Habréis oído hablar de Portobello Road, casi seguro… Por la película Notting Hill, por los vecinos de arriba que fueron el fin de semana pasado a Londres, o por el amigo Miguel –mis respetos a mi querido Buffalo Bill- que de vez en cuando se pierde en las galerías de anticuarios a la búsqueda de alguna pieza art noveau…
Recreando todos esos deseos perdidos de miles de españoles ávidos de aventuras me perdí ayer mañana en el subsodicho mercado, con la suerte de no tener, ni prisa, ni objetivo fijo, así que me dediqué simplemente a vagar por la zona, como pluma de paloma al viento, como hoja caída llevada por la corriente –es de reconocer que me pongo insoportablemente cursi después de la segunda copa- pero es lo que hice.
Entré y salí de galerías –que allí llaman arcades-, admiré cameos, cristal tallado, plata y armas de todos los rincones del Imperio, admiré en silencio y con sana envidia la estampa de cientos de mujeres de todas las edades, aunque abundaban las jóvenes y guapas, y practiqué mi oído al socaire de diferentes acentos en los que abundaban el español, italiano, francés y portugués –con deje brasileño-, pocos catalanes he de reconocer, y mucho oriental de la zona del sol naciente y árabes de vete a saber que parte de la península arábiga.
Hacía calor al solecito de septiembre, aunque el aire, aparte de a fritanga variada, no olía a nada que excitara mi pituitaria entrenada –por eso hoy no añado olores al colorido de la escena-. Mientras me daba cuenta de que cuando rodaron la película debían de haber contenido la presencia de tanto turista, y buscaba infructuosamente los lugares famosos, que luego reconocí en otras calles, llegó a mis oídos una música proveniente de uno de los cientos de tenderetes callejeros. Un remix de canciones de nuestra vida en versión vintage internacional, así que como buen guiri –allí el guiri era yo- me acerqué y frente al puesto pasé uno de los mejores ratos de mi vida, solo, al sol del tímido verano londinense, protegida mi cara de la radiación emanada del astro por la sombra de un semáforo, viendo pasar gente de todos los rincones del orbe conocido y dándome cuenta –porque ni me miraban- de que por fin había conseguido convertirme en el auténtico hombre invisible…
NOTA: Efectivamente después de tres semanas aquí no he podido resistir y he entrado en un bar de Tapas y me he ventilado una botella de Ribera del Duero… Es lo que tiene España, dentro la echas de más, fuera no puedes vivir sin ella… Sin lugar a dudas es Mujer.
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