SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


domingo, 28 de octubre de 2012

ESTAMPAS DE ANDALUCIA. UNA BODA EN OSUNA.


Este fin de semana he sido testigo, invitado y participante de una celebración en vías de extinción. Las bodas de oro del Tío Miguel y la Tía Mari.
El viernes tarde recorrí los algo más de quinientos kilómetros que separan Madrid de Osuna atravesando Sierra Morena por la inenarrable comarca de los Pedroches, en medio de la lluvia y la niebla. Llegué a mi destino con los últimos arreboles del ocaso, a esa hora en que el cielo desaparece tragado por la inmensidad del cosmos. Hice honor a la cita obligada en la Taberna Manolito Jicales trasegando una ración de quizás los mejores callos de la Andalucía occidental y un San Jacobo de genuino lomo de cerdo, jamón y queso, de los de toda la vida.
Amaneció el sábado con los cielos cargados de agua y el sol jugando al escondite con enormes cirros que apenas le daban cuartel. Desayuné un mollete con aceite frente al mercado de abastos, llamé a Pintado para contarle lo bueno que estaba el trasunto de carne divina remojado de oro y adornado con el rojo intenso del tomate rayado. Rematé la mañana con un trago al coleto de machaquito seco, ese elixir untuoso y aromático que recubre el aparato gástrico de una pátina a prueba de bombas.
Más tarde, a media mañana, la iglesia de San Agustín , barroco tardío, sobrio y elegante en contra del estilo al que pertenece. El templo estaba abarrotado por la familia y amigos, a partes iguales, que la pareja ha sido prolífica en la coyunta y alumbraron cinco hijos que no se les quedan atrás. Eso unido a que los abuelos -ascendientes de todos ellos- fueron generosos en sus afectos, y a las abundantes relaciones sociales del matrimonio que han hecho numerosos compañeros de existencia, completan la contabilidad que justifica la estrechez de los bancos durante la celebración.
Dejo los detalles a la imaginación del lector, pero hubo de todo: lecturas emotivas y emocionantes, de hijos y nietos, canciones populares al aire de guitarra y sones cuasi flamencos, lágrimas e hipidos, abrazos y suspiros, gargantas apretás y algún corsé que otro al borde de la ruptura. Fin de fiesta en un Ford T recuperado por el primo David –un artista de la mecánica- y finalmente ágape interminable en el que no faltaron las famosas rosquillas de la Tía Nati, sublime creación de masa frita y azúcar apenas aromatizada con anís.
Yo me retiré temprano, pero el personal quedó hasta la madrugada hasta que los cuerpos aguantaron y el segundo barril de cerveza dio la última boqueá.
Por la mañana, al día siguiente, con el cielo límpido por la lluvia y el viento de los días anteriores, Osuna lucía como siempre, la  Colegiata y la antigua Universidad en lo alto del cerro  donde todavía resisten las murallas del asentamiento romano que dio origen a la ciudad. Todo el conjunto dominando la campiña que se extiende a lo lejos, hasta donde se pierde la vista, entre olivos y eras, en las que en verano se extienden los sembrados de cereales dorados por el sol de Andalucía, y en los que ahora con los primeros fríos del otoño se esconden liebres, conejos y perdices, perseguidos por galgos y podencos…
Y de nuevo, a la vuelta, un regalo para la vista, los campos verdes por las primeras aguas del otoño, el cielo límpido, dolorosamente azul, las encinas, entre las que pacen ovejas y cerdo ibérico. Los Pedroches despidiendo Andalucía, el Valle de Alcudia a la puerta de La Mancha. Sublime.

TRAICION. Verónica.

