SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


sábado, 30 de junio de 2012

CADA MOCHUELO A SU OLIVO. BERMÚDEZ.

17           CADA MOCHUELO A SU OLIVO
Bermúdez


Bermúdez hacía años que no desarrollaba su actividad en la calle. Se había oxidado, perdido la habilidad de transitar la mentira y la verdad y distinguirlas en lo ordinario. Hacía años que lo suyo era organizar, aplicar la disciplina y traducir las órdenes de los superiores. Era un viejo carcamal, una enorme y vieja tortuga varada de espaldas en la orilla de una playa en marea baja. Le faltaba un año para la jubilación, después de tanto tiempo podría disfrutar de los nietos que empezaban a llegar, dedicarles el tiempo que no había dedicado a sus hijos, y a Isabel… Quería pasar los días en su casa de la costa, leyendo, construyendo modelos a escala de buques hundidos hace siglos, buceando en el archivo del museo de la Marina española, y viajando, recorrer todos esos lugares con los que había soñado.
Decidirse por ayudar a su antiguo discípulo había supuesto un dilema sólo resuelto tras una larga conversación con Isabel. Al final se había impuesto la amistad y el cariño que sentía hacia Ginés.
Carmen había engordado después de casarse y tener su primer hijo. Ya no era aquella hembra inquietante que volvía loco a Pintado cada vez que pasaba junto a ella camino del despacho del jefe. Sus caderas, antes opulentas, se habían transformado en las cuadernas de popa de un bajel, que no obstante todavía podría surcar los mares procelosos del deseo. Su pecho estaba más inflamado y, si bien había adquirido el volumen necesario para poder alimentar a la manada que surtía de carne la construcción del ferrocarril de Arizona, todavía conservaba un cierto magnetismo con el que atraer miradas. Sus ojos seguían manteniendo ese fuego capaz de abrasar el alma más cándida. Ahora estaba inmersa en los trámites de la separación de su marido y su humor no estaba para fiestas precisamente. El joven y prometedor abogado que conoció aquella Feria, tras la fugaz aventura que había tenido con el puñetero inspector Pintado –como ella lo llamaba desde entonces-, no le había aguantado más allá de un asalto. Desde que el niño nació vinieron las desavenencias, y con ellas la ruptura, el marido no soportaba la expectación que despertaba su joven esposa. Ahora vivía sola sin varón que le ladrara, hasta que el tiempo y las ganas lo remediaran.
Carmen franqueó el paso al visitante después de abrir la puerta del despacho del Comisario Jefe. El juez Talavera saludó al pasar junto a ella, admirando las formas ciclópeas de la joven y apartándose para no ser empitonado por las imponentes prominencias pectorales de la fémina.
-Bienvenido señor Juez, por favor siéntate… -Invitó el policía con un gesto de la mano.
-Comisario, esa secretaria tuya… ¿es la misma de la última vez?
-¿Carmen? Sí, ¿por qué lo preguntas?
-No sé… ¿Cómo te lo diría sin ofender...? Ha desmejorado un poco. La recordaba más contenida…
-Sí… Bueno… No atraviesa un buen momento, sabe… Problemas en su matrimonio… Esas cosas de las parejas jóvenes, ya me entiendes…
-Desgraciadamente en este país se ha perdido el norte… Cada perro se lame su cipote, como decimos en mi pueblo… Qué se le va a hacer… Dime comisario, ¿qué quieres de mí? Ya sabes que estoy retirado desde hace un par de años.
-Iré al grano. ¿Recuerdas aquel caso que tuvo que ver con Soledad de Guzmán, la Marquesa de Hornachos?
-¿Qué si lo recuerdo me preguntas? Me costó la carrera... Bueno en realidad en la práctica me apartaron de él como un apestado... Y por lo que recuerdo a tu brigada tampoco le salió muy bien el tema. Recuerdo que tomaron el control desde Madrid y alguno de tus hombres dejó la policía... Pintado, ¿verdad?, ¿era así como se llamaba...?
Bermúdez asintió en silencio. Dejó transcurrir unos segundos antes de proseguir.
-¿Te gustaría resarcirse de todo aquello?
-Dime cómo, no hay día que no me acuerde. Si no llega a ser por aquel puñetero embrollo podía haber llegado a presidir el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, y mira como ando ahora... Jubilado y teniendo que aguantar todo el día a la pesada de mi mujer y a los putos perros...
La conversación se interrumpió cuando Carmen entró en el despacho trayendo consigo una bandeja con café y pastas. Dejó las cosas sobre la mesa dándole la espalda al juez. Este tragó saliva a punto de atragantarse. Ella, tozuda como una mula en celo, había decidido no renovar su vestuario, el mismo que usaba cuando tenía un par de tallas de menos. Bermúdez no pudo reprimir una sonrisa.
-Esa mujer –dijo el juez cuando la joven salió- es un peligro para la salud pública. Alguien debería advertirle del efecto que causa.
-No seré yo quien lo haga. Aprecio la vida y no sabes cómo se las gasta... Volvamos a lo nuestro. ¿Sigues conservando alguna influencia en el juzgado?
-Aunque me laminaron conseguí mantener al margen a mis jóvenes delfines. Alfredo Satrústegui, uno de ellos, es ahora Fiscal General del Estado y guardo con él una excelente relación y amistad.
-Esa es otra razón para contarte lo que ahora voy a relatarte...
Media hora más tarde Talavera abandonó el despacho de Bermúdez con una enigmática sonrisa en los labios. Cuando pasó por delante de la secretaria le lanzó un requiebro como no recordaba en toda su vida. Carmen se volvió hacía él sin dar crédito a lo que oía, aunque halagada por el piropo, lo consideró inoportuno por venir de quien venía. El ex juez dejó el edificio entre acordes de las marchas militares que resonaban en su cabeza...
Fuera, los vencejos volaban surcando el cielo luminoso en formación de combate, hechos viento y aire, luz y calor de la jornada, anunciando con sus gritos la llegada del verano que en pocas jornadas fundiría el asfalto de las calles sevillanas…

NOTA DEL AUTOR: El capítulo, tal y como se ha incluido, está incompleto. Solo contiene alguno de los párrafos del original.

viernes, 29 de junio de 2012

CADA MOCHUELO A SU OLIVO. PACO REAL.

