SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


martes, 9 de octubre de 2012

NIÑOS DE LA CALLE. De nuevo Fabrés.

23              NIÑOS DE LA CALLE. De nuevo Fabrés.


Moisés García el Pardillo había estado en el registro dirigido por su jefe, el comisario Bermúdez. Por expreso deseo de Pintado había quedado al margen del grupo que conocía su situación. Para él su antiguo jefe y amigo había muerto en aquél recóndito lugar del Amazonas. Sin embargo participó de buena gana en la redada frustrada. Seguía en la Brigada Judicial, aunque en la unidad especial de lucha contra el crimen organizado. No le había dicho que no a Bermúdez cuando este lo invitó a intervenir.
Pintado siempre había dicho de él que era como un perro de presa, una vez que mordía no soltaba. No era el policía más brillante del cuerpo, pero nadie nunca le pudo reprochar que no fuera de los más concienzudos y detallistas.
Por eso le extrañó cuando encontró aquel arsenal de medicamentos en la supuesta clínica de reposo. Sobre todo la enorme cantidad de algo etiquetado como Proceanim. Cualquier otro lo habría pasado por alto, pero no García. Su hijo había estudiado medicina, y su padre estaba muy orgulloso de él. No tardó en llamarlo por teléfono para preguntarle para qué servía el fármaco. Más se extrañó cuando el doctor García hijo le informó que el Proceanim era un preparado sintético fabricado por un laboratorio suizo y empleado como inmunosupresor en veterinaria, aparentemente aplicado con éxito para el tratamiento de afecciones hepáticas equinas. Ese laboratorio, Procea, estaba especializado en este tipo de fármacos y tenía en este momento su versión para aplicación humana en la fase de experimentación animal: el Proceantrim. Cuando el padre preguntó al hijo para qué demonios se utilizaría el fármaco, la respuesta le impactó. Evidentemente para trasplantes de órganos… Y Moisés García se preguntó qué demonios haría en una clínica de reposo, dedicada a la estética semejante arsenal de fármacos inmunosupresores para animales.
El siguiente paso era lógico, investigar el canal de distribución de los fármacos. Y se encontró con que Procea tenía una filial española donde se llevaba a cabo la experimentación clínica con animales antes de dar el paso definitivo para solicitar su homologación para aplicación humana. La filial española de Procea tenía la misma sede social que la Sociedad Médica del Noroeste.
Y García ató cabos y se lo comunicó a Bermúdez días después, cuando se enteró que su Comisario estaba en situación de prejubilado. Aunque él no tenía todas las piezas del puzle, la que cayó en sus manos indicaba que aquello olía, mal, muy mal.

Bermúdez entró en la sala de visitas de la cárcel del Puerto de Santa María tras franquear el escáner y firmar la hoja registro que le había puesto por delante el funcionario de prisiones. Apenas recordaba la última vez que había estado allí en ejercicio de su profesión. Nada había cambiado, el mismo olor a desinfectante, el suelo de terrazo desgastado en las zonas de paso, las mesas de formica con los cantos despegados. Y el ruido que invade el espacio de las cárceles, el silencio plagado de sonidos lejanos, un murmullo que no cesa y taladra los sentidos. Había tenido que pedir varios favores para llegar hasta allí y entrevistarse con Jaume Fabrés.
En los años que llevaba entre rejas el catalán había dejado de ser el cabrón arrogante que jodió la vida a Pintado durante la investigación del asesinato de Arangoa. No obstante, a pesar de que había perdido pelo y sin sus trajes caros parecía un truhán cualquiera de los hacinados en las galerías de presos peligrosos donde estaba confinado, el antiguo hombre para todo de Medina seguía teniendo la misma mirada de depredador de antes.
Los ojos de Fabrés brillaron cuando vio la oportunidad de joder a su antiguo patrón. Se sentía decepcionado, traicionado por este. El Marqués lo había dejado tirado, como a una colilla, solo a su suerte - estaba condenado a treinta años, y no saldría de allí hasta dentro de quince, en el mejor de los casos-. Ahora la fortuna le brindaba una oportunidad para vengarse. Así que le contó al policía todo lo que había callado durante el juicio. Claro que sabía perfectamente el origen de la relación entre Medina y Cienfuegos. Él fue quien los presentó a ambos. Supo desde el principio, desde que se tropezó con aquella chica de buena familia en aquel prostíbulo de altos vuelos regentado por Elena, que ella valía su peso en oro. Sólo tuvo que engancharla un poco más. Hasta que el padre cayó en la red. Luego bastó con venderle el favor. Así se compran a las personas…
Bermúdez encendió un cigarrillo con la anuencia del funcionario que le había abierto la ventana enrejada y vio pasar a Fabrés ensimismado en su mundo interior, ese en el que acaban viviendo los presos, a falta de otro. Iba camino del patio. Allí abajo, entre los cuatro muros que encerraban su vida actual, el catalán olió el rancho carcelario y, aunque añoraba los restaurantes caros que acostumbraba en el pasado, ahora la mejor comida que se podía permitir consistía en una lata de sardinas del economato mezclada con kétchup y cebolla. Sonrió al pensar que escribiría a Ferrán Adría para sugerirle que preparara perlas de sardina confitada en cápsula de tomate y chalotte.... Y Fabrés recordó al puto espía aquel que le había jodido la vida y le deseo la peor de las suertes. A pesar de que había sido un día como todos, uno más de los cinco mil quinientos cincuenta y cinco que tenía por delante, se alegró ante la emoción de haber arrastrado con él a dos pájaros de cuenta.

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