Ayer de nuevo me encontré con Pintado. Me
preguntó por la novela, -cómo avanza, -dijo lacónicamente, mientras apuraba de
un trago el whisky que le había servido Alfonso, el barman de la
barra de La Sibila, y pedía otro con un seco gesto de muñeca y el vaso vacío en
la mano.
Pintado parecía perdido allí y no dejaba de
mirar hacia un sofá chester que había en el interior del local. Sus ojos tienen
ahora una mirada más intensa que cuando lo conocí y su rostro es más terrible, la
cicatriz se destaca pálida en la piel curtida por el sol y el aire marino. -Busca
algo, o a alguien, -pensé. Y se lo pregunté.
No dijo nada al principio, sólo me miró, dio otro
trago largo al Macallan y sólo después susurró algo así como que había estado
allí con La Rusa… Imaginé la escena del Dry Martini, en aquel escenario que
sólo meses atrás me hubiera parecido imposible para Pintado, pero que ahora es
el decorado ideal de sus encuentros con La Rusa, a la que algún día deberé de
poner nombre porque se ha instalado en la vida de mi amigo. No me dijo mucho
más, no hizo falta, lo llevaba escrito en los ojos…
Miré alrededor y traté de imaginar qué mujer
era capaz de transformar así un ser como Pintado…
Entraron de la mano, ella no le había
permitido que le ofreciera el brazo, y todas las miradas masculinas se
voltearon hacia ellos como atraídos por un imán. Pintado presentía que eso iba
a ocurrir, a fin de cuentas él habría hecho lo mismo en esas circunstancias,
pero se sintió molesto igualmente, ella era el objeto del deseo común y no le
gustaba. La chica que recibía en la entrada le pidió el nombre y un teléfono,
le dio el primero que se le vino a la mente. Atravesaron la pieza que ocupaba
la barra y se dirigieron hacia un sofá
chester ubicado en la pieza continua. La Rusa había tomado la iniciativa y no
dejaba lugar a vacilaciones. Pintado la ayudó a acomodarse y le tendió la mano
mientras ella se sentaba cuidando que sólo una fracción pertinente de piernas
quedaran al descubierto.
Encargaron los tragos, mientras esperaban
una legión de varones curiosos se hizo presente desfilando por delante de la
zona en una cadencia lenta y cansina, como vagones de un tren de mercancías. La
Rusa apenas apartaba la mirada de Pintado, pero él sabía que ella no perdía un
solo detalle de la situación, él la tomó de las manos y sin darle tiempo a
protestar la besó en los labios con todas las ganas que llevaba dentro desde
que la había recogido esa noche a la puerta del hotel…
De golpe volví a la realidad cuando Alfonso
me preguntó si llenaba de nuevo mi vaso. Pintado había desaparecido como por
arte de magia, tan ensimismado estaba imaginándome la escena que ni cuenta me di.
Pregunté por mi amigo y el barman me señaló la puerta con un golpe de su
barbilla mientras secaba un vaso de una forma inequívocamente profesional. El sofá
chester seguía vacío al fondo y ahora lo miré con envidia.
Pagué y me fui. Fuera la noche era cálida, los sapitos inundaban el aire con su sonido agudo y persistente. Salvo por los guardias de seguridad no había un alma. Llegó mi coche y cuando subí a él me inundó una sensación de pérdida absoluta, probablemente la misma del piloto superviviente al posarse en la plataforma de la nave nodriza que acoge al último caza rezagado…
Pagué y me fui. Fuera la noche era cálida, los sapitos inundaban el aire con su sonido agudo y persistente. Salvo por los guardias de seguridad no había un alma. Llegó mi coche y cuando subí a él me inundó una sensación de pérdida absoluta, probablemente la misma del piloto superviviente al posarse en la plataforma de la nave nodriza que acoge al último caza rezagado…
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