SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


martes, 17 de julio de 2012

MONEDAS FALSAS. PEPE EL DE BANACAZON

19              MONEDAS FALSAS. PEPE EL DE BENACAZON.

“(…) Esta noche, buscando tu boca en otra boca,
casi creyéndolo, porque así de ciego es este río
que me tira en mujer y me sumerge entre sus párpados,
qué tristeza nadar al fin hacia la orilla del sopor
sabiendo que el placer es ese esclavo innoble
que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo (…)”

After such pleasures
Julio Cortazar


La brisa que llegaba desde la zona de la costa refrescaba algo el ambiente en aquella parte del Aljarafe. Había dejado su coche en la vereda de entrada a un naranjal, hasta allí llegaba el aroma a la fruta que se empezaba a formar en los árboles cargados de promesas. Era una noche estrellada, sin una sola nube que ocultara el manto celeste a las miradas desde la tierra, de esas que en malas manos son telón de fondo de historias de amor para poetas sin alma, de esas que provocan pasiones a toro pasado, nostalgias sin recuerdo, recuerdos sin nostalgia. Paco Real guardó las llaves en su pantalón, se encaminó hacia la puerta metálica de la parcela y saltó la verja, con cuidado de no hacer ruido al caer.
El soplo del Arreglao le había conducido hasta la última dirección conocida del novio de Boris Sandoval, el socio de la Carrión antes de su acelerada desaparición en el Amazonas. Sandoval era un vividor reconocido que había dejado su país –Venezuela- tras la primera reelección de Chávez. Aunque no le tenía demasiadas antipatías al sátrapa, la razón fundamental era que su tierra natal se la había quedado pequeña: en un país en que los negocios los hacen los amigos del poder, él estaba de más. No estaba dispuesto a compartir el pastel que tanto tiempo le había llevado amasar. Primero pasó por Argentina, y luego tras trabajar para Sanmartín conoció a Carrión. Y surgió un flechazo difícil de definir. Aunque Sandoval no le hacía ascos a nada que le causara placer, era un homosexual declarado, lo cual le dio la distancia necesaria para admirar la forma que tenía Elena de subyugar a la gente a su alrededor, tanto que la convirtió en su obsesión. Esa relación tan particular le permitió convertirse en una de las persona de confianza de Carrión en España y en uno de sus principales reclutadores.
Boris Sandoval era un tipo culto, un sinvergüenza de modales refinados. Un hombre de mundo que se había abierto paso en el negocio de la moda y la belleza organizando certámenes de mises en su país de origen y encontró en ello el vehículo perfecto para reinventar la actividad de proxeneta de lujo. Era tan bueno en lo suyo, tan inteligente su forma de gestionar, que se había acabado convirtiendo en el Bernie Ecclestone del circuito internacional de acompañantes exclusivas. Lo que el británico era para la Fórmula 1, lo era Sandoval en su especialidad. No había agencia de acompañantes que no supiera quien mandaba, quién tenía las mejores ofertas, quién suplía los mejores ejemplares, fueran del sexo que fueran, fueran de la inclinación que fueran. En su negocio no había crisis, no había paro, no había regulación de Banco Central, había demanda creciente y oferta abundante, si se manejaban las fuentes...
Pero Boris Sandoval tenía una debilidad llamada Pepe Torres, también conocido en los mentideros artísticos como Pepe el de Benacazón... Y en su casa era donde en este momento hacía entrada Paco Real. El policía había acudido sin orden de registro, sabía que se la estaba jugando, y que no había otra forma de dar rápidamente con el paradero de Sandoval, o atraer hasta ellos al venezolano.
Rodeó la casa, un edificio de planta baja y paredes encaladas en medio de una parcela rústica rodeada de olivos y naranjos. Probó en suerte con la puerta lateral que daba a la cocina, se abrió a la primera. Procuró andar sin hacer ruido, un gruñido seguido de unos ladridos insistentes y agudos delató su presencia. Oyó una voz, allá al fondo del pasillo, no pudo ver al hombre reclamando silencio al animal que ahora tenía a sus pies, un Yorkshire Terrier diminuto.
Era una voz cansada, enferma, cascada, rota.
Real encaminó sus pasos en esa dirección. Entró en la habitación. La ocupaban un hombre postrado en cama y junto a él una anciana de rostro enjuto, consumido por la angustia y el tiempo. El hombre tendría poco más de cuarenta años, pero aparentaba setenta. Tenía la piel pegada a los huesos como papel reseco y resquebrajado, el dolor se le marcaba en cada rasgo de rostro y manos, el pelo apelmazado, pegado al cráneo a mechones, lacio y perdido en zonas. Era un ser en las últimas. Sus ojos miraron a Real sin miedo, con extrañeza y escepticismo, como lo hacen las personas que no tienen nada que perder porque ya lo han perdido todo. La mujer le tenía cogida la mano, como si sujetara un ser etéreo y lo mantuviera anclado a la tierra en pugna con la parca. Sin embargo, ella sí tenía miedo, a la soledad, al adiós, a la travesía que aún le tocaba vivir sola a pesar de haber rezado para que se la llevara antes a ella. Ambos miraron al hombre salido desde la oscuridad del pasillo. Permanecieron en silencio, como si de uno u otro modo hiciera tiempo que esperaran una visita similar.
