SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


sábado, 21 de julio de 2012

MONEDAS FALSAS. BOCANEGRA Y CIENFUEGOS.

19              MONEDAS FALSAS.  BOCANEGRA Y CIENFUEGOS.

Lola estaba trabajando cuando recibió la llamada de Pintado, así que tardó un par de horas en contestar. La invitó a cenar en un restaurante de la zona centro, cerca de la Plaza de Santa Ana. Ella no puso reparos.
Pintado la esperó sentado a la mesa. Ella apenas se retrasó media hora, el tiempo necesario para que él apurara la segunda copa de manzanilla. El atuendo femenino no dejaba mucho a la imaginación, una camiseta negra con escote barco, corta como para no llegar a la cintura del jean elástico y ajustado. Todo el mundo en el local pudo hacerse una idea cabal de las formas del cuerpo de Lola Bocanegra.
-Estás muy guapa hoy Lola. –Dijo Pintado que se había levantado para estamparle un par de besos en las mejillas.
No se le notaba el hueco dejado por el incisivo que le había volado el matón de Nájera. Ninguno hizo mención de nuevo al suceso de días anteriores. Ambos sabían que eran gajes del oficio.
Ella lo estuvo mirando apenas unos segundos intentando calibrar el propósito del piropo. Decidió que era sincero. Se alisó la camiseta por atrás antes de tomar asiento en la pequeña mesa y comprobar que el ombligo quedara al aire.
-Tanto tiempo y ahora, de pronto, parece que fuéramos novios otra vez… ¿Me dejarás otra vez, como la última, sin avisar...?
-Déjalo Lola, ya lo hemos hablado muchas veces. Mi vida con las mujeres es complicada. Necesito teneros cerca, pero no valgo para hacer vida en común.
-Tú te lo pierdes... ¿Y eso de la invitación? ¿A qué debo el honor?
-Lola, necesito que me hagas otro favor...
-Ya decía yo, tanta amabilidad... A ver qué va a ser esta vez...
-Necesito tu ayuda para darle un palo a un tipo.
-Qué bueno Ginés. ¿Ahora te dedicas a esas cosas?
-Es un tema un poco delicado. Verás, el tipo no baja la guardia nunca, su única debilidad son las chicas, y sólo va con profesionales. Necesito que me lo dejes grogui por un rato y me franquees la entrada a la casa para buscar algo que esconde allí. Así de sencillo... Nada muy complicado, necesito a alguien de confianza... Por eso he pensado en ti.
-A ver si lo he entendido Pintado. Quieres que me lleve a un tipo a la cama en su casa, que lo drogue, y que luego te deje entrar para que tú hagas lo que tengas que hacer... ¿Y luego?
Ella lo miró con cólera, esperando algo que nunca debe esperarse de un tipo como Pintado, quizás una confesión de humanidad, la esperanza de quizás mañana, pero…
-Y luego nada. Te quedas hasta que el tipo de despierte y te largas cobrando tu dinerito…Y Santas pascuas...
Cienfuegos vivía solo en un piso de la calle Orense. Separado de su esposa a mediados de los ochenta, aparte de su trabajo, no tenía ninguna distracción, salvo la pasión por las maquetas de trenes y por las profesionales del amor. Puntualmente, cada semana, la noche de los viernes, acudía a un local de copas cercano a su domicilio en el que era fácil entablar relaciones con mujeres divorciadas como él y algunas aficionadas discretas e independientes que utilizaban el local para complementar los ingresos familiares menguados por la crisis.
Cuando Lola Bocanegra hizo su entrada en La Goleta todas las miradas masculinas se cebaron en ella. Incluida la de Cienfuegos. Se había vestido para la ocasión. Un traje de chaqueta gris con una falda apenas por encima de la rodilla y una blusa blanca de seda. Su estatura, formas y belleza hicieron el resto. Se sentó en un taburete en la barra y ordenó un Gintonic al camarero. Cruzó las piernas y apartó el mechón de pelo que le había caído sobre los ojos. Clavó la mirada en el hombre que la contemplaba desde una mesa en un rincón.
Veinte minutos después Lola Bocanegra y Cienfuegos abandonaron el local en dirección al domicilio del funcionario. Ella se dejó tocar lo justo, como una profesional que sólo enseña una parte de la mercancía dejando lo mejor para el final. Llevaba años manipulando deseos, en eso era una experta...
Baldomero Cienfuegos entró por delante y dejó las llaves de la casa en una bandeja sobre el bargueño barroco de la entrada. Ella esperó a que el hombre se sentara en el sofá, para quitarse la chaqueta y acercarse hasta él con las piernas abiertas. Retrasó el cortejo lo justo para que Cienfuegos le ofreciera una copa y se metiera en el cuarto de baño para depresionar la próstata. Aprovechó el momento para verter en el líquido el contenido de la ampolla que le había proporcionado Pintado. Minutos después hacían el amor en la cama del dormitorio principal. Al cabo de media hora Cienfuegos roncaba a pierna suelta.
Lola Bocanegra abrió la puerta y franqueó el paso a Pintado. Este le sonrió y la besó en la cara. Ella se apartó y se metió en el cuarto de baño para componerse el pelo y limpiarse la cara de pringue. Ginés sacó el detector de metal que llevaba dentro de la bolsa que cargaba en el hombro, buscó por las habitaciones hasta dar con la caja fuerte empotrada en la pared de la habitación que Cienfuegos empleaba como biblioteca y cuarto de trabajo. Quitó el cuadro que la ocultaba a la vista y aplicó sobre la superficie, al lado del teclado electrónico, una caja que adhirió a la chapa. Activó el pequeño ordenador portátil y en cuestión de cinco minutos el display señaló el código de cuatro números que abría la caja. Todo el conjunto había sido obtenido por cortesía de un conocido de Rubén De Haro que se dedicaba a la venta de cajas de seguridad.
Pintado encontró dentro de la caja lo que buscaba. Un dossier completo con las andanzas de Boris Sandoval y su socio Don Pedro Medina. Un vistazo rápido le hizo comprender la razón del mutismo de Cienfuegos. Lo fotografió todo con una pequeña cámara digital y dejó las cosas como estaban.
Lola Bocanegra lo observaba apoyada en el quicio de la puerta, sonriente, desnuda como su madre la trajo al mundo. Los senos marmóreos y un poco caídos reposando delicadamente entre los brazos acunados y las piernas dobladas en un elegante escorzo, el cuerpo ingrávido. Pintado recordó el olor de aquel cuerpo, el sabor de su boca, recorrió el camino de vuelta entre sus brazos, sintió la pulsión animal de los ojos en los que una vez se perdió y que ahora lo miraban. Quizás en otra vida él y ella –pensó- habrían tenido la suerte de encontrarse antes de que la historia de cada uno los marcara. Cerró la puerta de la caja de seguridad y guardó los bártulos. Cuando pasó junto a ella le acarició la cara y le dijo escuetamente “Gracias”.
Lola se preguntó la razón para ayudar a aquel hombre al que amaba en silencio y que nunca vería en ella nada más que carne...    

jueves, 19 de julio de 2012

MONEDAS FALSAS. CRUZ DE NAVAJAS.

