SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


viernes, 20 de abril de 2012

UN BOLUDO CON SUERTE

5                UN BOLUDO CON SUERTE

“…Tu viejo encantamiento me marea
¿ qué negro alcohol te fue poniendo el cielo
tan cerca de la suerte y tan alerta
que le jugás a dios todo su infierno?...”

Tango, por Vos
Fabián Russo



Abandonó el Anchorena antes de que su presencia allí llamara demasiado la atención. Aquellos sitios no son para hombres solos, por eso pensó en volver en compañía femenina, una moza de senos globales y boca peligrosa era la opción ideal. Llamó a un taxi y le dio la dirección del Manhattan Transfer. El viaje fue en vano, la paraguaya que atendía el bar del antro había sido sustituida ese día por un camarero de inequívoco aspecto equívoco. Larissa libraba y Pintado tuvo que hacer mutis por el foro ante el peligroso aleteo de las pestañas del adonis con hechuras de mariquita, quien pensó fugazmente que la suerte le era propicia cuando el español se le encaró a la oscura protección de la barra.
La noche se cerró en agua a la salida del local. La lluvia arrastraba un torrente de inmundicias calle abajo, las losas sueltas de las aceras bombeaban lodo a cada paso que daba. Bajo aquel diluvio no se veía un alma, los pocos arriesgados circulaban en sus autos levantando a su paso abanicos de un fluido chocolate que impregnaban las fachadas de mierda callejera. Quizás por eso, y por los tres whiskys que llevaba encima, Pintado no se dio cuenta que alguien le había seguido desde el club de swingers. Alguien que salió al mismo tiempo que él y que amparado en la urgencia del español le esperó fuera del Manhattan oculto en un portal cercano.
Aceleró la marcha hacia el hotel, quizás el instinto, un leve sonido apenas perceptible, un lejano chapoteo de pies que se deslizaban sobre los charcos, el movimiento de un adoquín suelto. PIntado supo que algo no iba bien. Pasó de largo y giró en la primera cuadra, esperó hasta que la sombra que lo seguía llegara a su altura y salió a su espalda para sorprenderlo con una patada en la rodilla, justo debajo de la rótula.
El perseguidor se dobló con un aullido de dolor que apenas le salió de la garganta controló, intentó repeler la agresión desde el suelo, llevando la mano hasta su arma. Pintado se lo impidió con otra patada, esta vez a la cara. El sicario quedó inconsciente en el suelo, de su boca desmadejada manaba un hilillo de sangre y saliva, tres de las piezas dentales estaban esparcidas por el piso envueltas en un puré sanguinolento. El español se arrodilló junto a él, cogió la Sig Sauer P226 de 9 mm que llevaba en su cintura y se la guardó. Luego buscó en el bolsillo de la americana la cartera del individuo, se la quedó.
Olía a tierra mojada y a vegetación putrefacta, el aire tenía un hedor a inmundicias que le revolvía las tripas. La brisa salobre que llegaba desde el Río de la Plata no era suficiente para remover la peste ni la sensación de humedad pesada que había dejado el diluvio. La luna, en cuarto creciente, parecía escaparse corriendo entre las nubes cuando Pintado miró al cielo. Contempló la rebanada de plata sucia colgada en un océano gris de plomo y cobre, una aleación imposible acrisolada en la noche porteña. Y de pronto volvió a sentir el infinito cansancio que creía haber superado, sintió de nuevo la fragilidad del momento, del instante secuencial que era su cápsula de vida, revivió la mezquindad de la eternidad baldía que la consciencia regala al navegar la existencia, la misma que parece que nunca había de dejarlo, la misma que ahora se le mostraba limitada y pobre.
