SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


domingo, 1 de julio de 2012

CADA MOCHUELO A SU OLIVO. LOLA BOCANEGRA

17           CADA MOCHUELO A SU OLIVO
Lola Bocanegra


Pintado observó fijamente en el espejo la imagen del hombre en que se había convertido. Llevaba el pelo muy corto, al estilo militar, apenas un dedo de pelo crespo y canoso, como la barba que transformaba su rostro en otro más afilado y duro. Miró los muñones amputados en los dedos de su mano izquierda, la marca indeleble que le recordaría por siempre a Elena Carrión. Metió la mano en el bolsillo del pantalón cuando advirtió como alguien entraba en los servicios. Se refrescó el rostro con el agua que le cupo en la mano derecha y atusó el cuello del polo por dentro de la blazer ligera de lana y seda. Nadie reconocería en aquel hombre con aspecto de mercenario al Pintado de hacía unos meses, tan profunda había sido su transformación. Satisfecho con el resultado salió al exterior como un gladiador a la arena.
Lola lo esperaba sentada en un taburete junto a la barra. Lola Bocanegra, una mujer de casi metro ochenta sin tacones, piernas de saltadora de altura y busto de campeona de natación sincronizada. Guapa hasta decir basta, que nunca dijo basta. Hija de libanés y sevillana, hermana de cabrón compulsivo, ex novia de futbolista famoso venido a menos y ex modelo de pasarela venida a más. Prostituta de altos vuelos y bajos instintos. Una buena persona empeñada en recorrer el mal camino, una y otra vez. Amiga de Pintado, al menos.
Había conocido a Lola Bocanegra durante su corta carrera como huele braguetas. Ella había perdido algo -en realidad alguien se lo había llevado- y él la ayudó a recuperarlo. No le cobró nada, ella se lo agradeció todo. La relación apenas duró un mes. Tiempo atrás Lola era la chica de moda, el perejil de todas las salsas de la rumba madrileña. Ahora había pasado de moda, ajada. De cien a cero en seis coma tres segundos. Pero si algo se pudría en Madrid, Lola conocía la bacteria protagonista. Y ella lo había conducido hasta Chimo Nájera. El plan era simple: abordar al hampón y hacerse pasar por alguien que quería entrar en el negocio. Desaparecida la Carrión alguien tenía que heredar. Era arriesgado, aunque no tenía otra posibilidad.
El local en el que se encontraban pertenecía a Nájera y era el prostíbulo más elegante de Madrid, aunque Pintado no compartía el gusto extravagante del decorador de interiores que había ideado el engendro: negro y oro por todas partes, minimalista según la public releison que lo había recibido, al llegar cogido de la mano de Lola. Era el lugar de encuentro preferido por políticos, hombres de negocios y futbolistas famosos -el trípode en el que se apoya la élite gobernante de un país venido a menos, la flor y nata de la sociedad, el espejo en el que se mira el pueblo soberano-. Un lugar donde Lola había sido la reina pocos años atrás.
No componían Pintado y Lola una pareja del todo ortodoxa. Él por cierto aire  canalla y chulo, ella por tratarse de una vieja conocida que había disfrutado de tiempos mejores. Quizás por eso y previniendo una situación comprometida la directora –como se definía ella- los dejó entrar después de advertirles  de que allí se entraba a tomar copas y a concertar una relación. Pintado apenas le respondió con la mirada, atravesada y seca.
Nájera era el hombre para todo. Conseguía las mejores drogas a quien las pudiera pagar, arreglaba los encuentros más dispares a quien estuviera dispuesto a pujar y conocía a todo el mundo que fuera alguien en Madrid. Tenía la misma ética de un gusano, las mismas convicciones morales de una piedra, y los mínimos escrúpulos de un político profesional. Y si algo no encajaba daba lo mismo, él se encargaría de que lo hiciera. Andaba siempre rodeado por una corte de personajes indeseables, actrices de series de medio capítulo, productores televisivos de programas amarillos, gacetilleros del corazón, meretrices cascadas y truhanes casposos, la escoria de la noche madrileña.
