Carlos Cano…
Era estudiante de COU, dieciséis años y todo por descubrir. Las primeras huelgas de la democracia recién estrenada. Los últimos coletazos de nostalgias sin razones.
La universidad llegaría al año siguiente. Tópicos que nunca encontré. Perseguía con desesperación los sueños comprados en cada novela, que atesoraba como joyas.
Las chicas que llegaron en los últimos años de mi adolescencia no se quedaron. Los amigos de la niñez ni nos despedimos, sin saber que nunca más se cruzarían nuestros pasos.
Mi primera obra de teatro en el escenario del instituto “Huarte de San Juan”… Dagoll Dagom. Los primeros besos furtivos en los guateques de casa de Ángel. Las primeras caricias, furtivas como mariposas… Y todo por descubrir.
Jarcha y Carlos Cano. Triana y Paco Ibáñez. Labordeta y Víctor Jara. Bee Gees, Jethro Tull, Rick Wakeman, Moody Blues. La ecléctica de la vida. Nadie nos dijo nada, ni a favor ni en contra. Las referencias eran pocas, venían en el aire como espigas aventadas…
Bertolucci, Passolini, Bergman, Rohmer, Truffaut, Berlanga y Saura… Pero también Billy Wilder, Douglas Sirk, Kazan, Kubrick, Preminger, Welles, Huston… Lo mismo le daba a La estrategia de la Araña, la Rodilla de Clara que a La Reina de Africa, El Hombre tranquilo, Sólo el Cielo lo sabe o Con Faldas y a lo Loco…
Todo aquello acabó el día del examen de selectividad en Jaén, la noche previa en casa de Esteban Salmerón -nos acomodamos allí ocho linarenses-, el paseo -cervecitas y huevos fritos con patatas y chorizo- cerca de La Catedral. Pero todo también empezó ese día… Luego vendría Sevilla y el sol en la retina… Cada cosa que vi y ahora son.
Así es la generación que me tocó… A la espera de ver más.
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