SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


sábado, 7 de abril de 2012

ADIOS MUÑECA

29       ADIOS, MUÑECA


"(...)Sé qué polvos trajeron estos lodos
pero saberlo no es la mejor suerte.
Inventaré quién sos. De todos modos,

inventarte es mi forma de creerte.

Mejor te invento
Mario Benedetti





La mañana estuvo precedida por el irregular canto de las aves que anidaban en los árboles que poblaban las escarpadas pendientes rocosas hasta la orilla. Antes del alba el lugar se transformó en el auditorio de un coro que los envolvía, como si la lisa extensión de agua fuera la piel de un enorme tambor apenas alterado por las leves ondulaciones que producía en la superficie una brisa tenue y fría. Cuando el sol empezó a extenderse sobre el espejo del lago, derramando sobre ella una pátina dorada que inflamó con el ímpetu del fuego la naturaleza a su alrededor, Pintado dejó el frágil refugio de la tienda de campaña en la que habían pasado la noche para contemplar el espectáculo, en pocos minutos el azul dominante se transformó en verdes, rojos y ocres, sus ojos se humedecieron con lágrimas cuando incidió sobre ellos la luz solar.
Hicieron sus abluciones matinales, en cuclillas, en la orilla. Hacía frío, pero el sol que ya iluminaba la piel desnuda proporcionaba la suficiente sensación de tibieza como para aguantar a cuerpo con los pies sumergidos en el agua helada, tan clara que se podía ver con toda nitidez la arena del fondo.
Parecían los únicos humanos vivos sobre la tierra virgen. Nada parecía insinuar que muy cerca, apenas a un kilómetro colina arriba, se extendía la hacienda de Sanmartín. 
Se vistieron despacio, haciendo de la ceremonia un rito. Él acarició su cabello, ella se volvió y le sonrió. Luego Rosana encendió el hornillo de gas –tras el avistamiento del helicóptero habían decidido no exponerse y por eso no prendieron la hoguera- y calentó hasta hervir un recipiente con agua recogida directamente del lago. Pintado bebió el café negro y cargado que ella preparó y se fumó un cigarrillo mientras la contemplaba fijamente. Desde el principio había decidido lo que hacer y ahora que había llegado el momento meditaba la forma de comunicarlo a su compañera. No quisiera dejarla sola un momento, pero no podría vivir con el remordimiento si a ella le sucediera algo. Él atraía a la muerte, como la luz a las polillas, y ella era demasiado joven para morir. Ella reparó en que él tenía la mirada fija en sus ojos, sin parpadear, y adivinó lo que pasaba en ese momento por su mente.
-No se te ocurra dejarme fuera de esto, Pintado. Hemos llegado hasta aquí juntos, y juntos saldremos...
-Eso, Rosana, es melodrama... Nuestros caminos se separan aquí, de momento. Está decidido...
-¿Cómo que está decidido? ¿No crees que tenga algo que decir sobre... eso?
-En absoluto... De ahora en adelante sigo sólo. Es demasiado arriesgado... Además, antes que nada, serías un estorbo. –Respondió Pintado, con brutalidad.
Ella guardó silencio. Sus ojos brillaban con intensidad, como si fueran de agua o de cristal, sus labios se contrajeron en una mueca de rabia e impotencia. Siguió sin decir nada cuando él se levantó y arrojó el resto del café sobre la superficie del lago, dándole la espalda. Se levantó tras él y lo abrazó por detrás, como si pretendiera traspasarlo con sus pechos. Pintado ni siquiera se dio la vuelta, no tenía más que decir y no sabía decírselo de otra forma. Como siempre en él una explicación corta y brutal encerraba pensamientos y sentimientos que no podría haber desvelado suficientemente tras una hora de exposición. Sobraba cualquier otra explicación, prefería sentir su impotencia antes que lamentar su pérdida, lo que él no acababa de entender es que cada uno de estos episodios suponía una pérdida infinita en el universo de lo pequeño.
-Déjame al menos esperarte aquí... Prometo que no te seguiré...
-Es demasiado arriesgado. Una vez arriba, si fallo, peinarán la zona hasta dar contigo... No. Te marcharás de aquí en el bote y esperarás en el punto que te he marcado en el mapa –Pintado señaló una pequeña cala situada al oriente del punto en que se encontraban, dos kilómetros más allá, fuera de la vista que se dominaba desde el promontorio al pie de la colina-. Si no estoy allí, de vuelta, al amanecer regresa con el bote hasta el auto y sal pitando de Bariloche. Aquí tienes –le entregó un sobre- un billete de avión, sales el domingo al mediodía para Mendoza y desde allí por la noche a Madrid, vía Santiago de Chile. Lleva esto –le tendió otro sobre cerrado-, tiene las señas –estaba dirigida a Andrés Bermúdez en su domicilio sevillano- de la persona que te ayudará. Contiene las instrucciones precisas para que si algo me ocurre mis posesiones pasen a tu nombre... Es suficiente para que comiences una nueva vida alejada de todo esto...
-No has contado conmigo...
-Al contrario Rosana, lo estoy haciendo... Si después de todo mañana regreso, podemos empezar una nueva vida juntos... Si no, tú tendrás una oportunidad... Aunque sea sin mí.
Un ruido pulsante, el de los rotores de un helicóptero, se hizo dueño absoluto de la quietud que hasta ese momento les rodeaba, interrumpiendo repentinamente la conversación. Pintado hizo visera con la mano y miró al cielo, sólo se tranquilizó al comprobar que el aparato surcaba el aire en dirección contraria a la que se encontraban, pero eso aceleró los preparativos para su marcha. Desmontaron el campamento, cargaron los bultos en el bote y esperó hasta perderla de vista antes de iniciar la marcha colina arriba, al encuentro de Sanmartín...

