Acabo de finalizar su lectura con un nudo en
la garganta y los ojos húmedos.
Mi hija Laura, siempre es ella quien tiene el
extraordinario poder de conmoverme íntimamente, me lo regaló hace unos meses y
lo había dejado sobre la mesilla de noche a la espera de la ocasión propicia.
Esta llegó el fin de semana pasado. Comencé su lectura el domingo en la mañana,
en la piscina del edificio de apartamentos donde paso últimamente los fines de
semana. Lo abrí a la sombra de una palmera de frutos rojos y pequeños y
emprendí su lectura intercalada entre chapuzones en el agua tibia.
La historia de amor que narra Mónica en
primera persona con Ramón es sencilla, tierna y sin embargo estremecedora – ¿y por
qué no iba a serlo?-. Lorenzo Silva escribe un relato narrado por Mónica
haciéndose eco de la parte femenina, lo cual si bien al principio me lastraba
algo la lectura, pues no dejaba de percibir al autor más allá de sus palabras, luego
despega y acaba arrastrándonos de forma creíble al calor de la pasión en el
corazón de los dos amantes. Luego entendí que el relato es sobre la pareja y no
sobre Mónica o sobre Ramón. Y es que el Amor –cuando es con mayúsculas-no pertenece
a cada uno de los amantes por separado sino a los dos como un Todo, sólo los
sentimientos son privativos, y por eso sea cual sea el desenlace sigue ahí,
perpetuo, incuso cuando todo los demás, hasta la vida, pase.
Lorenzo Silva, como ya hizo en relatos
anteriores, intercala con astucia y acierto fragmentos de canciones, que en
esta ocasión apalanca con el uso de enlaces de Internet… Música para Feos.
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