24              TRAICION. Verónica.


Pintado llevaba una hora en la barra y ahora estaba terminando el tercer café. El barman pasaba el paño sobre la superficie bruñida dejando regueros espirales de humedad mientras lo miraba con aire ausente, esperando sin ganas las instrucciones de algunos de los pocos clientes que ocupaban la cafetería cercana a una perpendicular a la calle Orense. Era el típico bar mutante, por la mañana servía desayunos a los oficinistas de los cercanos ministerios y de madrugada dispensaba los gintonics de los hijos. Por la tarde era telón de fondo a la merienda de esposas y madres, cómplice inconsciente de ellas mientras ahogaban las penas de sexo mojando magdalenas en el café. Cuando Ginés se cansó de mirar a la calle, más allá de la cristalera, pidió un periódico al camarero, este le miró como si fuera un marciano y le puso por delante un par de ejemplares atrasados del Mundo y del ABC.
Pintado terminó de ojear la sección de economía harto de crónicas de la crisis, del programa de duros ajustes anunciado por el gobierno y de las declaraciones del Comisario de Economía de la Unión Europea. Grecia seguía erre que erre y Francia y Alemania sacaban pecho por ser tuertos entre países de ciegos. Y para postre habían abierto las barreras a los productos agrícolas del Magreb… Como el día de la marmota.
Supo que era ella tan pronto entró en el local. Vestía un traje de chaqueta sobrio y elegante, ajustado, manejando con sabiduría el juego que da un milímetro de menos. Era morena y tenía la piel bronceada por los rayos UVA del Spa. Se movía con la seguridad de un general entre la tropa, con distinción de reina en un baile de gala. Dejó el bolso de mano en el asiento de al lado y se sentó en una mesa junto a la vidriera, de espaldas a la calle. Si se hubiera permitido fumar en el local habría encendido un cigarrillo y exhalado el humo echando la cabeza hacia atrás, en su lugar se cruzó de piernas y comprobó que la falda quedara justo por encima de la rodilla.
El camarero salió de la barra batiendo el record de salto de altura del barrio y danzó hacia ella como un figurante de revista. Ella le sonrió y en voz ni alta, ni baja, le pidió una coca cola light. Tenía una voz de contralto, un punto aterciopelada. Miró a su alrededor sin ver, con siglos de experiencia. Su sonrisa era como una ametralladora barriendo territorio enemigo. Todos los hombres del local cayeron rendidos a sus pies.
Pintado dejó el periódico sobre la barra y se dirigió hasta ella, midiendo los pasos, no supo por qué le vino a la mente la imagen de Gary Cooper encarando el duelo matinal en Solo ante el Peligro. Sus ojos de gata estaban fijos en los del ex policía, calculando sus intenciones y lo que podría sacar por ello. No tendré piedad contigo forastero, decían.
-¿Eres Verónica? –Preguntó Pintado.
-Por qué quieres saberlo. –Contestó ella.
-Soy amigo de Lola…
-Ya. Entonces sabrás que estoy trabajando.
-Pagaré por tu tiempo.
-Si es así siéntate. Y dime lo qué quieres.
Pintado se presentó y le explicó que estaba buscando a Lola, omitiendo el destino final de la mujer. La cortesana se quedó dudando unos segundos, intentando decidir si creía o no al hombre. Los labios le temblaban ligeramente, y los ojos brillaban húmedos, pretendía mantener el control aunque le estaba costando un extraordinario esfuerzo.
-Así que tú eres el cabrón que la dejó colgada. Le rompiste el corazón. No sé por qué tendría que ayudarte a encontrarla.
-Es importante, créeme… Eres la única amiga que ella tenía. Hace varios días que le perdí la pista. La última vez que la vi estaba con un tipo, uno con pasta que vive precisamente por esta zona.
-¿Cómos sabes que soy su única amiga?
-Ella me lo contó. Nunca nos conocimos antes, pero me habló un par de veces de ti…
El camarero trajo el refresco y un café para Pintado. Se quedó revoloteando por la mesa de al lado haciendo como que limpiaba. Una mirada de Ginés dura como la piedra lo convenció para regresar detrás de la barra.
-Está bien. Te ayudaré, pero no pienses que lo hago por ti. Si por mi fuera te pudrirías en el infierno.
Verónica le relató lo poco que sabía. Hacía unos días Lola la había llamado por teléfono desde una gasolinera. Se oía mucho ruido, la comunicación era muy mala, le contó que le habían destrozado los piños un matón de Nájera y que un fulano al que le había hecho un trabajito le estaba acompañando a una clínica en la que recomponerse cerca de Coruña.
-¿Cerca de Coruña? ¿No tenía sitios en Madrid?
-Ya. A mí también me extrañó, pero se cortó la comunicación. Luego se quedó sin cobertura porque no conseguí contactar de nuevo con ella a pesar de intentarlo un par de veces.
-¿Recuerdas qué día fue esa llamada?
-No… Aunque déjame mirarlo. Mira la lista de llamadas entrantes… Aquí está… Fue hace seis días… -Dijo ella señalando el display luminoso del móvil.
Pintado calculó mentalmente y comprobó que todo encajaba. La llamada de Lola fue hecha la misma mañana que él estaba viajando a Coruña, dos días después del trabajo que hizo para Cienfuegos. Ambos habían transitado la misma ruta, camino del mismo sitio.
-Gracias. Me has servido de mucha ayuda. Toma, por tu tiempo. –Dijo Pintado de pie, dejando un par de billetes de cincuenta euros doblados sobre la mesa.
Ella lo miró con desprecio. Tomó los billetes, los arrugó y se los arrojó a la cara. Pasó junto a él como un torbellino a cámara lenta y abandonó la cafetería sin girar la cabeza. Pintado deseó que se lo tragara la tierra.
Los presentes observaron como el hombre, de barba descuidada y espaldas de estibador, suspiró con aspecto cansado y se perdió tras la puerta caminando con las manos en los bolsillos.
El calor en la calle abofeteó su rostro y le encogió la respiración, como si estuvieran cociéndole en un microondas. Sobre su espalda caía como plomo derretido el sol de Madrid. Miró arriba y abajo sin importarle la dirección. Echó a andar en sentido opuesto al que había tomado Verónica López, por aquel día se había quedado sin arrestos para mirarla de nuevo a la cara.

sábado, 27 de octubre de 2012

TRAICION. La casa de Cienfuegos.

24              TRAICION. La casa de Cienfuegos.

" (…)Se enamoró de mis baladas suburbiales,
igual que se enamoran
las miopes abogadas defensoras
de abyectos criminales(...)

(…)Pero antes del después de los despueses,
haciendo eses,
aprendí a maldecir el deber
y a sentir sin saber
lo que nadie sabía.
Si pequé nunca me arrepentí.
Guardo un maravedí
de carmín todavía(...)”

Después de los Despueses. La Orquesta del Titanic
Sabina&Serrat


Real revisó habitación por habitación con meticulosidad de archivero. Se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano y se desembarazó de la chaquetilla azul de algodón con el llamativo logo de colores chillones que había usado para entrar en el domicilio de Cienfuegos camuflado de operario al servicio de la compañía telefónica. Rebuscó de nuevo en los cajones intentando encontrar algún indicio del paradero del funcionario del CNI, la ropa estaba concienzudamente doblada y clasificada, tenía el típico olor a naftalina. Recorrió el pasillo y entró en el salón, se paró delante de la terraza, abrió la puerta de aluminio, del exterior penetró la flama canicular, el aire parecía caldo, denso y caliente, las plantas de las macetas del exterior estaban mustias, las hojas amarilleaban antes de morir, traspasado el punto de no retorno. Cerró de nuevo la puerta de la terraza y buscó el mando del aire acondicionado. A los pocos minutos la atmósfera sofocante se volvió de nuevo respirable. 
  Cuando llegó hacía apenas media hora, con la excusa de instalar la fibra óptica en el domicilio, el portero de la finca donde vivía el funcionario no le había sabido dar razón de su paradero. El viejo le dijo que al menos llevaba cinco días fuera, lo sabía porque era el tiempo que llevaba sin retirar las bolsas de basura de la puerta, justo –recordó Real- coincidiendo con el registro de la Clínica ZOT. No le puso mucho reparo cuando le pidió permiso para entrar a hacer el trabajo, ni siquiera le extrañó que Real no le pidiera las llaves, pensó que bastaba con hacer una conexión en la caja de distribución del sótano. Lo dejó solo en la portería y el viejo salió a la calle para pasar el rato en conversación con el portero de la finca colindante.
Abrió la caja fuerte de Cienfuegos. No había nada dentro, salvo una caja vacía de munición de 9 mm abandonada en una esquina del cubículo metálico, y polvo acumulado. En la cocina, dentro de la nevera, los yogures estaban caducados desde hacía días y las verduras del cajón inferior parecían desperdicios abandonados a la puerta de un restaurante chino. Debajo del mostrador, en una bolsa de plástico, una barra de pan estaba lo suficientemente endurecida como para ser utilizada como mazo.
Volvió tras sus pasos a la habitación de trabajo que hacía de biblioteca. Recorrió la sala con la vista: un ordenador portátil, una mesa con una pátina de polvo depositado durante días, anaqueles repletos de libros, lomos desvaídos de ediciones en rústica…  Y empezó a retirar los libros de las baldas, revisando uno por uno por si encontraba algo entre sus hojas. Un centenar de libros después la búsqueda dio fruto y una cuartilla manuscrita cayó al suelo desde su escondrijo. Era una anotación con un login de usuario y una contraseña.  Tuvo una corazonada. Rebuscó en los cajones de la mesa en busca de la correspondencia. Estaban vacios. Quizás con un poco de suerte –pensó-. Bajó los escalones de dos en dos y buscó el buzón de Cienfuegos debajo de la escalera. Estaba abarrotado de buzoneo comercial. Abrió la portezuela con una navaja y escarbó dentro con las manos, con premura. Bingo, varios de los sobres tenían el formato de las comunicaciones bancarias. Satisfecho, se los guardó en el bolsillo trasero del pantalón y subió de nuevo hasta el piso para dejar las cosas como las había encontrado.

viernes, 26 de octubre de 2012

EL BAUL de PINTADO… Claves del recuerdo.