17           CADA MOCHUELO A SU OLIVO
Paco Real

“(…) Si yo me hago árbol viejo al otro lado del río
y me toca ser el árbol que recuerda y sueña
puedes estar bien segura que soñaré contigo
con tus ojos grises como el alba
y con tu sonrisa
con la cual se vistieron los labios de los rosales
en los días más felices (...)”

Al Otro Lado
Alvaro Cunqueiro




Paco Real atravesó la puerta de la discoteca de moda en Sevilla con la vaga esperanza de encontrar al Arreglao. Hacía años que no trataba con el confite y en estas cosas, como en otras, la clave está en la continuidad y en el lubricante que engrasa la maquinaria, y ni de lo uno ni de lo otro había en este caso.
Una música estridente empantanaba el aire como la nada ocupa cada uno de los intersticios del espacio. Un chunda chunda que, perdido el cerebro, hecho pulpa, taladraba el cerebelo como un berbiquí y hacía que los ojos de los abducidos danzantes concentraran su mirar en algún lugar indeterminado del vacío. Un grupo de chicas saltaban sin moverse del sitio, suspendidas de un muelle imaginario, semejantes a polichinelas de trapo colgados de una cuerda elástica. A su alrededor se movían jóvenes varones con las manos en los bolsillos, aferrados a los vasos de tubo como si estos fueran el único punto fijo del planeta, alrededor del cuál giraban su danza particular. Empapados por el sudor, la ropa se les pegaba a la piel como camisetas mojadas, sus cuerpos húmedos brillaban como jamones curando en la bodega al calor del verano.
Real miró a su alrededor hasta que lo vio en el pasillo, junto a la puerta de los urinarios, vestido como Travolta antes de ir a los toros: de chaqueta blanca y pañuelo rojo anudado al cuello sobre camisa negra, el súmmum de la elegancia siglo veintiuno. Le acompañaba un rapaz de aspecto atolondrado y mirada perdida en algún lugar del universo tenebroso. A sus pies la vieja caja de limpiabotas señalaba la posición de la pareja, como una baliza la maniobra de entrada al puerto. Un par de jóvenes salieron de los meaderos con aspecto de haberse puesto tibios de alguna sustancia estupefaciente ilegal.
Nada más verlo el Arreglao tiró para el Puerto intentando escabullirse por la salida de emergencia. Real se adelantó y atrancó la puerta con el pie. Le puso la mano en el hombro y lo presionó contra la pared obligándolo a mirar en su dirección. El atolondrado tiró para Barranquilla, y se encontró con la caja del limpiabotas en medio de sus pies, tropezando y cayendo al suelo. Real lo remató con un golpe, justo detrás de la rodilla.
-Inspector, joder, ¿se puede saber lo que le hemos hecho? –Preguntó airado el Arreglao. –No ve que le ha hecho daño al pobre chico. –El pícaro se arrodilló junto al joven y lo ayudó a levantarse.
-Tú sabrás, no parecía que me estuvierais dando la bienvenida. –Respondió Real, tomando al chaval por el brazo y apoyándolo junto a la pared. El chico se dolía del golpe recibido en la rodilla con evidentes gestos en el rostro.
-Con ustedes en este plan más vale darse el piro… No se ha visto los ojos. –Argumentó el Arreglao.
-Entonces ya sabes lo que no tienes que hacer la próxima vez. -Concluyó Real.
Uno de los seguratas del antro se había acercado hasta ellos con intención de repartir un mamporro al broncas bajito que le andaba revolviendo el colmado. Real lo miró con cara de cabreo y le enseñó la placa. El armario puso a trabajar la única neurona sana y pareció entender la indirecta, reculó con gesto ostensible, las manos abiertas y los brazos separados del cuerpo en señal de pasaba por aquí y no quiero buscarme problemas, jefe. El policía le señaló la puerta de emergencia cuya barra de apertura estaba bloqueada con una cadena y un candado. El guardapuertas sacó una llave de un bolsillo y franqueó la salida del grupo. El viejo sujetó al joven por las axilas y los tres salieron a la calle fuera del local.
-¿Y este quién es, Arreglao? –Preguntó Real señalando al chaval con la mirada perdida.
-¿Este? El hijo de mi hermana. Un desgraciao… Nació un poco lelo, y de algo tiene que vivir el pobre… Además como da lástima, y no es tan tonto como parece, me vale para ir repartiendo las cosillas… Que de algo hay que vivir. Aunque ahora con eso de la prohibición del tabaco en los lugares públicos… Habrase visto, que crean que la gente es capaz de expansionarse sin fumar ni na y esas cosas… Estamos locos, Inspector. Locos…
-Déjate de discursos Arreglao. Así que de vuelta a las andadas… No me dirás que lo que andas trasegando es tabaco… Tú no has vendido tabaco en la vida. A otro perro con ese hueso…
-No sea usté asaura… Dígame en qué puedo servirlo Inspector. Hace mucho tiempo que no me buscaba.
-Verás Arreglao ¿Te acuerdas del asunto aquel de la Marquesita?
-Como quiere usted que no me acuerde. Pero de eso hace ya una jartá de tiempo. Por lo menos tres años… ¿Qué quiere usted saber?
-Me he enterado que tras la muerte de Soledad de Guzmán y todas las detenciones que hubo, alguien se le quedó con el negocio… -Real hizo el silencio esperando la respuesta del Arreglao. Lo miró como quien mira al oráculo.
-Joder, jefe, ha pasado mucho tiempo, yo ya no estoy como antes, míreme, no ve que ando en otros menesteres… -Respondió el pícaro intentando salirse por los cerros de Úbeda.
-Déjate de cuentos. Arreglao, no se mueve nada en Sevilla que tú no sepas, así que desembucha…

NOTA DEL AUTOR: El capítulo, tal y como se ha incluido, está incompleto. Solo contiene alguno de los párrafos del original.

