SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


viernes, 30 de noviembre de 2012

EN TIERRAS DEL CARIBE


Sigo en tierras del Caribe y me da que esta vez va para largo.
Dejé Caracas hace un par de semanas y en compañía de Pintado recorrimos los pocos más de trescientos kilómetros que las separan por la ruta 9. Cuatro horas de viaje por una carretea bacheada y en regulares condiciones, y tuvimos suerte, era domingo de mañana y ni sufrimos el terrible tráfico que circunvala Caracas a cualquier hora y cualquier día ni las góndolas de transporte que taponan la estrecha carretera entre semana.
Atravesamos el corredor verde del estado Miranda y nos detuvimos en el parador del Guapito -un sitio cerca del Guapo, a mitad del camino-, una isla en mitad de la nada donde repostamos el vehículo y trasegamos un jugo de parchita con una cachapa rellena de queso de mano. Allí tuve la primera oportunidad de cruzar miradas con el personal de esta tierra de leche y miel, francas y alegres, como de con quien no va la cosa…
Pintado no estaba de buen humor. Las marcas de su encuentro con quien fuese remarcaban su rostro tumefacto e intensificaba su mirada, dura y penetrante, como hacía tiempo que no le veía. Callé por respeto, y porque la experiencia me dicta que cuando no quiere es una tumba. Pareció despertar a la altura de Puerto Píritu y simplemente enarcó la ceja. Me recordó una tortuga varada en la playa.
Llegamos al hotel en Lechería un poco antes del mediodía. En recepción nos trataron como si fuésemos dos agentes de la CIA enviados a asesinar al Comandante, nos miraron malencarados y nos condenaron a esperar hasta media tarde hasta que las habitaciones estuviesen listas. Ni la mejor de mis sonrisas, ni el silencio hosco y terrible de Pintado sirvieron para nada, seguramente una mirada a la esfinge hubiera dado mejor resultado.
Puestas las cosas así nos fuimos a comer en un tugurio de los alrededores. Vimos la carrera de Fernando Alonso en Austin y pagamos por unos fettuccini lo mismo que en Madrid por un solomillo de ternera. La cerveza estaba buena, una solera verde helada, y dos y tres…
Recordé otros días en aquella terraza. De noche, con la brisa que venía del mar a pocos metros y las luces que hacen que siempre parezca navidad en esta parte del planeta. Me llamó la atención lo mucho que había echado de menos el primer sorbo de cerveza helada…
Pintado carraspeó como si quisiera decirme algo. Pero se calló porque giró el rostro y lo dejó prendido como quien sigue una baliza del cuerpo admirable de una mujer hermosa. Yo no le seguí el juego, en esta tierra entrar en ese compás supone exponerse a una tendinitis seria de los músculos del cuello, no los diferencio, de cualquiera de ellos, de todos. No al menos el primer día. Ese ejercicio supone un largo prepararse para sufrir reveses de andanadas desde las amuras, impactos que desarbolan el navío y barren la cubierta de proa a popa. Pintado pareció reaccionar cuando en la terraza del restaurante de al lado las chicas de una mesa se levantaron para bailar al son de un canción de Fonseca. El colombiano no me disgusta, pero supongo que encaja mejor de noche... A pesar de la música alegre y pegadiza mi amigo estaba triste, perdido en algun sitio que sólo él conoce.
Cuando Alonso cruzó la línea de meta nos levantamos y peregrinamos de vuelta al hotel para intentar descansar un poco. El sol caía a plomo y las sombras de los chaguaramos bajo los que caminábamos apenas servían para protegernos del inclemente astro. Llegué a la habitación empapado de un sudor cansino que seguía brotando minutos después en la gélida atmósfera acondicionada por un aparato que hacía tanto ruido como el turbohélice de un avión. Solo el agua fría de la ducha calmó los ardores de la piel y así refrescado por una capa de humedad en la piel me tiré sobre las sábanas frías y me quedé colgado…

