Pintado miró al techo de la habitación con la
mente en blanco donde las sombras del amanecer se confundían con la suciedad del
revoco de yeso, donde el blanco retrocedía frente a los estragos del tiempo.
Intentaba entender lo que le estaba pasando, sin conseguirlo del todo.
La Rusa había llenado todo: el tiempo, el
espacio, sus ganas, sus deseos, sus expectativas. Ella había llegado como lo
hace la ola primigenia en la cadencia vital, silenciosa y previsible,
inminente, omnipresente, poderosa, pasando por encima del orden natural,
sustituyéndolo. No quedaba nada de su geografía interior anterior. Ella había
reordenado cada partícula de su ser, aplanando cada irregularidad y dejando tras
de sí una superficie líquida y uniforme…
Nunca antes él había cedido tanto, de forma
natural, fuera de toda su lógica anterior, pero absolutamente dentro del
racional que ella representaba. Ella era su mujer absoluta, su femme fatale sin
remisión, lo que tarde o temprano sólo algunos hombres tienen la suerte de
enfrentar. Su suerte absoluta, su destino único.
Y sin embargo, nada, nada, le garantizaba que
ella se quedara con él.
La noche anterior ella le había preguntado,
medio en broma, medio en serio, si acaso su historia no sería un affair. Él mirándola
a los ojos, muy serio, le dijo que no, y le expuso algunas razones que ahora le
parecían pueriles. No había acertado a decirle todo lo que ella significaba
para él, ni como ella había cambiado toda su existencia, su práctica vital.
Cómo desde que ella era soberana de su universo, él ni tan siquiera volteaba la
mirada en pos de otras faldas.
Mientras la abrazaba la había mirado una y
otra vez, sintiendo el calor de su cuerpo y el remanente cálido olor del sexo
consumado, estremeciéndose de deseo apenas pasados unos minutos del encuentro.
Sólo quería quedarse allí de aquella forma para siempre, disfrutando del aroma mestizo
de su cuerpo, mitad perfume, mitad ella. Sus ojos desprovistos de maquillaje,
sus labios sin carmín, los pómulos, el pecho todavía pulsando con respiración
entrecortada. Su geografía amada…
Esperaba que ella le dijera algo que no pronunció.
Lloró para sus adentros. Y esperó… Apenas unos segundos…
Esos segundos de después… Que definen el
amor.
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