19              MONEDAS FALSAS.CRUZ DE NAVAJAS.

Cuando Paco Real llegó a Sevilla llevaba en la boca un extraño regusto a almendras amargas, como si las emociones y los sentimientos fueran capaces de proporcionar sensaciones reales. Camino de su casa decidió parar a tomar una copa en el pub en el que trabajaba su actual pareja. Sentía la necesidad física de abrazarla, de tocarla, besarla y quitarse el sabor amargo con el dulce regusto de sus labios. Luego le pediría que se fuera a la cama con él. Hoy necesitaba su calor, un poco de ternura. Hacía días que no se veían, ella últimamente parecía distante, más fría de lo que era habitual.
Dejó el coche aparcado encima de la acera, en la bocacalle de al lado. Colocó el cartel que identificaba el vehículo como propiedad de un funcionario policial y encendió un cigarrillo. Miró el reloj, era casi la hora del cierre del local. Tiró la colilla y exhaló el humo de los pulmones, sonrió para si... Igual hoy era el momento de decirle que la quería, y que quizás sería bueno irse a vivir juntos...
Una pareja salió del pub. Iban muy juntos, cogidos de la cintura. Mientras caminaban se abrazaban, se besaban, reían. Todavía estaban algo lejos para verles las caras. Absortos el uno en el otro, no miraban en dirección a Real que venía a su encuentro.
El policía pasó de largo junto a ellos, tan amartelados que ni siquiera repararon en su presencia. Paco Real sí los miró y su mundo hecho a ratos de pequeños deseos y anhelos atrasados, de relaciones fugaces y esquivas, de noches de farra y alcohol, se rompió como una cometa de papel contra el suelo. Siguió camino sin detenerse en la puerta del pub. ¿Para qué? Ni esa noche, ni otra, ni nunca con ella, acabaría en sus brazos. Y en los oídos de Real sonó el sonido cascado de las falsas monedas al caer sobre la mesa de juego...
Real se despertó con resaca. La borrachera había sido de campeonato, de las que hacen historia. Cuando llegó a casa la noche anterior bebió hasta caer inconsciente en el sillón. Sólo podía pensar en “¿quién hará mi trabajo debajo de tu falda?”. Nada más. Se levantó y apartó la botella vacía de un puntapié, entró en el cuarto de baño y vomitó hasta que sintió el estómago a punto de salírsele por la boca. La ducha fría acabó de devolverlo al país de los vivos. Salió a la terraza mientras tomaba un café negro y cargado, amargo. La vecina de enfrente que regaba los geranios con una manguera de plástico sonrió al policía como siempre que lo veía y se extrañó de que este le rechazara el saludo para encerrarse huraño dentro de la casa. Y eso que esta mañana llevaba el ajustado body de fitness que tan buenos resultados le había dado en otras ocasiones. Cada vez entendía menos a los hombres...
Decidió llamar a Pintado para ponerle al corriente de la situación. Su amigo le respondió inmediatamente, y sin dar lugar a cortesías y preliminares -ya casi había olvidado como era una conversación con su antiguo jefe, un intercambio continuo de información y preguntas- le exigió que le detallara el resultado de las entrevistas con el Arreglao y con Pepe Torres.
-Nuestro hombre es Boris Sandoval, Ginés. No tengo ninguna duda. Todo encaja. Cuando cerramos la Operación Marquesa su nombre ni salió. Era la pieza que faltaba...
-Supongo que Cienfuegos se ocupó de mantenerlo a salvo, pero de esta no pasa. Esta vez lo tenemos trincado por las pelotas... Aunque eso no cambia las cosas sería bueno que supiéramos con quien más se relaciona Sandoval.
-Ginés, eso ahora es lo de menos. De las dos pistas que me dio el Arreglao, la primera me llevó a una sociedad de inversiones radicada en Marbella. Cuando aparecí por allí me encontré con que habían desmantelado las oficinas. Luego hablé con el Comisario, resulta que es compañero de promoción, y me contó que Sandoval había desaparecido con los primeros coletazos del caso Malaya. También me dijo que nadie había tenido mucho interés en seguirle los pasos, así que andaría por algún sitio. Desde luego me confirmó que en el sumario nada de nada.
-O sea que por esa parte vía muerta.
-En efecto, pero con la segunda hemos tenido más suerte. La madre de Pepe Torres me dijo dónde encontrarlo.
-Desembucha Paco, que a ratos aburres a las ovejas.
-Calma... Me dijo que Sandoval ahora tiene su base en Galicia. En una localidad de las afueras de Coruña. En Oleiros... Me dio la dirección. Lo que me extraña es lo que hace un individuo como Sandoval en una pequeña localidad gallega...

martes, 17 de julio de 2012

MONEDAS FALSAS. PEPE EL DE BANACAZON

19              MONEDAS FALSAS. PEPE EL DE BENACAZON.

“(…) Esta noche, buscando tu boca en otra boca,
casi creyéndolo, porque así de ciego es este río
que me tira en mujer y me sumerge entre sus párpados,
qué tristeza nadar al fin hacia la orilla del sopor
sabiendo que el placer es ese esclavo innoble
que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo (…)”