LA SEMANA 26


Esta semana están sucediendo cosas que son de vital importancia para todos nosotros.

No me refiero a la clasificación para la Eurocopa, por mucho que sea una enorme alegría para el país y una señal necesaria para calmar nuestro espíritu. Me refiero al resultado de la cumbre europea que se está celebrando estos días.

Me he levantado hoy con una noticia que llevaba tiempo esperando, pareciera que, por fin, las necesidades de España e Italia van a ser atendidas de modo leal por sus socios en vez de poner el pie para que tropiecen y se hundan en la bancarrota –como si el traspiés no implicara asimismo la destrucción de la Europa del Euro-.

De momento son buenas noticias, aunque quedan por concretar y asumir las consecuencias de la letra pequeña que necesariamente habrá. Las condiciones bajo las cuales se hará la recapitalización de las economías, de momento, parecen ser acordes con la lógica de intentar apaciguar los ánimos y sobrevivir la tormenta perfecta que se desató hace meses contra nosotros.

Hoy toca felicitar a Mariano por su impasibilidad ante la visión del abismo y pedirle templanza para continuar, porque tengámoslo claro el abismo sigue ahí esperando engullirnos tan pronto  mostremos debilidad…

Y de paso, España, el domingo a por ellos… que son pocos y nos tienen miedo…  

miércoles, 27 de junio de 2012

PIEDRA DE SAL. León Felipe.

PIEDRA DE SAL
León Felipe


Tú estabas dormida
como el agua que duerme en la alberca ...
y yo llegué a ti
como llega
hasta el agua que duerme
la piedra.
Turbé tu remanso y en ondas de amor te quebraste
como en ondas el agua que duerme se quiebra
cuando llega a turbar su remanso dormida
la piedra.

Piedra fui para ti, piedra soy
y piedra quiero ser, pero piedra
blanda de sal
que al llegar a ti se disuelva
y en tu cuerpo se quede
y sea
como una levadura de tu carne
y como el hierro de la sangre en tus venas.
Y en tu alma deje una sed infinita
de amarlo todo ... y una sed de belleza
insaciable ...
eterna ...

lunes, 25 de junio de 2012

CON LA BRISA DEL MAR


Había quedado con Mazarro en el muelle. A esa hora de la tarde las gaviotas estaban en tierra y un cormorán solitario daba vueltas sobre los rizos del mar a la espera de una caballa curiosa. El fresco salobre que venía de mar adentro me provocó un escalofrío que recorrió mi cuerpo, como una descarga eléctrica.
Mi amigo llegó caminando cansinamente, como si le pesara la vida. Tenía la cara partida, la nariz le sangraba y un fluido rojo y pesado, como una gelatina de consistencia incierta, se deslizaba por su barbilla, como la papilla por la cara de un bebé.
-Pintado –me dijo con una voz cascada, una que parecía conservada en aguardiente-, tienes mal aspecto.
-Anda que el tuyo –le respondí y él enarcó la ceja como quien no comprende-. Parece que te ha pasado por encima una manada de búfalos.
-Quien me ha pasado por encima ha sido el puto Búfalo Bill y los siete enanitos –dijo mientras se masajeaba la barbilla y escupía al suelo un esputo rojo y espumoso en medio del cual le voló uno de los dientes-, pero ellos han quedado peor.
-Ya –me miró extrañado de que, por la expresión que le debí poner, no le creyera-, y ahora cuéntame una de vaqueros…
-Pintado –él me llama siempre Pintado, a pesar de que nos conocemos desde hace años, casi tantos como los que llevo en la profesión-, era ella, seguro. Te la está pegando. Lo siento…
Bajé la cabeza y me giré de lado. La brisa del mar se me metió dentro, como un fantasma que me caló cada hueso del cuerpo. La luna empezaba a destacar sobresaliendo tímidamente por la línea del horizonte, sobre el perfil de la ciudad lejana, y el chorro de luz que la farola del muelle apenas regaba sobre la superficie del mar era un pálido rastro de luciérnagas sin vida…
Las lágrimas se quedaron encajadas en mi garganta, esperando el próximo siglo. Y un grito que nadie oyó se perdió en mi cabeza, como un eco tragado por la oscuridad. El recuerdo de su piel de terciopelo y de sus labios de seda se escurrieron dentro de mi memoria, tragados por el insaciable deseo que ella me había dejado como única herencia…   

sábado, 23 de junio de 2012

ZENET. UN DESCUBRIMIENTO INESPERADO


LLegó por casualidad, una de esas cosas que sin querer pasan. Buscando historias de Olmedo y Porcel, rastros de sus películas y chascarrillos, y allí cómo en el fondo de un cajón, perdido, una breve secuencia con una interpretación extraordinaria.
Brillante y evocador, un diamante pulido y magníficamente cortado.
Un regalo para todos. Toni Zenet, malagueño. Y afortunadamente para mí vecino de Madrid, como tantos otros que sin haber nacido aquí, acabamos sintiendo esta ciudad que acoge a tanto náufrago.  

DE VUELTA

16              DE VUELTA

"No, no es cansancio...
Es una cantidad de desilusión que se me entraña
en el pensamiento,
es un domingo al revés
del sentimiento,
un feriado pasado en el abismo(...)”

