SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


martes, 2 de octubre de 2012

UN CADÁVER EN JUEVES SANTO. Curro “El Arreglao”.

UN CADÁVER EN JUEVES SANTO. Curro “El Arreglao”.



Las calles del centro de habían ido llenando de transeúntes endomingados que trajinaban de un lado para otro intentando contemplar las procesiones de las cofradías sin perderse una. Márquez tiró al suelo lo que quedaba del cigarrillo y después de dedicarle con la mirada un breve y nostálgico responso a la brasa, respiró profundo antes de iniciar la inmersión en el microcosmos hispalense en busca de uno de sus confites, Curro “El Arreglao”.  
Callejeó hacia la zona donde esperaba encontrar al Arreglao. El pícaro -limpiabotas, buscavidas, vendedor de lotería, revendedor de entradas de espectáculos y mercader de todo tipo de objetos exóticos, ocasional cicerone- reunía en uno toda una suerte de ocupaciones tradicionales de las ciudades turísticas del sur. Todo lo veía y oía, en la más estricta invisibilidad. Arrimado a las paredes de las populosas calles, mimetizado en sus ambientes, hace años que sobrevivía orgulloso de ser el último representante de un modo de vida, de una especie al borde de la extinción: “homo sapiens picariensis”.
Al Arreglao le llamaban así por su aspecto. Aun en su miseria aparente, jamás se le veía desaliñado. Por muy vieja que fuera su ropa la vestía con dignidad y elegancia. Había quien le había dicho a Márquez que Curro no era un pobre hombre, que había preferido este modo de vida voluntariamente y que en otras épocas su ocupación había sido otra. Era posible -su forma de hablar y el modo analítico en que manejaba la información indicaba algo parecido-, aunque el hombre era hermético en este sentido y nunca permitió mayores comentarios sobre su vida pasada. Cuando tenía alguna información relevante la ofrecía, y punto. El policía no le consideraba un simple confite, tenía demasiada clase para eso. Si acaso un colaborador liberal, un profesional de la calle y de los chismes que por ella se extienden, unos ojos anónimos, pero avisados, que sabían ver lo invisible.
Apenas un cuarto de hora después lo encontró cerca de la esquina de la calle Sierpes con la Campana, especialmente ataviado para la jornada festiva. No desentonaba en el bullicioso ambiente previo a los primeros desfiles. Su tez bronceada -tan suave que parecía satinada-, y el pelo negro y crespo, hacía difícil adivinar su edad. Sus ojos -vivaces, inteligentes e inquisitivos-, no se perdían nada de lo que ocurría alrededor. Cuando sus miradas coincidieron Márquez le hizo una seña y el hombre se acercó:
-Con Dios, señor Fermín. ¿Qué se le ofrece?
-De procesiones. ¿Tú que crees Arreglao? – Respondió Márquez con sarcasmo-. Te andaba buscando… Me ha tocado la china. Un fiambre aquí al lado, y no sé ni por donde empezar.
-Como no me detalle un poco mas nos van a dar las uvas, inspector. –Respondió con gracia el confidente, sin amilanarse por la reacción del policía, pero con respeto.
Márquez sonrió y ofreció un cigarrillo al Arreglao. Le contó lo que había ocurrido mientras observaba como el pícaro, entre calada y calada, asentía interesado a la exposición sin mostrar sorpresa.
-Inspector, a ese Arangoa ya lo veía yo venir de lejos. Por poco que indague comprobará que andaba en compañías que tarde o temprano le traerían un disgusto. Y mira que el tío tenía clase, y hasta era un buen colega con sus amigos, aunque de esos tenía pocos. Pero últimamente había perdido el respeto por todo y se estaba liando en cosas que le venían grandes. En la droga siempre ha mariconeado, consumo propio, aunque no le hacía ascos a atender a quien le pidiera. Se ha juntado toda su vida con señoritos como él, y aunque siempre ha sido muy aparente en sus cosas al final la cabra tira al monte. No le extrañe que le hayan ajustado las cuentas
-Joder, Curro, caro me lo fías. Pero aquí hay algo más. No me cuadra esta muerte con un ajuste de cuentas entre camellos. Esto es diferente. –Objetó el policía.
-Es posible. Intentaré averiguar algo por ahí, aunque estos días son jodidos, ya lo sabe. Además ahora precisamente estoy muy ocupado, tengo visitas concertadas con guiris y no vea lo que vendo en lotería. –Explicó el buscavidas mientras giraba acompasadamente el pulgar e índice de la mano derecha.
-De eso nada –replicó Márquez, negando con la cabeza-. Tú verás. Espero tu llamada Arreglao.
El policía reforzó el discurso echando mano suavemente a las solapas de la chaqueta del confite, mientras las deslizaba recorriéndolas entre sus dedos, enfatizando la conveniencia de la pronta respuesta.
-No se ponga así ¿Cuántas veces le he fallado yo? Jefe, tenga paciencia que yo lo llamo tan pronto sepa algo.
-De acuerdo Curro. Oye, aprovechando ¿Te quedan entradas para la corrida del Domingo de Resurrección?
-¡Qué cosas tiene usted! Pues va a ser que no. Este año torea el chaval ese de Linares, Álvaro Ruiz, y hay auténtica expectación. Pero si me llega alguna, que es difícil, ya lo aviso. Y ahora perdone, me esperan y tampoco es bueno que me vean con la pasma tanto rato... ¡Con tos los respetos eh! Hasta luego señor inspector.
El Arreglao, puso fin a la conversación saliendo de escena como si nunca hubiera departido con el policía, mirando imperceptiblemente a diestra y siniestra, hasta asegurarse que habían pasado desapercibidos entre el gentío. Parecía un danzarín escabullendo el esqueleto entre bambalinas.
Márquez volvió sobre sus pasos hasta la zona donde había dejado el coche. Esperaba que por lo menos en comisaría hubieran podido contactar con la familia. Como siempre, le tocaría el duro trámite de atender las preguntas y hacerlas a su vez. Sabía que las primeras horas eran fundamentales para desentrañar las, a veces oscuras, relaciones entre los familiares antes que les diera tiempo a preparar explicaciones que ocultaran los hechos embarazosos. Después llamaría a su mujer y le pediría perdón por el fin de semana estropeado, aunque con un poco de suerte quizás el sábado pudiera ir a recogerlos y disfrutar con ellos lo que quedara del puñetero puente.

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