After such pleasures
Julio Cortazar


La brisa que llegaba desde la zona de la costa refrescaba algo el ambiente en aquella parte del Aljarafe. Había dejado su coche en la vereda de entrada a un naranjal, hasta allí llegaba el aroma a la fruta que se empezaba a formar en los árboles cargados de promesas. Era una noche estrellada, sin una sola nube que ocultara el manto celeste a las miradas desde la tierra, de esas que en malas manos son telón de fondo de historias de amor para poetas sin alma, de esas que provocan pasiones a toro pasado, nostalgias sin recuerdo, recuerdos sin nostalgia. Paco Real guardó las llaves en su pantalón, se encaminó hacia la puerta metálica de la parcela y saltó la verja, con cuidado de no hacer ruido al caer.
El soplo del Arreglao le había conducido hasta la última dirección conocida del novio de Boris Sandoval, el socio de la Carrión antes de su acelerada desaparición en el Amazonas. Sandoval era un vividor reconocido que había dejado su país –Venezuela- tras la primera reelección de Chávez. Aunque no le tenía demasiadas antipatías al sátrapa, la razón fundamental era que su tierra natal se la había quedado pequeña: en un país en que los negocios los hacen los amigos del poder, él estaba de más. No estaba dispuesto a compartir el pastel que tanto tiempo le había llevado amasar. Primero pasó por Argentina, y luego tras trabajar para Sanmartín conoció a Carrión. Y surgió un flechazo difícil de definir. Aunque Sandoval no le hacía ascos a nada que le causara placer, era un homosexual declarado, lo cual le dio la distancia necesaria para admirar la forma que tenía Elena de subyugar a la gente a su alrededor, tanto que la convirtió en su obsesión. Esa relación tan particular le permitió convertirse en una de las persona de confianza de Carrión en España y en uno de sus principales reclutadores.
Boris Sandoval era un tipo culto, un sinvergüenza de modales refinados. Un hombre de mundo que se había abierto paso en el negocio de la moda y la belleza organizando certámenes de mises en su país de origen y encontró en ello el vehículo perfecto para reinventar la actividad de proxeneta de lujo. Era tan bueno en lo suyo, tan inteligente su forma de gestionar, que se había acabado convirtiendo en el Bernie Ecclestone del circuito internacional de acompañantes exclusivas. Lo que el británico era para la Fórmula 1, lo era Sandoval en su especialidad. No había agencia de acompañantes que no supiera quien mandaba, quién tenía las mejores ofertas, quién suplía los mejores ejemplares, fueran del sexo que fueran, fueran de la inclinación que fueran. En su negocio no había crisis, no había paro, no había regulación de Banco Central, había demanda creciente y oferta abundante, si se manejaban las fuentes...
Pero Boris Sandoval tenía una debilidad llamada Pepe Torres, también conocido en los mentideros artísticos como Pepe el de Benacazón... Y en su casa era donde en este momento hacía entrada Paco Real. El policía había acudido sin orden de registro, sabía que se la estaba jugando, y que no había otra forma de dar rápidamente con el paradero de Sandoval, o atraer hasta ellos al venezolano.
Rodeó la casa, un edificio de planta baja y paredes encaladas en medio de una parcela rústica rodeada de olivos y naranjos. Probó en suerte con la puerta lateral que daba a la cocina, se abrió a la primera. Procuró andar sin hacer ruido, un gruñido seguido de unos ladridos insistentes y agudos delató su presencia. Oyó una voz, allá al fondo del pasillo, no pudo ver al hombre reclamando silencio al animal que ahora tenía a sus pies, un Yorkshire Terrier diminuto.
Era una voz cansada, enferma, cascada, rota.
Real encaminó sus pasos en esa dirección. Entró en la habitación. La ocupaban un hombre postrado en cama y junto a él una anciana de rostro enjuto, consumido por la angustia y el tiempo. El hombre tendría poco más de cuarenta años, pero aparentaba setenta. Tenía la piel pegada a los huesos como papel reseco y resquebrajado, el dolor se le marcaba en cada rasgo de rostro y manos, el pelo apelmazado, pegado al cráneo a mechones, lacio y perdido en zonas. Era un ser en las últimas. Sus ojos miraron a Real sin miedo, con extrañeza y escepticismo, como lo hacen las personas que no tienen nada que perder porque ya lo han perdido todo. La mujer le tenía cogida la mano, como si sujetara un ser etéreo y lo mantuviera anclado a la tierra en pugna con la parca. Sin embargo, ella sí tenía miedo, a la soledad, al adiós, a la travesía que aún le tocaba vivir sola a pesar de haber rezado para que se la llevara antes a ella. Ambos miraron al hombre salido desde la oscuridad del pasillo. Permanecieron en silencio, como si de uno u otro modo hiciera tiempo que esperaran una visita similar.