Fernando Pessoa



La penumbra gris hacía que el tiempo pareciera detenido en el interior del habitáculo, polvo suspendido, un olor acre a humanidad estabulada. El amanecer salió al encuentro del cielo por la ventanilla del avión. Hacía nueve horas que habían partido de Lima, por eso había poca gente despierta, sólo algunos parecían inmunes al cansancio provocado por la larga travesía. A su lado dormitaba un anciano cuyos ronquidos hacían peligrar la integridad del aparato.
Todavía faltaban al menos un par de horas para llegar a España, pero Pintado estaba demasiado cansado e inquieto para conciliar el sueño. Había trascurrido un mes desde la explosión de Iquitos y desde entonces había estado escondido, esperando en el cubil como un animal acorralado, aguantando el calor y la humedad que se le pegaba a la piel con persistencia de sanguijuela. Días de curas dolorosas, de recuerdos de sensaciones que le recorrían la mano como si transitara sobre ella un ejército de hormigas soldado. Hasta que las heridas habían curado lo suficiente para emprender el camino de regreso a España. No fue fácil, tuvo que salir de la selva arrastrándose, con un torniquete en el brazo y la herida del hombro taponada por una compresa de hojas de plátano machacadas con la boca antes de que la vida se le escapara por el agujero provocado por la bala de Stewart. Dejó el incendio a su espalda, aún recordaba los quejidos de Elena herida de muerte, los animales sueltos, el olor a carne quemada y a gasolina que impregnaba el ambiente. El humo acre se le había metido en los pulmones provocándole nauseas y vómito, y el dolor lacerante con cada espasmo. Rodó, gateó, se hirió con los bordes cortantes de palmas y cañas, hasta que hundió la mano sana en el lodo de la orilla y sintió el fresco revivir del agua en su cara. Se subió a un esquife que encontró en la ribera y se dejó llevar río abajo hasta que al amanecer lo encontró un nativo que pescaba en esa parte del Amazonas. Para entonces había perdido mucha sangre y estaba prácticamente inconsciente. El indígena lo condujo hasta la choza en la que vivía con toda la familia, allí lo cuidaron hasta que pudo moverse por sus medios. Por suerte la bala en el hombro había salido sin causar graves destrozos, una herida limpia que lo atravesó. El chamán que atendía a los pobladores de aquella parte de la selva lo curó con los remedios que proporcionaba la naturaleza. Poco a poco la fiebre remitió y los dolores se calmaron. La cicatriz del hombro y los muñones no quedarían muy estéticos, aunque ese tema más tarde tendría solución.
Pasó allí casi una semana, el ejército rondaba día y noche los alrededores peinando la zona y preguntando a los pobladores locales sobre lo que había ocurrido río arriba. Nadie sabía nada, aunque todo el mundo suponía que un ajuste de cuentas había clausurado la extraña factoría donde se comerciaba con carne humana. En el fondo todos respiraron aliviados, el dinero fácil que entraba por allí se podía volver contra ellos en cualquier momento. Cuando estuvo lo suficientemente repuesto el indio lo llevó hasta Iquitos en la frágil lancha con la que transportaba las frutas y el pescado con cuya venta sobrevivía. Adquirió con él una deuda de por vida.
Pintado se las había arreglado para llamar a Rosana, que lo esperaba en Pucallpa desesperada por la falta de noticias. Esta le remitió un giro postal a la oficina local de correos, con ese dinero pudo pagar un pasaje en una de las embarcaciones que acarreaban mercancías y pasajeros por el río. Nadie preguntó a bordo a aquel hombre con barba de varios días y una mirada de las que cortan la respiración. Pintado llevaba escrita en el rostro la tragedia de la muerte, roturada en cada surco de la piel.
Rosana había aguardado su regreso de forma axiomática, con esperanza inconsciente, sin preguntar al tiempo ni cuestionar la lógica de los actos. El “porquesí” en estado puro. Y desde Pucallpa una vez las heridas hubieron sanado del todo tomaron las decisiones. Pintado intentaría regresar a España desde Perú. Ella esperaría en Argentina el desenlace. Cada cual en el territorio que le era familiar y en el que podrían pasar desapercibidos.
Pintado había conservado milagrosamente el pasaporte falso que le había proporcionado Mendoza y en Pucallpa había dejado dinero suficiente para comprar un pasaje de avión a Madrid vía Lima. No obstante temía la eficiencia del servicio de inmigración limeño, tendría que confiar en que el oficial boliviano le hubiera proporcionado un documento de la suficiente consistencia… Así fue.
Y llegó a Madrid una mañana clara y calurosa en el vuelo de Iberia…

El hall del hotel estaba tan transitado como la M40 en hora punta. Era uno de esos establecimientos que una vez tuvieron cinco estrellas y ahora sobrevivían con el trasiego de las tripulaciones de las compañías aéreas y con clientes de empresas que necesitaban viajar a la capital en comisión de servicio. Las palmeras de material sintético concentraban en torno a ellas las mesas que ocupaban la zona central en disposición ordenada y geométrica, tan fuera de lugar como la decoración recargada de cristal y latón al estilo de los años setenta. Pintado se detuvo al borde de la puerta giratoria y miró a su alrededor, como un radar rastreando el objetivo. Rubén De Haro lo esperaba sentado en un discreto rincón con una copa balón en la mano, degustando un whisky de malta sin hielo.
Rubén De Haro había sido la herencia de León Vega, su mentor en la etapa universitaria. Cuando Pintado dejó Sevilla para vivir en Madrid, Vega le había presentado al diplomático y desde entonces había crecido entre ambos una entrañable amistad. Compartían cosas tales como el amor por la pintura, el cine y la gastronomía, y eso había llenado muchas tardes de solaz familiar en compañía de Camino, esposa de Rubén. No se habían visto desde la muerte del profesor Vega tres meses atrás.
Rubén De Haro se levantó. Su aspecto era inmutable como el tiempo, ni alto, ni bajo, delgado y enjuto, a medias dandy, a medias truhan, mirada penetrante y sonrisa cordial, de esas que tienen los hombres que se ríen de la vida, pero la respetan. Vestía como siempre, con elegancia británica: chaqueta entallada de tweed, pantalón color crema de corte deportivo, zapatos marrones y camisa de cuello ajustado e impecable, con una llamativa corbata verde. Parecía como si todo él acabara de salir de la tintorería. Lo abrazó con sinceridad. Un apretón fuerte y corto en el que le transmitió el afecto que le tenía. Le hizo un ademán con la mano invitándolo a sentarse junto a él. 
Un grupo de azafatas seguidas de tres pilotos entró por la puerta giratoria avanzando en tropel hacia el mostrador de la recepción. Una de ellas -pelirroja y de mediana edad, guapa y percherona- se lo quedó mirando y le dedicó una sonrisa insinuante y coqueta, apenas un instante, pero con la intensidad suficiente para fundir un iceberg. Pintado siguió con la explicación, pero no la dejó de mirar hasta que la perdió al entrar en los ascensores. En la mesa de al lado un camarero sirvió un extravagante gintonic con rodajas de pepino y lima. Un limpiabotas, antes corrupto cargo de confianza del anterior partido en el gobierno, bruñía los zapatos al ciudadano de la de más allá, ganándose la vida con la suciedad de sus manos, como siempre hizo, redimiendo su culpa sin cargos. Más allá de la entrada del hotel, en la calle congestionada de tráfico, caía la tarde y dejaba su paso al anochecer trayendo aromas a lilas y asfalto. El olor de la tardes de finales de primavera en Madrid…

