SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


sábado, 1 de diciembre de 2012

DE FIESTA EN LECHERIA


Pintado se marchó al día siguiente, una mujer vino a buscarlo. Me la presentó a volapié y apenas si me quedé con sus ojos, negros y a pesar de ello profundos, y con las pocas palabras de ella, amables y corteses. Se llamaba Juana. Me miró con cuidado y breve, como quien sabe que nunca más coincidiremos. Durante los pocos minutos que los acompañé entendí que salían para Margarita y que una motora los esperaba en el embarcadero de la marina junto al hotel. Pintado acarreaba una bolsa de viaje que parecía semivacía, pero en la cinturilla del pantalón le noté el volumen pesado y rígido de un arma. Ella se despidió con un hasta luego y él me miró en silencio. Luego dejaron el lobby del hotel en dirección a los canales. La espalda de Pintado parecía un muro infranqueable a los sentimientos que llevaba el viento… Esa fue la sensación que tuve. Como un portazo en la noche y luego nada, el silencio y la nada.
Pasé la semana trabajando. Sin noticias de mi amigo.
El sábado me invitaron a una fiesta. Como el año pasado, pero entones no estaba con ánimo. Acepté.
Llegué con media hora de margen, para no quedar solo, a merced de las miradas de unos y otros. A pesar de ello fui de los primeros y me tocó esperar en una esquina intentando ser lo mas invisible posible.
Me vestí formal, el traje estaba arrugado tras el viaje, pero es lo bueno de los trajes de lino puedes parecer una pasa y estar a la última. Sólo me faltaba el sombrero panamá, pero no habría sido correcto. Pedí una cerveza, costó trabajo, en esta parte del mundo sólo se bebe whisky diluido al cinco por ciento en estos eventos. La conseguí tras deslizar un billetico de diez bolos a la mesera que atendía mi zona. Gracias a eso tuve barra libre toda la noche sin tener que levantar la mirada.
Los invitados llenaron el salón en un lento goteo que duró más de una hora. Afortunadamente para mí no era el único “soltero” de la velada, y afortunadamente también las mujeres “solteras” no renuncian aquí a las invitaciones. Aunque primero me senté en una aburrida mesa de extranjeros en tierra extraña, al poco había derivado a una mesa en la que me sentí como un niño en una tienda de golosinas…
El recinto estaba engalanado como el hall de entrada de Ikea. El “arquitecto” palabra con la que aquí se confunde al decorador tenía un gusto retro naif que lo había llevado a conjuntar metacrilato, blanco y negro y porespan de baja densidad con arreglos florales exóticos. Uno de ellos calló sobre la mesa que adornaba en el centro y echó por tierra el trabajo de una peluquera que había imitado sobre la testuz de una dama un remedo de la torre inclinada de Pisa –a pesar del crimen la joven era guapa como noche de luna llena-.
Decidí ni dejarme llevar por el aire hortera de la sala, porque todo lo demás era bello. Sobre todo ellas…
A diferencia de otras veces cumplí con la promesa que me había hecho aquella tarde antes de cruzar la puerta: permanecer lo más tranquilo posible, admirar el espectáculo, disfrutar de la comida y de la música y en caso de extrema necesidad bailar un par de piezas para socializar. Cumplí con casi todo, con algunas excepciones: fue imposible disfrutar de la comida –en esta tierra tan pronto la música comienza la gente se levanta y abandona la mesa para bailar, saltar o reír de pie- a pesar de que tenía buena pinta –las hallacas típicas de esta época me hacían la boca agua, envueltas en hoja de plátano, brillantes y apetitosas-; la música estaba tan alta que era imposible conversar o entender lo que se decía; y algunas féminas se empeñaron en ver bailar al español, aunque yo no ofrecí mayor resistencia. Sólo cumplí el propósito de disfrutar de la bebida, sobradamente.
Gaitas –música típica, no confundir con el instrumento de nuestras tierras norteñas-, salsa y merengue aderezaron la velada. No hubo manera de bailar bolero. Una pena porque algún vestido prometía tener un buen comportamiento en aquellos menesteres. No quedé mal, aunque me he prometido no volver a bailar con quien no sea capaz de llevarme. Solo así soy capaz de moverme sin parecer un tocón de árbol. Segundo propósito intentar no claudicar cuando la mujer con la que bailas te saca una cuarta larga –me pasó con tres de las candidatas a mises-. Aunque esto último, creo que va a ser muy difícil… Mejor no pensar en las fotos que a buen seguro andarán circulando por ahí... Ojos que no ven...
Hice mutis por el foro tras seis horas de fiestorro… Eché de menos a Pintado, él también habría disfrutado…  

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