SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


jueves, 10 de septiembre de 2015

ESOS SEGUNDOS DE DESPUES… QUE DEFINEN EL AMOR


Pintado miró al techo de la habitación con la mente en blanco donde las sombras del amanecer se confundían con la suciedad del revoco de yeso, donde el blanco retrocedía frente a los estragos del tiempo. Intentaba entender lo que le estaba pasando, sin conseguirlo del todo.
La Rusa había llenado todo: el tiempo, el espacio, sus ganas, sus deseos, sus expectativas. Ella había llegado como lo hace la ola primigenia en la cadencia vital, silenciosa y previsible, inminente, omnipresente, poderosa, pasando por encima del orden natural, sustituyéndolo. No quedaba nada de su geografía interior anterior. Ella había reordenado cada partícula de su ser, aplanando cada irregularidad y dejando tras de sí una superficie líquida y uniforme…
Nunca antes él había cedido tanto, de forma natural, fuera de toda su lógica anterior, pero absolutamente dentro del racional que ella representaba. Ella era su mujer absoluta, su femme fatale sin remisión, lo que tarde o temprano sólo algunos hombres tienen la suerte de enfrentar. Su suerte absoluta, su destino único.
Y sin embargo, nada, nada, le garantizaba que ella se quedara con él.
La noche anterior ella le había preguntado, medio en broma, medio en serio, si acaso su historia no sería un affair. Él mirándola a los ojos, muy serio, le dijo que no, y le expuso algunas razones que ahora le parecían pueriles. No había acertado a decirle todo lo que ella significaba para él, ni como ella había cambiado toda su existencia, su práctica vital. Cómo desde que ella era soberana de su universo, él ni tan siquiera volteaba la mirada en pos de otras faldas.
Mientras la abrazaba la había mirado una y otra vez, sintiendo el calor de su cuerpo y el remanente cálido olor del sexo consumado, estremeciéndose de deseo apenas pasados unos minutos del encuentro. Sólo quería quedarse allí de aquella forma para siempre, disfrutando del aroma mestizo de su cuerpo, mitad perfume, mitad ella. Sus ojos desprovistos de maquillaje, sus labios sin carmín, los pómulos, el pecho todavía pulsando con respiración entrecortada. Su geografía amada…
Esperaba que ella le dijera algo que no pronunció. Lloró para sus adentros. Y esperó… Apenas unos segundos…

Esos segundos de después… Que definen el amor.

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