Pintado detuvo el coche delante del portón de madera y contempló la fachada sobria y de líneas rectas. Encargada por un olvidado ministro franquista allá por los años cincuenta, la casa estaba construida en cantería con el mismo granito de la sierra del Guadarrama con el que se había erigido el Valle de los Caídos. La rodeaba una superficie arbolada resto de una antigua huerta, en la que predominaban las especies capaces de soportar los crudos inviernos de la zona: pinos, encinas, laureles y madroños. Una piscina de considerables proporciones era el núcleo central de la parte trasera de la casa, rodeada de viejas y añosas azaleas, olivos y granados.
El coche rodó sobre la grava hasta detenerse frente a las cocheras al fondo de una rotonda. El sol de la mañana insuflaba vida a la abundante vegetación, cientos de insectos surcaban el aire afanándose entre las plantas de temporada ahora en plena floración. Ginés abrió la puerta del caserón y aspiró con fuerza. Olía como huele el tiempo encerrado, a polvo y humedad, un aroma picante que le llegó la base de la nariz y le hizo estornudar. Deslumbrado por la luz del exterior estaba ciego en la penumbra de la entrada. Encendió la luz del hall. La escalinata, la balaustrada de madera, la lámpara de araña suspendida del techo, le dieron la bienvenida al interior. Dejó las llaves sobre el bargueño barroco y la bolsa de viaje con sus pertenencias sobre el arcón de roble. Y miró a su alrededor como siempre lo hacía al llegar a aquella casa. La vieja mansión estaba repleta de recuerdos de los años de Rubén en América. Réplicas de piezas de arte precolombino, y cuadros y tallas auténticas de arte colonial americano de los siglos diecisiete y dieciocho.
Los pasos de Pintado sobre la vieja tarima de roble resonaron como golpes en la piel de un tambor. Llegó hasta la biblioteca y se sentó en el viejo sofá Chester de cuero, el mismo en el que habían pasado tantas tardes de invierno al calor de la chimenea, bebiendo brandy añejo y disfrutando de la conversación de Rubén y Camino. Miró a la esquina, bajo un anaquel repleto de libros, a la vieja y deshilachada alfombra sobre la cual solía dormitar el compañero de sus amigos, un perro de aguas portugués de color castaño llamado Roll, que ahora jugaría gruñendo al lado de Argos en las playas donde trotan los perros que han dejado a sus amos. A pesar de que fuera el día era cálido dentro de la casa la temperatura era fresca todavía, casi fría, como si el aire del interior se negara a dejar el invierno. De buena gana habría encendido la chimenea para disfrutar del fuego crepitando en el hogar. Se acercó al equipo de sonido que había sobre una mesa auxiliar y conectó el plato giradiscos. Pocos segundos después los acordes de Casta Diva, interpretada por la Caballé, le provocaron una inenarrable emoción que amenazaba con hacerle estallar el pecho. Sintió un hormigueo en la mano y la sensación de que los dedos desaparecidos seguían allí, sólo que no podía tocarlos ni verlos…

NOTA DEL AUTOR: El capítulo, tal y como se ha incluido, está incompleto. Solo contiene alguno de los párrafos del original.

