Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.
Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.
Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.
La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.
Mi vida:
lo cotidiano llegó, despacio, sin sentir… A pesar de esperarlo, como las
cumbres que perseguimos al paso y se alejan, ocupó todo nuestro espacio de pronto… Mi
ropa por planchar, las sabanas que no ensuciamos, la cocina por recoger, la tabla de cortar el pan, esos muebles horrendos que todavía no estrenamos, cada rincón de nuestra casa
por conocer y sentir, dónde escenificar caricias y recoger en el espacio común besos
y abrazos…
Mi
vida: Tu mirada al iniciar cada día fugaz, cada día que acaba antes de empezar,
cada día que deseamos no empiece para que no acabe… Tus caricias pidiéndome la
cara prestada, tus saltitos, al tiempo que chasqueas tus dedos y agitas tus hombros,
tu boca pidiéndome la mía, mi boca persiguiendo la tuya. Tus dedos escondiendo
nerviosos las formas que los años nos entregan y delineando las arrugas en mi
frente, los míos persiguiendo tu cara, grabando tu geografía en mi piel…
Mi vida…
La cotidianidad… La abejita que te pido destierres en tu mente… Porque la mía
solo tiene espacio para ti…
Desgraciadamente
nos deja una de los más singulares e inolvidables clowns de la escena política mundial. Quizás no volvamos a deleitarnos con esas escenas irreales que dejó la primera dama
a lo largo de sus dos mandatos… Deja aventajados alumnos que la recordarán diciendo sandeces exquisitas...
Qué fácil
es dejarse llevar por el embrujo del instante… Qué fácil engañarse al quedar prendido
de lo que parecemos un momento… ¿Qué fuimos antes y qué seremos después?... Si
ya no estamos…
John
Kerry y Margallo… En ese fugaz instante… Que fuimos lo que no somos,,,
Ayer me dormí vencido por el cansancio tras
un día de sol y sal. Hoy es uno de esos días que se podrían tornar mágicos,
pero que de momento han nacido entre la bruma lejana de la calina del Caribe.
Hace un calor pegajoso y no soplan ni un soplo de brisa, esa misma que a
veces por la mañana temprano me transportan a una ensoñación de momentos
pasados. Mañana no sé qué pasará.
Estoy sólo en casa, está mi asistenta, pero
ella no cuenta. La lavadora con la ropa de la semana acaba de detenerse porque
alguien ha cortado el suministro de agua. Suele ocurrir ya con una precisión
que poco a poco se va haciendo tan inexorable como el paso del propio tiempo
que mide.
He leído los correos atrasados, he ordenado
los archivos, he limpiado las películas que se han bajado durante la noche y he
refrescado la lista de las que quiero visionar en los próximos días. He enviado
un correo a mi amigo Ramiro y he leído otro del indio –de la India- de turno, que
como siempre responde autista una petición concreta y clara –ellos son así:
cuando crees que todo está aclarado y meridiano se revuelven y empiezan desde
el principio, como si nada hubiera sucedido, demostrando que el tiempo para
ellos tiene un sentido diferente-. No me he inmutado. He decidido que los indios del mundo no me inmutarán más.
He leído un comentario sobre el discurso de
Rajoy en el South Summit –que mi hijo ha ayudado a preparar trabajando como
becario sin sueldo, por la cara, durante
los últimos fines de semana, para mayor gloria de María Benjumea (ella se
define como una start up en si misma) y sus socios. Siempre ha habido clases, y
mi vástago no es de la Jet. No obstante debo agradecer la oportunidad que se le
ha dado de trabajar y aprender-. Siguiendo con el gallego, nuestro Presidente,
cada vez más, me parece un hombre vencido por el tedio de si mismo, alguien que
no se aguanta la imagen que ve reflejada en el espejo cada mañana, al que la
inteligencia que le sobre no le basta para entender el sentido trascendente que
tendría el liderazgo en un momento histórico para España, como el actual. Quizás
es que le vence el escepticismo, le faltan amaneceres y puestas de sol, y no le
sobran colaboradores a la altura de las circunstancias. Por lo menos acudió –disciplinadamente
y aseadamente- al desfile militar del día nacional. Bien por él y por Carmena,
que pasée por la tabla Pablo Iglesias.
Algunas perlas del día:
El escatólogo –antes los llamábamos comemierdas, perdónenme ustedes la
grosería- Willy Toledo ha declarado su glotonería e incontinencia defecativa en
su cuenta de twitter al respecto de la Fiesta Nacional. Perfecto, está en su
derecho, pero que se baje… Y que pasee por la tabla.
