Llevo recorrida media Europa detrás de Padrón
y no he conseguido atraerlo a la trampa. Como un ratón, pensé, entraría a
morder el queso que había entre las piernas de La Rusa, aunque hay un pequeño
problema que no había previsto, me he enamorado de ella, y de resultas el ratón
soy yo…
La habitación de este hotel de Amsterdam me
resulta opresiva, estrecha, mal ventilada como una cloaca, como el canal
inmundo que puedo ver desde este ventanuco que da a una calle del barrio rojo.
Me he convertido en una puta más exponiéndose por algo de lo que ya no me
acuerdo porque ella me ha borrado todos los registros anteriores. Un reflejo
naranja titila en la esquina opuesta a la cama que ocupo. Las sabanas están
desaliñadas y siento un frío húmedo que la ropa que llevo ni calma ni merma. Me
duele la cabeza y mis pies no obedecen. Creo que he hecho mal fumando ese porro
con la hierba que me vendieron en el coffee shop de abajo. No me debí fiar de
aquel turco maloliente y barbudo, o sería sirio o quizás albano kosovar, tanto
da, he perdido la cuenta de tanto refugiado perdido por las calles, deambulando
en la compañía de otros como ellos… Aunque ahora que recuerdo el tipo hablaba
un español perfecto, igual sería de Almería, yo que sé, tanto da…
Una semilla de idea se ancla a mi cerebro y
el naranja cambia a un azul celeste flojito, como si las luces de fuera quisieran
expulsar las miasmas tenebrosas de esta habitación vacía sin ella... No soy
capaz de concretar, sólo soy capaz de ver colores que se me escapan como agua
entre los dedos…
Me desperté con el indefinible sabor de ella
en mis papilas, con su aroma en la pituitaria, como si se hubiera fundido en el
aire que respiro y penetrado cada partícula de mi ser. No había poesía en esa sensación, iba más
allá, era total y desesperantemente absoluta, ni latir, ni respirar, ni
pulsión, formaba parte de lo elemental y primigenio, era anterior siquiera a mi
conciencia física. Me incorporé como pude y palpé mi cabeza, me dolía allá
dónde el día anterior me golpeó el gordo, la piel estaba inflamada, pero no se
había roto la epidermis, mi cuero cabelludo parecía un campo de amapolas de
acero ensartadas en mi cráneo…
Una hora después estaba bebiendo café dentro
de un antro que parecía un vagón de tercera atestado de mochileros fumados. Mi
aspecto no era mucho mejor, aunque mi edad claramente desentonaba. No tenía
dinero para otra cosa. Hasta que llegara el Andaluz no me quedaba otra.
La había llamado. Su teléfono no contestaba.
Caía la llamada al cuarto ringazo. Sólo deseaba que Padrón no la encontrara
antes que yo.
Un rayo de sol alcanzó a penetrar la maraña
humana que me antecedía. Una sensación cálida que invadió mis pupilas y entró
en mi cerebro como una estrella fugaz. Recordé el sabor de sus labios en los
que lamí la última gota de cocktail y entonces supe a lo que sabía el queso de
la trampa…
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