SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


domingo, 15 de julio de 2012

CORAZON DE TIZA. CHIMO NAJERA.


18              CORAZON DE TIZA. CHIMO NAJERA.

Pintado llegó tarde a la casa del Escorial. Mientras preparaba la cena empezó una botella de vino tinto, un Ribera del Duero pasable, apuró la primera copa mientras terminaba de cuajar la tortilla de ajetes tiernos. Luego preparó una ensalada con las hortalizas que Camino le había dejado en el frigorífico esa misma tarde. De repente sintió como el mordisco de la soledad le atenazaba el corazón, le oprimía el pecho, le cansaba el alma. Después de tanto tiempo estaba como al principio, desnudo de sentimientos, como si los años pasados sólo hubieran servido para tirar por la borda el bagaje adquirido en la singladura. Marta muerta, María al otro lado de la vida, haciendo el recorrido por su cuenta, y Rosana una incógnita de la que no quería desprenderse, pero tampoco desvelar... De qué le servía la libertad adquirida... Aunque al menos había elegido... No como cuando te encuentras escrito tu nombre dentro del corazón de tiza en la pared... Y no tienes elección.
Después de cenar salió al jardín trasero. Deseó encender un cigarro. Aunque ya no fumaba... Elegir... ¿Sucumbir al deseo? No en eso no consistía la capacidad de elegir, quizás en renunciar. Quizás la clave estuviera en la renuncia... En la satisfacción de decidir que la respuesta era no... Voluntad y deseo, a menudo se confunden, más no... Esa era la clave... Muy cerca un grillo empezó a restregar los élitros generando un chirrido enervante, hasta que de tanto sonar acabó perdiéndose en la inmensidad de la noche pensó Pintado recordando el pasaje de Platero y yo.
El teléfono empezó a vibrar sobre el velador de mármol. Pintado lo tomó con curiosidad y comprobó que se trataba de un número desconocido. Lo atendió con prudencia, sin desvelar su identidad. Era Nájera, quien lacónicamente lo emplazó para aquella noche en la conocida dirección de su local situado cerca del Paseo de la Castellana. Había esperado por esa llamada toda la tarde. Desde que Lola Bocanegra lo llamó de mañana para informarle de la visita del sicario del empresario y para contarle como había confesado su identidad –como habían convenido- tras una mínima resistencia. La puta, su amiga, no había aclarado más, aunque su silencio sirvió para que él se lo imaginara. Ese sicario le debía una…
Pintado sacó el vehículo del garaje y condujo hasta Madrid. Apenas tres cuartos de hora después lo aparcaba a un par de manzanas de distancia del Club de Chimo Nájera. Era cerca de la una de la madrugada, la calle estaba tan solitaria que sus pasos resonaban hueros en las fachadas de las casas. No se veía un alma, sólo los porteros y atrapa clientes a las puertas de los locales de alterne.
En el interior del Club no cabía un alfiler. Las chicas –al menos treinta- se afanaban como corredores de bolsa durante la sesión matinal, trasegando de un lado a otro los cuerpos esculturales, navegando entre las islas masculinas como embarcaciones en una regata, gráciles con las velas al viento, dando bordada tras bordada, cada cual a su escota, a su labor de pescadoras sin cebo, y pecadoras sin cielo... Atrayendo marineros ilusos con cantos de sirena. Pintado hizo caso omiso de los ofrecimientos al paso y se dirigió directamente hacia la oficina de Nájera.
El guardaespaldas jefe le sonrió con un diente de oro, uno que como el de Pedro Navajas iluminaría una avenida, el mismo que iluminó la cara de Lola Bocanegra cuando le arrancó un incisivo de golpe, el mismo que tarde o temprano acabaría navegando el aire –lo juro, se dijo Pintado-. El armario lo cacheó primero y luego se apartó franqueándole el paso. Ginés le miró con mala leche y pasó dentro. El empresario de la Noche lo esperaba sentado en el sofá del fondo, contemplando el espectáculo que se desarrollaba tras el panel corredizo que ocultaba la pared de vidrio polarizado que permitía la vista de la actividad al otro lado. Las chicas observadas como peces en la pecera.
-Se ha fijado señor Sellán –lo llamó por el nombre figurado, queriendo mantener el engaño- lo interesante de mi trabajo. Por vocación soy voyeur, no me imagino nada más estimulante para satisfacer mis inclinaciones naturales que este espectáculo que puede usted admirar ahora.
-Lo felicito Señor Nájera, ha sabido escoger. Las chicas son muy guapas, mucho. En efecto parece que está usted en su salsa.
-No se imagina cuanto. Cada una de ellas vale su peso en oro, aunque eso supongo bien lo sabe usted, si es usted quien dice ser... ¿Sabe que en un año cada una de ellas gana más que un Director General de cualquier empresa del país?
Una rubia muy alta, por encima del metro ochenta, apoyó la espalda al otro lado de la pared de vidrio. El hombre que estaba con ella la atrajo agarrándola por el trasero y apretándolo muy fuerte con ambas manos. Nájera no se perdió detalle de la situación. Los ojos le brillaron y una sonrisa imbécil le deformó ligeramente las comisuras de la boca. Pintado se dio cuenta que el empresario iba bien puesto esa noche.
-Nájera, he venido a hablar de negocios. ¿Por qué no me dice usted cuál es su ofrecimiento y entramos en materia? –Preguntó el ex policía intentando recuperar el ritmo de la conversación.
-Veo que no le gusta perder el tiempo. Bien, a mí tampoco, le haré una oferta. Si es usted capaz de facilitar el mismo material que la señora Carrión, dé por sentado que haremos negocios juntos, pero no será directamente conmigo...
-¿Cómo? –Interrumpió Pintado, nervioso por tanta verborrea.
-Tenga paciencia hombre. Verá, yo, mis locales, como puede ver están muy centrados en el tipo de mercancía que puede usted contemplar: de primera calidad, chicas cultas y elegantes, para un público exclusivo... Además si me pagan bien puedo proporcionar otro tipo de servicios, pero eso nunca en mis locales de Madrid... Es demasiado arriesgado. Estos servicios especiales los suministramos a través de mis socios gallegos...
-¿Socios Gallegos?
-Los mismos a los que atendía la señora Carrión. La mercancía especial que ella facilitaba últimamente llega hasta Coruña, y allí se queda, es más cómodo para todos...
-Comprendo. ¿Cómo quiere que lo hagamos?
-Verá Sellán, le he concertado una cita para la semana que viene. Allí podrá cerrar los detalles y analizar si le interesa la operación que le proponemos, aunque de eso, estoy seguro... Le interesará.
-De acuerdo Nájera, creo que vamos a hacer negocios, cuente conmigo. Acudiré a la cita. Dígame donde y allí estaré.
-No se preocupe por los detalles. Usted esté pendiente de su teléfono. Yo lo contactaré cuando sea el momento, entonces le daré la información que necesita y le proporcionaré la forma de llegar a la reunión. Comprenda que la discreción es fundamental en estos casos. Mis socios son hombres de negocios, muy importantes, y su seguridad es lo primero...
-Lo entiendo. Esperaré su llamada. –Dijo Pintado haciendo ademán de levantarse y dar la reunión por finalizada.
-Tranquilo Sellán, quédese un rato –dijo Nájera levantándose también y acercándose hacia la pared de vidrio-. ¿Qué le parece si nos relajamos un poco y sellamos el comienzo de una buena amistad? –Preguntó mientras descolgaba el teléfono interior...

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