SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


sábado, 21 de julio de 2012

MONEDAS FALSAS. BOCANEGRA Y CIENFUEGOS.

19              MONEDAS FALSAS.  BOCANEGRA Y CIENFUEGOS.

Lola estaba trabajando cuando recibió la llamada de Pintado, así que tardó un par de horas en contestar. La invitó a cenar en un restaurante de la zona centro, cerca de la Plaza de Santa Ana. Ella no puso reparos.
Pintado la esperó sentado a la mesa. Ella apenas se retrasó media hora, el tiempo necesario para que él apurara la segunda copa de manzanilla. El atuendo femenino no dejaba mucho a la imaginación, una camiseta negra con escote barco, corta como para no llegar a la cintura del jean elástico y ajustado. Todo el mundo en el local pudo hacerse una idea cabal de las formas del cuerpo de Lola Bocanegra.
-Estás muy guapa hoy Lola. –Dijo Pintado que se había levantado para estamparle un par de besos en las mejillas.
No se le notaba el hueco dejado por el incisivo que le había volado el matón de Nájera. Ninguno hizo mención de nuevo al suceso de días anteriores. Ambos sabían que eran gajes del oficio.
Ella lo estuvo mirando apenas unos segundos intentando calibrar el propósito del piropo. Decidió que era sincero. Se alisó la camiseta por atrás antes de tomar asiento en la pequeña mesa y comprobar que el ombligo quedara al aire.
-Tanto tiempo y ahora, de pronto, parece que fuéramos novios otra vez… ¿Me dejarás otra vez, como la última, sin avisar...?
-Déjalo Lola, ya lo hemos hablado muchas veces. Mi vida con las mujeres es complicada. Necesito teneros cerca, pero no valgo para hacer vida en común.
-Tú te lo pierdes... ¿Y eso de la invitación? ¿A qué debo el honor?
-Lola, necesito que me hagas otro favor...
-Ya decía yo, tanta amabilidad... A ver qué va a ser esta vez...
-Necesito tu ayuda para darle un palo a un tipo.
-Qué bueno Ginés. ¿Ahora te dedicas a esas cosas?
-Es un tema un poco delicado. Verás, el tipo no baja la guardia nunca, su única debilidad son las chicas, y sólo va con profesionales. Necesito que me lo dejes grogui por un rato y me franquees la entrada a la casa para buscar algo que esconde allí. Así de sencillo... Nada muy complicado, necesito a alguien de confianza... Por eso he pensado en ti.
-A ver si lo he entendido Pintado. Quieres que me lleve a un tipo a la cama en su casa, que lo drogue, y que luego te deje entrar para que tú hagas lo que tengas que hacer... ¿Y luego?
Ella lo miró con cólera, esperando algo que nunca debe esperarse de un tipo como Pintado, quizás una confesión de humanidad, la esperanza de quizás mañana, pero…
-Y luego nada. Te quedas hasta que el tipo de despierte y te largas cobrando tu dinerito…Y Santas pascuas...
Cienfuegos vivía solo en un piso de la calle Orense. Separado de su esposa a mediados de los ochenta, aparte de su trabajo, no tenía ninguna distracción, salvo la pasión por las maquetas de trenes y por las profesionales del amor. Puntualmente, cada semana, la noche de los viernes, acudía a un local de copas cercano a su domicilio en el que era fácil entablar relaciones con mujeres divorciadas como él y algunas aficionadas discretas e independientes que utilizaban el local para complementar los ingresos familiares menguados por la crisis.
Cuando Lola Bocanegra hizo su entrada en La Goleta todas las miradas masculinas se cebaron en ella. Incluida la de Cienfuegos. Se había vestido para la ocasión. Un traje de chaqueta gris con una falda apenas por encima de la rodilla y una blusa blanca de seda. Su estatura, formas y belleza hicieron el resto. Se sentó en un taburete en la barra y ordenó un Gintonic al camarero. Cruzó las piernas y apartó el mechón de pelo que le había caído sobre los ojos. Clavó la mirada en el hombre que la contemplaba desde una mesa en un rincón.
Veinte minutos después Lola Bocanegra y Cienfuegos abandonaron el local en dirección al domicilio del funcionario. Ella se dejó tocar lo justo, como una profesional que sólo enseña una parte de la mercancía dejando lo mejor para el final. Llevaba años manipulando deseos, en eso era una experta...
Baldomero Cienfuegos entró por delante y dejó las llaves de la casa en una bandeja sobre el bargueño barroco de la entrada. Ella esperó a que el hombre se sentara en el sofá, para quitarse la chaqueta y acercarse hasta él con las piernas abiertas. Retrasó el cortejo lo justo para que Cienfuegos le ofreciera una copa y se metiera en el cuarto de baño para depresionar la próstata. Aprovechó el momento para verter en el líquido el contenido de la ampolla que le había proporcionado Pintado. Minutos después hacían el amor en la cama del dormitorio principal. Al cabo de media hora Cienfuegos roncaba a pierna suelta.
Lola Bocanegra abrió la puerta y franqueó el paso a Pintado. Este le sonrió y la besó en la cara. Ella se apartó y se metió en el cuarto de baño para componerse el pelo y limpiarse la cara de pringue. Ginés sacó el detector de metal que llevaba dentro de la bolsa que cargaba en el hombro, buscó por las habitaciones hasta dar con la caja fuerte empotrada en la pared de la habitación que Cienfuegos empleaba como biblioteca y cuarto de trabajo. Quitó el cuadro que la ocultaba a la vista y aplicó sobre la superficie, al lado del teclado electrónico, una caja que adhirió a la chapa. Activó el pequeño ordenador portátil y en cuestión de cinco minutos el display señaló el código de cuatro números que abría la caja. Todo el conjunto había sido obtenido por cortesía de un conocido de Rubén De Haro que se dedicaba a la venta de cajas de seguridad.
Pintado encontró dentro de la caja lo que buscaba. Un dossier completo con las andanzas de Boris Sandoval y su socio Don Pedro Medina. Un vistazo rápido le hizo comprender la razón del mutismo de Cienfuegos. Lo fotografió todo con una pequeña cámara digital y dejó las cosas como estaban.
Lola Bocanegra lo observaba apoyada en el quicio de la puerta, sonriente, desnuda como su madre la trajo al mundo. Los senos marmóreos y un poco caídos reposando delicadamente entre los brazos acunados y las piernas dobladas en un elegante escorzo, el cuerpo ingrávido. Pintado recordó el olor de aquel cuerpo, el sabor de su boca, recorrió el camino de vuelta entre sus brazos, sintió la pulsión animal de los ojos en los que una vez se perdió y que ahora lo miraban. Quizás en otra vida él y ella –pensó- habrían tenido la suerte de encontrarse antes de que la historia de cada uno los marcara. Cerró la puerta de la caja de seguridad y guardó los bártulos. Cuando pasó junto a ella le acarició la cara y le dijo escuetamente “Gracias”.
Lola se preguntó la razón para ayudar a aquel hombre al que amaba en silencio y que nunca vería en ella nada más que carne...    

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