domingo, 25 de noviembre de 2012

LLEGADA A CARACAS


He permanecido fuera de cobertura durante varias semanas. La razón: Pintado y yo andamos por el Caribe… Y no precisamente en viaje de placer. Me pidió que le acompañara, es la primera vez desde que intimamos, no pude negarme y además necesito material para la próxima.
De momento no me autorizó a dar detalles que expliquen la razón de este viaje así que me limitaré a pincelar escenas que estos días han amenizado mis horas.
Salimos de España un día frio y luminoso, Madrid nos despidió con su atmósfera desnuda de contaminación, una mañana de sábado. El avión de Iberia me acogió cálido como siempre. Los asientos abatibles de la clase business tienen un no se qué de crisálida que me arropa acogedor. El whisky también estaba bien, frío y adormecedor, como las buenas mujeres malas. Me desperté cuando el sobrecargo avisó por la locución interna que quedaba media hora para llegar.
La costa tiene un tono esmeralda en los alrededores de Caracas, vegetación que trepa hasta el cielo del Avila ocultando cualquier intento humano por colonizar las escarpadas laderas. Esa tarde tuvimos suerte, apenas había nubes y la calina no ocultaba el paisaje. El mar vino a nuestro encuentro junto a la estrecha cinta de tierra que dejan los montes al besar las playas.
Sábado tarde, la autopista de subida hasta Caracas estaba abarrotada de coches desvencijados con mas de cuarenta años de vida a sus espaldas, suspiros del sueño americano que fue, lágrimas olvidadas en tierras del tío Sam que han venido a dar con sus huesos de metal roña en este rincón de sol y sal. Los motorizados pululan entre cualquier hueco, dueños del asfalto, números premiados para la lotería de la muerte que se cobra cada semana varias decenas de ellos en cualquiera de las carreteras del país de la patria de Bolívar. Bingo: dos cuerpos desmadejados sobre un charco de sangre a la entrada de uno de los túneles en la subida desde Maiquetía, como flanes sobre azúcar líquido. Ella era trigueña y morena, con el pelo ensortijado, con un tinte caoba que le venía de dentro, sangre reseca por el calor. Él era un bulto informe, acostado a su lado, como si la protegiera durante la caída. Un policía que apenas tendría veinte años nos daba paso abanicando su mano, lacia, como sacudiendo el aire a su alrededor.
Era noche cerrada cuando recalé en la habitación del hotel. Pintado desapareció en el submundo que no me deja conocer en directo. Se perdió en algún lugar de un barrio llamado Petare, donde entrar es un punto y salir una incógnita.
Esperé en el bar del hotel tomando cerveza fría. Un par de horas después salí a la calle a tomar el aire. El caldo asfixiante de la llegada era ahora una brisa llevadera, agradable a pesar de la humedad. Frente a él destellaban las luces de neón que perfilaban un sugerente cuerpo femenino. Un club de alterne donde pululan decenas de sueños por romper, centenares de sueños rotos, miles de realidades ya inalterables.
Me lo pensé, quizás fuera agraciado por una risa cristalina y una historia interesante…
Pero esa será otra historia, porque Pintado llegó en ese momento, traía la ceja abierta y un cuajarón de sangre reseca en la mejilla. Me dijo chitón con la mirada y se perdió en el ascensor hacia su habitación.
Sentí de golpe todo el cansancio del viaje y de las horas de diferencia. Me fui a dormir. Quizás mañana sea otro día…  

ARROZ CAMACHO


Acaba de enviarme mi hermano este vídeo. Créanme le sale bien, tiene enjundia y sabor. Enhorabuena… Cocinilla.
Por cierto veo que a él, como a mí, tambien lo etiquetan como Camacho... Y es que algunos apellidos te borran el nombre. Como Pintado.

UN DIA EN LA VIDA DE LA NOVELA

Hoy me toca una entrada sin contenido "literario", apenas un testimonio, la traza insignificante de la vida de una novela, que como cualquier humano, siendo singular se pierde rápidamente entre millones, el inexorable juicio de los números.
Hace unas semanas decidí proceder con el proceso de publicación: revisé una vez más el texto -siguieron saliendo faltas y defectos, como esos pequeños insectos que se deslizan de entre los armarios y recovecos de las casas antiguas-, contraté la obtención de los datos de registro y remocé la portada, buscando que fuera más atractiva.
Casi hemos terminado, la novela está registrada, ya tiene sus etiquetas legales y verá la luz, tinta sobre papel al fin durante estas navidades. En unos días, como siempre, los demás se convierten en jueces de mis deseos.
Luego que crezca como Dios le de a entender…



jueves, 15 de noviembre de 2012

SUSAETA, ESA COSA SE LLAMA… ESPAÑA. Y nosotros ESPAÑOLES.