Lo protegía uno de los clanes más temidos de la mafia de la noche, uno de los que habían sobrevivido a las detenciones masivas de meses atrás, reinventándose a si mismos y demostrando que las organizaciones de ese tipo eran capaces de clonarse con la facilidad de los organismos unicelulares. Entrar en su establecimiento suponía aceptar las reglas del juego y una vez dentro no se podía salir de rositas.
Supo que había llegado el momento cuando la puerta del local se abrió y entraron tres matones de casi dos metros. Las chicas ociosas hicieron por parecer ocupadas, los clientes habituales recularon hacia la barra y la directora acudió obsequiosa a recibir al prohombre y propietario del establecimiento. Tras el revuelo apareció Nájera acompañado por un trío de personajes más o menos populares: una famosilla que había salido la semana anterior como portada de Interviú, el novio de esta, un Mister España caducado de fecha y el presentador, un homosexual famoso por su infumable programa de cotilleos. Nájera vestía de negro estricto, de pies a la cabeza, el único detalle de color era una corbata gris perla anudada al cuello de forma displicente, su sello característico.
Cuando pasaron por delante de Pintado y su pareja, el empresario de fijó en ellos de soslayo. Examinó el aspecto bronco del ex policía y saludó levemente a su antigua conocida, ahora algo pasada de peso y con un espantoso peinado retro. Apenas se entretuvo en reflexionar sobre el destino de alguien que había sido tan bello como Lola, era el final de los perdedores y ella era una perdedora compulsiva. Luego, sin detenerse, continuó su camino hasta desaparecer tras una puerta al fondo del local.
La música era discreta, en honor a la verdad casi agradable, un refrito edulcorado de Jazz y Swing, muy apropiada al gusto macarra del lugar. Lola le habló algo al oído con el brazo puesto en la espalda de Pintado. Dos amantes calentando motores y licuando las ganas. Una chica se acercó hasta ellos con aire solícito. Sobre los tacones le sacaba casi una cuarta a Pintado, aunque era poco más alta que la Bocanegra.
-Os apetece que tomemos una copa juntos. Me gustan las parejas. –Se presentó la chica.
-¿Qué quieres tomar? –Preguntó Pintado.
-Una copa de Champán estaría bien. Me llamo Olga.
-No sé por qué lo imaginaba. –Respondió Pintado ocurrente mientras encargaba la bebida con un gesto de la mano.
-Perdón... –dijo la chica-. –Si molesto me lo decís y me marcho. En este sitio no se fuerza a nadie.
-No se lo tomes a mal, chica... Es muy bruto. Quédate... Me llamo Lola. Encantada.
-Si lo preferís nos vamos a uno de los reservados, estaremos más cómodos... Hoy hay poca gente para lo que es habitual, con eso de la crisis las cosas están muy jodidas.
-No, prefiero quedar en la barra -cortó tajante Pintado-. ¿Esa que acaba de entrar no es Susana Barral, la de la revista?
-Perdona guapo, pero no soy el eco de sociedad… A ver a lo que estamos…
La chica empezaba a ponerse nerviosa, intuía que aquellos dos no estaban allí por su compañía precisamente, y eso le hacía parecer irritada. No quería seguir perdiendo el tiempo con mirones que no le dejarían una perra en la cuenta. Y ella estaba allí para eso, para llenar su cuenta corriente.
-¿No me digas que eres vasca? –Preguntó Lola, echando más leña al fuego.
Pintado miró a la Bocanegra reconviniéndole la desabrida pregunta, si bien no pudo ocultar que apreciaba la ironía de la ex modelo.
-¿A qué viene eso tía…?
-Pues a que parece que eres de las de a ver a que estamos, ¿a setas o a Rolex…?
-Me voy –interrumpió la joven belleza-, no os vais a seguir cachondeando de una servidora. Esteban –ordenó la chica al camarero que tenía más cerca-, cobra las copas y avisa a seguridad. Estos no han venido a alternar...
