SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


sábado, 30 de junio de 2012

CADA MOCHUELO A SU OLIVO. BERMÚDEZ.

17           CADA MOCHUELO A SU OLIVO
Bermúdez


Bermúdez hacía años que no desarrollaba su actividad en la calle. Se había oxidado, perdido la habilidad de transitar la mentira y la verdad y distinguirlas en lo ordinario. Hacía años que lo suyo era organizar, aplicar la disciplina y traducir las órdenes de los superiores. Era un viejo carcamal, una enorme y vieja tortuga varada de espaldas en la orilla de una playa en marea baja. Le faltaba un año para la jubilación, después de tanto tiempo podría disfrutar de los nietos que empezaban a llegar, dedicarles el tiempo que no había dedicado a sus hijos, y a Isabel… Quería pasar los días en su casa de la costa, leyendo, construyendo modelos a escala de buques hundidos hace siglos, buceando en el archivo del museo de la Marina española, y viajando, recorrer todos esos lugares con los que había soñado.
Decidirse por ayudar a su antiguo discípulo había supuesto un dilema sólo resuelto tras una larga conversación con Isabel. Al final se había impuesto la amistad y el cariño que sentía hacia Ginés.
Carmen había engordado después de casarse y tener su primer hijo. Ya no era aquella hembra inquietante que volvía loco a Pintado cada vez que pasaba junto a ella camino del despacho del jefe. Sus caderas, antes opulentas, se habían transformado en las cuadernas de popa de un bajel, que no obstante todavía podría surcar los mares procelosos del deseo. Su pecho estaba más inflamado y, si bien había adquirido el volumen necesario para poder alimentar a la manada que surtía de carne la construcción del ferrocarril de Arizona, todavía conservaba un cierto magnetismo con el que atraer miradas. Sus ojos seguían manteniendo ese fuego capaz de abrasar el alma más cándida. Ahora estaba inmersa en los trámites de la separación de su marido y su humor no estaba para fiestas precisamente. El joven y prometedor abogado que conoció aquella Feria, tras la fugaz aventura que había tenido con el puñetero inspector Pintado –como ella lo llamaba desde entonces-, no le había aguantado más allá de un asalto. Desde que el niño nació vinieron las desavenencias, y con ellas la ruptura, el marido no soportaba la expectación que despertaba su joven esposa. Ahora vivía sola sin varón que le ladrara, hasta que el tiempo y las ganas lo remediaran.
Carmen franqueó el paso al visitante después de abrir la puerta del despacho del Comisario Jefe. El juez Talavera saludó al pasar junto a ella, admirando las formas ciclópeas de la joven y apartándose para no ser empitonado por las imponentes prominencias pectorales de la fémina.
-Bienvenido señor Juez, por favor siéntate… -Invitó el policía con un gesto de la mano.
-Comisario, esa secretaria tuya… ¿es la misma de la última vez?
-¿Carmen? Sí, ¿por qué lo preguntas?
-No sé… ¿Cómo te lo diría sin ofender...? Ha desmejorado un poco. La recordaba más contenida…
-Sí… Bueno… No atraviesa un buen momento, sabe… Problemas en su matrimonio… Esas cosas de las parejas jóvenes, ya me entiendes…
-Desgraciadamente en este país se ha perdido el norte… Cada perro se lame su cipote, como decimos en mi pueblo… Qué se le va a hacer… Dime comisario, ¿qué quieres de mí? Ya sabes que estoy retirado desde hace un par de años.
-Iré al grano. ¿Recuerdas aquel caso que tuvo que ver con Soledad de Guzmán, la Marquesa de Hornachos?
-¿Qué si lo recuerdo me preguntas? Me costó la carrera... Bueno en realidad en la práctica me apartaron de él como un apestado... Y por lo que recuerdo a tu brigada tampoco le salió muy bien el tema. Recuerdo que tomaron el control desde Madrid y alguno de tus hombres dejó la policía... Pintado, ¿verdad?, ¿era así como se llamaba...?
Bermúdez asintió en silencio. Dejó transcurrir unos segundos antes de proseguir.
-¿Te gustaría resarcirse de todo aquello?
-Dime cómo, no hay día que no me acuerde. Si no llega a ser por aquel puñetero embrollo podía haber llegado a presidir el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, y mira como ando ahora... Jubilado y teniendo que aguantar todo el día a la pesada de mi mujer y a los putos perros...
La conversación se interrumpió cuando Carmen entró en el despacho trayendo consigo una bandeja con café y pastas. Dejó las cosas sobre la mesa dándole la espalda al juez. Este tragó saliva a punto de atragantarse. Ella, tozuda como una mula en celo, había decidido no renovar su vestuario, el mismo que usaba cuando tenía un par de tallas de menos. Bermúdez no pudo reprimir una sonrisa.
-Esa mujer –dijo el juez cuando la joven salió- es un peligro para la salud pública. Alguien debería advertirle del efecto que causa.
-No seré yo quien lo haga. Aprecio la vida y no sabes cómo se las gasta... Volvamos a lo nuestro. ¿Sigues conservando alguna influencia en el juzgado?
-Aunque me laminaron conseguí mantener al margen a mis jóvenes delfines. Alfredo Satrústegui, uno de ellos, es ahora Fiscal General del Estado y guardo con él una excelente relación y amistad.
-Esa es otra razón para contarte lo que ahora voy a relatarte...
Media hora más tarde Talavera abandonó el despacho de Bermúdez con una enigmática sonrisa en los labios. Cuando pasó por delante de la secretaria le lanzó un requiebro como no recordaba en toda su vida. Carmen se volvió hacía él sin dar crédito a lo que oía, aunque halagada por el piropo, lo consideró inoportuno por venir de quien venía. El ex juez dejó el edificio entre acordes de las marchas militares que resonaban en su cabeza...
Fuera, los vencejos volaban surcando el cielo luminoso en formación de combate, hechos viento y aire, luz y calor de la jornada, anunciando con sus gritos la llegada del verano que en pocas jornadas fundiría el asfalto de las calles sevillanas…

NOTA DEL AUTOR: El capítulo, tal y como se ha incluido, está incompleto. Solo contiene alguno de los párrafos del original.

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