Hacía días que no me reunía con Pintado y lo hicimos ayer para ver el partido amistoso contra Panamá. Venía caliente, había visto las declaraciones del debutante Susaeta y se encendió con sus palabras. Le reclamé calma: la edad del joven jugador vasco, los aires que corren y la situación del país tienden a generar esta clase de ruidos. Quizás en otro momento la cosa no habría tenido mayor repercusión, pero hoy en día son importantes los detalles.
A la tercera copa se había calmado y me miró con esos ojos que penetran el acero. Con su media lengua de borracho dijo algo que tiene sentido: “Lo que pasa es que estamos rodeados de cobardes, de todo tipo: los que no se atreven a decir la verdad porque temen que esta eche por tierra su castillo de naipes, como le pasa a los políticos catalanes, que por no decir la verdad no definen primero lo que reclaman, ni lo que ello implica; los que durante años han permanecido impávidos ante la destrucción del sentimiento y significado de España, políticos de cualquier pelaje y condición; y sí de todos nosotros, los españolitos de a pie, que hemos dejado que todo esto pase sin despeinarnos, entre otras cosas porque lo políticamente correcto era dejar que pasara y que por ello hemos dejado que nuestros hijos hayan creído lo que les decía el primero que se les pusiera por delante…”
Pues para mí que Pintado lleva razón… Hay que ser menos cobardes. Porque tarde o temprano todos enfrentamos las consecuencias. Ser hijos de una cosa…

miércoles, 14 de noviembre de 2012

LO QUE VA A VENIR... YA VINO.

Un viral para pensar...


He oido muchas veces esa frase... "es del banco". Muchos entienden ahora su terrible significado.

jueves, 8 de noviembre de 2012

miércoles, 7 de noviembre de 2012

YPF. COMO MUESTRA UN BOTÓN.

Llevo siguiendo el culebrón YPF desde que el gobierno argentino precipitó las hostilidades en el mes de Mayo. ¿Qué quieren? Trabajé allá por tres años y dejé amigos, jirones de piel y algún trozo de corazón.
Durante los últimos meses he seguido de cerca las payasadas verbales, los excesos gestuales y el comportamiento seudoparanoide de la señora presidenta, la ínclita CFK -qué artista ha perdido el show business-: sus viajes en compañía de Moreno y Kicillof, las escapadas de De Vido, las actuaciones diplomáticas en pos de la liberación de la Fragata Libertad -buque escuela (aunque en algunos medios la denominen como insignia) de la Armada argentina, retenida en Ghana-, la guerra contra Clarín y La Nación, el apoyo explícito a las tropelías de D’elia, etc., etc... En definitiva muchos de los episodios escabrosos que jalonan la vida diaria de una sociedad que quiero y me duele, insisto, porque dejé amigos allá y porque nunca podré olvidar mis paseos por las calles porteñas.
De YPF, de continuo, surgen algunas noticias pintorescas. A saber, las de la última semana:
·         El tercer trimestre sus resultados cayeron un 51% y la producción se incrementó un 0,6% interanual con un crecimiento en los nueve primeros meses del año de 4,7% -dato este significativo porque determina el esfuerzo previo que estaba realizando Repsol para el incremento de la producción y que es el que permite consolidar la tendencia de los seis últimos-.
·         Carlos Alfonsi –superviviente seguro de cualquier cataclismo- afirma de acuerdo al guion (supongo que de Galuccio –el nuevo ejecutivo máximo al servicio del Estado-) que construirán una nueva refinería que se pondría en marcha para 2017 –desconozco la pistola que habrán puesto al cuello de los técnicos que esto afirman, que parecen desconocer el periodo de maduración de un proyecto de estas características. Si no vean lo sucedido con la refinería Balboa en España-. ¿Y quién financiará el proyecto? Alfonsi afirma que la propia YPF. Yo, lo dudo...
·         Vean la campaña publicitaria de YPF. No ha gustado nada en el mundillo publicitario local. Qué Dios les “coja” confesados si estos son los planes para el incremento de producción… Por cierto la agencia encargada de la campaña tiene por nombre “La Liebre Amotinada”. No se trata de una invención propia, la imaginación no me alcanza para tanto.