-No le haga daño a mi hijo –dijo la anciana-. No le queda mucho... Igual nos hace un favor. –Finalizó con resignación.
-No teman, no voy a hacerles nada, descuiden. –Aclaró Real intentando tranquilizarlos con un gesto de sus manos y poniendo en la expresión de su rostro tanta compasión como pudo y sentía.
El enfermo le dijo algo al oído a la anciana. Esta salió de la habitación dejándolos solos. El Yorkshire saltó a una silla y desde ella a la cama para tenderse a los pies del moribundo. La habitación olía a medicinas, en el aire flotaba un vapor imperceptible, dulzón y etílico, a ratos a antiséptico. El gotero conectado al brazo parecía la extensión de las alas de un ángel dispuesto a partir, la cadena de un ancla estéril. Más allá, unas botellas de oxígeno esperaban el momento de intervenir en la batalla por la Tierra.
-¿Qué quiere de mí? ¿Por qué ha entrado de este modo? –Preguntó aquella ruina, con una voz que le salía de lo profundo del pecho, administrando con esfuerzo cada partícula de aire que exhalaba su boca.
-Dígame donde encontrar a Boris Sandoval. –Respondió lacónicamente Real.
Una risa se escapó de la boca del casi cadáver. Una tos seca y gutural la acompañó al final, deslizándose por la garganta, exhalando con ella jirones de vida. La mirada fija en el extraño que había entrado por el pasillo. Calibrando si gastar en él parte de sus últimos minutos.
-Como puede ver no creo que pueda forzarme a nada... Me queda un telediario y de los cortos –Resumió con ironía la situación el hombre enfermo cuando se calmó del ataque de tos.
-Me ahorraría muchos problemas si me dice donde está. Soy policía, pero su amigo no es de los que colaboran –Asintió Real alcanzándole un vaso de agua que había sobre la mesilla.
-Yo lo quería sabe...-respondió Torres secándose el líquido que le goteaba por la barbilla con el dorso de la mano-. Todavía lo quiero, a pesar de todo.... Como somos las personas... Estuvimos juntos cinco años... Fueron maravillosos... Hasta... –Dijo el enfermo. Hablaba con mucha dificultad, ahogándose en cada frase.
Real tomó la mascarilla y se la acercó a la cara. Torres la tomó y la apretó contra su nariz y boca para recuperar el resuello.
La puerta se abrió y entró la anciana con una bandeja en la que había un surtido de medicinas tan amplio como para abastecer media guardia de un hospital. Apartó a Real en silencio, preparó una jeringuilla y aplicó la aguja a una de las conexiones de la vía pegada al dorso de la mano del enfermo. Los ojos de Pepe el de Benacazón se pusieron en blanco y su expresión se relajó. Su madre se llevó el dedo a los labios en señal de silencio y pidió a Real que la siguiera fuera de allí. El perro se lanzó al vacío y los siguió como si comprendiera el ritual del que formaba parte. La puerta se cerró con el mismo sonido con el que se cierra una tumba.
El salón de la casa era amplio, con pocos muebles, decorado al estilo de las casas de campo andaluzas, con telas de colores vivos y cálidos. Ella tomó asiento en una mecedora e invitó a Real a ocupar un sofá de piel. El perro trotó cerca de la anciana y se sentó ocupando el centro de la alfombra de sisal extendida bajo ellos.
-Esta casa se la regaló él. Estaban enamorados... Mi hijo estaba en lo más alto de su carrera. ¿Sabe que por aquel entonces ya formaba parte del Ballet Nacional? –la anciana señaló alrededor. Real no se había fijado, en todas las paredes se exhibían carteles de las obras en las que había actuado el célebre bailarín de danza española Pepe Torres-. Era muy bueno... –Prosiguió.
-¿Qué pasó? –Preguntó Paco Real, más para darle tiempo a tranquilizarse a la anciana que por curiosidad.
-Lo sabe todo el mundo... Las malas compañías. Ese hombre, Boris Sandoval, no era trigo limpio... Lo metió en todo lo peor... Dejó los ensayos ¿Sabe cuantas horas diarias tiene que practicar un bailarín de su clase?... Y la peor, aquella pelirroja...
-¿Quién dice usted señora? –Inquirió Real con curiosidad.
-Una abogada joven y bella, una preciosidad... –explicó la anciana. Perdió la mirada en alguna parte de la habitación y continuó-. La falsa moneda... El mismo diablo... Macarena se llamaba... Dios la confunda...
-Ya... –Asintió Paco Real e imaginando la historia vivida por aquel joven en manos del grupo formado por Elena Carrión, Macarena Spencer y Boris Sandoval.
-¿Quiere usted saber donde encontrar a Sandoval, no?
-Sí, señora. Se lo agradecería mucho...
-No me lo agradezca, métale una bala entre ceja y ceja y cuando lo vaya a hacer dígale antes que es de mi parte...

