SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


domingo, 28 de octubre de 2012

TRAICION. Verónica.

24              TRAICION. Verónica.


Pintado llevaba una hora en la barra y ahora estaba terminando el tercer café. El barman pasaba el paño sobre la superficie bruñida dejando regueros espirales de humedad mientras lo miraba con aire ausente, esperando sin ganas las instrucciones de algunos de los pocos clientes que ocupaban la cafetería cercana a una perpendicular a la calle Orense. Era el típico bar mutante, por la mañana servía desayunos a los oficinistas de los cercanos ministerios y de madrugada dispensaba los gintonics de los hijos. Por la tarde era telón de fondo a la merienda de esposas y madres, cómplice inconsciente de ellas mientras ahogaban las penas de sexo mojando magdalenas en el café. Cuando Ginés se cansó de mirar a la calle, más allá de la cristalera, pidió un periódico al camarero, este le miró como si fuera un marciano y le puso por delante un par de ejemplares atrasados del Mundo y del ABC.
Pintado terminó de ojear la sección de economía harto de crónicas de la crisis, del programa de duros ajustes anunciado por el gobierno y de las declaraciones del Comisario de Economía de la Unión Europea. Grecia seguía erre que erre y Francia y Alemania sacaban pecho por ser tuertos entre países de ciegos. Y para postre habían abierto las barreras a los productos agrícolas del Magreb… Como el día de la marmota.
Supo que era ella tan pronto entró en el local. Vestía un traje de chaqueta sobrio y elegante, ajustado, manejando con sabiduría el juego que da un milímetro de menos. Era morena y tenía la piel bronceada por los rayos UVA del Spa. Se movía con la seguridad de un general entre la tropa, con distinción de reina en un baile de gala. Dejó el bolso de mano en el asiento de al lado y se sentó en una mesa junto a la vidriera, de espaldas a la calle. Si se hubiera permitido fumar en el local habría encendido un cigarrillo y exhalado el humo echando la cabeza hacia atrás, en su lugar se cruzó de piernas y comprobó que la falda quedara justo por encima de la rodilla.
El camarero salió de la barra batiendo el record de salto de altura del barrio y danzó hacia ella como un figurante de revista. Ella le sonrió y en voz ni alta, ni baja, le pidió una coca cola light. Tenía una voz de contralto, un punto aterciopelada. Miró a su alrededor sin ver, con siglos de experiencia. Su sonrisa era como una ametralladora barriendo territorio enemigo. Todos los hombres del local cayeron rendidos a sus pies.
Pintado dejó el periódico sobre la barra y se dirigió hasta ella, midiendo los pasos, no supo por qué le vino a la mente la imagen de Gary Cooper encarando el duelo matinal en Solo ante el Peligro. Sus ojos de gata estaban fijos en los del ex policía, calculando sus intenciones y lo que podría sacar por ello. No tendré piedad contigo forastero, decían.
-¿Eres Verónica? –Preguntó Pintado.
-Por qué quieres saberlo. –Contestó ella.
-Soy amigo de Lola…
-Ya. Entonces sabrás que estoy trabajando.
-Pagaré por tu tiempo.
-Si es así siéntate. Y dime lo qué quieres.
Pintado se presentó y le explicó que estaba buscando a Lola, omitiendo el destino final de la mujer. La cortesana se quedó dudando unos segundos, intentando decidir si creía o no al hombre. Los labios le temblaban ligeramente, y los ojos brillaban húmedos, pretendía mantener el control aunque le estaba costando un extraordinario esfuerzo.
-Así que tú eres el cabrón que la dejó colgada. Le rompiste el corazón. No sé por qué tendría que ayudarte a encontrarla.
-Es importante, créeme… Eres la única amiga que ella tenía. Hace varios días que le perdí la pista. La última vez que la vi estaba con un tipo, uno con pasta que vive precisamente por esta zona.
-¿Cómos sabes que soy su única amiga?
-Ella me lo contó. Nunca nos conocimos antes, pero me habló un par de veces de ti…
El camarero trajo el refresco y un café para Pintado. Se quedó revoloteando por la mesa de al lado haciendo como que limpiaba. Una mirada de Ginés dura como la piedra lo convenció para regresar detrás de la barra.
-Está bien. Te ayudaré, pero no pienses que lo hago por ti. Si por mi fuera te pudrirías en el infierno.
Verónica le relató lo poco que sabía. Hacía unos días Lola la había llamado por teléfono desde una gasolinera. Se oía mucho ruido, la comunicación era muy mala, le contó que le habían destrozado los piños un matón de Nájera y que un fulano al que le había hecho un trabajito le estaba acompañando a una clínica en la que recomponerse cerca de Coruña.
-¿Cerca de Coruña? ¿No tenía sitios en Madrid?
-Ya. A mí también me extrañó, pero se cortó la comunicación. Luego se quedó sin cobertura porque no conseguí contactar de nuevo con ella a pesar de intentarlo un par de veces.
-¿Recuerdas qué día fue esa llamada?
-No… Aunque déjame mirarlo. Mira la lista de llamadas entrantes… Aquí está… Fue hace seis días… -Dijo ella señalando el display luminoso del móvil.
Pintado calculó mentalmente y comprobó que todo encajaba. La llamada de Lola fue hecha la misma mañana que él estaba viajando a Coruña, dos días después del trabajo que hizo para Cienfuegos. Ambos habían transitado la misma ruta, camino del mismo sitio.
-Gracias. Me has servido de mucha ayuda. Toma, por tu tiempo. –Dijo Pintado de pie, dejando un par de billetes de cincuenta euros doblados sobre la mesa.
Ella lo miró con desprecio. Tomó los billetes, los arrugó y se los arrojó a la cara. Pasó junto a él como un torbellino a cámara lenta y abandonó la cafetería sin girar la cabeza. Pintado deseó que se lo tragara la tierra.
Los presentes observaron como el hombre, de barba descuidada y espaldas de estibador, suspiró con aspecto cansado y se perdió tras la puerta caminando con las manos en los bolsillos.
El calor en la calle abofeteó su rostro y le encogió la respiración, como si estuvieran cociéndole en un microondas. Sobre su espalda caía como plomo derretido el sol de Madrid. Miró arriba y abajo sin importarle la dirección. Echó a andar en sentido opuesto al que había tomado Verónica López, por aquel día se había quedado sin arrestos para mirarla de nuevo a la cara.

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