SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


martes, 7 de agosto de 2012

PUERTA A LA LOCURA. Oleiros.

20              PUERTA A LA LOCURA. Oleiros.

La presión del pañuelo sobre los ojos le empezaba a molestar, cuando alguien se lo retiró. Bajó del coche algo desorientado, miró alrededor buscando un punto de referencia. Estaba frente a la fachada de una casa, un pazo típico de la zona, un edificio de dos plantas de granito y madera, con cubierta de tejas rojas y grandes ventanales de vidrio volados sobre arcadas que rodeaban la construcción. Grandes chimeneas culminadas por tejadillos del mismo tipo que los de la cubierta principal le daban un aspecto de casa señorial, de otra época. La fachada estaba iluminada desde abajo por focos halógenos empotrados en el suelo, como si de un monumento público se tratara. El camino hasta la casa estaba señalizado por puntos luminosos que se perdían camino abajo hasta la entrada, más allá de donde la vista alcanzaba. Árboles centenarios, robles y castaños, de gruesos troncos y denso follaje rodeaban todo el contorno contribuyendo a resaltar el conjunto. Un par de rottweilers hacían guardia junto a la entrada sentados a los pies de un fornido hombre con pinta de dedicarse en los ratos libres al noble deporte del levantamiento de troncos y piedras.
El figurín lo invitó a seguirlo dentro del edificio. Pintado lo siguió dócilmente, sin rechistar. Pasaron por varias salas, todas ellas arregladas e iluminadas con la pompa y el boato necesario para una celebración a la que se hubieran invitado a los políticos autonómicos de moda. Llegaron ante una puerta cerrada, George Clooney la abrió, le invitó a entrar y cerró la puerta cuando Pintado pasó al otro lado. Era algo parecido a una biblioteca, un salón rectangular de grandes dimensiones, con suelos de tarima de madera y paredes cubiertas de estantes repletos de libros. Donde los muebles dejaban hueco ocupaban su lugar tapices, cortinajes y cuadros al óleo.
Frente a una chimenea conversaban dos hombres. La cara de uno de ellos le resultaba vagamente familiar.Tras los ventanales de la sala, se desplegaba una fiesta a la que asistían decenas de personas vestidos con sus mejores galas. El jardín estaba iluminado como si fuera de día y en la piscina, grande como para disputar en ellas las pruebas olímpicas, se desenvolvían mujeres con cuerpos de diosas y ropas inexistentes. No obstante el sonido de la juerga no llegaba hasta allí, parecía una escena de una película muda. Una mulata escultural salió del agua y se acercó a un hombre cuya barriga sobresalía de un esmoquin trasnochado. Lo besó en la boca y se abrazó a él mojándole la chaqueta. El gordo de doble papada, con pinta de ex consejero de algo, sonrió satisfecho convencido de su galanura, chupó con fruición el enorme habano, exhaló una larga voluta de humo y palmeó el voluptuoso trasero de la chica atendiendo al sonido y al tacto como quien prueba un melón. Pintado pensó que era imposible salir de aquello. El poder corrupto salía impune de todo…
 
Sandoval abrió la puerta y esperó junto a ella hasta que Pintado se decidió. George Clooney encabezó el séquito. Los tres bajaron unas escaleras de piedra que les condujo hasta una cancela metálica que separaba el edificio de un sótano lúgubre y húmedo.
Las paredes refractaban una luz amarillenta y lánguida. El pasillo largo y estrecho parecía engullir cualquier atisbo de luminosidad que llegara del techo. Los pasos de la comitiva sonaban como si chapotearan entre lodo a pesar de que el suelo estaba enlosado y seco. Una puerta al fondo parecía ser el destino del paseo por las mazmorras.
El figurín giró la llave en la cerradura y entró en un recinto oscuro como boca de lobo. Sandoval y Pintado esperaron hasta que un halo de luz escapó por la puerta y entraron.
El horror y la angustia acudieron hasta el cerebro de Pintado venidos del pasado. Sus ojos tardaron en acostumbrarse a las dimensiones del recinto, y su cerebro en aceptar las imágenes que le llegaban.
Una silla al fondo, un cuerpo humano sentado en ella. Un charco de líquido, orines, excrementos, vómito, sangre. La piel arrancada, quemada, lacerada, abierta en heridas que recorrían los tendones y las venas.
La picana, un generador, herramientas: punzantes, cortantes, mordazas. Alambres.
El rostro crispado, girado, torturado, sin dientes, sin piel.
Las manos, sin dedos.
Un hombre en una esquina, en camiseta, limpió sus manos con un paño enrojecido por la sangre que le resbalaba por el codo y el antebrazo, salpicándole la cara. Observando a los tres intrusos que habían llegado, orgulloso de la tarea recién concluida.
Pintado registró la escena con meticulosidad de profesional, captando imágenes sueltas, sensaciones que su cerebro se negaba a relacionar. Ocultando para sí la conclusión final de la escena.
Alguien lo tomó del brazo y lo sacó de la habitación a su pesar. Obedeció de forma inconsciente, sin control sobre el cuerpo, sólo el mínimo para no caerse. Recorrió el pasillo, la luz ahora parecía salir desde el suelo y aniquilar sus neuronas. La bilis le había subido a la boca, el sabor de la saliva era amargo. Las luces de los salones al recibirlo fueron como una ducha de agua fría. Oyó sonidos de gaitas, de tambor, risas y voces estridentes, chillidos de mujer a lo lejos.
Medina le acercó una copa con brandy. La apuró de un trago. El líquido le quemó la garganta y calentó su estómago. Una arcada pudo con la mínima voluntad que le quedaba y vomitó sobre la alfombra bajo él, se inclinó hasta que el estómago pareció salirle por la boca y con él la vuelta a la realidad, un grito que le salió del fondo de las entrañas y con él la rabia.
-Cabrones… -Gritó con los ojos inyectados en sangre, sin poder apartar de su cabeza la imagen del cuerpo torturado de Lola Bocanegra.    

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