“Escarbando en los recuerdos se hallan las claves que desentrañan el sentido del lento fluir del tiempo…”
Me lo dijo Pintado con lengua aguardentosa en la barra del pub después de la quinta copa. Ayer me mandó en la tarde los dos enlaces que reproduzco… ¿Alguien lo entiende?
Antes...

Despues, ahora...

¿Y dónde quedó la chica Ye-ye de Concha Velasco?

jueves, 25 de octubre de 2012

OTRA DE RECORRIDO VITAL. JAVIER EL POETA.




Definitivamente estoy tocado –golpiado (sic)- por un bichito llamado nostalgia. En apenas una semana he metido en el mismo saco a mi hermano, a mi primo y hoy le toca a mi amigo Javier Fuentes “El poeta”.
Javier es de un pequeño pueblo de León, pero ejerce de asturiano porque es allí dónde se ha criado, estudiado y trabajado. Y fíjense que no he empleado el término estado o vivido porque Javier es de esos españoles que se ponen las Españas y al mundo por montera y no paran un segundo en un mismo sitio. Estudió lo mismo que yo y nos conocimos cuando nos tocó pelear juntos algún que otro negocio ingenieril. Aunque esa es otra historia…
Pintado sacó de él el gusto por las mujeres malas que se conquistan a golpe de verbo, por el alcohol de primera y por la cadencia silenciosa en la mesa a mantel puesto. También le debe la sensibilidad por la poesía y esa mirada triste y melancólica que tiene mi amigo.
De vez en cuando quedamos para cenar cuando aparece por Madrid y charlamos de nosotros. Javier es de los pocos delante de los cuales puedo desnudar mi alma y expresar las cosas que se escapan cuando la piel no es recipiente bastante. Suele escuchar callado, sin interrumpir, mirando a los ojos, más allá del brillo húmedo.
Es un tipo admirable y singular: listo, inteligente y vivaz, muy, muy trabajador, corajudo, tenaz y a veces disperso cuando le sale la vena de bardo. Pero sobre todo es un tipo leal –ante la adversidad y cuando vienen duras, que de los otros los encuentras a puñados- que ha estado junto a mí en algunos de los peores momentos que me tocaron vivir, de esos que gracias a su compañía se convirtieron en algunos de los mejores e imborrables…
Vaya por mi amigo el poeta, Javier Fuentes…  

LAS INFLUENCIAS DE PINTADO. MI PRIMO JUANMA.


Cuando comencé este blog tenía in mente traer hasta sus páginas relatos y reflexiones relacionadas con la génesis de la novela, al tiempo que explicar algunas de las razones de Pintado, aquellas que no siempre se reflejan en la historia o episodios de las historias.
Luego las cosas son como son y se acaba saliendo por peteneras.
Pintado tiene muchas cosas de personajes de ficción –literarios y cinematográficos-, pero también de personajes reales, personas de carne y hueso que deambulan por ahí con el disfraz de gente corriente. Tiene cosas de amigos y enemigos, de seres queridos, de los que de alguna u otra forma han tenido algo que decir en mi vida. De entre ellos, y ya han conocido a unos pocos, debo destacar a mi primo Juanma.
Juanma es mi primo por parte de madre -compartimos rama materna en primera generación-, es el hermano pequeño que me quedó cuando mi hermano pequeño se hizo mayor y de vez en cuando nos acompaña a mí y a Pintado cuando salimos de copas. Juanma es quien cuenta los mejores chistes, hace las buenas imitaciones, despierta las simpatías del personal e inevitablemente se levanta a las guapas, mientras Pintado se va con la más mala y a mi me toca pagar la cuenta y recoger de la barra a la más fea… Y encima es buena persona… Lo que son las cosas.
Esta va por mi primo Juanma…

miércoles, 24 de octubre de 2012

CUENTOS DEL LEGIA MAZARRO. DE DESCUBIERTA.