Las risas de una pareja que caminaban agarrados de la cintura, en dirección contraria, le hicieron apartarse y resguardarse tras el tronco de un gomero. La luz parda que la farola cercana derramaba sobre el cuerpo tirado en el suelo era demasiado evidente para quedarse allí parado, esperando. Debía tomar una decisión, rápido, si no tendría que dar explicaciones a la policía. Había tenido suerte, a esa hora el agente que debería haber estado montando guardia en la esquina se había resguardado de la lluvia y todavía estaba fumando acodado en la barra del local más próximo mientras platicaba con el camarero que la atendía. Tarde o temprano el matón tirado en suelo recuperaría la consciencia, o si no alguien lo encontraría. Mejor salir tarifando lo antes posible.
No entendía la razón, su visita al Anchorena Club había despertado la curiosidad de alguien y quienes fueran no se andaban con chiquitas. Se preguntó si el hotel seguiría siendo un lugar seguro. Aunque había proporcionado una dirección falsa al identificarse en el Club, era cuestión de tiempo que dejara de serlo.
Le vino a la cabeza el Capitán Haddock, su amigo. Había viajado a la Argentina sin dar aviso previo a quien podría haber ayudado desde el aparato del estado, pero no quería comprometerlo, Haddock, como le llamaba en clave desde España cuando hicieron juntos aquella investigación, ahora estaba en una posición demasiado elevada como para inmiscuise en un asunto relacionado con el menudeo de drogas. Lo desestimó de inmediato, debería dar demasiadas explicaciones. Por eso sus únicas opciones, de momento, eran Pilar Soria y Miguel Landini. A la primera no quería complicarla más de lo necesario, al segundo no tenía forma de localizarlo hasta la mañana siguiente, cuando lo llamara de nuevo a la habitación del hotel. Estaba pagando la torpeza, impropia de un hombre de su experiencia, de no haber pedido un número de teléfono. No tenía más remedio que arriesgar y esperar en la habitación del hotel hasta el día siguiente.

Apenas durmió, pasó casi toda la noche en vela leyendo la información que encontró sobre el Anchorena. Finalmente le iba a sacar partido al pequeño ordenador portátil que le había regalado de María antes de su marcha, el último. Internet resultaba ser una fuente inagotable de datos y noticias. Navegó por foros y utilizó la identidad que su viejo amigo el Comisario Bermúdez le había proporcionado para acceder a los archivos de Interpol, introdujo la clave que Paco Real le había enseñado a generar para burlar el cambio periódico obligado y entró en el sistema.
Pasó el tiempo cotejando datos y anotando los resultados. Hasta que el sol de la mañana rompió la monotonía impuesta por las sombras y alentó la vida de la vegetación del patio interior, llevándose con su llegada los malos humores de la noche lluviosa. El teléfono de la mesita de noche vibró cuando Landini, cumplidor de sus promesas, le anunció la hora de la cita matinal. Pidió un desayuno rápido que deglutió con hambre feroz, hizo el equipaje y pagó la cuenta…

Búfalo Bill lo estaba esperando exactamente en la misma posición del día anterior. Esta vez la oficina olía a café recién hecho y a cruasanes calientes. El sol que entraba por la ventana le daba al recinto un ambiente cálido y acogedor, sin que flotaran en el ambiente la miríada de motas de polvo del día de ayer. Pintado buscó con la mirada a Sam Spade, a la secretaria de corsé apretado y pantorrilla torneada y carnosa con medias de nylon y costura a lo largo, a Humphrey y Lauren. Landini le devolvió una sonrisa conciliadora y amable, como si apreciara la visita.
Pintado se acomodó en el sofá y aceptó la taza de café que le ofreció su anfitrión. Apenas dio el primer sorbo empezó el relato de lo sucedido la noche anterior. Landini atendió en silencio, sin interrumpir, de vez en cuando se pasaba la mano por la cabellera, y sonreía para si, como si nada de lo que estuviera escuchando fuera nuevo para él. Cuando el español terminó, el argentino se levantó del sillón y llenó una vez más las tazas con café. Luego se quedó de espaldas mirando el tráfico bullicioso que inundaba la avenida a esa hora de la mañana.