Entre los que se abonan a la teoría del
genocidio los más listos de la clase:
Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, ha criticado que el Estado conmemore «un
genocidio» en la fiesta del 12 de octubre y que gaste dinero conmemorándolo con
un desfile militar. José María González, «Kichi», alcalde de Cádiz y licenciado
en Geografía e Historia, «de Por Cádiz sí se puede», ha dicho que no tiene nada
que celebrar porque España nunca ha descubierto América: «Masacramos y
sometimos un continente y sus culturas en nombre de Dios». Es lo que tienen los
análisis anacrónicos de los acontecimientos. Seguro que no fue una fiesta de
los quince, pero no fue muy diferente a los anteriores actos de la humanidad que conforman la Historia de nuestros antepasados, pregúntenle si no a los íberos, lusitanos, celtas, cartagineses, andalusies, castellanos, etc. de los que sólo queda algo que hoy llamamos españoles...
Por cierto por todos los Fernández de ambos lados del océano, por los hijos de los supervivientes del genocidio... Por todos aquellos que hicieron posible que se pueda cantar así Contigo Aprendí...
Roma. Jep Gambardella. La Mundanidad como
concepto motor de la vida.
Comienza la película con una curiosa escena
coral. Con la súbita muerte de un turista japonés a la vista del foro romano…
Continúa con una fiesta en un ático, bailando al son de Raffaella Carrá y de un
mariachi. Me sentí sobrecogido por el ambiente frívolo y desquiciado que
traslada Paolo Sorrentino con una maestría difícil de superar.
Jep Gambardella, de vuelta de todo, cínico y
sensible, rompe el conjunto y se separa de la masa para encender un cigarrillo
y alejarse de todo.
Si tuviera que escribir una novela sobre la
nada… Bastaría con entender lo que hay detrás de la mirada de Jep, de sus lágrimas
cada vez que desaparece un ser amado, nunca suyos, siempre de alguien: Su novia
de juventud, que lo abandona para casarse con alguien de quien treinta y cinco
años después apenas es capaz de dedicarle un par de líneas en un diario; de la
de Andrea el hijo millonario de una familia desaparecida y a quien en su
funeral nadie se ofrece para portar el féretro, hasta que lo hace Jep y los
viejos amigos de su madre; de Ramona, la hija ya madura de un viejo amigo
heroinómano que sigue haciendo striptease para pagarse un caro tratamiento
contra el cáncer, cuyos ojos son un poema de amor hacia Jep una mañana al
despertar, antes de desaparecer para siempre.
Y a Jep sólo le quedan sus paseos por Roma al
amanecer, los viejos amigos de años, a cual más desencantado y fracasado, la
belleza de los momentos vacíos que son todos… La consciencia de que a sus
sesenta y cinco años ya no tiene por qué hacer lo que no quiere hacer y la
seguridad de que haga lo que haga solo le quedan los recuerdos de lo que había
tras las puertas que se cerraron.
Sin embargo Jep trata con el respeto del
cariño a todos… Y esa es La Gran Belleza…
Aquella noche Pintado estaba menos
melancólico que de costumbre y Alfonso, ya saben el barman de La Sibila, más
generoso que otras veces. La música que sonaba de Antonello Venditti -"Amici Mai”- tenía a mi amigo con la mirada perdida en el sofá Chester hacia el que siempre mira cuando acabamos allí. Yo iba por mi segundo whisky y
Pintado por su tercer Dry Martini. -Alfonso los prepara muy secos y muy fríos, -me
dijo él, -como los ojos de ella cuando se molesta por algo…
-Le pregunté si se refería a La Rusa, -a
quien demonios si no, -me respondió, con un cierto toque sarcástico en la voz y
los labios fruncidos, con cierta violencia contenida. -Sabes andaluz, -me dijo,
y yo supe que tocaba sentencia, como siempre que me menciona por mis orígenes, -Yo
la quiero mucho y no sé si lo que ella quiere es que yo la quiera como Jep Gambardella…
Al principio no caí, rebusqué en el disco
duro, el nombre me sonaba. Pintado estaba hablando con Alfonso, le acercó la
copa vacía y le pidió el cuarto Martini. Me removí nervioso en el taburete y
empecé a deletrear el alfabeto en silencio, dentro de mi cabeza, lentamente,
esperando que las imágenes se me formaran en la mente. Una pareja entró. Ella
bonita, de mediana edad, grandes ojos verdes y boca carnosa, no debería tener menos de
cincuenta, quizás más pensé cuando la luz de los halógenos le acarició la
piel sedosa. Más joven él, tercera generación
de pijos por lo menos, bronceado y cuidado en gimnasio. Pareja ocasional. No se
miraban con complicidad.