domingo, 15 de julio de 2012

CORAZON DE TIZA. CHIMO NAJERA.


18              CORAZON DE TIZA. CHIMO NAJERA.

Pintado llegó tarde a la casa del Escorial. Mientras preparaba la cena empezó una botella de vino tinto, un Ribera del Duero pasable, apuró la primera copa mientras terminaba de cuajar la tortilla de ajetes tiernos. Luego preparó una ensalada con las hortalizas que Camino le había dejado en el frigorífico esa misma tarde. De repente sintió como el mordisco de la soledad le atenazaba el corazón, le oprimía el pecho, le cansaba el alma. Después de tanto tiempo estaba como al principio, desnudo de sentimientos, como si los años pasados sólo hubieran servido para tirar por la borda el bagaje adquirido en la singladura. Marta muerta, María al otro lado de la vida, haciendo el recorrido por su cuenta, y Rosana una incógnita de la que no quería desprenderse, pero tampoco desvelar... De qué le servía la libertad adquirida... Aunque al menos había elegido... No como cuando te encuentras escrito tu nombre dentro del corazón de tiza en la pared... Y no tienes elección.
Después de cenar salió al jardín trasero. Deseó encender un cigarro. Aunque ya no fumaba... Elegir... ¿Sucumbir al deseo? No en eso no consistía la capacidad de elegir, quizás en renunciar. Quizás la clave estuviera en la renuncia... En la satisfacción de decidir que la respuesta era no... Voluntad y deseo, a menudo se confunden, más no... Esa era la clave... Muy cerca un grillo empezó a restregar los élitros generando un chirrido enervante, hasta que de tanto sonar acabó perdiéndose en la inmensidad de la noche pensó Pintado recordando el pasaje de Platero y yo.
El teléfono empezó a vibrar sobre el velador de mármol. Pintado lo tomó con curiosidad y comprobó que se trataba de un número desconocido. Lo atendió con prudencia, sin desvelar su identidad. Era Nájera, quien lacónicamente lo emplazó para aquella noche en la conocida dirección de su local situado cerca del Paseo de la Castellana. Había esperado por esa llamada toda la tarde. Desde que Lola Bocanegra lo llamó de mañana para informarle de la visita del sicario del empresario y para contarle como había confesado su identidad –como habían convenido- tras una mínima resistencia. La puta, su amiga, no había aclarado más, aunque su silencio sirvió para que él se lo imaginara. Ese sicario le debía una…
Pintado sacó el vehículo del garaje y condujo hasta Madrid. Apenas tres cuartos de hora después lo aparcaba a un par de manzanas de distancia del Club de Chimo Nájera. Era cerca de la una de la madrugada, la calle estaba tan solitaria que sus pasos resonaban hueros en las fachadas de las casas. No se veía un alma, sólo los porteros y atrapa clientes a las puertas de los locales de alterne.
En el interior del Club no cabía un alfiler. Las chicas –al menos treinta- se afanaban como corredores de bolsa durante la sesión matinal, trasegando de un lado a otro los cuerpos esculturales, navegando entre las islas masculinas como embarcaciones en una regata, gráciles con las velas al viento, dando bordada tras bordada, cada cual a su escota, a su labor de pescadoras sin cebo, y pecadoras sin cielo... Atrayendo marineros ilusos con cantos de sirena. Pintado hizo caso omiso de los ofrecimientos al paso y se dirigió directamente hacia la oficina de Nájera.
El guardaespaldas jefe le sonrió con un diente de oro, uno que como el de Pedro Navajas iluminaría una avenida, el mismo que iluminó la cara de Lola Bocanegra cuando le arrancó un incisivo de golpe, el mismo que tarde o temprano acabaría navegando el aire –lo juro, se dijo Pintado-. El armario lo cacheó primero y luego se apartó franqueándole el paso. Ginés le miró con mala leche y pasó dentro. El empresario de la Noche lo esperaba sentado en el sofá del fondo, contemplando el espectáculo que se desarrollaba tras el panel corredizo que ocultaba la pared de vidrio polarizado que permitía la vista de la actividad al otro lado. Las chicas observadas como peces en la pecera.
-Se ha fijado señor Sellán –lo llamó por el nombre figurado, queriendo mantener el engaño- lo interesante de mi trabajo. Por vocación soy voyeur, no me imagino nada más estimulante para satisfacer mis inclinaciones naturales que este espectáculo que puede usted admirar ahora.
-Lo felicito Señor Nájera, ha sabido escoger. Las chicas son muy guapas, mucho. En efecto parece que está usted en su salsa.
-No se imagina cuanto. Cada una de ellas vale su peso en oro, aunque eso supongo bien lo sabe usted, si es usted quien dice ser... ¿Sabe que en un año cada una de ellas gana más que un Director General de cualquier empresa del país?
Una rubia muy alta, por encima del metro ochenta, apoyó la espalda al otro lado de la pared de vidrio. El hombre que estaba con ella la atrajo agarrándola por el trasero y apretándolo muy fuerte con ambas manos. Nájera no se perdió detalle de la situación. Los ojos le brillaron y una sonrisa imbécil le deformó ligeramente las comisuras de la boca. Pintado se dio cuenta que el empresario iba bien puesto esa noche.
-Nájera, he venido a hablar de negocios. ¿Por qué no me dice usted cuál es su ofrecimiento y entramos en materia? –Preguntó el ex policía intentando recuperar el ritmo de la conversación.
-Veo que no le gusta perder el tiempo. Bien, a mí tampoco, le haré una oferta. Si es usted capaz de facilitar el mismo material que la señora Carrión, dé por sentado que haremos negocios juntos, pero no será directamente conmigo...
-¿Cómo? –Interrumpió Pintado, nervioso por tanta verborrea.
-Tenga paciencia hombre. Verá, yo, mis locales, como puede ver están muy centrados en el tipo de mercancía que puede usted contemplar: de primera calidad, chicas cultas y elegantes, para un público exclusivo... Además si me pagan bien puedo proporcionar otro tipo de servicios, pero eso nunca en mis locales de Madrid... Es demasiado arriesgado. Estos servicios especiales los suministramos a través de mis socios gallegos...
-¿Socios Gallegos?
-Los mismos a los que atendía la señora Carrión. La mercancía especial que ella facilitaba últimamente llega hasta Coruña, y allí se queda, es más cómodo para todos...
-Comprendo. ¿Cómo quiere que lo hagamos?
-Verá Sellán, le he concertado una cita para la semana que viene. Allí podrá cerrar los detalles y analizar si le interesa la operación que le proponemos, aunque de eso, estoy seguro... Le interesará.
-De acuerdo Nájera, creo que vamos a hacer negocios, cuente conmigo. Acudiré a la cita. Dígame donde y allí estaré.
-No se preocupe por los detalles. Usted esté pendiente de su teléfono. Yo lo contactaré cuando sea el momento, entonces le daré la información que necesita y le proporcionaré la forma de llegar a la reunión. Comprenda que la discreción es fundamental en estos casos. Mis socios son hombres de negocios, muy importantes, y su seguridad es lo primero...
-Lo entiendo. Esperaré su llamada. –Dijo Pintado haciendo ademán de levantarse y dar la reunión por finalizada.
-Tranquilo Sellán, quédese un rato –dijo Nájera levantándose también y acercándose hacia la pared de vidrio-. ¿Qué le parece si nos relajamos un poco y sellamos el comienzo de una buena amistad? –Preguntó mientras descolgaba el teléfono interior...

sábado, 14 de julio de 2012

CORAZON DE TIZA. EL MORO DE LAVAPIES.