-Has tenido mucha suerte, pero sos un boludo. –Sentenció Landini dándose la vuelta y tuteándolo por primera vez.
-¿Cómo…? –Intentó replicar Pintado, furioso.
-Te dije que esperaras, boludo… En esta ciudad eres un pez fuera del estanque, no sabes a lo que te enfrentas, loco…
-Landini tengamos la fiesta en paz… No he venido aquí para que sueltes gilipolleces. Si te viene en gana me ayudas, y si no encantado de conocerte y hasta otra. Me las apañaré solo.
-Ya veo como te apañas… Sos un loco, aparecer por el Anchorena a pecho descubierto. ¿No sabes a quién pertenece ese club?
-En la página del sitio dice que a la Sociedad de Inversiones Club del Plata
-Boludo, esa es una tapadera… El dueño de ese antro, y de otros dos por el estilo en Rosario y Córdoba, es Ricardo Sanmartín, el puto master del universo de la droga y la prostitución en esta parte del mundo. El prócer en cuestión además tiene propiedades en Mendoza, dos bodegas que producen algunos de los mejores vinos de la zona, y un emporio turístico en la zona de Bariloche. Y encima está muy bien relacionado con los cárteles de la droga en Bolivia y Perú, que como sabrás andan en competencia con sus hermanos mayores de Colombia y México, muy presionados desde hace tiempo por las agencias antidroga de USA y Europa. Acabas de meter tus narices en el peor avispero de la Argentina.
-Joder a la primera…
-Desde luego Pintado, tienes olfato, y también una suerte de narices…
Landini hizo un resumen de la meteórica carrera de Sanmartín. Este se decidió por la carrera militar. Siendo cadete de la Armada colaboró como patota con la Junta Militar y participó en los paseos aéreos que acababan arrojando a los detenidos a las frías aguas del Atlántico. Continuó sus andanzas en el departamento de suministros de la Armada.  Antes de la aventura de las Malvinas el joven talento, ascendido a teniente de navío, dejó la carrera militar y se hizo el amo del sindicato del transporte argentino. Se licenció en contaduría pública y obtuvo un doctorado en económicas, así se acercó al Poder con credenciales solventes. A la caída de la dictadura -el argentino no se explicaba cómo- sorteó las purgas y depuraciones de los mandatos de Menem y Kirchner. Emergió sin mácula del proceso haciéndose un importante hueco en el mundo económico y financiero de la Argentina actual. Era propietario de un banco –el Colonial de Crédito e Inversiones- donde blanqueaba el flujo de capital que obtenía de sus otros negocios ilícitos, y tenía una relevante influencia política dentro del corrupto partido oficialista, ligado al colectivo Cámpora. Era íntimo de alguno de los gángsters gremialistas del país y de los jóvenes leones de Cristina FK. Además, sus relaciones con los gobiernos nacionalistas de Bolivia, Venezuela y Ecuador le habían abierto de par en par las puertas del cono sur americano en el que operaba sin restricciones. Había eludido un par de intentos de detención de los servicios secretos chileno y colombiano a instancias de los Estados Unidos, y acababa de estrechar sus tentáculos en Perú donde acababa de abrir un par de antros en Lima e Iquitos…
-Todo un hijo de la reputa madre de la patria que, por si fuera poco, consolidó su fortaleza financiera estrechando lazos con una de las familias más adineradas de Chile, casándose con la única hija y heredera de Gustavo Hartman…
-He oído hablar del señor Hartman, el Rey del litio…-interrumpió Pintado, harto de escuchar sin rascar bola-. No duerme en la calle el angelito
-Ricardo Sanmartín es uno de esos individuos que nace de pie y transforma en oro todo lo que toca… y en mierda también… -Recapituló Landini con una explícita muesca de asco en el rostro.
