SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


miércoles, 1 de agosto de 2012

BESOS USADOS

Los reflejos del sol arrancaban lascas doradas de la superficie quieta del mar. El Mediterráneo en Sorrento tenía un azul tan intenso como el de sus ojos, aquellos que ahora le miraban sin más luz que la de un pozo sin fondo. La brisa le traía el olor a los frutos caídos en el limonar y el aire cálido acariciaba las hojas de los olivos llenos de pequeños frutos, arrullando sus sentidos, haciéndole sentir como en el regazo materno.
Pintado miró el cuerpo femenino tendido a su pies, desmadejado, recorrió sus formas, las acarició con la imaginación, pero no fue capaz de nada más, sólo de quedarse allí quieto, en silencio, dejando que el tiempo pasara, como si acaso las penas pudieran borrarse marcha atrás, desaparecer a cámara lenta, hasta decidir dónde parar. Pero ya era tarde para eso, para volver a los días de vino y rosas, para empezar de nuevo, para decir las cosas que nunca le dijo, para dar los besos que nunca le dio.
Había llegado demasiado tarde. Como siempre con ella. Primero no la había creído, luego había dudado de lo que le decía, solo cuando recibió la prueba de vida –un meñique blanco como la cera, cortado a guillotina, con un corte certero y preciso  de cirujano- supo que el asunto era en serio.
Ahora con ella allí delante, inerme y vacía como un ánfora antigua, apenas le quedaba el recuerdo del primer beso robado y de los cientos de besos usados que llegaron despues... 

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