SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


lunes, 9 de julio de 2012

CORAZON DE TIZA. CIENFUEGOS.

18           CORAZON DE TIZA. CIENFUEGOS.

Baldomero Cienfuegos estaba sentado en un banco al sol, en el Parque del Retiro madrileño. El chorro de agua se erguía hacía el espacio como el último deseo de un moribundo, apenas con la fuerza suficiente para sobresalir del estanque en que tenía origen. Había dejado el ejemplar de la prensa diaria a su lado y apartaba con el pie las palomas que habían acudido a picotear las migas de pan tiradas en el suelo por el anterior ocupante del banco. La mañana era luminosa y olía a flores y churros, a fresco y a limones, a nardos apoyaos en la cadera y a humo del tráfico a lo lejos, a sol brillante, a sombra buscada bajo un dintel, a cervecita dentro de un rato y a tinta de periódico, a fritura de calamares, a tren que sale de una estación de barrio, a todo eso que huelen las mañanas de Madrid. El sol, ya en lo alto, refulgía en los paneles de vidrio del palacio de Cristal y devolvía parte de su haz fotónico en dirección al funcionario del Centro Nacional de Inteligencia.
Pintado lo había estado observando desde lejos y sólo se acercó a él cuando comprobó que estaba solo y que nadie a su alrededor lo apoyaba. El espía tenía menos pelo que la última vez que se encontraron, también había adelgazado, ahora las venas se marcaban azules sobre su piel sonrosada y lampiña. Cienfuegos ni se inmutó, apenas deslizó el cuerpo sobre el banco para asegurar que había espacio suficiente junto a él.
-¡Caramba Pintado! ¡Menudo cambio! –Dijo por lo bajo sin apartar la mirada del frente, dejando patente que aunque lo había visto llegar con el rabillo del ojo, se había fijado lo suficiente como para hacer un preciso retrato.
-Tú también. Cienfuegos. Los años no pasan en balde... –Dijo Pintado mirando los penetrantes ojos azules del espía.
-Ya lo creo, para nadie... Has resucitado Pintado, ¿quién lo diría?
-No camino sobre las aguas que conste... Aunque igual con el tiempo me otorgan ese don...
-Mantienes la ironía de siempre... Ya sabes que aprecio esa cualidad tuya... Y ahora dime lo que quieres de nosotros. Mi jefe me ha ordenado que acudiera y que de momento te deje en paz... Tú dirás.
-Como la historia la conoces no te aburriré con detalles. Necesito saber todo lo que tengáis sobre Ricardo Sanmartín y sus relaciones a este lado del Atlántico. Eso es todo, de momento...
-Menudo angelito. Siempre andas en las mejores compañías Pintado. No sé como te las apañas. Las atraes como un imán.
-Más bien son ellos, yo estaba retirado. Ya lo sabes. Hicimos un trato y lo cumplí... Me mantuve apartado, pero ahora me han jodido...
-Y no sabes cuanto. Tu expediente estaba encima de la mesa de la Interpol. Menos mal que te dieron por muerto. Eso te libra, aunque a cambio no existes. Estás en el limbo.
-Necesito recuperar mi identidad. Rehabilitar mi nombre. Por eso Sanmartín tiene que salir a la luz y aparecer como el cerebro y culpable de la operación contra Miranda.
-Eso, mi querido amigo, tiene unas implicaciones que ni te imaginas. La relación de Sanmartín con el Poder en la Argentina excede nuestra comprensión. Nadie va a estar interesado en joderlo... España ya no cuenta en ningún sitio, deberías saberlo. Se le han secado las ubres. Demasiados años de tejemanejes de los políticos. Demasiados intereses. Deberías saber la cantidad de corruptelas, de todos los calibres, que he visto aparecer delante de mis narices... Y las instrucciones han sido casi siempre dejarlo estar... Los cimientos del Estado se tambalearían si tomáramos cartas en el asunto... Ahora que ETA ha pasado a un segundo plano, el país necesita recuperar el equilibrio, ganar en credibilidad. Sólo van a dejar que destapemos los casos que permitan conseguir esos objetivos. Nadie está interesado en hacer una limpieza a fondo, créeme... Bastará con mantener sellada la puerta del avispero y evitar que la mierda se airee. Lo de siempre, nada nuevo.
-No he venido para hacer una cruzada. Ya sé que no duraría ni un segundo. Sólo quiero la cabeza de Sanmartín. Eso y recuperar mi vida.
-Te ayudaré, aunque no esperes demasiado. Cuenta con un informe de las actividades y contactos del argentino en nuestro país, eso es todo. Tendrás que apañarte solo. –Aclaró Cienfuegos levantándose del banco y mirando a Pintado fijamente. Su postura indicaba que había dado la conversación por concluida.
-Será suficiente. Tengo que pedirte otro favor. –Respondió Pintado, poniendo su mano sobre el velludo antebrazo de su interlocutor para impedir su marcha.
Cienfuegos miró a lo lejos pensándoselo y respiró profundamente antes de contestar.
-¿De qué se trata?
-Necesito una dirección...
Un par de minutos después Cienfuegos se alejó por el sendero de grava dejando a Pintado sentado en el banco. Las palomas habían desaparecido ante la súbita aparición de un gato, uno romano pardo a rayas blancas, gordo y lustroso, que se limpiaba las zarpas con lametones cortos y eficaces. Más allá, un desfile de patitos de plumaje negro y cuello azul navegaban el lago tras la estela de su progenitora. Viéndolos hacían que la superficie acuática pareciera un embalse de mercurio capaz de hacer etéreo cualquier cuerpo que flotara grávido sobre él.
La mañana había dejado de oler a las mañanas de Madrid, y ahora el aroma era el de una ciudad cualquiera en hora punta, ese olor metálico, a escape de automóvil, a muerte de un viajante, a ladrón de bicicletas, a vecino del quinto, a peluquería de barrio en tarde de sábado. A ladrillo. A tierra recalentada por un sol inclemente que se alzaba sobre los cielos azules del viejo Imperio. 

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