Continua la tensión en la Casa de nuestro Jefe del Estado. El yerno, la Esposa, la Amiga, el Estado -manga por hombro-... Enjuagues y pactos. Escaramuzas. Rescates. ¿Intentará el Gobierno también salvar la corona...? ¿Habrá un prestamo con fondos FROB -Fondo Público para el Rescate al ¿Borbón? (puede que esté equivocado y no signifique eso)-?
Mientras tanto, historia. El Prisionero de Zenda -1952, Richard Thorpe- es otra de esas películas para toda una vida, una que introduce el personaje en el corazón y te hace revivir, una y otra vez- situaciones soñadas.
El ritmo es frenético, la ambientación -plena de guiños extemporáneos-, sin embargo, resulta creíble –una Centroeuropa muy británica (por el origen del elenco y los Loden) y soleada-.
Stewart Granger –yo le recordaré siempre como uno de los más insignes borrachos de la historia- en su mejor momento después de otras dos obras para recordar –Las Minas del Rey Salomón y Scaramouche-. Deborah Kerr antes de su papel en De Aquí a la Eternidad, El Rey y yo, y Tú u yo –Un asunto para recordar-, interpreta a la princesa Flavia. Aquí los secundarios: James Mason (nunca jugó al balonmano, por bajito), Louis Calhern y Jane Greer -entrañable y mala-, lo bordan.
Triángulos, Casa del Rey, Insidias, Luchas... y aunque hayan pasado 60 años de su estreno, como si nada. No se debe perder...
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