La Rebelión de Atlas –Atlas Shrugged, Ayn Rand, 1957- comienza con la pregunta ¿Quién es John Galt?
Sus más de 1000 páginas se leen casi sin darse cuenta, dejando tras de sí una aparente sensación de liviandad, apenas una historia que nos puede parecer caduca y ñoña, con algunas frases ocurrentes, situaciones risibles y personajes rancios que se volatilizaron en el olvido del tiempo antes incluso de que la novela viera la luz.
¿Por qué una novela así, publicada hace 55 años y catalogada en España durante años como de Ciencia Ficción, tendría ahora una relevancia especial?
Pues porque al margen de la importancia que la obra ha tenido en el pensamiento Neoliberal, narra situaciones que empiezan a ser inquietantemente actuales. Lo ha visto así el oportunista Hollywood. En 2011 se estrenó la primera parte de la película y a finales de año verá la luz la segunda parte de la trilogía.
La intervención del Estado, el poder de los grupos de presión, de los Partidos, de los colectivos en defensa de…, el café para todos, el bienestar "social" por encima de la capacidad del individuo y del esfuerzo personal… Entre otros.
En la España (mientras lo permitan los secesionistas) de Mas, Valderas -su última joya la de ayer, la victoria electoral de Chávez, una oportunidad única para que Venezuela y Andalucía estrechen lazos…-, Pachi López y Pachi Vázquez –no son primos, aunque lo parezcan-, Valenciano, Rubalcaba y Chacón –los del federalismo asimétrico-, Gómez, Fabra –el cacique de otra época-, Mariano y sus mariachis (empiezan a mariconear, y no le encuentro el chiste, sin poner coto al desmán autonómico)... En la España estrellada de los jueces estrella, banqueros estrella, empresarios estrella, jugadores estrella… En esta España de la madre que los y nos parió. En esta España que sin saber su significado se pregunta de continuo ¿Quién es John Galt?, está sucediendo…
Quiero reseñar los recuerdos que se han agolpado en mi mente mientras la leía: el olor del papel de los libros de la colección Reno de Plaza & Janés que mi padre atesoraba en los anaqueles del mueble bar, sobre el hueco del televisor en blanco y negro –imágenes que siempre irán juntas en mi memoria-: el Telefunken junto a las ilustraciones de las portadas desencuadernadas, de tanto leerlas, de las novelas de Lajos Zilahy, Sinclair Lewis, Pearl S.Buck, William Faulkner, John Steinbeck, W. Somerset Maugham, John Dos Passos, Knut Hamsun, Arthur Hailey, Frank G. Slaughter, Thomas Mann… Novelas que me llevaron a recorrer los bosques de centroEuropa, las llanuras del Oeste, lastrochas embarradas en el deshielo en las Montañas Nevadas, las calles de Nueva York, de Chicago, de Los Angeles, de Berlin. A transitar la posguerra, a vestirme con sombrero y gabán, a tocar medias de seda y sentir aquella cascada luz biliosa gotear desde farolas a miles de kilómetros de Linares… Mientras fuera, en la calle adoquinada con baches centenarios, hacía frio y llovía; mientras dentro me llegaba el olor a castañas asadas, preparadas en el brasero de picón que calentaba mis piernas bajo la mesa camilla.
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