18              CORAZON DE TIZA. EL MORO DE LAVAPIES.

Pintado se plantó delante de un bar, en la dirección que le había facilitado Cienfuegos. Ocupaba la planta baja de una casa de vecinos en una populosa calle del barrio de Lavapiés, una de las pocas que aún no había sido restaurada aprovechando las subvenciones del gobierno del anterior alcalde Gallardón. Hacía tiempo que se había acabado la barra libre previa a la crisis, ahora todo el mundo hacía de tripas corazón y sorteaba los escollos con mejor o peor fortuna. La alcaldesa Botella hacía de la necesidad virtud mientras apretaba los dientes en torno a los restos de las cenizas del fenecido Fénix madrileño. Flanqueando la puerta había unas pocas mesas que ocupaban la acera. En ellas consumían unas cañas un grupo de perrosflauta que se gastaban el estipendio de reclamaciones y limosnas obtenidas al filo de la calle cuando no hacían de clac para el movimiento de indignados. El ex policía los ignoró y entró al local, se acercó a la barra atendida por un paisano moreno, barrigón y calvo, con barba de varios días. El barman, un moro nacionalizado a primeros de los ochenta, casado con la española dueña del local que –aparte de otras cosas más prosaicas- acogió y dio trabajo, tardó un rato en atenderlo.
-...Tedirá... –Dijo en un castellano nasal y difícilmente entendible, sacándose el palillo de entre los dientes y señalando con él a Pintado.
-Que sea una caña. –Ordenó Pintado reclinándose sobre el mostrador, sucio y pegajoso, como el linóleo del suelo de una oficina de apuestas un viernes por la tarde.
-¿A palo seco? –Objetó el moro, viendo la pinta del parroquiano, presuponiéndole mayor poder adquisitivo que el de los habituales del antro
-Recomiéndeme algo –Mintió Pintado.
-¿Unas bravas? Las hace mi mujer. –Ofreció el barman con la esperanza de clavarle algo más que a la media, señalando un plato bajo una cubierta de vidrio sucio de moscas y pringue.
-Déjelo... Se me ha quitado el hambre. –Se excusó Pintado poniendo en la expresión de su rostro todo el asco del mundo.
El moro, acostumbrado a la brega con personal más difícil que el que le había tocado en suerte esta vez, tiró la caña desde el grifo y colocó el vaso sobre la mesa como quien apuntala un clavo. La espuma salpicó el antebrazo de Pintado, quien se alejó de la barra manteniendo el recipiente en el mostrador.
-¡Jodio moro! –Exclamó Pintado.
-¡Jodio... Tu puta madre cabrón! –Replicó el barman como única respuesta a la expresión del parroquiano. –Y ya te puedes ir yendo si no quieres que te cambie de sitio la cara... paisa. Hijo de puta, que hueles a madero a cien kilómetros. –Dijo poniendo un bate de madera sobre el mostrador con cara de pocos amigos.
Los perrosflauta habían acudido al calor de la discusión ilusionados por terciar en la riña y si acaso por largarse con viento fresco sin pagar, cualquiera de las dos opciones encajaban en su programa de actividades. Pintado, elevó las manos en señal de paz, mientras el moro envalentonado por la compañía cogía el bate y rodeaba la barra para darle su merecido al maledicente. Viendo el ex policía que la fuerza de las palabras no sería argumento suficiente optó por dar un paso atrás y pedir tranquilidad con gestos.
-Tranquilo hombre, vengo de parte de Tristán –nombre con el que era allí conocido Cienfuegos- busco a Mohamed... –Exclamó Pintado.
El moro paró en seco, pareció pensárselo unos segundos mientras golpeaba parsimoniosamente el bate contra la mano, mirando alternativamente a la cara de Pintado y al garrote. Finalmente se decidió por la opción dialogante e instó a los indignados a volver a su sitio o a desaparecer tras pagar. Los jóvenes optaron por la primera y continuar la contemplación de las horas al calor de la calle.
Mohamed volvió detrás de la barra y limpió con una bayeta el mostrador.
-¿Qué quiere? –Dijo mientras aplicaba movimientos circulares y obtenía una espiral sicodélica con la suciedad acumulada en la superficie.
-Busco un arma. –Reclamó Pintado-
-¿Me tomas por gilipollas, paisa? Morito pone cañas, raciones de bravas... Te confundes.
-Tú y yo sabemos que no... Te pagaré bien.
El moro tomó un palillo y se escarbó con él los dientes delanteros. Encontró un filón en la zona del incisivo lateral y lo removió con un chasquido de la lengua. Durante todo el proceso no dejó de mirar fijamente a los ojos de Pintado.
-Pasa dentro. Ahora voy. –Dijo Mohamed señalando una puerta al extremo de la barra.
Pintado entró en la trastienda que hacía las veces de almacén y cocina. Estaba mal iluminada, apenas por una solitaria luminaria fluorescente que pendía del techo gris y desconchado, empercudido de telarañas y grasa. Olía a fritanga requemada, a comida pasada, a suciedad de lustros. Viendo la pinta de las patatas en una olla de aluminio, flotando en un engrudo carmesí, Ginés no se arrepintió de no haber pedido la ración que le recomendó el moro.
Mohamed atrancó la puerta de la calle, momento que la tribu que ocupaba las mesas aprovechó para darse el piro calle abajo a la búsqueda de otro pardillo al que esquilmar, y entró en la trasera donde lo esperaba Pintado.
-Son quinientos euros. –Exigió el moro antes de continuar.
Pintado asintió con un gesto de la cabeza llevándose la mano a la cartera que guardaba en el bolsillo trasero del pantalón. Con el dinero a la vista el moro descubrió una trampilla bajo el suelo del almacén. Extrajo de él una caja metálica dentro de la cual había un par de bultos envueltos en sendas bolsas de cuero y las colocó sobre la mesa. Sacó el contenido y retiró las telas aceitadas que lo cubría.
-En estos momentos tengo a mano un Smith & Wesson del 38 o una Star 30 PK. ¿Cuál prefieres? –Preguntó señalando las armas como un trilero de feria.
Pintado se quedó pensativo, ninguna le gustaba particularmente. Las sopesó con cuidado, observó los mecanismos, el estado del metal. Finalmente lo decidió por la capacidad del cargador.
-Me llevaré la PK –dijo señalando la automática con el cuerpo brillante de aleación de aluminio y las cachas con el escudo de la Armada Española, no era un arma moderna, pero tampoco tenía tiempo para esperar una mejor opción-, y añade una caja de munición.
-Eso no está incluido en el precio paisa.
-Da lo mismo, tú dámela, te la pagaré...

viernes, 13 de julio de 2012

LA LUZ AL FINAL DEL TUNEL

Así, casi, titula D. Leopoldo Abadía su artículo semanal en El Confidencial.

PEREZOSO ¿POLITICO ANCLADO AL PUESTO?

Cada día millones de españoles nos desayunamos con una noticia mala y las demás también, asomándonos a un abismo que de conocido y entrañable empieza a atraernos, como canto de sirenas, y encima nadie, señalo nadie, es capaz de aportarnos el más mínimo apunte de cómo y cuándo acabará esto. Pues bien, D. Leopoldo, hoy nos aporta una pequeña alegría que, aunque dure poco, Dios no lo quiera, alegría es, al fin y al cabo.
Queda por meter mano a la casta política y al esquema de Estado que se ha demostrado fallido después de servir durante treinta años al propósito de los que nunca creyeron en España. Asumo con disciplina los recortes que me tocan, el incremento de mis cargas y la necesaria austeridad en mi vida diaria. Pero, de la misma manera, exijo la desaparición de tanto político –de carrera y contratado, por voluntad propia o por enchufe- que en este momento supone una carga encima del carro del que tiro. Exijo también la desaparición del estado de la autonomías, y hago mio el grito que está en la calle, el que quiera autonomía que se la pague con su sudor y trabajo. Yo estoy dispuesto a tirar por España, pero en absoluto en nombre de ninguna de las diecisiete autonomías, que ni me definen, ni me alimentan –ni cuerpo, ni sueños-.
No estoy dispuesto a malograr el futuro de mis hijos –que es el de los hijos de los demás- a costa de las prebendas de aquellos que ni siquiera soñaron en estar donde están.
Lo digo con propiedad, he nacido y vivido en Andalucía, he vivido en Galicia, Castilla La mancha y Madrid, además de en un par de países de Latinoamérica, y sólo me siento español. Sobre todo ahora que vivo en un país pobre, de solemnidad, esta España que me posee el corazón.

jueves, 12 de julio de 2012

BUIKA

Concha Buika...