Mazarro se removió inquieto en el catre del barracón. Los eslabones metálicos del somier se clavaron en su espalda dibujando verdugones escarlata en su piel. Tenía en la boca el regusto amargo de la ginebra de garrafón que había trasegado hasta casi caer desmayado. Los testículos le escocían allá donde el trasiego nocturno con la Puri había hecho mella.
La Puri era una puta de Valladolid de toda la vida, una de esas chicas guapas de pueblo que embarazada del pinta de turno había emigrado a una Barcelona promisoria en los años sesenta y ahora desencantada, seca y cuarentona era propietaria de un burdel en el barrio Colomina donde intentaba sacar partido de los últimos restos de las ganas de los soldados españoles acuartelados en El Aaiún. Entre la Puri y Mazarro había surgido una de esas relaciones que acabaron antes de comenzar y sin embargo nunca se extinguen. Ella le daba cuartelillo cada vez que el manchego aparecía por el barrio y él le ofrecía abrazos esquivos que para ella suponían efusiones perdidas. Una relación mercantil y emotiva alejada de cualquier lógica pero eficaz para ambos, un toma y daca en las que las palabras sobraban y las caricias se apagaban con llegada del alba.
El corneta tocó diana apenas unos minutos después de que el perro del comandante Cebrían les despertara con los ladridos acostumbrados. El perro –una rara mezcla de mastín y perdiguero- era el ser más odiado de la bandera después del brigada Pumariega y de la puta madre que la parió, como llamaba la tropa al teniente Cabrales, un marica de Ceuta que había ascendido desde soldado raso y que metido en faena  arreaba unas ostias de aquí no te menees.
Antes de subir al Land Rover, Mazarro se apretó el correaje y comprobó las cartucheras y proyectiles de los cargadores que le habían entregado en el polvorín minutos antes, introdujo el machete recién afilado y aceitado en su funda y ajustó el selector de disparo del Cetme a posición segura. En el estrecho banco, a su lado, estaba sentado, como siempre, el cabo Suarez y frente a ambos el Sargento Peláez, con la cara de cabreo habitual. Todos se miraron a los ojos sin decir esta boca es mía, saltando de cara en cara como la bola girando en la ruleta antes de detenerse.
El coche salió despedido para perderse en el polvo que desprendía la comitiva que ese día salía de descubierta para adentrarse en territorio saharahui. Por delante otros dos Santanas con el resto de la patrulla y por detrás el Jeep adaptado con el C106 sin retroceso y su pelotón de servicio –ninguno entendíamos la necesidad de un arma anticarro en una misión al desierto-.
Lo entendieron aquella tarde. Se los explicó el teniente Sistach, un joven oficial catalán recién salido de la academia y como los demás voluntario del tercio, cuando se detuvieron un par de horas después para dar descanso a los traseros doloridos de tanto golpe contra los bancos metálicos. Los marroquíes de Hassan llevaban varias semanas asediando algunos campamentos fronterizos con un grupo de castigo, apoyados por un semiblindado de origen francés y de la época de Maricastaña, pero con una ametralladora contra la que no podían hacer nada las patrullas de nomadeo que les andaban tras los pasos. Aquella era la razón de haberlos mandado de descubierta tras los moros a los que tenían que detener sin causar bajas a menos que quisieran armar la marimorena con Marruecos, cuestión esta innombrable en aquellos momentos.
Sistach, que era joven pero no tonto, mandó parar el convoy tan pronto recibió por radio confirmación de que el grupo de avanzada había divisado el penacho de polvo que delataba la presencia de los moros algunos unos kilómetros más allá. Teniendo en cuenta el alcance efectivo del CSA 106 tenían que atraer a los moros hasta una distancia que les obligaba a mojarse el culo a riesgo de que se escaparan de rositas. El plan era simple, uno de los Santana debía hacer de señuelo y atraer a la patrulla enemiga hasta una posición desde la que los artilleros pudieran hacer blanco, lo que en términos prácticos significaba atraer el vehículo ametrallador a menos de un kilómetro del Jeep e inmovilizarlo allí el tiempo suficiente para hacer puntería y disparar. De película.
Le tocó al grupo de Pélaez, lo que significaba que Mazarro y Suarez eran también de la partida. Decidieron hacerlo una hora antes de la caída de la tarde, al amparo de las equívocas luces del crepúsculo, confiando en que los moros morderían el anzuelo pensando que perseguían a un grupo rezagado de una patrulla de peninsulares estúpidos.
Montaron el escenario. Vararon el Land Rover en la arena, levantaron el capó y Mazarro y Peláez hicieron de señuelo mientras el cabo Suarez emboscado tras una duna, doscientos metros atrás, protegía la llegada de los moros con el ojo pegado a la mira del rifle de precisión.
Mazarro me contó que nunca había pasado tanto miedo como cuando distinguieron el morro del camión oruga enfilando directamente hacia ellos y escucharon el tableteo de la ametralladora y el zipzip de los proyectiles levantando la arena frente a ellos. También que nunca se sintieron tan aliviados como cuando a apenas un centenar de metros vieron impactar el proyectil anticarro español y destrozar las cadenas del vehículo.
La siguiente noche Mazarro durmió junto a la Puri sin levantar la cabeza de sus pechos. Toda la noche… De descubierta.

domingo, 21 de octubre de 2012

MI HERMANO ANTONIO. CUMPLEAÑOS “FELIZ” en LINARES.


El sábado le tocó celebrar a mi hermano su cincuenta cumpleaños. A mi hermano menor...
Viajamos a Linares, Tim incluido, para –de tapadillo y por sorpresa- juntarnos en una de esas ceremonias en las que amigos y familiares allegados –familiares, porque todos los amigos íntimos lo son- agasajan al homenajeado a golpe de sorpresa morrocotuda en la esquina del restaurante de turno.
El local elegido era un viejo edificio de piedra y mortero de hace trescientos años, de los pocos que aún quedan en el pueblo, y que ha sido reconvertido en restaurante resultón. Paredes encaladas y techo de vigas de madera vieja a la vista. Mesas para la familia, para los amigos y otra, la más apartada, para los más jóvenes –una mezcla de preadolescentes, adolescentes y universitarios en ejercicio-.
Mi hermano llegó de acuerdo al guion, a la hora en punto y con cara de sorpresa. Mi primo también, cinco minutos tarde y cara de circunstancias, como de “yo no he tenido nada que ver, ha sido mi esposa, como siempre…”. Cantamos el cumpleaños feliz –versión Parchís, adaptada- y brindamos con un vaso de cerveza en la mano –el vino quedó para más adelante-. Yo, como siempre, había discutido con anterioridad sobre la intensidad lumínica de la sala –insuficiente en mi opinión, y más que suficiente en opinión del dueño del local, un calvito con la misma pinta que Iniesta, pero sin su genialidad, ni en los pies, ni en las manos a la vista del resultado del condumio-.
Esta vez intenté no convertirme en la estrella del fasto. Tengo una cierta tendencia a ser –contra mi voluntad- el fiambre en el velatorio y el novio-cónyuge en la encerrona. Me mantuve sobrio toda la velada y mantuve la conversación neutra sobre el asunto político –nada fácil hoy en día-. Todo salió bien. Mi hermano recibió sus regalos, echó unas lagrimitas de legítima emoción y dijo algunas “tonterías” del tipo de qué bien que hemos llegado hasta aquí…
Descrito el ambiente –y, ahora en serio, apostillando que estuvo solemne y entrañable- toca plasmar el merecido homenaje a mi hermano.
Este tiene el aplomo vital de John Wayne en El Hombre Tranquilo. Antonio es un tío de pelo en pecho -en el sentido figurado porque en el antropomórfico mantiene la tendencia familiar al torso lampiño- al que admiro y respeto como a nadie. Nuestra historia de amistad no ha sido fácil. De entrada fuimos rivales -reñíamos como gatos de farra nocturna-, luego compañeros de piso durante los años universitarios en Sevilla –allí aprendimos a tolerarnos a ratos y trabamos amistad-, con el pasar de los años alejamos el contacto y él frecuentó diferentes ambientes y amistades, aunque siempre estuvimos ahí. Él me ayudó cuando lo necesité, sin pedirlo y como si la cosa no tuviera mayor importancia –que la tenía-. No compartimos las mismas ideas, pero tampoco nos alejan demasiado los planteamientos vitales. Simplemente ve la vida de otra forma, desde otra perspectiva.
Mi hermano Antonio es una persona equilibrada, tierno y tenaz, trabajador y sensible, cumplidor y responsable, respetuoso y luchador.  La vida no le ha salido rodada, pero se ha sobrepuesto y vencido a los inconvenientes que le ha puesto por delante el día a día.
Por todo ello le envío mis respetos y constancia de sincero cariño…
Felicidades Antonio. Y que cumplas muchos más.
PS: A la finalización del evento salimos al frío vespertino. Linares estaba vacío, las calles abandonadas y húmedas por la lluvia caida, las aceras huérfanas de gente. La intensidad de las luces de escaparates y farolas apenas si permitía reconocer el rostro de los escasos viandantes que nos cruzábamos… La poca gente que vi llevaba en su cara la marca de una extraña enfermedad, esa que nos asola cuando la felicidad abandona… Me dio pena ver a mi ciudad natal herida de muerte por la crisis que la asola, como a muchas otras ciudades y pueblos de esta España sangrante… Y lo peor es que sentí en mi boca el sabor amargo de cada cincuenta años que se han cumplido… En el otro plato de la balanza la risa y los ojos llenos de vida de mi hija y de mis sobrinas...

