SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


martes, 25 de septiembre de 2012

NOCTURNO.


Es posible que mis historias parezcan repetitivas, pero es que lo son, es mi historia contada de mil y una maneras, y eso resulta repetitivo… ¿qué no lo es?
Dejé Londres bajo la lluvia, después de renunciar a ella y abandonarla a la suerte del gordo cabrón. No fue fácil, él quería las pruebas, yo le dije que no había nada de qué preocuparse, como si yo fuera más creíble que los apéndices que coronaban su cráneo o que los moratones en la espalda de ella. Pero a veces no queremos ver lo más evidente.
Antes pasé por su casa. Sabía que ella estaba arriba. La luz de siempre, en la ventana de siempre. Sólo que como siempre el que dejó la casa de madrugada era otro distinto al de siempre. La misma hiel en la boca, la misma sensación de desarraigo y desesperanza de siempre.
Hay quien me acusa de animal robotizado, no sé por qué, ¿hay algo más humano que el odio que siento por ella mientras me consumen los celos de amor? Mazarro se empeña en decírmelo cada vez que me pasa, cada vez que me enamoro y cada vez que como hoy se me encienden las pupilas de odio y me arden las sienes. Nunca he visto a ningún robot hacer eso.
Ella me había llamado dos días antes. Volcó sobre mí toda su artillería letal. Primero me susurró como una gata, su lengua parecía acariciar mi oído y las palabras eran leche caliente en su hocico. Luego me invitó, dijo que quería pasar una noche conmigo. Yo no la creí y se lo dije. Ella se revolvió y vertió sobre mí el vitriolo que atesoraba su corazón. Me despellejó como a un conejo y me abrió en canal como a un pollo, me evisceró como un cordero lechal, me dejó vacío como la concha de un ermitaño.
Ahora la recuerdo, no puedo hacer otra cosa que recordarla, una y otra vez, tan interminablemente como la historia que se me repite sin poder evitarlo…
Se ha sentado alguien a mi lado. No miro, no quiero mirar, pero siento el calor de un cuerpo y el aire cálido que despide su cuerpo incluso en la mecánica frialdad de la fila de asientos del avión. No puedo dejar de oler su aroma, especiado y cítrico, ligeramente persistente, remotamente liviano. Si los olores tuvieran temperatura y color este sería cálido, de color naranja desvaído, como el cielo por las tardes al borde del anochecer.
No quiero mirar. Si lo hago repetiré la historia del principio y me daré cuenta que vivo encadenado a una noria de la que no puedo escapar.
La azafata me ofrece el catálogo de bocadillos. Delante de mí una turista británica vestida para perderse en el desierto derrama la botella de agua y mira airada a su alrededor. Su mirada se tropieza con la mía. Educadamente la invito a perderse en el infierno. Se pierde. Pido un bocadillo de jamón, y una cerveza. La azafata me derrama la espuma en el pantalón. Le doy las gracias en silencio, con la misma mirada asesina de antes, mirada que se ha perdido resbalando entre los pliegues de su blusa.
Ella, porque es ella, desliza su brazo por delante de mi torso, para recoger la ensalada enlatada que ha ordenado. El naranja cálido me roza apenas. Mantengo la mirada fuera de la zona de peligro, pero no puedo apartar mi nariz. Y eso es suficiente para dibujar su imagen en mi cerebro, para transportarme de nuevo bajo la ventana de aquella casa de Kesington, para dejarme caer al vacío desde doce mil metros de altura.
He aterrizado sin novedad. No viajo en Ryanair. Mis honorarios a gastos pagos me permiten abordar los aparatos de Iberia. Me levanto antes de que el avión llegue a contactar con el finger. Recibo el reproche de la sobrecargo en pleno plexo solar. Antes que la advertencia del comandante. Aunque es tarde, vuelo, corro hasta la puerta del avión. Salgo en tromba. Antes de que la sombra que corre tras de mí me alcance…
Encontrarme a Mazarro fuera ha sido un alivio. Le he pedido que me lleve a tomar una copa. Me ha dejado en la puerta de Gayarre y ha seguido camino, tenía otro compromiso. Entro y me acodo en la barra mientras Jaime –mi barman favorito- me pone lo que no he tenido que pedir…
Fuera, esta noche de Madrid, también llueve, a mares, como antes en Londres…  

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