Lo dicho, me han dejado jodido, de nuevo… Espero que a Mas –el President catalán- no se le ocurra mirar para allá… Sería mas jodido todavía.

martes, 6 de noviembre de 2012

LOS VIEJOS AMIGOS. VILACHA y el CAPI.


Cuando las palabras viejos y amigos se mezclan inevitablemente se produce en mí una reacción exoemocional (me la apunto si alguna vez se incluye en el diccionario de la RAE). Hace un rato, tarde como casi siempre, me ha llamado por teléfono el “viejo” Capi SanMiguel.
Al Capi lo conocí hace tanto tiempo que he olvidado su nombre de pila, cuando yo era un joven, muy joven ingeniero, y él un veterano que se escaqueaba en el trabajo tanto como podía. Como a tantas otras personas entonces antes de conocerlo por mis propias sensaciones –que es la forma en que yo antes, incluso ahora, percibía la forma de ser de los seres humanos- lo hice a través de las de mi inolvidable amigo José Luis Vila, alias Vilacha. Como he dicho yo era joven y ellos veteranos de otras guerras que luego me narraron al socaire de una copa de orujo y un café de pota.
A Vila lo conocí cuando él aún mediaba los cuarenta. Estaba convaleciente de un infarto que a punto estuvo de llevárselo por delante. Yo estaba en mi despacho –una oficina de paredes grises, estrecha y oscura, que daba a una galería interior, en la lluviosa Coruña-. Una sombra ocultó la poca luz que entraba por la puerta que daba al pasillo.  Alto y delgado, moreno y de barba cerrada, con un poblado mostacho que le ocultaba el labio inferior. Su mirada limpia y penetrante, franca, honesta. Me contó su historia, en pocas palabras, me dan la invalidez, este trabajo es mi vida… Me la jugué, en contra de la recomendación de los médicos de la empresa. Se sentó en una silla, junto a la mesa de reuniones, allí pasó casi un año y durante ese tiempo nos hicimos amigos inseparables y me enseñó lo que años de escuela no habrían podido, el oficio y los trucos de toda una vida.
José Luis acompañó mi andadura profesional durante seis años. Cuando me equivocaba me lo indicaba, cuando mi carácter explosivo me jugaba una mala pasada, atemperaba mis reacciones. No pocas veces cargó sobre sí mis errores, y no pocas me atribuyó méritos que solo a él le correspondían. Me acompañó en algunos de los momentos más jodidos de mi vida profesional, lo hizo de gratis, por amistad.
Contribuyó a hacer de mí el hombre que soy ahora, para lo bueno, nunca para lo malo.
Pues en una de esas tocó conocer al Capi Sanmiguel –esa es otra historia-, pescador impenitente, de los que a la mínima –trabajaba a turnos- se escapaba tres días al Caurel para volver con la cesta repleta de truchas que iba guardando en el arcón congelador tras lo cual organizaba suculentas cenas en las que participábamos una tropa variopinta alistada a golpe de noches compartidas en la refinería donde trabajábamos. Aparecían por allí Vázquez Ríos –inteligencia sobresaliente-, Juanma Vila –el hermano de Vilacha, intachable como él-, el “generalito” Pedreira –un tipo que apenas levanta uno sesenta y con las ínfulas del mismo Montgomery-, Jaime Pazos –de humanidad ingente y buena persona-, Paco Paniagua –un andaluz de Málaga, casado en Galicia-, Eladio Casal –inimitable y afable-, aparte de Vilacha, el Capi y yo mismo. Con el tiempo se unieron algunos, y desaparecimos otros por azares del destino…
Pero Capi Sanmiguel me sigue llamando, como antes, desde hace veintitrés años ya, esté donde esté –he recibido llamadas suyas en Buenos Aires, Caracas, Londres, Nueva York y Lima, que recuerde, a cualquier hora de Dios- para informarme por si estoy cerca que en el día de autos se celebrará truchada de las suyas o sacrificio de “porco” –de Jaime o Eladio- o si acaso el corzo de algún otro, y que mientras el cuerpo aguante él y Vilacha, allí estarán.
Y que conste, que este fin de semana igual cojo el coche y me planto en Coruña para ventilarme un plato de truchas con jamón salteadas con una pizca de pimentón… Y darles un abrazo… Y quizás me lleve a Pintado para presentarle a aquel que tanto me ayudó y acompañó mis años de ilusión y de paso que entienda el origen de algunos de los personajes que ahora acompañan su andadura novelesca.