la zona sur de Madrid restos de miembros amputados. Se había puesto poético y no teníamos a mano la barra del bar dónde se suele tranquilizar, así que lo dejé como estaba. A buen entendedor…
No paro de pensar en que si tengo que buscar una trama para una nueva entrega de Pintado, en el asunto de Fuenlabrada hay madera: con sus chinos de por medio, actor porno empresario del latex, concejal implicado y polis corruptos. Oro puro… Habrá que darse una vuelta por esos barrios y empezar a tomar notas para la próxima. El título podría ser algo parecido a “El Miembro del Dragón”…
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