Olga los abandonó sin mediar más palabras. Pintado intentó calmar al barman dejando encima de la barra una generosa propina, más que nada por guardar las apariencias, porque estaba pasando justo lo que esperaba. Pocos segundos después se dirigió hacia ellos un hombre del tamaño de una puerta. Pintado no dejó que se acercara más de lo imprescindible, le lanzó una patada a los genitales y con el oponente boqueando en busca de las bolas perdidas, le hizo palanca doblando mano y codo obligando al portero a poner rodilla en tierra, paralizado de dolor. El ex policía mantuvo la presión dejando que el dolor entumeciera el brazo del segurata desde los dedos al hombro, una sensación que tardaría en olvidar.
Un par de compañeros del encargado acudieron en su ayuda, cercando a Pintado amenazadoramente. Ginés rodeó el cuello del sicario con el brazo derecho y cerró la presa con las manos juntas, manteniendo la situación en tablas mientras protegía su espalda contra la barra del bar. Cuando sintió como las venas del cuello se hinchaban pulsando, y los músculos se tensaban, aflojó la presión, dejó que el segurata damnificado tomara aire y le susurró algo a su oído. El hombre respiró con dificultad y se levantó con más pena que gloria. Tenía los ojos enrojecidos y la boca congestionada, apenas con un murmullo pidió calma a sus colegas y se alejó caminando despacio hacia la puerta de los reservados mientras se masajeaba la entrepierna.
Lola Bocanegra había asistido a la escena tranquilamente, sentada en un taburete junto a la barra, como si lo que estaba ocurriendo no fuera con ella. Apuró su copa y tomó un puñado de frutos secos de un cuenco. Los trituró de uno en uno entre sus dientes pintados de carmín, desgranando los segundos, admirada por la habilidad de su acompañante. La gente alrededor se había desentendido, nadie quería líos, y además para eso estaba la seguridad del local. El barman se había acantonado tras el mostrador como si esperara la llegada del séptimo de caballería.
Pintado guardó la calma, custodiado por los matones. Sabía que si su estratagema no tenía éxito tenía muchas probabilidades de que acabaran rompiéndole la cara. Poco después dos de los guardaespaldas que habían hecho la entrada con Nájera salieron en su búsqueda y le hicieron una seña. Pintado pasó por entre los perros de presa y se dirigió en silencio a lo largo del pasillo, hasta una puerta delante de la cual estaba el tercero de los sicarios. Este se hizo a un lado con cara de pocos amigos y lo dejó pasar hasta el interior de la habitación.
Dentro lo esperaba Nájera sentado tras un escritorio de Caoba. En un sofá, al fondo de la habitación, hacían manitas la Barral y el novio, puestos de coca hasta las cejas. El presentador de la acera de enfrente había desaparecido. Chimo Nájera se levantó y se acercó hasta Pintado.
-No sé si es que es usted gilipollas o es que tiene muchos huevos... O las dos cosas al mismo tiempo.
-Eso tendrá que averiguarlo usted Nájera.
-Está bien. Usted dirá... Me han dicho que quería verme.
-Prefiero hablar con usted a solas. –Dijo Pintado, volviéndose y señalando la pareja del fondo.
-Por ellos no se preocupe, son un cacho de carne con ojos. No ve que están ciegos. Dentro de una hora ni se acordarán de lo que han hecho...
-Aún así. Prefiero que sea una conversación privada.
Nájera hizo un gesto con los dedos, y el guardaespaldas que había quedado en la habitación sacó a la pareja casi en volandas. En el sofá quedó una prenda interior de la Barral abandonada a su suerte, un mínimo tanga negro decorado con el rostro del ratón Mickey.
-Usted dirá. Soy todo oídos. –Indicó Nájera, ocupando el lugar que la pareja había dejado libre en el sofá y lanzando a lo lejos, con disgusto y asco en el rostro, las bragas de la joven estrella mediática en ciernes.
-Señor Nájera, he venido a pedirle trabajo...
Una carcajada del empresario interrumpió el discurso de Pintado. Nájera se levantó en dirección a una mesa auxiliar y se sirvió un vaso de whisky con hielo.