-De acuerdo, pero qué pinto yo en todo esto, qué le puede importar al rey Midas que un don nadie como Ginés Pintado aparezca en uno de sus locales: no pregunté por nadie, no abrí la boca… -Se excusó.
-Definitivamente sos un boludo Pintado, esperaba más de una lumbrera como vos… Mira, te explicaré: ¿Recuerdas que ayer, durante nuestro paseo por Florida, entré en una galería? Buscaba a un desgraciado que vende paco, un boliviano al que llaman Edgarito y que me debe algún que otro favor, me dijo donde encontrar las pastillitas… Adivina.
Los ojos azules de Landini brillaban, esperando la reacción de Pintado. Miraba con aire divertido al español que se había repanchingado en la butaca e intentaba asimilar cada uno de los fragmentos de información. Pintado apuró la última taza de café, se rascó la cabeza, pareció tomar aire y respondió al cabo de unos segundos
-En el Anchorena Club
-Mira vos, en el mismo sitio donde metes la gamba a la primera de cambio –dijo señalando con dedo acusador, con una sonrisa apenas esbozada entre sus labios finos-. No he conocido a nadie más parecido al gallego Manolito… ese que salé en Mafalda, que vos Pintado. Definitivamente –concluyó, y a continuación relajando la expresión del rostro, dejando espacio a la comprensión, prosiguió-, sin embargo tampoco es tan complicado, Buenos Aires para algunas cosas no es una ciudad tan grande como aparenta…
-Puedo hacerlo mejor. –Replicó Pintado avergonzado por su torpeza.
-No lo dudo, aunque como todas las cosas esta tiene su lado positivo, es cuestión de decidir cual será nuestra estrategia ahora que Sanmartín ha dado el primer paso.
-Antes tendremos que conocer la razón por la que se interesa súbitamente por un desconocido.
-Sí, eso también me preocupa, pero me temo que por el momento nos quedaremos con las ganas de saberlo… ¿Cómo llegaste al Anchorena?
-Le pregunté a un compañero de trabajo de Verónica, la chica que conocía a Marta y que menudeaba con el bello Héctor… -Aclaró Pintado.
-¿Qué explicación le diste?
-Bueno… que andaba buscando a un familiar, a una gallega conocida de la chica y que esperaba que ella me diera alguna pista…
-Entonces ya sabemos por qué estaban sobre aviso, el mozo les dio el chivatazo. Cuando apareciste por el Anchorena esperaban a alguien con tu aspecto, gallego y torpe, no tengas duda… Y luego te colocaron una sombra…
-Puede, tiene sentido. Sobre todo si el antro tiene algo que ver con la desaparición de Marta o de Verónica. ¿Pero eso dónde nos deja?
-A vos fuera de la vista del Anchorena definitivamente, salvo que le quieras hacer una visita definitiva a los bajíos del Río de la Plata. Nuestro siguiente paso debe ser solicitar una entrevista al señor Sanmartín y ver lo que ocurre…
-Eso será como despertar el avispero…
-Precisamente, golpearlo, hacer que las avispas abandonen el nido y entrar una vez vacío en la búsqueda de la reina madre…
-… Sanmartín.
-Precisamente.

 Los bosques de Palermo empezaban a vaciarse de paseantes y deportistas a la caída de la tarde, como lo hace un estanque al agotarse, de a poquito, con desgana. La ronda asfaltada que rodeaba el lago central estaba a oscuras y un leve aroma a vegetación cortada flotaba en el ambiente. La farola más cercana derramaba sobre su compañero una luz amarillenta que lo hacía parecer de otra época y transformaba el paisaje porteño en otro indefinido, de ninguna parte. Un paseador profesional trotó a su lado arrastrando una reata de perros de todas las razas. El último de ellos -un Golden Retriever- al llegar junto a Pintado husmeó el pernil del pantalón y lo miró con curiosidad. Una mujer rotunda y esbelta, enfundada en unas apretadas mallas negras y azules, les rebasó dejando tras ella un aroma almizclado, mezcla de sudor y hembra. Su larga cabellera teñida de rubio flotaba al viento, apenas recogida por una banda elástica que ceñía las sienes. Pintado admiró el trasero remarcado por la forma de las bragas, siguiéndolo hasta verla alejarse en la distancia.