ATRACO…DE NUEVO FRANCELLA.


Este fin de semana he visto Atraco, la última película de Eduard Cortés. Una extraña mezcla de comedia, thriller y drama que no me ha convencido. Y no es que no hubiera ingredientes para hacer de esta una muy buena película. El guion es más que interesante, la ambientación y escenografía acertada, la fotografía extraordinaria, los actores adecuados. Sin embargo la película nunca acaba de despegar. Como comedia no pasa de provocar apenas unas risas, como thriller no engancha y como drama no conmueve. Lo resumiría con un simple carece del ritmo narrativo…
Guillermo Francella. Sublime. Su Merello es antológico. No es la primera vez que lo menciono en el blog, lo hice con ocasión del Secreto de sus Ojos. De nuevo Ojos Azules es lo mejor de la obra.
Es posible encontrar en la red algunas de sus películas en las que comprobar la ternura que imprime a cada uno de sus personajes. Por ejemplo en Papá se volvió Loco e Incorregibles. Y para reír a mandíbula batiente sus sketches de Poné a Francella para la televisión argentina.

jueves, 18 de octubre de 2012

EL MIEMBRO DEL DRAGON



Hacía días que no me llamaba Pintado, lo hizo ayer, desde algún sitio en la Costa del Sol. Le habían encargado un trabajo de los suyos. No estaba contento, lo noté en su voz, en la forma en que cortaba las palabras mientras hablaba. Me preguntó algo que no acabo de entender: ¿Tú –me llama así cuando está cabreado-, por qué el tiempo enreda cada pliegue de la vida hasta volverla insoportable? ¿Por qué se empeña en cambiar lo que estaba bien como estaba? No le respondí nada. Hacerlo no habría sido una buena idea. Todavía le estoy dando vueltas a su significado. Desvié la conversación porque cada vez me gusta menos que nadie me obligue a pensar en cosas transcendentes, sobre todo cuando la transcendencia te golpea con la contumacia de un martillo y la posible respuesta no deja en buen lugar los esfuerzos que has hecho para llegar hasta aquí.
En su lugar le pregunté si sabía algo de lo ocurrido hace un par de días en Fuenlabrada, si había oído algo de la Operación Emperador. Noté como se ponía nervioso -Pintado resopla estentóreamente cuando algo le incomoda-, incluso a la distancia digital me di cuenta de que había metido el dedo en una llaga que le resultaba cuando menos embarazosa. Sólo me dijo que mas valía que no metiera el hocico en asuntos de profesionales, que por menos aparecían en los contenedores de basura de la zona sur de Madrid restos de miembros amputados. Se había puesto poético y no teníamos a mano la barra del bar dónde se suele tranquilizar, así que lo dejé como estaba. A buen entendedor…
No paro de pensar en que si tengo que buscar una trama para una nueva entrega de Pintado, en el asunto de Fuenlabrada hay madera: con sus chinos de por medio, actor porno empresario del latex, concejal implicado y polis corruptos. Oro puro… Habrá que darse una vuelta por esos barrios y empezar a tomar notas para la próxima. El título podría ser algo parecido a “El Miembro del Dragón”…

martes, 16 de octubre de 2012

PREMIO PLANETA 2012. LA MARCA DEL MERIDIANO.


Me he despertado con la noticia: la obra de Lorenzo Silva “La Marca del Meridiano”, la última de Bevilacqua y Chamorro, ha ganado el Premio Planeta 2012. Me alegro y siento sana envidia, porque la serie es de lo mejor que nunca he leído. Cada vez que acabo una novela de Lorenzo Silva espero impaciente la publicación de la siguiente que nunca me ha defraudado.
Insisto, enhorabuena, estoy deseando meterle mano…
No obstante, mientras me afeitaba escuché en la radio que Silva se presentó al premio bajo seudónimo, no entiendo cómo es esto posible, ya que el autor ha publicado seis entregas previas de la saga...
Seguramente el de la radio desbarraba… O yo andaba todavía dormido...

domingo, 14 de octubre de 2012

CUENTOS DEL LEGIA MAZARRO. LA JOVEN DEL DESIERTO.