-Definitivamente es usted gilipollas –le dijo señalándolo con la mano en que tenía el vaso-. Ahora no tengo ninguna duda... ¿Dónde cree que va con esas pintas? ¿Qué le hace creer que tiene algo que me pueda ofrecer cuando dice que quiere trabajar para mí? No pensará que Lola es una mercancía de interés hoy día…
-Lola es una amiga, sólo eso. Estoy aquí por otra cosa Señor Nájera, supongo que le suena el nombre de Elena Carrión.
Pintado supo que había dado en el clavo tan pronto mencionó el nombre de la sevillana. Chimo Nájera enarcó las cejas y se le quedó mirando en silencio. Con un gesto de la mano lo invitó a continuar hablando.
-Yo trabajaba para ella en Argentina. Y ahora que ha muerto me gustaría seguir trabajando en el negocio... Ella me contó que era socio suyo...
-No sé de donde saca usted eso –Interrumpió con furia Nájera-. Yo conocía a la señorita Carrión, una mujer notable, pero de ahí a que fuéramos socios hay mucha distancia. Lo siento, pero definitivamente no soy su hombre...
-Está bien señor Nájera. Entiendo que no se fíe usted de mí. Hagamos una cosa, le dejo mi teléfono, usted se lo piensa y luego me llama. Lo estaré esperando. Sé que puedo serle muy útil. Como lo fui con Elena Carrión... Además sus hombres le dirán que sé valerme... Piénselo, por favor.
-Señor, como se llame, váyase por donde ha venido antes de que me arrepienta y mis hombres le arreglen el rostro ese que oculta tras esa barba de zarrapastroso –dijo Nájera levantándose del sofá y señalando en dirección a la puerta-. Y agradezca al cielo su buena estrella, y a Lola que todavía me acuerdo del dinero que me dio a ganar, pero déjelo ya. Hoy está de suerte...
Como si estuvieran avisados dos de los guardaespaldas hicieron su entrada en la habitación y sujetaron a Pintado por los hombros.
-Adiós señor Nájera, nos veremos no lo dude... Y me llamo Sellán, Diego Sellán. –Dijo Pintado girándose y dejándose luego llevar mansamente por los sicarios. Estaba seguro de que Nájera había picado el anzuelo.
Lola Bocanegra y Pintado salieron del local con la satisfacción del deber cumplido. Fuera no se veía un alma. La noche era agradable, invitaba a pasear, ella se colgó del brazo del hombre y muy pegados se alejaron caminando en dirección al Paseo de la Castellana. El sonido de los tacones resonaba contra las fachadas de los edificios y Pintado notaba los senos de la mujer apretados contra su brazo, calentando la noche, transmitiéndole una sensación muy agradable. Notaba el movimiento bamboleante de los glúteos poderosos y el penetrante aroma del perfume femenino. No obstante rechazó la invitación a tomar una copa en su casa en honor de tiempos pasados. Pararon un taxi, ella lo miró en silencio y se despidió con una sonrisa afable, casi cariñosa.
Ginés esperó hasta que perdió de vista el vehículo antes de comprobar que no había moros en la costa y alejarse caminando en busca del coche que había dejado aparcado a pocas calles de distancia.
La noche madrileña olía a los sueños rotos de los juguetes, a metal y plástico, a pintura y barniz. A esperanzas olvidadas... En sus oídos resonaron los acordes de aquella canción que era telón de fondo de la película Nueve Reinas. Hizo memoria, era una cantada por Rita Pavone, “Il Ballo del Mattone”:
“Non essere geloso se con gli altri ballo il twist, Non essere furioso se con gli altri ballo il rock: Con te, con te, con te che sei la mia passione, Io ballo il ballo del mattone.” (No te pongas celoso si con otro bailo el Rock... No te pongas furioso si con otro bailo el Twist... Porque Contigo, contigo, contigo mi amor... Yo bailo el baile del ladrillo...)
El juego había empezado para Pintado.


(Por si quieren comparar a Rita Pavone con una versión actualizada...)

NOTA DEL AUTOR: El capítulo, tal y como se ha incluido, está incompleto. Solo contiene alguno de los párrafos del original.

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