SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


sábado, 14 de julio de 2012

CORAZON DE TIZA. EL MORO DE LAVAPIES.

18              CORAZON DE TIZA. EL MORO DE LAVAPIES.

Pintado se plantó delante de un bar, en la dirección que le había facilitado Cienfuegos. Ocupaba la planta baja de una casa de vecinos en una populosa calle del barrio de Lavapiés, una de las pocas que aún no había sido restaurada aprovechando las subvenciones del gobierno del anterior alcalde Gallardón. Hacía tiempo que se había acabado la barra libre previa a la crisis, ahora todo el mundo hacía de tripas corazón y sorteaba los escollos con mejor o peor fortuna. La alcaldesa Botella hacía de la necesidad virtud mientras apretaba los dientes en torno a los restos de las cenizas del fenecido Fénix madrileño. Flanqueando la puerta había unas pocas mesas que ocupaban la acera. En ellas consumían unas cañas un grupo de perrosflauta que se gastaban el estipendio de reclamaciones y limosnas obtenidas al filo de la calle cuando no hacían de clac para el movimiento de indignados. El ex policía los ignoró y entró al local, se acercó a la barra atendida por un paisano moreno, barrigón y calvo, con barba de varios días. El barman, un moro nacionalizado a primeros de los ochenta, casado con la española dueña del local que –aparte de otras cosas más prosaicas- acogió y dio trabajo, tardó un rato en atenderlo.
-...Tedirá... –Dijo en un castellano nasal y difícilmente entendible, sacándose el palillo de entre los dientes y señalando con él a Pintado.
-Que sea una caña. –Ordenó Pintado reclinándose sobre el mostrador, sucio y pegajoso, como el linóleo del suelo de una oficina de apuestas un viernes por la tarde.
-¿A palo seco? –Objetó el moro, viendo la pinta del parroquiano, presuponiéndole mayor poder adquisitivo que el de los habituales del antro
-Recomiéndeme algo –Mintió Pintado.
-¿Unas bravas? Las hace mi mujer. –Ofreció el barman con la esperanza de clavarle algo más que a la media, señalando un plato bajo una cubierta de vidrio sucio de moscas y pringue.
-Déjelo... Se me ha quitado el hambre. –Se excusó Pintado poniendo en la expresión de su rostro todo el asco del mundo.
El moro, acostumbrado a la brega con personal más difícil que el que le había tocado en suerte esta vez, tiró la caña desde el grifo y colocó el vaso sobre la mesa como quien apuntala un clavo. La espuma salpicó el antebrazo de Pintado, quien se alejó de la barra manteniendo el recipiente en el mostrador.
-¡Jodio moro! –Exclamó Pintado.
-¡Jodio... Tu puta madre cabrón! –Replicó el barman como única respuesta a la expresión del parroquiano. –Y ya te puedes ir yendo si no quieres que te cambie de sitio la cara... paisa. Hijo de puta, que hueles a madero a cien kilómetros. –Dijo poniendo un bate de madera sobre el mostrador con cara de pocos amigos.
Los perrosflauta habían acudido al calor de la discusión ilusionados por terciar en la riña y si acaso por largarse con viento fresco sin pagar, cualquiera de las dos opciones encajaban en su programa de actividades. Pintado, elevó las manos en señal de paz, mientras el moro envalentonado por la compañía cogía el bate y rodeaba la barra para darle su merecido al maledicente. Viendo el ex policía que la fuerza de las palabras no sería argumento suficiente optó por dar un paso atrás y pedir tranquilidad con gestos.
-Tranquilo hombre, vengo de parte de Tristán –nombre con el que era allí conocido Cienfuegos- busco a Mohamed... –Exclamó Pintado.
El moro paró en seco, pareció pensárselo unos segundos mientras golpeaba parsimoniosamente el bate contra la mano, mirando alternativamente a la cara de Pintado y al garrote. Finalmente se decidió por la opción dialogante e instó a los indignados a volver a su sitio o a desaparecer tras pagar. Los jóvenes optaron por la primera y continuar la contemplación de las horas al calor de la calle.
Mohamed volvió detrás de la barra y limpió con una bayeta el mostrador.
-¿Qué quiere? –Dijo mientras aplicaba movimientos circulares y obtenía una espiral sicodélica con la suciedad acumulada en la superficie.
-Busco un arma. –Reclamó Pintado-
-¿Me tomas por gilipollas, paisa? Morito pone cañas, raciones de bravas... Te confundes.
-Tú y yo sabemos que no... Te pagaré bien.
El moro tomó un palillo y se escarbó con él los dientes delanteros. Encontró un filón en la zona del incisivo lateral y lo removió con un chasquido de la lengua. Durante todo el proceso no dejó de mirar fijamente a los ojos de Pintado.
-Pasa dentro. Ahora voy. –Dijo Mohamed señalando una puerta al extremo de la barra.
Pintado entró en la trastienda que hacía las veces de almacén y cocina. Estaba mal iluminada, apenas por una solitaria luminaria fluorescente que pendía del techo gris y desconchado, empercudido de telarañas y grasa. Olía a fritanga requemada, a comida pasada, a suciedad de lustros. Viendo la pinta de las patatas en una olla de aluminio, flotando en un engrudo carmesí, Ginés no se arrepintió de no haber pedido la ración que le recomendó el moro.
Mohamed atrancó la puerta de la calle, momento que la tribu que ocupaba las mesas aprovechó para darse el piro calle abajo a la búsqueda de otro pardillo al que esquilmar, y entró en la trasera donde lo esperaba Pintado.
-Son quinientos euros. –Exigió el moro antes de continuar.
Pintado asintió con un gesto de la cabeza llevándose la mano a la cartera que guardaba en el bolsillo trasero del pantalón. Con el dinero a la vista el moro descubrió una trampilla bajo el suelo del almacén. Extrajo de él una caja metálica dentro de la cual había un par de bultos envueltos en sendas bolsas de cuero y las colocó sobre la mesa. Sacó el contenido y retiró las telas aceitadas que lo cubría.
-En estos momentos tengo a mano un Smith & Wesson del 38 o una Star 30 PK. ¿Cuál prefieres? –Preguntó señalando las armas como un trilero de feria.
Pintado se quedó pensativo, ninguna le gustaba particularmente. Las sopesó con cuidado, observó los mecanismos, el estado del metal. Finalmente lo decidió por la capacidad del cargador.
-Me llevaré la PK –dijo señalando la automática con el cuerpo brillante de aleación de aluminio y las cachas con el escudo de la Armada Española, no era un arma moderna, pero tampoco tenía tiempo para esperar una mejor opción-, y añade una caja de munición.
-Eso no está incluido en el precio paisa.
-Da lo mismo, tú dámela, te la pagaré...

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