SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


domingo, 20 de septiembre de 2015

EL PATRON, RADIOGRAFIA DE UN CRIMEN… UN RELATO SOBRE LA SUMISION


Hoy toca cine. Este fin de semana he vuelto a mis orígenes, cuatro películas por día tiene sobre mi espíritu un efecto sedante que necesitaba desesperadamente. Cuando Pintado se instala es difícil hacerlo a un lado, menos mal que le gusta el cine casi tanto como a mí.
El Patrón, radiografía de un crimen no es una joya del cine, ni tan siquiera una gran obra, pero hay que reconocer en el trabajo de Sebastián Schindel un magnífico ejercicio de respeto hacia un guión muy sólido.  Joaquín Furriel interpreta a Hermógenes Saldivar en una transformación meritoria –salvo por la utilización irregular del acento particular de Santiago del Estero- que, a veces, consigue meternos en la piel de un personaje arquetipo de la sumisión desesperada, de la anulación de la personalidad de un individuo del cual nunca llegamos a saber si es bueno, malo o qué. Luis Ziembrowski, la contraparte, hace de hijo de puta integral sin ninguna concesión a sentimientos intermedios, su rostro –que no necesita transformación alguna- transita la cinta monótono, sin rictus que matice la facies, le basta el tono de sus palabras, sus ojos inexpresivos de depredador natural. Un relato de esclavitud en estado puro.

A destacar la fotografía de  Marcelo Laccarino que es capaz de transitar espacios minúsculos sin que por ello perdamos atención por encuadres imposibles… Y sobre todo el montaje consecuencia del cual el ritmo de la película es impecable…
Un reconocimiento al cine argentino -en este caso en coproducción con Venezuela- capaz de rodar este tipo de cintas capaces de asomarnos al submundo del Mundo Feliz, aunque lo hace de forma tímida, apenas se atreve con el interior de la carnicería, y desaprovecha la incursión en los juzgados -que trata de forma indebidamente amable-, en los barrios marginales -con ocasión de la visita del abogado a la esposa- y en el decorado exterior de la carnicería en la esquina de una calle cualquiera...

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