Hoy toca cine. Este fin de semana he vuelto a
mis orígenes, cuatro películas por día tiene sobre mi espíritu un efecto
sedante que necesitaba desesperadamente. Cuando Pintado se instala es difícil hacerlo
a un lado, menos mal que le gusta el cine casi tanto como a mí.
El Patrón, radiografía de un crimen no es una joya del cine,
ni tan siquiera una gran obra, pero hay que reconocer en el trabajo de Sebastián
Schindel un magnífico ejercicio de respeto hacia un guión muy sólido. Joaquín Furriel interpreta a Hermógenes Saldivar
en una transformación meritoria –salvo por la utilización irregular del acento
particular de Santiago del Estero- que, a veces, consigue meternos en la piel
de un personaje arquetipo de la sumisión desesperada, de la anulación de la
personalidad de un individuo del cual nunca llegamos a saber si es bueno, malo
o qué. Luis Ziembrowski, la contraparte, hace de hijo de puta integral sin
ninguna concesión a sentimientos intermedios, su rostro –que no necesita
transformación alguna- transita la cinta monótono, sin rictus que matice la
facies, le basta el tono de sus palabras, sus ojos inexpresivos de depredador
natural. Un relato de esclavitud en estado puro.
A destacar la fotografía de Marcelo Laccarino que es capaz de transitar
espacios minúsculos sin que por ello perdamos atención por encuadres imposibles…
Y sobre todo el montaje consecuencia del cual el ritmo de la película es impecable…
Un reconocimiento al cine argentino -en este caso en coproducción con Venezuela- capaz de rodar este tipo de cintas capaces de asomarnos al submundo del Mundo Feliz, aunque lo hace de forma tímida, apenas se atreve con el interior de la carnicería, y desaprovecha la incursión en los juzgados -que trata de forma indebidamente amable-, en los barrios marginales -con ocasión de la visita del abogado a la esposa- y en el decorado exterior de la carnicería en la esquina de una calle cualquiera...
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