SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


sábado, 16 de junio de 2012

DE ORCOS Y GREMLINS

15              DE ORCOS Y GREMLINS

“(…)Dos cuerpos frente a frente
son a veces navajas
y la noche relámpago.
Dos cuerpos frente a frente
son dos astros que caen
en un cielo vacío.”

Dos Cuerpos
Octavio Paz


Elena Carrión, Macarena Spencer y Stewart, estaban todos juntos en la misma habitación. Orcos y Gremlins reunidos. De nada parecían haberle servido sus planes. De nuevo el cisne negro hacía su aparición delante de él.
Fuera, la lluvia arreció. La persistente humedad le hacía difícil respirar, la ropa empapada se le estaba pegando al cuerpo, como una segunda piel. Miró al poste de la entrada, donde el perezoso parecía contemplar con la inmovilidad de una estatua aquella macabra ópera en la que él era el protagonista principal...
Elena vino hasta su lado y le acarició, primero el rostro, y luego el cabello, lo tomo de los hombros y le susurró algo al oído. Pintado supo que le estaba comunicando su sentencia de muerte. Él la miró, lo hizo con la certeza de que estaba viviendo sus últimos minutos, luego se apartó de ella buscando algo de espacio, y se giró en dirección a Macarena, la contempló largamente, buscando en sus ojos algo diferente a la gélida mirada verde que le había dedicado en su reencuentro, pero no encontró nada, apenas un muro de soledad y desesperación… Sólo la confirmación de la nada.
Se lanzó hacia la mochila intentando esquivar a la vez el impacto de los disparos de Stewart…
Sintió como algo mordía su carne a la altura del hombro y el impacto lo despedía contra la pared. Giró sobre si mismo en dirección al dintel vacío de la entrada. Otro disparo impactó en su mano y le destrozó dos falanges. El gringo no se movió del sitio, tenía todo el tiempo del mundo. Le apuntó con las dos manos en la culata de la automática, la vista fija en el siguiente punto en el que impactaría la próxima bala. Como a cámara lenta Pintado observó la sonrisa glacial de Elena, la suficiencia de Macarena y la profesionalidad del mercenario. Notó el agua cayendo sobre su nuca, empapando su espalda, lavando la sangre que salía a borbotones de la herida abierta que quemaba como si le estuvieran atravesando con un hierro al rojo. Sin embargo no sentía nada en la mano izquierda, como si esta fuera de corcho.
Un disparo rasgó el silencio en el que flotaban como peces en un estanque. Una amapola roja estalló en la frente del gringo. Los ojos de Stewart miraron al vacío, perdidos en ninguna parte. La pistola se desprendió de su mano y el cuerpo se desplomó sobre si mismo, como un títere al que de pronto le hubieran cortado los hilos.
La pistola humeaba en las manos de Elena Carrión mientras Macarena, a su lado, sonreía a la espera del próximo movimiento. Pintado rodillas en tierra, y el brazo izquierdo exánime a lo largo del cuerpo, esperaba el tiro de gracia. Tendió el brazo derecho hacia su verdugo ofreciéndole la mochila. Tuvo la sangre fría de accionar el dispositivo que conmutaba el reloj del detonador.
-Ahora no Pintado, luego. Te toca morir fuera. Con esas heridas no irás muy lejos, sin ayuda te desangrarás antes de que amanezca y para entonces nosotras dos estaremos muy lejos de aquí… La policía tardará en llegar, cuando lo haga encontrará dos cadáveres… El tuyo y el de Stewart, pero no juntos. Atarán cabos. Todo formará parte del ajuste de cuentas… Ahora sal y aléjate en la noche.
Era un final previsible y bien orquestado que tenía la ventaja de igualar todos los flecos. En la choza encontrarían el arma del francotirador que había usado el gringo y las trazas visibles del plan urdido para acabar con la vida de Miranda. El ciclo se cerraría en aquella perdida aldea de la selva amazónica a satisfacción de todos. Ni Stewart ni Pintado serían un cabo suelto…
Pintado no lo dudó, aunque no era lo planeado, el destino le ofrecía una salida mejor que lo esperado, de nuevo a la sombra del Cisne Negro. Calculó que le quedaba un minuto antes de que el artefacto hiciera explosión. Se alejó, pausado, dando la espalda a las mujeres mientras la lluvia y la oscuridad ponían distancia de por medio entre ellos.
La explosión barrió todo en el interior de la choza, derribando el techo de maderos y hojas de palma sobre los cuerpos destrozados de sus ocupantes. Pintado se quedó mirando como las llamas calcinaban todo el material combustible de la zona. Un bidón de gasolina hizo explosión lanzando la envoltura metálica por los aires, como un gigantesco cohete que cayó sobre la zona incendiada. La selva se iluminó como por fuegos de artificio, sin que la lluvia pudiera con el poder abrasador de las llamas.
Los habitantes y trabajadores de la aldea contemplaban absortos el espectáculo sin atreverse a reaccionar. Sólo quedaban los ancianos y el personal que atendía a los niños. Los demás –los guardias y reclutadores- habían zarpado esa mañana con el último envío hacia Manaos. Nadie tomó la voz cantante y nadie vio al extranjero que oculto por la vegetación observaba la pira funeraria de Elena Carrión y Macarena Spencer en aquel rincón perdido de la selva del Perú.
Calcinados en su interior encontrarían restos de cuatro personas. Las pruebas no superarían un detallado análisis forense, pero en la tierra de Pantaleón la probabilidad de que el ejército peruano encargara pruebas periciales expertas era la misma de que Elena resucitara de entre los muertos. Para cuando las autoridades españolas reclamaran lo que quedaba de los cuerpos Pintado se encontraría a salvo y de nuevo llevaría ventaja.

Y cuidado, no los moje ni dé de comer, después de la medianoche…

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