Esta está siendo temporada de magníficos descubrimientos. Quizás sea lo bueno de desaparecer de vez en vez en el limbo de la distancia y el olvido. La vida tiene estas cosas.
Tener la oportunidad de ver con ojos distintos la realidad resulta un magnífico proceso de encuentro, un viaje imperdible. Cosas que siempre han estado resultan nuevas, desaparecen las que siempre parecieron, y se transforman las que no existían.
A fin de cuentas esto es la vida…
Seguro que esta música acompañará a Pintado en alguno de sus momentos diferentes.

miércoles, 11 de julio de 2012

UNA BODA, EN LUARCA.

La mañana rompió, como un velo rasgado por el viento. Mi cabeza parecía una jaula de grillos devorada por un gato montés. El sabor amargo de la hiel traspasando la frontera de mi garganta me recordó las cinco botellas de sidra, tres cervezas, dos de vino y la copa de whisky trasegadas la noche anterior. A pesar de todo, nada parecía tener el sentido de días anteriores.
El mensaje de Mazarro había sido muy claro, ella se casaba ese día, esa mañana, en algún lugar de Luarca, Y por eso estaba allí, recibiendo la arisca caricia del viento del norte en mi rostro y la sal que el aguacero arrastraba. Me aposté en el único sitio a resguardo del orvallo, la vieja esquina de piedra de la ermita, encaramada en lo alto de la atalaya, sobre el cementerio, roturada por siglos de exposición a la lluvia y a la galerna, y esperé allí hasta que empezó a llegar el gentío.
Primero lo hizo la banda de gaitas, que se dispuso en semicírculo  alrededor de la entrada principal de la capilla. Al poco el sonido templando gaitas invadió el poco espacio útil que quedaba en mi cabeza tras la etilización nocturna. Poco después, como hormigas que se acercan a la entrada del hormiguero, empezaron a llegar los invitados. La mayoría de ellos paisanos de la zona. Se notaba en los rostros masculinos curtidos por el aire salobre  y en las manos agrietadas por la faena en el mar. En los cuerpos robustos de las mujeres de piernas potentes como sprinters, en sus pieles sonrojadas, en los colores pastel de los vestidos de fiesta, ajustados, como el film que envuelve los paquetes de embutido sellados al vacío.
Esperé sin moverme. ¡Dios, como habría deseado fumar en esos momentos! Expeler el humo lentamente, dejar que mis pensamientos se evanescieran en el aire, con él. El sonido agudo de las gaitas llenó el aire de notas que se confundieron en mi mente con las melodías olvidadas.
Reconocí en la distancia a Javier, mi amigo el poeta, él no había faltado tampoco a la cita. Ojalá Mazarro me hubiera acompañado, seguramente me habría estado recordando que aquello era inútil y me habría pedido que nos fuéramos antes de que fuera demasiado tarde. Aparté ese resto de debilidad. Toqué la culata del revolver. Mi 38 era lo único real a mi alrededor, la única cosa sensata del momento.
De pronto las notas cambiaron. El tambor redobló, frenético, como mis sentimientos, como el corazón en el pecho. El sacerdote asomó su cara por la puerta de la ermita. Sonrió, como un forense antes de hundir el escalpelo en la carne grisácea de un cadáver. El novio, que hacía guardia a la entrada de la garita, se frotó las manos, como si tuviera hambre y le trajeran un bocadillo. No comprendí ni antes ni ahora porque había sido precisamente él el elegido. No nos parecíamos en nada y todavía recordaba cuando ella me decía que nunca podría amar a nadie como a mí…
Las mujeres jóvenes, las que no habían encontrado acomodo dentro del pequeño edifico de piedra, corrieron hasta la puerta arrastrando a su paso a todo bicho viviente. Las telas crujieron sometidas a sus límites de rotura, las prendas elásticas se tensaron reacomodando volúmenes y formas dentro de la pauta predeterminada. Los tocados, mojados por la lluvia, caían flácidos como plumas de codornices cazadas al ojeo. Una chica se ajustó el portaligas que apenas se sugería bajo la apretada falda de raso verde, su novio, remedo de Paquirrin del norte prendió fuego a un petardo y lo lanzó contra el muro del cementerio, la explosión retumbó contra las viejas paredes de piedra, como el eructo de un dragón.
El coche, un viejo sedán restaurado, se detuvo delante de la capilla. Todo a mi alrededor pareció detenerse a cámara lenta. El tiempo, el aire, los sonidos. Apenas vi la punta del zapato supe que era ella. El tobillo fino y delicado, envuelto en unas medias blancas que velaban su piel morena, me lo confirmó.
Aparté la mirada en dirección al mar. Las olas rompían acantilado abajo en las rocas  de la orilla delineada a cuchillo, la espuma resultante flotaba en el aire, como el esputo de un moribundo y me llegó hasta el rostro. Mis ojos se cerraron con una neblina salada. Me queda la duda de si aquella agua eran lágrimas. Prefiero no saberlo.
Esperé hasta que entró en la pequeña urna de piedra donde iban a enterrarse mis últimos recuerdos y me alejé carretera abajo hacia el puerto de Luarca. Me acompañaron la rabia y la decepción, y el tacto cálido y suave de mi 38 encajado en la cintura…

martes, 10 de julio de 2012

CRONICA DE DOS TIPOS DUROS: GET CARTER Y POINT BLANK.

Hoy le ha tocado el turno a dos duros. Michael Cane en Get Carter y Lee Marvin en Point Blank.
En Get Carter (A Quemarropa) -1971- (no confundir con el remake de Silvester Stallone del 2000) Michael Cane interpreta el papel de Jack Carter, un pequeño matón londinense que la arma vengando la muerte de su hermano. La sobria dirección de Mike Hodges logra una historia bien hilvanada y llena de ritmo en la que no sobra ninguna escena. El guión –a ratos- recuerda el de Asesinato en 8 mm de Joel Schumacher, aunque –créanme- la interpretación del actor británico no tiene nada que ver con el ambiguo personaje de Nicolas Cage. Una jovencísima Britt Ekland y una explosiva Geraldine Moffat dan el contrapunto femenino al quizás mejor Cane de toda la Historia. No deben perderse las expresiones del duro Jack. Pintado tomó buena cuenta de ellas.
Point Blank es un clásico del negro americano. Dirigida en 1967 por John Boorman e interpretada por Lee Marvin y Angie Dickinson. De esta también se rodó una segunda versión: Pay Back con Mel Gibson, quien tuvo el mérito –y el sentido común- de interpretar un duro radicalmente distinto al del inimitable Lee Marvin. Marvin –como ocurre con McQueen- es un actor entre un millón. Cada uno de sus gestos antecede a las palabras, que en este caso son pronunciadas en un tono que resulta demoledor.
Dos joyas con las que revivir algunos de los diablos de Pintado…  

lunes, 9 de julio de 2012

CORAZON DE TIZA. CIENFUEGOS.