viernes, 22 de junio de 2012

AQUELLA TARDE AL ANOCHECER


-Estoy jodido –pensé. -¿Quién me habría mandado meterme en semejante berenjenal?
Miré a uno y otro lado. Estaba rodeado de pijos insufribles y de señoras esculturales, en medio de un sarao VIP -una cuestación para una ONG apadrinada por una vomitiva locutora radiofónica abandonada por un exnovio inteligente-, en una urbanización de lujo de las afueras de Madrid.
Era una tarde calurosa de finales de junio, a esa hora en que el cielo perdía el tono azul turquesa y empezaba a estar oculto por un manto estrellado de terciopelo. Me apoyé en la pared más cercana y alisé con parsimonia la solapa del traje de etiqueta que había alquilado la tarde anterior en Sastrerías Álvarez “Elegancia y distinción a su alcance”. Me llevé la mano al oído para comprobar que el diminuto auricular seguía en su sitio. Un imperceptible ruido de estática me indicó que funcionaba.
Mi cliente –un conocido empresario del sector del embutido- seguía saludando en el mismo corro en que había sido atrapado cinco minutos antes: Un banquero –que presidía una entidad en proceso de rescate- y su estupendísima señora -la tercera después de su segundo divorcio-, el Obispo de nosedonde -vestido fashion de Armani- y un cincuentón, novelista de éxito, que hacía siglos no escribía nada original. Colgada del brazo de este, una mujer, mucho más joven que él, miraba alrededor, aburrida, más perdida que una pulga en la pelambrera de un Pastor Inglés, hasta que reparó en mí y se me quedó mirando fijamente, como si yo tuviera monos en la cara.
Era rubia natural, de piernas largas y lustrosas, como moldeadas en cera líquida. Su vestido, corto, de muselina azul, se encaramaba hacia un escote profundo como un valle de los Alpes, que dejaba asomar un busto imposible esculpido en mármol. Sus ojos eran ámbar, de esos que guardan en su interior, encerrada, la esencia del imposible recuerdo de la inocencia que fue, me miraban con una intensidad tal que me sentía taladrado más allá del cráneo.
La rubia se descolgó del novelista percha y con descaro se dirigió hacia a mí, lo hizo a cámara lenta, haciendo que cada músculo absorbiera la energía del entorno, emitiendo rayos iridiscentes de luz, como una supernova en rumbo de colisión. Me enamoré de ella inmediatamente. Cuando estaba tan cerca que se podía oler el perfume que emanaba de su piel y sentir el calor de su cuerpo, ella se me plantó delante, abrió el bolsito, aventó su melena al aire, y sacó un paquete de cigarrillos.
Miré los labios carnosos y brillantes, bien cargados de gloss, los dientes que apenas mordían el cilindro de papel como una carpa el anzuelo, las mejillas sedosas y rosadas. Atrapado en el tiempo. Algo en ella me recordaba a Lola Bocanegra…
-¿Tiene fuego? –Preguntó, con una sonrisa capaz de hacer enmudecer el mismo coro de los Niños Cantores de Viena.
Hacía meses que había dejado de fumar, la imposibilidad de atender su demanda me hizo sentir tan miserable como el mismo Gollum del Señor de los Anillos. Casi estuve a punto de musitar miserablemente por mi mechero. Negué con la cabeza, en silencio.
Sus ojos me dijeron todo lo que necesitaba saber. Ella se alejó bamboleando las caderas, dejando en mi retina la imaginaria marca del hilo dental que seguramente constituiría su única ropa interior…

jueves, 21 de junio de 2012

ALATRISTE


En nuestro país hay muchas cosas políticamente incorrectas. La bandera, la memoria histórica –según qué color-, el himno. Hay palabras inadecuadas, que se deben pronunciar en el silencio de la mente, o en la intimidad de la covacha: Patria, Dios –sea el que sea-, España, País…
El otro día, un muchacho que no había cumplido 20 años, inteligente por lo que le barrunto, estudiante todavía, y no mala persona, expresó delante de mí, como si de una banalidad se tratase, España se está yendo al carajo. Lo dijo, a mi me lo pareció, con sorna, como si no le fuera nada en ello.
Algo, o mucho, hemos hecho mal, para que uno de los tripulantes de la galera así se exprese, sin entender que si ella se hunde, todos nos vamos al carajo, sin alternativa.
Me gustaría creer que tras ver mi expresión, ese muchacho reflexionó, y quizás pensó que lo correcto es, en este momento, determinar lo que cada uno puede hacer para que España no se vaya al carajo…
La escena final de Alatriste es premonitoria, y expone con crudeza y claridad la forma de ser de un pueblo. No es una obra perfecta, pero qué lo es estos días… Si lo piensan hay muchas semejanzas entre aquel siglo de oro, y estos años de...
PS: El muchacho es mi hijo, y por eso me dolió el doble. La entrada va para él… Y por cierto, Eduard Fernandez que hace de Santiago Copons, el bajito que se cae al final, cuando ya no puede más, le da un cierto aire al Legia Mazarro, aunque con un poco de más pelo...

miércoles, 20 de junio de 2012

MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES (Much Ado About Nothing)


Me parece un título muy apropiado para definir el conjunto de circunstancias que nos han llevado a donde estamos. Pero al margen de esto, la entrada se dedica a la magnífica película de Kenneth Brannagh sobre la obra homónima de Shakespeare.
El director y actor británico –nacido en Belfast- ha dedicado una buena parte de su filmografía a las obras del inglés, versionándolo casi siempre con acierto.
Dejando de lado alguna plúmbea incursión en el universo shakesperiano -la adaptación de Hamlet me pareció un bodrio- la mayoría de sus películas no defraudan –debemos perdonarle THOR, lo peor que nunca he visto-, por ejemplo no deben dejar de ver Morir Todavía, un excelente thriller en blanco y negro.
Destaco esta en particular, una comedieta musical desenfadada y elegante que parece rodada para solaz de sus protagonistas, y precisamente por ello arrastra al espectador al mágico espectáculo que propone. Emma Thompson está extraordinaria, hasta cuando canta…

martes, 19 de junio de 2012

PEREZ REVERTE. MAESTRO.

Hace tiempo que le debo un homenaje a Arturo Pérez Reverte. Un modesto, pero sincero, homenaje, todo sea dicho.
Pintado y su mundo también le deben mucho a D. Arturo, a cada una de sus novelas, a cada historia y personaje que yo me he bebido conforme se publicaban y que nunca me han defraudado.
Todas ellas me mantuvieron en vilo de cabo a rabo, de principio a fin, mientras me hacían disfrutar de lo lindo con cada una de las escenas que evocaban. Y aunque me gustaron menos La Reina del Sur y El Asedio –salvando en esta última la magistralmente pincelada historia de amor entre el Capitán Lobo y Lolita Palma- no por ello me dejaron indiferente.
Entre mis favoritas están: El Club Dumas, La Piel del Tambor y La Carta Esférica. Y de las obras menores no se pierdan El Húsar, La Sombra del Águila y Un Asunto de Honor.
Y del universo de El Capitán Alatriste siempre me quedará la España que retrata, con todo lo bueno y todo lo malo… De paso recomiendo la película -no está nada mal-, merece la pena, incluso a pesar de la entonación cascada y con un poco de acento de Viggo Mortensen.
Mis hijos tienen a su disposición cada una de ellas en la biblioteca de casa… Esa que está bajando las escaleras, en el rincón favorito de Tim.
Tengan paciencia, sigan la escena... ¿Y tú qué sabes?