Landini apoyó la espalda contra el tronco de un árbol centenario y en silencio le hizo un gesto a Pintado exigiéndole paciencia. Se habían situado cerca de una de las entradas del Rosedal, aquella cerca de la que normalmente hacía su ronda la Loca. El argentino encendió un cigarrillo y expelió el humo hacia el rostro del español, este se giró con disgusto y se alejó unos metros para sentarse en un banco cercano. Su acompañante lo siguió y se sentó a su lado.
-Tranquilízate, llegará en unos minutos, Juana es muy puntual, sobre todo en materia de trabajo.
-Joder, no me dijiste que tuviéramos que hacer cola en este lugar, no te das cuenta que empezamos a estar rodeados de maricas y mirones.
-No te quejes tanto, pareces una señorita…
-Explícamelo otra vez para que lo entienda. –Insistió Pintado con una de esas miradas que retratan la ira.
-Sanmartín es un hombre caprichoso, y tiene alguna debilidad que otra… Juana fue una de esas debilidades.
-Me quieres decir que un tipo capaz de comprar media Argentina se pirra por una loca que hace la calle.
-No acabas de entenderlo tarugo… Juana, cuyo verdadero nombre es Giovanni Ciaccarelli, alias Chaperelli, alias la Tana, alias la Loca, fue la novia preferida de Sanmartín hace unos años. Hasta que este se cansó de ella y se buscó otras más jóvenes… Mira allá llega.
Pintado giró su rostro en la dirección que señaló Landini y la vio: una percherona sustentada sobre zancos con tacones kilométricos. La vestimenta no dejaba lugar a dudas, medias de rejilla y banda elástica hasta medio muslo, minifalda de tejido metálico tipo banda enseña culo, senos implantados tamaño Pamela Sue Especial, expuestos como melones de mercado y melena artificial modelo peluca Barbie namber faiv. El conjunto no medía menos de un metro noventa de cabo a rabo y llenaba un perímetro cercano al metro de diámetro, todo un fenómeno visual.
La mujer se acercó hasta ellos desplazando a su alrededor el aire, pegado a su cuerpo como la atmósfera exigua de un planeta. Se quedó parada, encarada a Landini, sin decir palabra, sólo mirándolo fijamente y reclamando una explicación. La envolvía un penetrante olor a pachulí y algo parecido a la canela.
-Juana, gusto de verte…
-Landini, menos prosopopeya. Yo estoy acá para el laburo, así que ve al grano.
Los ojos de Juana la Tana eran negros y grandes, hermosos y expresivos, con pestañas largas y curvadas –inequívocamente postizas-, y en aquel momento les devolvían una mirada lánguida y triste. Su boca, de labios grandes y carnosos, estaba cerrada con fuerza, la mandíbula fuerte y angulada, de varón, delataba la tensión que experimentaba. Apenas un leve temblor del labio superior hacía suponer que además sentía miedo.
-Necesito que me hagas un favor. Te pagaré bien tu tiempo…
-Vos no tenés dinero con que pagarme malnacido… La reputa madre que te parió… -Replicó Juana con voz cansada, dejando morir en su boca la sílaba final.
-Juana, me debes una…
-No me lo hagas acordar.
La Tana reculó un paso atrás y por primera vez miró a Pintado recorriéndolo con curiosidad, apenas unos instantes, luego se cruzó de brazos, irguió los pechos redondos y duros como pelotas y se encaró en silencio a Landini con la barbilla levantada.
-Si hace falta lo haré… Por favor, necesito tu ayuda, de verdad. Necesito encontrarme con Sanmartín. –Rogó el argentino con las manos juntas y voz susurrante.