La pendiente en esa zona, junto al arroyo, no era muy pronunciada, pero la espesura del monte bajo le impedía avanzar a la velocidad que hubiera deseado. Tenía la garganta seca y no había traído consigo nada con lo que refrescarse, lo único a mano era el agua helada que bajaba por el curso del riachuelo. Al poco tiempo rompió a sudar copiosamente, tanto que en un instante tenía la camisa completamente empapada. Los matorrales le golpeaban en las piernas haciendo de cada metro que recorría un calvario, se protegió las espinillas con cortezas que arrancó con la navaja del tronco de un árbol, las encajó entre la pernera de los calcetines y gracias a eso pudo avanzar de nuevo a mejor marcha. Media hora después encontró un camino que le condujo sin dificultad, cuesta arriba, hasta la zona explanada que había podido distinguir en la foto aérea de Google. Se ocultó entre los arbustos y con los binoculares que llevaba consigo inspeccionó los alrededores.
Al final, perfectamente integrada en la agreste naturaleza que les rodeaba, se encontraba la edificación de piedra y hormigón que recordaba. Sin la nieve alrededor se parecía a la “Casa de la Cascada” de Frank Lloyd Wright. El arroyo salía de debajo de la estructura que estaba superpuesta sobre su curso, parcialmente oculta entre los árboles del bosque, y se perdía monte abajo para morir en el lago. Alejado unos cientos de metros, hacia el norte, había una edificación más pequeña, construida bajo diferente criterio, seguramente el cobertizo donde había sido retenido meses atrás. El lugar, con nieve, debía cambiar bastante su aspecto respecto al que ahora era capaz de ver en pleno verano. Se percató de que, desde el aire, la casa principal permanecería prácticamente invisible, sólo el cobertizo delataría la posición, razón por la cual lo habían dejado bien visible, cualquiera lo confundiría como un refugio para los trabajadores que mantenían los bosques de la zona. Era indudablemente una forma muy inteligente de no despertar sospechas sobre el lugar.
En dirección contraria, al extremo de una senda que parecía perderse colina abajo hacia el lago, había una superficie libre de árboles: el helipuerto, ahora vacío. A un lado del camino una pequeña construcción de madera ocultaba, seguramente, el depósito para el combustible y el generador que producía la energía eléctrica para la hacienda, de su interior salía un mazo de cables gruesos que moría en un transformador a pie de un árbol, desde el que se hacía la distribución aprovechando los troncos de los enormes abetos que rodeaban el conjunto.
Esperó un buen rato sin detectar la presencia de nadie por los alrededores. Se animó a acercarse hasta el cobertizo y vigilar desde allí, a cubierto de miradas indiscretas. Mientras esperaba que transcurriera el tiempo, repasó mentalmente lo que debía hacer. Su plan era muy simple: esperar a que cayera la noche para entrar en la casa y sorprender a Sanmartín. Después poco importaba lo que sucediera. Intentaría huir y con suerte llegar hasta donde lo estaría esperando Rosana. Aunque eso, en este momento, era para él otra historia, tan lejana como las que habían pasado a mejor vida.

Conforme pasaban las horas empezó a languidecer en él la esperanza de alcanzar su objetivo con éxito. No había visto un alma a su alrededor y la casa parecía vacía. Sin embargo, a eso de la media tarde, la calma reinante fue rota por el ruido producido por el rotor de un helicóptero. Entreabrió los postigos del ventanal frontal del cobertizo y con los binoculares pudo distinguir como descendían del aparato cuatro personas, identificó entre ellas la estampa elegante de Ricardo Sanmartín, la silueta de una mujer y un individuo del tamaño de un oso pardo que tapaba parcialmente al cuarto integrante al que no pudo reconocer. El grupo se dirigió andando hacia la vivienda principal mientras el piloto del helicóptero detenía los rotores del aparato y procedía a estacionarlo hasta el día siguiente.
Nada que no hubiera calculado. Supuso que la mujer sería Sofía Baccini, no pudo distinguirle la cara, pero recordaba las curvas de su cuerpo. El armario ropero y el otro serían los nuevos guardaespaldas, los sustitutos de Xian, carne de cañón. Ya decidiría lo que hacer con el piloto. Le daba cierta pena dejar viuda a la novia de Pelizzari antes de que hubieran pasado por la vicaría...
Lo cierto es que no había nada más en lo que pensar, su vida se había transformado en una ecuación de una sola incógnita, simple hasta el extremo de que una vez liquidado Sanmartín lo demás no importaba. Todo lo demás era circunstancial. El futuro no existía; lo mismo que el pasado; igual que el presente que no fuera el segundo necesario para esparcir por la pared los sesos del argentino.