  

EN QUE PODEMOS AYUDARLO?


Me lo ha enviado un amigo. Y no he podido sustraerme a la tentación de publicarlo. Creo que merece la pena…
A mí me ha pasado. Varias veces. Supongo que a ustedes también… El culpable alguna compañía telefónica...
A propósito, todo, estos días, me parece lo mismo. El sistema está saltando por los aires y quien nos debe ayudar sólo parece ofrecernos un paquete de vacaciones… En el Infierno.

domingo, 17 de junio de 2012

ROOSEVELT. LA CIEGA HISTORIA


Intento capear el temporal iniciando travesías que avienten mi espíritu al margen de la tempestad que nos rodea. No deja de ser una puerta falsa, pero de momento me permite salir a la calle cada día y otear el futuro, como lo hace mi perro cada tarde cuando lo saco a pasear.
De alguna manera es una suerte de exorcismo para ahuyentar al diablo que todos llevamos dentro.
Por eso he comenzado la tarea de la próxima novela. Los dos primeros pasos son por un lado visualizar la historia, a grandes trazos y por el otro perfilar los personajes principales. El título cae solo. Y una vez vista la foto del niño, y con la inscripción en el registro civil, inicio la aventura.
De momento he alumbrado al héroe, un tal Rafael Galdón. A la buena/mala, de momento no lo he decidido, una mulata llamada Rosa Pérez. Y el malo. Theodore Rooselvelt va ganado de momento por goleada para hacerse con un hueco en el once titular, aunque sin lugar a dudas aparecerá otro más castizo para ocupar el lugar de honor del malo, malísimo…
La novela se llamará Regreso a la Habana y se desarrolla entre los convulsión patria de la guerra de los diez años y la guerra de la independencia cubana.
Pues bien, y de ahí el título de la entrada, el yanqui se las trae. Por lo poco que me voy enterando, a pesar de haber ingresado en la historia oficial como un presidente amado y progresista, el angelito hizo de todo… Sirva de ejemplo el hecho de que habiéndose creado el sistema de parques nacionales durante su mandato, sin embargo participó activamente en la aniquilación del búfalo americano y bajo la etiqueta de la investigación científica encabezó safaris en los que se ventiló a cientos de grandes piezas.
De todas formas eso es peccata minuta, me centraré en su relación con William Randolph Hearst y su etapa de jefe militar de los Rough Riders en Cuba.
En cualquier caso lo haré con sumo cuidado no me vayan a mandar a un grupo de Navy Seals en mi búsqueda, o me ingresen en la lista de los criminales más buscados…
Ciega Historia, ya se sabe. Resulta que mucho más que la Justicia, que por lo que voy viendo tiene más de sorda que de ciega, y si no que se lo pregunten a Divar…  

sábado, 16 de junio de 2012

DE ORCOS Y GREMLINS

15              DE ORCOS Y GREMLINS

“(…)Dos cuerpos frente a frente
son a veces navajas
y la noche relámpago.
Dos cuerpos frente a frente
son dos astros que caen
en un cielo vacío.”