A saber… Me lo contó Pintado, a quien a su vez se lo había contado Mazarro…
El sol del desierto estaba en el cenit. La lona de la carpa que los protegía del efecto microondas ni se movía, ni una mosca sobrevolaba el aire que parecía caldo. Mazarro miraba los granos de arena como quien observa las estrellas en una noche de agosto, persiguiendo los ínfimos movimientos que producía un insecto bajo la capa silícea. En aquella tensa espera los únicos sonidos reconocibles eran: el latido del propio corazón, el recorrido de su sangre por venas y arterias -ese zuum cansado que provocaba el rozamiento del ir y venir del fluido contra las paredes de los conductos- y algún suspiro entrecortado e incontrolado del compañero que estaba junto a él, espalda contra espalda.
Esperaban la embestida de un momento a otro, los habían situado en el perímetro exterior del campamento, protegiendo uno de los senderos que venían de ninguna parte y se adentraban en ninguna otra. El aire olía a goma quemada –toda la noche la turba marroquí había alimentado sus fuegos de campamento con los neumáticos que habían saqueado la noche anterior del emplazamiento español- aunque nada empañaba el azul puro del cielo. Sin embargo cuando miraban a ras de suelo apenas si alcanzaban el centenar de metros, más allá el reverbero de la atmósfera hacía imposible distinguir si algo se movía realmente o era el efecto óptico.
Mazarro se enjugó la frente con el dorso de la mano, el sudor salobre le escoció en los ojos. Sentía la boca seca, se preguntó si por el miedo o por la aridez del ambiente, o por ambas cosas. Despegó el casco metálico de su cráneo, tenía la frente blanda como si se le estuvieran fundiendo los sesos y se pasó la mano por la cara. Tenía la barba dura, un erial tras tres días sin roturar. Quería volver a Puertollano cuanto antes, echaba de menos la alberca de la casa de su padre, apenas una charca con paredes de ladrillo enlucido, aunque allí se le antojaba el estanque del Sultán de Damasco. No acababa de entender lo que hacía en ese puesto avanzado entre Farsia y Jdiriya, en medio de aquel desierto que nunca había pertenecido a nadie, y a él menos.
Acarició la culata de madera de su Cetme C como si aquello pudiera espantar a los malos espíritus y comprobó que el selector de tiro estuviera en posición. El barboquejo del casco le seguía molestando pero no se atrevió a aflojarlo por miedo a que el sargento Peláez apareciera de improviso como solía.
El campo de minas empezaba a menos de doscientos metros, las habían sembrado los del batallón mixto de ingenieros dos semanas atrás y desde entonces ellos, los del tercer tercio, esperaban los movimientos de las patrullas que la infantería marroquí había desplegado a lo largo de la frontera. Las jaimas saharauis estaban a apenas quinientos metros a su espalda, un conglomerado de veinte carpas donde vivían unas decenas de familias en las yermas tierras que les habían visto nacer y morir por generaciones. Su contacto con ellos hasta el momento había sido mínimo, apenas al llegar en los Land Rover y mientras habían montado las tiendas de lona del campamento.
Los saharauis eran amistosos y suspicaces, orgullosos y leales. Los mandos les habían advertido y estaban avisados que cualquier intento de confraternización sería severamente castigado. No estaban allí para hacer amigos sino para evitar que los paisas que mandaba Hassan se adentraran en el territorio protegido.
A pesar de ello Mazarro se había fijado en ella la primera tarde a la caída del sol. Era muy morena, del color de los granos del café tostado, y tenía los ojos verdes, de esos que cuando reflejan la luz del sol parecen de oro, como los élitros de algunos insectos. Debía de tener apenas dieciséis años. Era alta y delgada, de formas elegantes, como un ánfora antigua. La Malhfa se adaptaba a las formas de su cuerpo como si estuviera cincelada sobre ella haciendo que cada pliegue de tela pareciera un accidente geográfico con vida propia. Era guapa, muy guapa, tal y como él se había imaginado a las jóvenes de los cuentos de las Mil y Una Noches.
Ella también se había fijado en él. Lo supo porque bajó la mirada después de fundirlo con sus ojos.
Se habían visto alguna que otra vez en esas dos semanas. Cuando él había atravesado el campamento de regreso de una batida nocturna y cuando regresó del cuartel general en El Aaiún. La segunda vez ella le acercó un cántaro de agua del que él bebió por cortesía. Esa vez sus ojos se enredaron más de lo prudente. Ella le sonrió tímidamente y él le había devuelto la sonrisa con admiración. Junto a ella había un pequeño perro, una mezcla indeterminada con el pelo crespo y manchado como la superficie de la luna. Ella lo llamó algo parecido a Zula.
Y era Zula el que bajo la calina pasó corriendo por delante del puesto. El cabo Suarez, su compañero, lo miró en silencio, apretó la culata del fusil  y tensó cada músculo de su cuerpo. Tras de él apareció ella, perseguía al perro, lo llamaba a gritos, sin saber que cada metro que avanzaba se acercaba a una muerte segura. Mazarro dudó unos instantes, apenas lo suficiente para que ella tomara unos metros de ventaja detrás de Zula. Él se dio perfecta cuenta de lo que iba a pasar, como si lo estuviera viendo todo a cámara lenta. Se irguió bajo la lona y corrió detrás de ella llamándola a gritos como si el sonido fuera una prolongación y pudiera atraparla entre sus dedos. La onda le llegó primero y luego la arena que le golpeó la cara como miles de minúsculos proyectiles. Cuando pudo recuperar la verticalidad sólo encontró un cráter en la tierra reseca y entre el polvo que aún flotaba en el ambiente un trozo de tela blanco con ribetes azulados que ya no parecía cincelado en el viento.
Aquella tarde el aire se llenó con los sonidos de las mujeres del campamento, un ulular penetrante, la despedida de la belleza en aquel desierto en que las flores nunca brotaban…
Aquella tarde Mazarro lloró y regaló lágrimas de oro sucio a la niña del desierto…        

jueves, 11 de octubre de 2012

ROSEBUD


La noche amenazaba con cerrarse en agua, así que apretamos el paso. El pub estaba más solitario que de costumbre, tanto que apenas si había un par de taburetes ocupados. A Pintado le apetecía mesa. No me preguntó, se sentó y en paz, lo seguí en silencio, no sin antes mirar alrededor por si las flais, nadie a quinientas millas a la redonda. No teniendo geografía interesante en la que perder la mirada nos enfangamos en una de esas conversaciones de hombres solos. O sea: nos quedamos en silencio mientras trasegábamos los líquidos que el camarero nos había traído hasta la mesa. Ayer no estaba ni Julia, esa chica salvadoreña que cuando no hay nadie nos alegra el rato con su aleteo de pestañas y su sonrisa límpida y evocadora de lugares más cálidos.
Pintado se ventiló el single malt sin rechistar. Mi primera cerveza desapareció en el torbellino que se tragó a Moby Dick. Lo miré con curiosidad, no es raro que no hable, pero sí lo es que lo haga sin mirar. Le pregunté lo que pasaba. Recibí como respuesta el silencio hosco, hiriente como un dardo directo al cerebelo. Palpaba que detrás del vacío bullía un universo hirviente, un caldero en el que se recocía el regusto de la decepción. No me levanté y me fui porque no cuadró, pero es lo que tocaba.
Así pasamos hasta la tercera copa, como dos crustáceos balanceándose en las aguas turbias del fondo marino, cerca de las rocas, en algún lugar lejos de ninguna parte. Pintado se levantó y pagó sin preguntar. Dejó el billete arrugado en la barra y me hizo un gesto. No había contrariedad, apenas furiosa decepción. Salimos a la calle: un escenario inquietante como una reyerta en un pueblo fronterizo, desierta como una aldea abandonada allá en los Monegros, desprovista de vida y perdida como la mirada de un comanche borracho.
Me levanté el cuello de la chaqueta al sentir el frio que venía sierra abajo y caminé junto a mi amigo dejando que el aire de la noche despejara los humores malignos que no sé por qué, anoche, azotaban el espíritu de Pintado.
La clave me la dio al despedirme delante de la puerta de su casa, me miró como lo hubiera hecho un perro apaleado a quien después acaricia su hocico. Me miró y masculló: “Rosebud…”  

martes, 9 de octubre de 2012

¿QUIÉN ES JOHN GALT? LA REBELION DE ATLAS.

La Rebelión de Atlas –Atlas Shrugged, Ayn Rand, 1957- comienza con la pregunta ¿Quién es John Galt?

Sus más de 1000 páginas se leen casi sin darse cuenta, dejando tras de sí una aparente sensación de liviandad, apenas una historia que nos puede parecer caduca y ñoña, con algunas frases ocurrentes, situaciones risibles y personajes rancios que se volatilizaron en el olvido del tiempo antes incluso de que la novela viera la luz.
¿Por qué una novela así, publicada hace 55 años y catalogada en España durante años como de Ciencia Ficción, tendría ahora una relevancia especial?