La noche cayó con rapidez y al poco el aire tibio de la tarde refrescó hasta que hizo frío. La casa se iluminó en su interior y la fachada quedó balizada sólo en las zonas de acceso. Pronto se hizo evidente que los diseñadores del refugio no habían considerado la posibilidad de que la casa pudiera ser asaltada desde tierra. Su mejor protección estaba en la ubicación remota y en la dificultad de llegar hasta ella.
Pintado abandonó el escondite y se acercó con prudencia hasta la edificación principal. Supuso, y acertó, que habría una entrada por la zona que cruzaba el arroyo, el equivalente a la planta semisótano de la vivienda. Tenía la boca seca y el pulso comenzó a temblarle. Se obligó a tranquilizarse hasta que recuperó la calma, se preguntó si tendría el valor necesario para disparar contra alguien desarmado y a sangre fría.
La puerta se abrió sin dificultad, daba a un pasillo precariamente iluminado por una solitaria bombilla que pendía del techo. Avanzó dejando atrás varias puertas cerradas hasta llegar a las escaleras al fondo. Subió con cuidado de no hacer ruido, temiendo que cualquier pequeño sonido lo delatara. No se oía nada, ni moradores, ni las tripas de la casa, ninguna máquina o motor. Al final de las escaleras había otra puerta. Cuando giró la manilla comprendió la causa del silencio, era una hoja blindada que debía pesar doscientos o trescientos kilos. La plancha doble de acero giró dócilmente sobre sus goznes, sin hacer apenas ruido, sólo el del aire al desplazarse.
La antesala estaba casi en penumbra, apenas las luces que iluminaban directamente la impresionante colección de cuadros que adornaban las paredes. Clásicos argentinos del XIX –Pintado rememoró como si hubiera pasado una eternidad su pasión por el arte, pero ni se detuvo a contemplarlos, una vez más la brecha con su pasado, como si nada de lo que alguna vez tuvo interés ahora tuviera la más mínima importancia-, cómo los que hacía años había contemplado en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires: Sívory, Schiaffino, Della Valle; algún impresionista europeo, un par de expresionistas americanos. Una fortuna. ¿Cuántas vidas malogradas? -Se preguntó.
Salvo por el ruido pulsante de la sangre fluyendo en las venas la planta baja estaba en silencio. Miró a su alrededor con los nervios en tensión. Había una zona más iluminada cerca de la cara que daba al lago, miró por la puerta entrecerrada, el sustituto de Xian leía sentado en un cómodo sillón de piel, algo que le pareció tan inverosímil como si se hubiera encontrado al cíclope Polifemo jugando con la Wii. Ni rastro del otro, ni del piloto del helicóptero, tampoco del dueño de la casa o de Baccini.
Escuchó una carcajada, brusca y grosera, seguido de un gemido. Venía de la planta superior. Se pegó a la pared perimetral y subió los escalones mirando alternativamente adelante y a sus pies, avanzó como si pisara huevos, conteniendo la respiración y mirando cada poco hacia atrás por si los habitantes de la planta baja lo hubieran detectado. Llegó arriba, se apoyó en el pasamanos y sintió la tibia sensación de la mano contra la madera pulida.
Recorrió el pasillo, ancho como el distribuidor de un hotel, pegado a las puertas para evitar ser visto por el hueco de la escalera, desde abajo. De nuevo otro grito, histérico, aberrante... Iba pegando el oído a las puertas, hasta encontrar aquella detrás de la que parecía haber alguien. Apretó la pistola en su mano, sudaba, la empuñadura le transmitió una fría sensación de poder, amartilló el arma y adelantó el brazo derecho, ligeramente flexionado, la CZ era ahora una prolongación de su cerebro, de sus ganas, de ira almacenada y contenida. Empujó la puerta con las yemas de los dedos, sintió una descarga de electricidad estática que le atravesó todo el cuerpo. La luz pareció escaparse desde dentro, como si hubiera estado retenida por las cuatro paredes de la habitación. El aire, dentro, olía a esencias y vapor, el olor aceitoso del eucalipto y del romero, a sauna...
El dormitorio era grande; el techo, alto e inclinado, replicaba la forma de la cubierta; la cama era enorme y estaba desecha, había ropa tirada por el suelo en aparente desorden. Pero estaba vacío. Las risas, las voces -que eran casi susurros ahora- venían de una estancia lateral. Anduvo de costado, con el flanco que portaba el arma adelantado, hasta llegar a la puerta entreabierta. La empujó con el pie dispuesto a disparar sin preguntarse nada más.

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