-No le haga daño a mi hijo –dijo la anciana-. No le queda mucho... Igual nos hace un favor. –Finalizó con resignación.
-No teman, no voy a hacerles nada, descuiden. –Aclaró Real intentando tranquilizarlos con un gesto de sus manos y poniendo en la expresión de su rostro tanta compasión como pudo y sentía.
El enfermo le dijo algo al oído a la anciana. Esta salió de la habitación dejándolos solos. El Yorkshire saltó a una silla y desde ella a la cama para tenderse a los pies del moribundo. La habitación olía a medicinas, en el aire flotaba un vapor imperceptible, dulzón y etílico, a ratos a antiséptico. El gotero conectado al brazo parecía la extensión de las alas de un ángel dispuesto a partir, la cadena de un ancla estéril. Más allá, unas botellas de oxígeno esperaban el momento de intervenir en la batalla por la Tierra.
-¿Qué quiere de mí? ¿Por qué ha entrado de este modo? –Preguntó aquella ruina, con una voz que le salía de lo profundo del pecho, administrando con esfuerzo cada partícula de aire que exhalaba su boca.
-Dígame donde encontrar a Boris Sandoval. –Respondió lacónicamente Real.
Una risa se escapó de la boca del casi cadáver. Una tos seca y gutural la acompañó al final, deslizándose por la garganta, exhalando con ella jirones de vida. La mirada fija en el extraño que había entrado por el pasillo. Calibrando si gastar en él parte de sus últimos minutos.
-Como puede ver no creo que pueda forzarme a nada... Me queda un telediario y de los cortos –Resumió con ironía la situación el hombre enfermo cuando se calmó del ataque de tos.
-Me ahorraría muchos problemas si me dice donde está. Soy policía, pero su amigo no es de los que colaboran –Asintió Real alcanzándole un vaso de agua que había sobre la mesilla.
-Yo lo quería sabe...-respondió Torres secándose el líquido que le goteaba por la barbilla con el dorso de la mano-. Todavía lo quiero, a pesar de todo.... Como somos las personas... Estuvimos juntos cinco años... Fueron maravillosos... Hasta... –Dijo el enfermo. Hablaba con mucha dificultad, ahogándose en cada frase.
Real tomó la mascarilla y se la acercó a la cara. Torres la tomó y la apretó contra su nariz y boca para recuperar el resuello.
La puerta se abrió y entró la anciana con una bandeja en la que había un surtido de medicinas tan amplio como para abastecer media guardia de un hospital. Apartó a Real en silencio, preparó una jeringuilla y aplicó la aguja a una de las conexiones de la vía pegada al dorso de la mano del enfermo. Los ojos de Pepe el de Benacazón se pusieron en blanco y su expresión se relajó. Su madre se llevó el dedo a los labios en señal de silencio y pidió a Real que la siguiera fuera de allí. El perro se lanzó al vacío y los siguió como si comprendiera el ritual del que formaba parte. La puerta se cerró con el mismo sonido con el que se cierra una tumba.
El salón de la casa era amplio, con pocos muebles, decorado al estilo de las casas de campo andaluzas, con telas de colores vivos y cálidos. Ella tomó asiento en una mecedora e invitó a Real a ocupar un sofá de piel. El perro trotó cerca de la anciana y se sentó ocupando el centro de la alfombra de sisal extendida bajo ellos.
-Esta casa se la regaló él. Estaban enamorados... Mi hijo estaba en lo más alto de su carrera. ¿Sabe que por aquel entonces ya formaba parte del Ballet Nacional? –la anciana señaló alrededor. Real no se había fijado, en todas las paredes se exhibían carteles de las obras en las que había actuado el célebre bailarín de danza española Pepe Torres-. Era muy bueno... –Prosiguió.
-¿Qué pasó? –Preguntó Paco Real, más para darle tiempo a tranquilizarse a la anciana que por curiosidad.
-Lo sabe todo el mundo... Las malas compañías. Ese hombre, Boris Sandoval, no era trigo limpio... Lo metió en todo lo peor... Dejó los ensayos ¿Sabe cuantas horas diarias tiene que practicar un bailarín de su clase?... Y la peor, aquella pelirroja...
-¿Quién dice usted señora? –Inquirió Real con curiosidad.
-Una abogada joven y bella, una preciosidad... –explicó la anciana. Perdió la mirada en alguna parte de la habitación y continuó-. La falsa moneda... El mismo diablo... Macarena se llamaba... Dios la confunda...
-Ya... –Asintió Paco Real e imaginando la historia vivida por aquel joven en manos del grupo formado por Elena Carrión, Macarena Spencer y Boris Sandoval.
-¿Quiere usted saber donde encontrar a Sandoval, no?
-Sí, señora. Se lo agradecería mucho...
-No me lo agradezca, métale una bala entre ceja y ceja y cuando lo vaya a hacer dígale antes que es de mi parte...

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