Imagínense la siguiente situación: Unos amigos nos invitan a su casa a celebrar un acontecimiento. Con nuestro esfuerzo nos hemos ganado el derecho a un premio en el que podemos ser el ganador con sólo nuestra presencia y participación en la cena en nuestro honor. Aceptamos y con nosotros nos llevamos a un par de miembros de la familia para que nos apoyen durante el acto. Invitan también a un ilustre que será quien entregue el premio al vencedor. El ilustre es un tipo simpático, hijo de otro ilustre que por estar un poco mayor y trabajado, la cadera la tiene hecha unos zorros, prefiere quedar en casa al cuidado de su yaya -una simpática mujer con la que se casó tiempo ha, muy educada e inteligente- aunque hubiera preferido quedar al amparo de las sayas de la criadita, una alemana cuarentona de muy buen ver –lo que son las cosas-.
Imagínense, la casa engalanada, la mesa puesta, las viandas en la mesa, la música en el pickup –la casa es un poco carrozona y han puesto música de Manolo Escobar y de los Diablos-. Nos sentamos… Y al llegar el ilustre nos dedicamos a pitar al personal, a criticar a los anfitriones, a despotricar contra la sufrida abuela –sentada en el rincón del fondo, estupefacta por el espectáculo- y a poner verde desde el portero del bloque al vecino del quinto –que como hace años es de genotipo dudoso-. Pitan también el retrato del abuelo y a la enseña que cuelga en un rincón –una réplica del banderín de enganche de la Legión, que juró en su día el padre de la familia rumbosa- flácida y triste por los tiempos que corren.
¿A que no nos parecería bien?
Que gane el mejor y que al abuelo ni nos lo mienten…
Y que acaben tirándose los unos a los otros bolitas de miga de pan. !!pais!!
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