SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


domingo, 27 de septiembre de 2015

EN LA BARRA DE LA SIBILA.



Ayer de nuevo me encontré con Pintado. Me preguntó por la novela, -cómo avanza, -dijo lacónicamente, mientras apuraba de un trago el whisky que le había servido Alfonso, el barman de la barra de La Sibila, y pedía otro con un seco gesto de muñeca y el vaso vacío en la mano.
Pintado parecía perdido allí y no dejaba de mirar hacia un sofá chester que había en el interior del local. Sus ojos tienen ahora una mirada más intensa que cuando lo conocí y su rostro es más terrible, la cicatriz se destaca pálida en la piel curtida por el sol y el aire marino. -Busca algo, o a alguien, -pensé. Y se lo pregunté.
No dijo nada al principio, sólo me miró, dio otro trago largo al Macallan y sólo después susurró algo así como que había estado allí con La Rusa… Imaginé la escena del Dry Martini, en aquel escenario que sólo meses atrás me hubiera parecido imposible para Pintado, pero que ahora es el decorado ideal de sus encuentros con La Rusa, a la que algún día deberé de poner nombre porque se ha instalado en la vida de mi amigo. No me dijo mucho más, no hizo falta, lo llevaba escrito en los ojos…
Miré alrededor y traté de imaginar qué mujer era capaz de transformar así un ser como Pintado…
Entraron de la mano, ella no le había permitido que le ofreciera el brazo, y todas las miradas masculinas se voltearon hacia ellos como atraídos por un imán. Pintado presentía que eso iba a ocurrir, a fin de cuentas él habría hecho lo mismo en esas circunstancias, pero se sintió molesto igualmente, ella era el objeto del deseo común y no le gustaba. La chica que recibía en la entrada le pidió el nombre y un teléfono, le dio el primero que se le vino a la mente. Atravesaron la pieza que ocupaba la barra y  se dirigieron hacia un sofá chester ubicado en la pieza continua. La Rusa había tomado la iniciativa y no dejaba lugar a vacilaciones. Pintado la ayudó a acomodarse y le tendió la mano mientras ella se sentaba cuidando que sólo una fracción pertinente de piernas quedaran al descubierto.
Encargaron los tragos, mientras esperaban una legión de varones curiosos se hizo presente desfilando por delante de la zona en una cadencia lenta y cansina, como vagones de un tren de mercancías. La Rusa apenas apartaba la mirada de Pintado, pero él sabía que ella no perdía un solo detalle de la situación, él la tomó de las manos y sin darle tiempo a protestar la besó en los labios con todas las ganas que llevaba dentro desde que la había recogido esa noche a la puerta del hotel…

De golpe volví a la realidad cuando Alfonso me preguntó si llenaba de nuevo mi vaso. Pintado había desaparecido como por arte de magia, tan ensimismado estaba imaginándome la escena que ni cuenta me di. Pregunté por mi amigo y el barman me señaló la puerta con un golpe de su barbilla mientras secaba un vaso de una forma inequívocamente profesional. El sofá chester seguía vacío al fondo y ahora lo miré con envidia.
Pagué y me fui. Fuera la noche era cálida, los sapitos inundaban el aire con su sonido agudo y persistente. Salvo por los guardias de seguridad no había un alma. Llegó mi coche y cuando subí a él me inundó una sensación de pérdida absoluta, probablemente la misma del piloto superviviente al posarse en la plataforma de la nave nodriza que acoge al último caza rezagado…  

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