-No quiero saber nada de ese jodido hijo de puta. Mira como me veo por su culpa, en la calle…–contestó el travesti echando el peso del cuerpo sobre una de las piernas, y como consecuencia resaltando el volumen de sus nalgas, de espaldas a Pintado-. Además sólo tienes que preguntar en uno de sus garitos. Él sabrá donde buscarte luego.
-No es tan fácil… Es demasiado importante, tiene demasiados empleados para que se quiera tomar la molestia de atendernos en persona… Estamos buscando a alguien, sólo quiero saber como llegar hasta él, nunca sabrá que tú estás involucrada.
-Ni siquiera sé si seguirá atendiendo ese teléfono…
Sigilosamente, sólo delatado por las luces de posición, un vehículo de vidrios tintados –una camioneta cuatro por cuatro, grande como un camión de reparto- se detuvo al llegar junto a ellos. La ventanilla del conductor se deslizó con suavidad y desveló tras de sí a un hombre de mediana edad, de ojos azules, rostro carnoso y poco pelo. Del interior del auto brotó un olor a sudor y alcohol, una risa nerviosa al lado de este indicaba que se encontraba acompañado de alguien más, del acompañante solo se veía una tenue masa azulada apenas iluminada por las luces del salpicadero, una mano masajeaba la entrepierna del mirón. El intercambio verbal se hizo entre susurros.
-Veis, me estáis haciendo perder clientes -se quejó la Loca cuando el coche reanudó la marcha-. Ese tenía pinta de sonso, y quería un numerito… Los mejor pagados…
Landini dio un paso adelante y dejó el rostro expuesto a la luz de la farola. Cerca un hombre pasó corriendo a buen ritmo y levantando tras de sí el agua que quedaba en los charcos que mojaban la senda. Blasfemó cuando pisó una mierda de perro y deslizó como si sus pies llevaran patines.
-No te preocupes, hoy te llevarás el equivalente de varios de esos…
-Va a saber que os lo he dado yo. Me matará…
-¿Por qué querida…? Es su teléfono personal, el de las citas privadas, tú no eras la única…
-Sí, eso es verdad… Yo no era la única…

Se había hecho muy tarde. La cita en el Rosedal había terminado tan abruptamente como empezó. La Loca los abandonó después de recibir el sobre con los tres mil pesos que habían acordado, el equivalente a seis servicios de la diva venida a menos, el equivalente a tres horas de trabajo a la sombra de los frondosos árboles del parque, arrodillada entre restos de pañuelos de papel, condones agujereados y excrementos de perro… El legado que le dejó Sanmartín.
Ahora la pareja estaba tomando una cerveza en una mesa de un local de moda en un lateral de Libertador cerca del Automóvil Club, esperando por la respuesta de Sanmartín. Cuando minutos antes llamaron al teléfono que les había facilitado la Tana les atendió un mensaje pregrabado que les avisaba de que debían aguardar por su propietario. Diez minutos después otra llamada les había indicado aquel sitio como punto de encuentro.
Un cartel coloreado como la carrocería de un Ferrari anunciaba que el local tenía WIFI, las mesas de alrededor estaban ocupadas por grupos de jóvenes, casi todos del sexo femenino, chateando con sus iphones traídos de Miami y New York. Todas las chicas parecían cortadas por el mismo patrón, vestidos de una pieza ajustados, oscuros y cortos, piernas torneadas a golpe de gimnasio y traseros y pechos fabricados, en parte, a golpe de talón. Alrededor todas las risas eran metálicas, salidas de algún lugar detrás de la garganta, donde las argentinas parecen tener instalado un dispositivo vocal que la ciencia está pendiente de descubrir. Los pocos varones jóvenes que las acompañaban parecían recién salidos de un anuncio de Calvin Klein, andróginos atractivos como la madre que lo parió. Búfalo Bill apuró la segunda cerveza de la noche y pidió una tercera. Pintado impaciente ya no sabía como sentarse, ni a donde mirar. Estaba incómodo, cansado y abrumado por la situación. Landini no le había explicado su plan y eso lo tenía a mal traer.
