Roma. Jep Gambardella. La Mundanidad como
concepto motor de la vida.
Comienza la película con una curiosa escena
coral. Con la súbita muerte de un turista japonés a la vista del foro romano…
Continúa con una fiesta en un ático, bailando al son de Raffaella Carrá y de un
mariachi. Me sentí sobrecogido por el ambiente frívolo y desquiciado que
traslada Paolo Sorrentino con una maestría difícil de superar.
Jep Gambardella, de vuelta de todo, cínico y
sensible, rompe el conjunto y se separa de la masa para encender un cigarrillo
y alejarse de todo.
Si tuviera que escribir una novela sobre la
nada… Bastaría con entender lo que hay detrás de la mirada de Jep, de sus lágrimas
cada vez que desaparece un ser amado, nunca suyos, siempre de alguien: Su novia
de juventud, que lo abandona para casarse con alguien de quien treinta y cinco
años después apenas es capaz de dedicarle un par de líneas en un diario; de la
de Andrea el hijo millonario de una familia desaparecida y a quien en su
funeral nadie se ofrece para portar el féretro, hasta que lo hace Jep y los
viejos amigos de su madre; de Ramona, la hija ya madura de un viejo amigo
heroinómano que sigue haciendo striptease para pagarse un caro tratamiento
contra el cáncer, cuyos ojos son un poema de amor hacia Jep una mañana al
despertar, antes de desaparecer para siempre.
Y a Jep sólo le quedan sus paseos por Roma al
amanecer, los viejos amigos de años, a cual más desencantado y fracasado, la
belleza de los momentos vacíos que son todos… La consciencia de que a sus
sesenta y cinco años ya no tiene por qué hacer lo que no quiere hacer y la
seguridad de que haga lo que haga solo le quedan los recuerdos de lo que había
tras las puertas que se cerraron.
Sin embargo Jep trata con el respeto del
cariño a todos… Y esa es La Gran Belleza…
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