SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


viernes, 21 de agosto de 2015

ESCONDIDO EN BRUJAS


La mesa que ocupaba en la terraza del café Klein me dejaba ver a distancia y en un ángulo agudo la ventana del segundo piso del Relais Bourgondisch Cruyce, el hotel en el que Pintado me había dicho que se alojaba Walter Padrón en Brujas. Ese hotel había servido de telón de fondo de algunas escenas de una película que recordaba con cierto cariño: “Escondidos en Brujas” una comedia negra bastante buena con Collin Farrell, Brendan Gleason y Ralph Fiennes, cuyo recuerdo me hizo disfrutar de la espera. No divisaba ninguna luz tras la ventana de vidrios emplomados de la preciosa fachada de madera y piedra.
El agua del canal que envolvía la esquina que ocupaba el bar reflejaba las luces amarillas de las farolas y  las calles que confluían en este punto se habían quedado vacías de los turistas que acudían desde Bruselas, me entró un escalofrío porque no me había traído ninguna prenda de abrigo, los adoquines del suelo brillaban con la humedad de una lluvia menuda y persistente que había empezado a caer desde primeras horas de la tarde. Pedí una cerveza, una duvel, que me pegó fuerte porque la trasegué con la rapidez con que suelo con las cervezas claritas de España, aun así pedí otra .
Mi celular sonó con esa mezcla de hip hop y funky que mi hijo me instaló la semana pasada y a la que todavía no me he acostumbrado. Deslicé mi dedo por la pantalla y escuché la voz de Pintado. Tardó poco más de cinco minutos en hacerme un resumen de la situación. Padrón nos había dado esquinazo y había preparado la transacción en Gante. La rusa lo acompañaba. Me debía mover para allá a la mañana siguiente. Pintado estaba muy excitado, no sé si por la presencia de la rubia con Walter Padrón o por pensar que el venezolano se la había levantado en sus narices.
Respiré aliviado, lo cierto es que no disfruto con esta parte del trabajo, pensé que por lo menos había aprovechado el tiempo durante el paseo que había dado por la tarde mientras hacía tiempo para conocer la ciudad. Las calles empedradas y las fachadas de ladrillo me habían fascinado. La camarera me dejó la nota de la consumición. Dejé una moneda en el platillo e hice una bolita con la tira de papel de forma automática, y de la misma forma lo arrojé al canal en dirección a la línea de luz que se dibujaba varios metros más allá. Varios patos navegaron cadenciosos y se acercaron a curiosear por si les caía algo.
Me levanté y traspasé la línea de mesas fronteriza con la calle al tiempo que contemplaba la imagen de la ribera del canal frente a mí, una sucesión de fachadas de ladrillo rojo, ocre y negro, iluminadas en luces y sombras que contrastaban recortadas contra un cielo que súbitamente se había limpiado de la bruma que lo envolvió a la caída de la tarde. Intenté recordar algunos de los cuadros que esa tarde contemplé en el Museo Groeninge, pero sólo me vino a la mente la única sensación persistente en mi memoria desde que Pintado me la presentó, la belleza de la rusa...

Miré las aguas del canal, ni una mínima onda quedó como huella de dónde arroje la bolita de papel… Pensé en el rostro de la mujer que había enamorado a Pintado y apreté los nudillos con rabia, ella estaba muy lejos de todos nosotros, y viendo las ondas de agua en el canal diluyéndose con la distancia, que así son las cosas de la vida tan fútiles que ni rastro dejan… Escondido en Brujas…      

No hay comentarios:

Publicar un comentario