Pues porque al margen de la importancia que la obra ha tenido en el pensamiento Neoliberal, narra situaciones que empiezan a ser inquietantemente actuales. Lo ha visto así el oportunista Hollywood. En 2011 se estrenó la primera parte de la película y a finales de año verá la luz la segunda parte de la trilogía.
La intervención del Estado, el poder de los grupos de presión, de los Partidos, de los colectivos en defensa de…, el café para todos, el bienestar "social" por encima de la capacidad del individuo y del esfuerzo personal… Entre otros.
En la España (mientras lo permitan los secesionistas) de Mas, Valderas -su última joya la de ayer, la victoria electoral de Chávez, una oportunidad única para que Venezuela y Andalucía estrechen lazos…-, Pachi López y Pachi Vázquez –no son primos, aunque lo parezcan-, Valenciano, Rubalcaba y Chacón –los del federalismo asimétrico-, Gómez, Fabra –el cacique de otra época-, Mariano y sus mariachis (empiezan a mariconear, y no le encuentro el chiste, sin poner coto al desmán autonómico)... En la España estrellada de los jueces estrella, banqueros estrella, empresarios estrella, jugadores estrella… En esta España de la madre que los y nos parió. En esta España que sin saber su significado se pregunta de continuo ¿Quién es John Galt?, está sucediendo…
Quiero reseñar los recuerdos que se han agolpado en mi mente mientras la leía: el olor del papel de los libros de la colección Reno de Plaza & Janés que mi padre atesoraba en los anaqueles del mueble bar, sobre el hueco del televisor en blanco y negro –imágenes que siempre irán juntas en mi memoria-: el Telefunken junto a las ilustraciones de las portadas desencuadernadas, de tanto leerlas, de las novelas de Lajos Zilahy, Sinclair Lewis, Pearl S.Buck, William Faulkner, John Steinbeck, W. Somerset Maugham, John Dos Passos, Knut Hamsun, Arthur Hailey, Frank G. Slaughter, Thomas Mann… Novelas que me llevaron a recorrer los bosques de centroEuropa, las llanuras del Oeste, lastrochas embarradas en el deshielo en las Montañas Nevadas, las calles de Nueva York, de Chicago, de Los Angeles, de Berlin. A transitar la posguerra, a vestirme con sombrero y gabán, a tocar medias de seda y sentir aquella cascada luz biliosa gotear desde farolas a miles de kilómetros de Linares… Mientras fuera, en la calle adoquinada con baches centenarios, hacía frio y llovía; mientras dentro me llegaba el olor a castañas asadas, preparadas en el brasero de picón que calentaba mis piernas bajo la mesa camilla.

NIÑOS DE LA CALLE. De nuevo Fabrés.

23              NIÑOS DE LA CALLE. De nuevo Fabrés.


Moisés García el Pardillo había estado en el registro dirigido por su jefe, el comisario Bermúdez. Por expreso deseo de Pintado había quedado al margen del grupo que conocía su situación. Para él su antiguo jefe y amigo había muerto en aquél recóndito lugar del Amazonas. Sin embargo participó de buena gana en la redada frustrada. Seguía en la Brigada Judicial, aunque en la unidad especial de lucha contra el crimen organizado. No le había dicho que no a Bermúdez cuando este lo invitó a intervenir.
Pintado siempre había dicho de él que era como un perro de presa, una vez que mordía no soltaba. No era el policía más brillante del cuerpo, pero nadie nunca le pudo reprochar que no fuera de los más concienzudos y detallistas.
Por eso le extrañó cuando encontró aquel arsenal de medicamentos en la supuesta clínica de reposo. Sobre todo la enorme cantidad de algo etiquetado como Proceanim. Cualquier otro lo habría pasado por alto, pero no García. Su hijo había estudiado medicina, y su padre estaba muy orgulloso de él. No tardó en llamarlo por teléfono para preguntarle para qué servía el fármaco. Más se extrañó cuando el doctor García hijo le informó que el Proceanim era un preparado sintético fabricado por un laboratorio suizo y empleado como inmunosupresor en veterinaria, aparentemente aplicado con éxito para el tratamiento de afecciones hepáticas equinas. Ese laboratorio, Procea, estaba especializado en este tipo de fármacos y tenía en este momento su versión para aplicación humana en la fase de experimentación animal: el Proceantrim. Cuando el padre preguntó al hijo para qué demonios se utilizaría el fármaco, la respuesta le impactó. Evidentemente para trasplantes de órganos… Y Moisés García se preguntó qué demonios haría en una clínica de reposo, dedicada a la estética semejante arsenal de fármacos inmunosupresores para animales.
El siguiente paso era lógico, investigar el canal de distribución de los fármacos. Y se encontró con que Procea tenía una filial española donde se llevaba a cabo la experimentación clínica con animales antes de dar el paso definitivo para solicitar su homologación para aplicación humana. La filial española de Procea tenía la misma sede social que la Sociedad Médica del Noroeste.
Y García ató cabos y se lo comunicó a Bermúdez días después, cuando se enteró que su Comisario estaba en situación de prejubilado. Aunque él no tenía todas las piezas del puzle, la que cayó en sus manos indicaba que aquello olía, mal, muy mal.

Bermúdez entró en la sala de visitas de la cárcel del Puerto de Santa María tras franquear el escáner y firmar la hoja registro que le había puesto por delante el funcionario de prisiones. Apenas recordaba la última vez que había estado allí en ejercicio de su profesión. Nada había cambiado, el mismo olor a desinfectante, el suelo de terrazo desgastado en las zonas de paso, las mesas de formica con los cantos despegados. Y el ruido que invade el espacio de las cárceles, el silencio plagado de sonidos lejanos, un murmullo que no cesa y taladra los sentidos. Había tenido que pedir varios favores para llegar hasta allí y entrevistarse con Jaume Fabrés.
En los años que llevaba entre rejas el catalán había dejado de ser el cabrón arrogante que jodió la vida a Pintado durante la investigación del asesinato de Arangoa. No obstante, a pesar de que había perdido pelo y sin sus trajes caros parecía un truhán cualquiera de los hacinados en las galerías de presos peligrosos donde estaba confinado, el antiguo hombre para todo de Medina seguía teniendo la misma mirada de depredador de antes.
Los ojos de Fabrés brillaron cuando vio la oportunidad de joder a su antiguo patrón. Se sentía decepcionado, traicionado por este. El Marqués lo había dejado tirado, como a una colilla, solo a su suerte - estaba condenado a treinta años, y no saldría de allí hasta dentro de quince, en el mejor de los casos-. Ahora la fortuna le brindaba una oportunidad para vengarse. Así que le contó al policía todo lo que había callado durante el juicio. Claro que sabía perfectamente el origen de la relación entre Medina y Cienfuegos. Él fue quien los presentó a ambos. Supo desde el principio, desde que se tropezó con aquella chica de buena familia en aquel prostíbulo de altos vuelos regentado por Elena, que ella valía su peso en oro. Sólo tuvo que engancharla un poco más. Hasta que el padre cayó en la red. Luego bastó con venderle el favor. Así se compran a las personas…
Bermúdez encendió un cigarrillo con la anuencia del funcionario que le había abierto la ventana enrejada y vio pasar a Fabrés ensimismado en su mundo interior, ese en el que acaban viviendo los presos, a falta de otro. Iba camino del patio. Allí abajo, entre los cuatro muros que encerraban su vida actual, el catalán olió el rancho carcelario y, aunque añoraba los restaurantes caros que acostumbraba en el pasado, ahora la mejor comida que se podía permitir consistía en una lata de sardinas del economato mezclada con kétchup y cebolla. Sonrió al pensar que escribiría a Ferrán Adría para sugerirle que preparara perlas de sardina confitada en cápsula de tomate y chalotte.... Y Fabrés recordó al puto espía aquel que le había jodido la vida y le deseo la peor de las suertes. A pesar de que había sido un día como todos, uno más de los cinco mil quinientos cincuenta y cinco que tenía por delante, se alegró ante la emoción de haber arrastrado con él a dos pájaros de cuenta.