Un grupo ruidoso en una mesa del fondo
destruyó con sus risas estentóreas la magia de la siguiente canción de
Venditti, “Che tesoro che sei”, los camareros revoloteaban alrededor de aquella
mesa como buitres hambrientos sirviendo el vino. Otro grupo esperaba que los
acomodaran a una mesa. Una mujer joven se separó de este último grupo y caminó
hacia nosotros con la mirada altiva que tienen esas mujeres que miran sin ver
cuando se acercan. Algunos miembros del sexo opuesto giraron sus cabezas a su
paso, como ventiladores. En un último esfuerzo la imagen que esperaba se formó
de pronto: Jep Gambardella es el personaje de Toni Servillo en la Gran Belleza. La película
italiana…
-Por qué dices eso, -le dije a mi amigo satisfecho de que la senilidad no me pueda de momento. -No
te pareces nada a Gambardella. Tú no tienes su sentido estético de la vida, ni
su sensibilidad, ni su estilo, nada de nada, -apostillé al final de mi corto
relato de diferencias, nada sutiles por cierto.
-Es la sensación que tengo. No sé si ella espera un tipo como yo y no busca en realidad a alguien como Jep Gambardella. Yo nunca podré ser
él. Yo nunca la querré como Gambardella quiere a Ramona –el personaje
interpretado por la bellísima Sabrina Ferilli-, nadie quiere a nadie de la misma manera, ni más, ni menos. Yo nunca podré revolotear la
vida sólo por el puro disfrute de la belleza, yo nunca podré ser el Rey de la
Mundanidad. No, yo soy un tipo algo más prosaico. No me importa usar la misma chaqueta dos días seguidos, no me gustan las fiestas…
-Para, no sigas, -le interrumpí, -pero te gustan los amaneceres, como él, y amas el arte y
la literatura, como él, te gusta escuchar en silencio las conversaciones inteligentes y ajusticiar las peroratas de los insustanciales, y a los dos os gusta la soledad cuando hacéis mutis por el foro... –Es posible,
-me dijo, -ojalá entienda que la quiero como nunca antes a nadie… Ni más. Ni menos,
Ni regular… -Y dicho eso se calló y apuró el cuarto Martini…
Me quedé mirándolo sin entender del todo sus últimas
palabras… Más o menos, regular.
Acabo de finalizar su lectura con un nudo en
la garganta y los ojos húmedos.
Mi hija Laura, siempre es ella quien tiene el
extraordinario poder de conmoverme íntimamente, me lo regaló hace unos meses y
lo había dejado sobre la mesilla de noche a la espera de la ocasión propicia.
Esta llegó el fin de semana pasado. Comencé su lectura el domingo en la mañana,
en la piscina del edificio de apartamentos donde paso últimamente los fines de
semana. Lo abrí a la sombra de una palmera de frutos rojos y pequeños y
emprendí su lectura intercalada entre chapuzones en el agua tibia.
La historia de amor que narra Mónica en
primera persona con Ramón es sencilla, tierna y sin embargo estremecedora – ¿y por
qué no iba a serlo?-. Lorenzo Silva escribe un relato narrado por Mónica
haciéndose eco de la parte femenina, lo cual si bien al principio me lastraba
algo la lectura, pues no dejaba de percibir al autor más allá de sus palabras, luego
despega y acaba arrastrándonos de forma creíble al calor de la pasión en el
corazón de los dos amantes. Luego entendí que el relato es sobre la pareja y no
sobre Mónica o sobre Ramón. Y es que el Amor –cuando es con mayúsculas-no pertenece
a cada uno de los amantes por separado sino a los dos como un Todo, sólo los
sentimientos son privativos, y por eso sea cual sea el desenlace sigue ahí,
perpetuo, incuso cuando todo los demás, hasta la vida, pase.
Lorenzo Silva, como ya hizo en relatos
anteriores, intercala con astucia y acierto fragmentos de canciones, que en
esta ocasión apalanca con el uso de enlaces de Internet… Música para Feos.