SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


sábado, 7 de julio de 2012

CORAZON DE TIZA. SOFIA BACCINI.

18              CORAZON DE TIZA. SOFIA BACCINI.

La noche cayó sobre el Río de la Plata, mutando el color ocre del canal, transformándolo en una masa metálica y fría. La cristalera del despacho que ocupaba toda la fachada reflejaba la luz del interior haciendo que la escena pareciera suspendida en el vacío, más allá del alcance de los sentidos. Esa situación irreal, evanescente, la realidad flotando en un espacio intemporal, era la alegoría perfecta de lo que Sanmartín era capaz de hacer con la vida de los otros, la transmutación llevada a la práctica por un alquimista de los deseos, capaz de cambiar el curso de vidas y bienes. Sólo que el argentino transformaba en mierda todo lo que tocaba, era su propiedad fundamental, consustancial con la esencia del ser en que se había convertido tras años de paciente práctica.
Junto a él se encontraba la que se había convertido en las últimas semanas en su mano derecha, la joven abogada Sofía Baccini, la que estaba llamada a convertirse en la sustituta perfecta de la malograda Elena Carrión. Ocupaban la sala principal de la planta penthouse del enorme edificio que era la sede de las compañías del empresario. Un diseño de uno de los más prestigiosos arquitectos argentinos, una mole fusiforme de metal y vidrio en la zona de Puerto Madero, el ensanche futurista de la ciudad.
Acababan de hacer el amor sobre el escritorio del magnate. Ella se afanaba recogiendo del suelo la ristra de prendas que minutos antes habían arrojado impetuosamente durante el rifirrafe que siguió a la instintiva llamada de la selva, cuando sonó el teléfono personal de Sanmartín. El argentino se abotonó la camisa antes de contestar.
-Sanmartín, soy Chimo Nájera.
-Ya te he reconocido, ¿qué es tan urgente que tienes que llamarme al número privado?
-Se ha presentado alguien que dice ser socio de Elena… Y me ha parecido que deberías saberlo.
-¿Quién coño dices? –Preguntó Sanmartín alterado. No le gustaban las presentaciones con suspense.
Sofía Baccini lo miró extrañada y sintió curiosidad por conocer qué noticia podía provocar esa reacción en un hombre habitualmente frío como un témpano. Cuando terminó de ajustar la posición de las medias alisó las banda elásticas en torno a los muslos, acomodó los senos dentro del radio de acción del bustier negro de encaje y se acercó a Sanmartín para encresparle el pelo con sus manos, apretándose y frotando su cuerpo contra él, como una gata en celo.
-Se presentó como socio de Elena. Me dijo que se llamaba Sellán, Diego Sellán y que quería entrar en el negocio. Pero era muy evidente que buscaba otra cosa… Vino con una vieja conocida, una puta que trabajó para mí hace unos años…  –Explicó Nájera con lentitud, disfrutando en la distancia del efecto que sabía su información causaría en el argentino. Contaba con que eso le daría crédito. El gran hombre le debería una desde ahora.
-Su verdadero nombre es Pintado. Me lo ha confesado la puta…
Nájera esperó antes de continuar. Se imaginaba a Sanmartín al otro lado del teléfono. Estaba ganando puntos. Y le había salido gratis. El pichón se había puesto a tiro él solito, y Lola había sido muy complaciente con el sicario que había enviado para sacarle la información. Había hablado casi a la primera… No había nada como la carne trémula de una mujer apremiada por un buen par de obleas xacobeas
La declaración sonó en los oídos del argentino como un diapasón, pulsando y enervando cada neurona activa en su cerebro. Ninguna otra noticia le podía causar una mayor conmoción. Una mezcla de satisfacción y rabia. Aunque no se la esperaba, ninguna otra cosa en el mundo le habría agradado más que saber que Pintado estaba vivo... Vivo para poder matarlo…
-Dime, ¿cómo ha sido, dónde está?
Chimo Nájera explicó con pelos y señales la visita de Pintado a su local en Madrid. El ofrecimiento del español, su ingenuidad sintiéndose seguro tras el cambio de apariencia. Pero él, entrenado por años trabajando la noche, había olido a la presa. Alguien que se quería inmiscuir en el terreno vedado de Sanmartín...
-Está bien. Te diré lo que vamos a hacer...
Sofía Baccini esperó impacientemente a que acabara la conversación. Fue corta, Sanmartín era eficiente y sabía transmitir instrucciones de manera clara y concisa. Ese hombre tenía un talento muy especial para mandar, por eso le gustaba... Sería su maestro, el Pigmalión que todo diamante en bruto necesita. Estaba deseando preguntarle la razón de tanta excitación. Pero él tenía otras intenciones, tan pronto finalizó la atrajo hacia si y la besó con furia. Al cabo de unos minutos la roja cabellera rizada de la abogada estaba desparramada sobre el vidrio del escritorio, la ropa de nuevo esturreada por el suelo en el mismo desorden de antes, y los cuerpos apretados entre si sin espacio para nada diferente, sólo piel desnuda, sólo deseo licuado, una vez más.
Se había hecho de noche. Las luces que alumbraban Puerto Madero ocultaban la auténtica naturaleza de la ciudad. Iluminaban otros bulevares distintos a los otros centenarios que bullían de gente varias cuadras a lo lejos, tan diferentes entre si que allí parecían imposibles el tango y Caminito, los barrios de emigrantes, los arrabales viejos y modernos, los jardines de Palermo, el olor a adoquín calentado por el sol, a lapacho y jacarandá, a asado y algodón de azúcar, al perfume de hembra porteña al cruce por las calles, al café de las mañanitas. Los antiguos graneros y almacenes se habían transformado en viviendas sin tabiques que alojaban a profesionales de éxito sin tiempo, parejas sin hijos, y parejas sin vergüenza de ejercer sus pasiones fuera de la vigilancia marital. Lo mismo daba que fuera Londres, Nueva York o Río, allí no se respiraba la Buenos Aires que se mete en los pulmones.
Tras el orgasmo Sanmartín se zafó, cansado del abrazo de la joven, y se metió en el aseo, olía a sexo y a sudor. La Baccini lo miró alejarse mientras ponía en orden su cabello, encendió un cigarrillo y se acercó al ventanal. Su imagen se reflejó en la superficie pulida, desnuda y todavía jadeante. Contempló las piernas largas y torneadas, la cintura estrecha y las caderas amplias, el sexo rasurado a la moda brasileña, los pechos generosos, un cuerpo delineado en la mejor consulta del país. Expelió el humo y sonrió mientras su mirada se perdía en la oscuridad del Río de la Plata, más allá de los sueños de las jóvenes doncellas...

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