Dos Cuerpos
Octavio Paz


Elena Carrión, Macarena Spencer y Stewart, estaban todos juntos en la misma habitación. Orcos y Gremlins reunidos. De nada parecían haberle servido sus planes. De nuevo el cisne negro hacía su aparición delante de él.
Fuera, la lluvia arreció. La persistente humedad le hacía difícil respirar, la ropa empapada se le estaba pegando al cuerpo, como una segunda piel. Miró al poste de la entrada, donde el perezoso parecía contemplar con la inmovilidad de una estatua aquella macabra ópera en la que él era el protagonista principal...
Elena vino hasta su lado y le acarició, primero el rostro, y luego el cabello, lo tomo de los hombros y le susurró algo al oído. Pintado supo que le estaba comunicando su sentencia de muerte. Él la miró, lo hizo con la certeza de que estaba viviendo sus últimos minutos, luego se apartó de ella buscando algo de espacio, y se giró en dirección a Macarena, la contempló largamente, buscando en sus ojos algo diferente a la gélida mirada verde que le había dedicado en su reencuentro, pero no encontró nada, apenas un muro de soledad y desesperación… Sólo la confirmación de la nada.
Se lanzó hacia la mochila intentando esquivar a la vez el impacto de los disparos de Stewart…
Sintió como algo mordía su carne a la altura del hombro y el impacto lo despedía contra la pared. Giró sobre si mismo en dirección al dintel vacío de la entrada. Otro disparo impactó en su mano y le destrozó dos falanges. El gringo no se movió del sitio, tenía todo el tiempo del mundo. Le apuntó con las dos manos en la culata de la automática, la vista fija en el siguiente punto en el que impactaría la próxima bala. Como a cámara lenta Pintado observó la sonrisa glacial de Elena, la suficiencia de Macarena y la profesionalidad del mercenario. Notó el agua cayendo sobre su nuca, empapando su espalda, lavando la sangre que salía a borbotones de la herida abierta que quemaba como si le estuvieran atravesando con un hierro al rojo. Sin embargo no sentía nada en la mano izquierda, como si esta fuera de corcho.
Un disparo rasgó el silencio en el que flotaban como peces en un estanque. Una amapola roja estalló en la frente del gringo. Los ojos de Stewart miraron al vacío, perdidos en ninguna parte. La pistola se desprendió de su mano y el cuerpo se desplomó sobre si mismo, como un títere al que de pronto le hubieran cortado los hilos.
La pistola humeaba en las manos de Elena Carrión mientras Macarena, a su lado, sonreía a la espera del próximo movimiento. Pintado rodillas en tierra, y el brazo izquierdo exánime a lo largo del cuerpo, esperaba el tiro de gracia. Tendió el brazo derecho hacia su verdugo ofreciéndole la mochila. Tuvo la sangre fría de accionar el dispositivo que conmutaba el reloj del detonador.
-Ahora no Pintado, luego. Te toca morir fuera. Con esas heridas no irás muy lejos, sin ayuda te desangrarás antes de que amanezca y para entonces nosotras dos estaremos muy lejos de aquí… La policía tardará en llegar, cuando lo haga encontrará dos cadáveres… El tuyo y el de Stewart, pero no juntos. Atarán cabos. Todo formará parte del ajuste de cuentas… Ahora sal y aléjate en la noche.
Era un final previsible y bien orquestado que tenía la ventaja de igualar todos los flecos. En la choza encontrarían el arma del francotirador que había usado el gringo y las trazas visibles del plan urdido para acabar con la vida de Miranda. El ciclo se cerraría en aquella perdida aldea de la selva amazónica a satisfacción de todos. Ni Stewart ni Pintado serían un cabo suelto…
Pintado no lo dudó, aunque no era lo planeado, el destino le ofrecía una salida mejor que lo esperado, de nuevo a la sombra del Cisne Negro. Calculó que le quedaba un minuto antes de que el artefacto hiciera explosión. Se alejó, pausado, dando la espalda a las mujeres mientras la lluvia y la oscuridad ponían distancia de por medio entre ellos.
La explosión barrió todo en el interior de la choza, derribando el techo de maderos y hojas de palma sobre los cuerpos destrozados de sus ocupantes. Pintado se quedó mirando como las llamas calcinaban todo el material combustible de la zona. Un bidón de gasolina hizo explosión lanzando la envoltura metálica por los aires, como un gigantesco cohete que cayó sobre la zona incendiada. La selva se iluminó como por fuegos de artificio, sin que la lluvia pudiera con el poder abrasador de las llamas.
Los habitantes y trabajadores de la aldea contemplaban absortos el espectáculo sin atreverse a reaccionar. Sólo quedaban los ancianos y el personal que atendía a los niños. Los demás –los guardias y reclutadores- habían zarpado esa mañana con el último envío hacia Manaos. Nadie tomó la voz cantante y nadie vio al extranjero que oculto por la vegetación observaba la pira funeraria de Elena Carrión y Macarena Spencer en aquel rincón perdido de la selva del Perú.
Calcinados en su interior encontrarían restos de cuatro personas. Las pruebas no superarían un detallado análisis forense, pero en la tierra de Pantaleón la probabilidad de que el ejército peruano encargara pruebas periciales expertas era la misma de que Elena resucitara de entre los muertos. Para cuando las autoridades españolas reclamaran lo que quedaba de los cuerpos Pintado se encontraría a salvo y de nuevo llevaría ventaja.

Y cuidado, no los moje ni dé de comer, después de la medianoche…

viernes, 15 de junio de 2012

CANTANDO BAJO LA LLUVIA. LA ATRACCION DEL ABISMO.



Es imposible sustraerse a la atracción del abismo y al mismo tiempo no sentir que el pánico asociado a la caída inevitable es tan intenso y justificador cómo ciertas sus consecuencias…
Llevamos semanas instalados en la angustia de nuestro presente, sin vislumbrar un futuro, atenazados por un miedo que nos paraliza. La inmovilidad es la respuesta que la naturaleza ha impreso en el inconsciente del humano ante el peligro y por ello la reacción normal.
Ha llegado el momento de romper con la normalidad. ¿Para qué mantener actitudes que han sido superadas por la realidad, una vez que esta ha saltado hecha pedazos, destruida por los hechos, que a su vez son una consecuencia de nuestros actos colectivos?
Es una pregunta retórica. No estamos obligados a responderla, sólo lo estamos a actuar. Creo que es necesario invitar a todo el mundo a dar un pasito en la dirección correcta.
He leído opiniones de todos los gustos. Por un lado están los optimistas que parecen pensar que la tormenta pasará, porque sí. Otros indican que una vez celebradas las elecciones griegas y la próxima cumbre europea aparecerán respuestas positivas como resultado de una respuesta coherente a un avance automático de la unidad europea. Los hay que siguiendo la opinión de Jim Rogers claman por la caída de España, la quiebra, y por un posible rescate a manos de los capaces ¿Quiénes serán estos –los caballeros blancos- y donde están?¿Dónde se escondieron? Hay otros, que respeto -que conste-, que apuntalan el papel que los empresarios –que ciertamente han sido muy castigados- tienen en la salida del túnel –tampoco es que me de mucha pena que los individuos que se lucraron de la burbuja del ladrillo hayan perdido sus vehículos de lujo o las propiedades que atesoraron para incrementar sus rentas-. Los que afirman que sólo con la desaparición de la clase política, con la restructuración sanitaria de la sociedad, con la purga del pasado del que venimos, es posible la limpieza de la situación. Y los que callan y esperan.
Me faltan otros… Pero lo más importante, es saber lo que cada uno de nosotros puede y tiene que hacer. Hagámonos esa pregunta y ya verán como no es tan difícil de responder. Pongamos en práctica el resultado y el borde del abismo se alejará, lo suficiente para que podamos ver el fondo allí abajo y decidir si queremos saltar y estrellarnos, o volar en busca del futuro… Como ángeles que somos… Cantando Bajo La Lluvia.
PS: Gracias España por la alegría de esta noche… Las banderas vuelven a asomar en los balcones a las calles y tintar las mañanas de rojo y gualda… 
Y recuerden, la canción es la respuesta al beso de la chica... Como siempre.  Y no me digan que Gene Kelly no le parece a Mariano, contento, chapoteando... Y el policía del final, como los hombres de negro... (Angela y Mariano, como Ginger y Fred...)