domingo, 7 de octubre de 2012

NIÑOS DE LA CALLE. Agua.

23              NIÑOS DE LA CALLE. Agua.


La botella de whisky estaba a punto de dar el último suspiro, el cenicero repleto de colillas, Real aplastó la décima de la serie después de encadenar con ella el undécimo cigarrillo. El puto grillo de la noche pasada seguía cantando rancheras en el jardín después de expulsar a la lechuza que lo había dejado por imposible. Los ojos de Real parecían inyectados en sangre después de que contara de nuevo a Pintado lo que había averiguado.
-Aquello no es una clínica de reposo. He visto muchas cosas, pero nada como esto. No volvería a pasar por eso otra vez si puedo evitarlo, es diabólico. Tenías que haber respirado ese ambiente… ¡Coño Ginés, abrió los ojos! Respiraba y la máquina marcaba los latidos del corazón. ¡Aquel chico estaba vivo, cosido como botillo, vivo…! Me pregunto por qué todos los fiambres de la morgue eran jóvenes latinoamericanos. ¡Joder!, parecían niños de la calle. De los que te puedes encontrar en cualquiera de las grandes ciudades del continente. No son muy diferentes de los que he visto en Buenos Aires, en Rio o en Lima… Tenían esa mirada… Incluso con los ojos cerrados tenían esa mirada…
Pintado se quedó meditando las palabras de su compañero. Y una idea se abrió paso en su cabeza…
-Quizás Paco esa sea la explicación. Quizás después de todo Elena Carrión no reclutaba chicos de la calle sólo para prostituirlos, quizás querían algo más de ellos…

Decidieron redactar un informe y entregarlo a Bermúdez. Aunque sopesaron la opción de esperar e intentar obtener más datos, el recuerdo de los cadáveres en la morgue de la clínica les inclinó a actuar sin más dilación. No sabían qué estaba pasando realmente, ni mucho menos los porqués, habían atisbado en un flash algo que podían imaginar execrable y tenían la obligación de parar aquella locura lo antes posible. Podían, eran, muchas, demasiadas, las vidas que había en juego. No obstante eran conscientes de que antes de que la justicia pudiera intervenir pasarían muchas horas antes de obtener los permisos necesarios y mover la maquinaria legal.
Y lo que ocurrió después fue muy complejo de organizar. El procedimiento a todas luces irregular. A pesar de la oposición de la Audiencia Nacional que no quería actuar con pruebas tan limitadas y sin preparar mínimamente la intervención, Talavera habló con Satrústegui y eso permitió instruir de emergencia bajo los indicios de una confidencia a la policía sevillana, esa fue la cobertura legal del proceso. El auto de instrucción llegó al día siguiente y el juez encargado se personó en la Clínica ZOT.
El registro se hizo con la intervención de un numeroso equipo formado por agentes de la Brigada Judicial reforzados por un operativo de la Guardia Civil compuesto por varios números del cuartel de Rascafría y miembros de la Unidad Central Especial de Inmigración venidos desde Madrid. Todo ello montado en un tiempo record gracias al apoyo de la Fiscalía General a la operación. Real los acompañaba por deferencia del Comisario Jefe de la Brigada en Madrid. Pintado quedó esperando, oculto, obligado por las circunstancias.
No encontraron nada.
Efectivamente la distribución del complejo obedecía al esquema que había dibujado el confidente. Existía una sala con cámaras frigoríficas en las que encontraron cuerpos de animales que se utilizaban para experimentación y para la obtención de células embrionarias con las que fabricaban una crema que aplicaban a los pacientes de la clínica. Existían los quirófanos, pero eran utilizados para operaciones de cirugía estética. La sofisticada maquinaria médica era un conjunto de equipos de cirugía laser y ultrasonidos al servicio de la estética.
Las plantas asistenciales del edificio tenían una ocupación limitada ya que la práctica totalidad de las intervenciones tenían carácter ambulatorio. De entrada a nadie le extrañó la sofisticación de los medios y equipamientos. Sin duda se trataba de una clínica que proporcionaba servicios caros a clientes muy exclusivos. A nadie pareció tampoco extrañar que los pocos pacientes que ocuparan las habitaciones fueran chicas que parecían salidas de los clubes y prostíbulos esturreados a lo largo de las carreteras españolas. Pareciera que el establecimiento se hubiera especializado en siliconar anatomías para el disfrute del personal.
Fueron atendidos por una cordial relaciones públicas que les guió y condujo por cada uno de los recovecos del edificio.
La lista de clientes quedaba protegida por el secreto profesional hasta que el juzgado cursara la orden correspondiente.
El juez salió tan airado del recinto que dejó a Real en tierra acompañado del comisario madrileño. En paralelo se habían practicado los mismos registros en los centros de Sevilla y Coruña con idéntico resultado. Bermúdez en Sevilla asistió a las diligencias con cinco palmos de narices, como su colega de Madrid.
Las conclusiones del juzgado fueron contundentes: No existían indicios suficientes de delito, aunque se pudieran apreciar faltas administrativas relativas a la actividad de la clínica. La legislación española no era lo suficientemente precisa al respecto como para aplicar otra cosa que no fuera una sanción económica. La Dirección de la empresa se reservó la posibilidad de emprender acciones legales contra el Estado por las molestias sufridas. Y Ahí quedó la cosa.