-No acabo de entender tus intenciones… Acudir a un putón de calle para obtener un teléfono… No tiene sentido.
-Pintado, esto es Buenos Aires… No podemos acudir a la policía, si apareces por cualquiera de sus antros y decís quien sós o preguntando por Sanmartín te harán boleta, y si pretendes que un juez te atienda, vas listo… Qué quieres que haga. Pedirle su teléfono a la exnovia…
-Y ella te lo dará… así de fácil… Además no me has dicho de qué conocías tu a la tal Juana…
-Eso es lo más fácil… Estás ante un hombre de recursos, por si no te diste cuenta… La Tana acudió a mí por casualidad cuando Sanmartín lo dejó tirado. Un conocido común nos presentó. Le facilité un lugar donde quedarse hasta que se recuperara…
-No parece haberlo hecho del todo… A las pruebas me remito –interrumpió Pintado-. Al chicarrón le va la marcha.
-Quizás… Quizás no tiene muchas más opciones. La Tana ya estaba en esto cuando lo conoció Sanmartín, sólo que era más joven, estaba en todo su esplendor… El tiempo pasa para todos, para las locas más… En el caso de Juana, es cuestión de meses, anda bien jodida…
-¿A qué te refieres?
-No se le nota todavía, pero tarde o temprano toda esa silicona inyectada que lleva acaba por pasar factura… ¿No te fijaste que estaba toda fajada, de los pies hasta la cintura…? La mayoría de estos chicos concluyen antes de los treinta…
-Ya… En cualquier caso me preocupa. ¿Es de fiar? No avisará a Sanmartín antes. Es una oportunidad de ganar unos pesos adicionales. –Concluyó Pintado.
-Es posible… ¿En qué cambia eso? En ambos casos tendremos nuestra cita con Sanmartín… A fin de cuentas esa es nuestra intención.
El teléfono móvil de Landini sonó de nuevo. El argentino asintió en silencio mientras cerraba los ojos como si anotara algo en su memoria. La llamada duró apenas un minuto.
Búfalo Bill se levantó y dejó un par de billetes sobre la mesa. Pintado lo siguió fuera del local y caminaron apresurados en dirección a la Biblioteca Nacional. La avenida era un río de luces y sonidos de bocinas, la acera estaba solitaria, apenas unas pocas personas dispersas, a lo lejos, caminando delante de ellos. Una pareja se abrazaba en el césped y reía, un perro corría persiguiendo la sombra de un gato, un mendigo hurgaba en un contenedor de la basura…
-Si quieres ver a Sanmartín debes ir sólo. Esas son las instrucciones Pintado. Haz lo que quieras, pero es peligroso… Todavía puedes dejarlo. –Le informó Landini cuando llegaron a la Plaza Francia.
-Tengo que hacerlo. No queda otra.
-En ese caso, esta es la dirección… -Asintió Landini mientras le entregaba la nota que acababa de escribir en una hoja de una libreta negra que había sacado de la americana.
Pintado leyó la nota y atendió las indicaciones de Búfalo Bill, asintió con la cabeza y palpó la Sig Sauer que llevaba encajada en la cinturilla del pantalón. Luego se alejó en la noche subiendo la rampa que le conducía directo hacia la Plaza Gelly y Obes, cerca de la dirección que les habían indicado.
El cielo contaminado por las luces de la gran ciudad, el manto de nubes tenía un color ámbar como si fuera una cúpula de metal oxidado suspendida en un vacío imposible. El silencio lo envolvió como si todo a su alrededor se hubiera paralizado y un zumbido sustituyó todo, cuando el cuerpo de Pintado rebotó con fuerza contra el suelo.

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