18           CORAZON DE TIZA. CIENFUEGOS.

Baldomero Cienfuegos estaba sentado en un banco al sol, en el Parque del Retiro madrileño. El chorro de agua se erguía hacía el espacio como el último deseo de un moribundo, apenas con la fuerza suficiente para sobresalir del estanque en que tenía origen. Había dejado el ejemplar de la prensa diaria a su lado y apartaba con el pie las palomas que habían acudido a picotear las migas de pan tiradas en el suelo por el anterior ocupante del banco. La mañana era luminosa y olía a flores y churros, a fresco y a limones, a nardos apoyaos en la cadera y a humo del tráfico a lo lejos, a sol brillante, a sombra buscada bajo un dintel, a cervecita dentro de un rato y a tinta de periódico, a fritura de calamares, a tren que sale de una estación de barrio, a todo eso que huelen las mañanas de Madrid. El sol, ya en lo alto, refulgía en los paneles de vidrio del palacio de Cristal y devolvía parte de su haz fotónico en dirección al funcionario del Centro Nacional de Inteligencia.
Pintado lo había estado observando desde lejos y sólo se acercó a él cuando comprobó que estaba solo y que nadie a su alrededor lo apoyaba. El espía tenía menos pelo que la última vez que se encontraron, también había adelgazado, ahora las venas se marcaban azules sobre su piel sonrosada y lampiña. Cienfuegos ni se inmutó, apenas deslizó el cuerpo sobre el banco para asegurar que había espacio suficiente junto a él.
-¡Caramba Pintado! ¡Menudo cambio! –Dijo por lo bajo sin apartar la mirada del frente, dejando patente que aunque lo había visto llegar con el rabillo del ojo, se había fijado lo suficiente como para hacer un preciso retrato.
-Tú también. Cienfuegos. Los años no pasan en balde... –Dijo Pintado mirando los penetrantes ojos azules del espía.
-Ya lo creo, para nadie... Has resucitado Pintado, ¿quién lo diría?
-No camino sobre las aguas que conste... Aunque igual con el tiempo me otorgan ese don...
-Mantienes la ironía de siempre... Ya sabes que aprecio esa cualidad tuya... Y ahora dime lo que quieres de nosotros. Mi jefe me ha ordenado que acudiera y que de momento te deje en paz... Tú dirás.
-Como la historia la conoces no te aburriré con detalles. Necesito saber todo lo que tengáis sobre Ricardo Sanmartín y sus relaciones a este lado del Atlántico. Eso es todo, de momento...
-Menudo angelito. Siempre andas en las mejores compañías Pintado. No sé como te las apañas. Las atraes como un imán.
-Más bien son ellos, yo estaba retirado. Ya lo sabes. Hicimos un trato y lo cumplí... Me mantuve apartado, pero ahora me han jodido...
-Y no sabes cuanto. Tu expediente estaba encima de la mesa de la Interpol. Menos mal que te dieron por muerto. Eso te libra, aunque a cambio no existes. Estás en el limbo.
-Necesito recuperar mi identidad. Rehabilitar mi nombre. Por eso Sanmartín tiene que salir a la luz y aparecer como el cerebro y culpable de la operación contra Miranda.
-Eso, mi querido amigo, tiene unas implicaciones que ni te imaginas. La relación de Sanmartín con el Poder en la Argentina excede nuestra comprensión. Nadie va a estar interesado en joderlo... España ya no cuenta en ningún sitio, deberías saberlo. Se le han secado las ubres. Demasiados años de tejemanejes de los políticos. Demasiados intereses. Deberías saber la cantidad de corruptelas, de todos los calibres, que he visto aparecer delante de mis narices... Y las instrucciones han sido casi siempre dejarlo estar... Los cimientos del Estado se tambalearían si tomáramos cartas en el asunto... Ahora que ETA ha pasado a un segundo plano, el país necesita recuperar el equilibrio, ganar en credibilidad. Sólo van a dejar que destapemos los casos que permitan conseguir esos objetivos. Nadie está interesado en hacer una limpieza a fondo, créeme... Bastará con mantener sellada la puerta del avispero y evitar que la mierda se airee. Lo de siempre, nada nuevo.
-No he venido para hacer una cruzada. Ya sé que no duraría ni un segundo. Sólo quiero la cabeza de Sanmartín. Eso y recuperar mi vida.
-Te ayudaré, aunque no esperes demasiado. Cuenta con un informe de las actividades y contactos del argentino en nuestro país, eso es todo. Tendrás que apañarte solo. –Aclaró Cienfuegos levantándose del banco y mirando a Pintado fijamente. Su postura indicaba que había dado la conversación por concluida.
-Será suficiente. Tengo que pedirte otro favor. –Respondió Pintado, poniendo su mano sobre el velludo antebrazo de su interlocutor para impedir su marcha.
Cienfuegos miró a lo lejos pensándoselo y respiró profundamente antes de contestar.
-¿De qué se trata?
-Necesito una dirección...
Un par de minutos después Cienfuegos se alejó por el sendero de grava dejando a Pintado sentado en el banco. Las palomas habían desaparecido ante la súbita aparición de un gato, uno romano pardo a rayas blancas, gordo y lustroso, que se limpiaba las zarpas con lametones cortos y eficaces. Más allá, un desfile de patitos de plumaje negro y cuello azul navegaban el lago tras la estela de su progenitora. Viéndolos hacían que la superficie acuática pareciera un embalse de mercurio capaz de hacer etéreo cualquier cuerpo que flotara grávido sobre él.
La mañana había dejado de oler a las mañanas de Madrid, y ahora el aroma era el de una ciudad cualquiera en hora punta, ese olor metálico, a escape de automóvil, a muerte de un viajante, a ladrón de bicicletas, a vecino del quinto, a peluquería de barrio en tarde de sábado. A ladrillo. A tierra recalentada por un sol inclemente que se alzaba sobre los cielos azules del viejo Imperio.