SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


viernes, 14 de septiembre de 2012

NUNCA ES LO QUE PARECE. La Clínica.

NUNCA ES LO QUE PARECE. La Clínica.

Dejaron la carretera entre Rascafría y el Paular por un camino secundario en dirección al oeste de la sierra. El tramo de ripio inicial se convirtió pronto en una ruta asfaltada, como si alguien hubiera querido camuflar la vía haciéndola parecer un simple camino particular. Al cabo de diez minutos encontraron la primera señal indicadora de que se dirigían a la Clínica ZOT. Cinco minutos después distinguieron a lo lejos el edificio que andaban buscando, una mole de hormigón y ladrillo con cubierta de pizarra en medio de la inmensidad del parque natural de Peñalara.
Una barrera con guarda armado impedía el acceso al recinto. Inmediatamente se les hizo evidente que no podrían pasar de allí y que fuera lo fuera lo que se escondía detrás no se trataba de una clínica al uso. Improvisaron una explicación al uniformado. Buscaban la finca de un amigo y se habían perdido por el camino. El hombre, un ciudadano originario de algún país del este les aconsejó educada, pero firmemente, en un español bastante correcto, aunque con fuerte acento, regresar por donde habían llegado y preguntar en el pueblo por el camino que andaban buscando. Un vistazo rápido desde la entrada, mientras, les permitió comprobar que el área estaba protegida por un complejo sistema de seguridad –cámaras, sensores y posiblemente rondas de vigilancia perimetral- y que cualquier intento por tierra estaba condenado al fracaso hasta para el mejor de los grupos de operaciones especiales.
Camino de regreso comprobaron que la única vía de entrada era la que habían seguido y que, salvo siendo águila o helicóptero, no había otro medio de llegar allí. Cuando desandaban el camino se cruzaron con una furgoneta que venía en dirección contraria: Delicatessen y Ultramarinos JiménezRascafría, rezaba el logo pintado con estridentes caracteres bávaros en el lateral del vehículo. Ambos hombres se miraron sin necesidad de intercambiar palabra, por sus mentes se cruzó la misma idea.
Cuando llegaron a Rascafría no les llevó demasiado tiempo dar con la sede del honrado colmado que el señor Jiménez había heredado de su padre, y este del suyo, desde que lo fundó a la vuelta de una corta, pero productiva, experiencia como emigrante en Cuba. Esperaron sentados en una terraza de la plaza que da al ayuntamiento tomándose unas cervezas.
Ya habían cerrado los comercios a su alrededor cuando regresó la furgoneta del comerciante y aparcó frente a la puerta del establecimiento. De ella se apeó un hombre de mediana edad vestido con la trasnochada bata gris propia de su oficio.
Pocos minutos después este cerraba la cancela metálica plegable y salía acompañado de una mujer que vista de lejos parecía mucho más joven que él. Pintado y Real se habían levantado para ir al encuentro del hombre, pero este les ahorró el trabajo. Después de despedir a la mujer con un beso, se dirigió hacia ellos con las manos en los bolsillos, pasó de largo y entró en el bar en cuya terraza habían estado esperando.
Lo abordaron en la barra, Real enseñó su acreditación policial y sin demasiado insistir acabaron en una mesa preguntándole lo que sabía sobre la clínica de la montaña: Jiménez era proveedor de comestibles y hacía un par de viajes semanales para aprovisionar la despensa del lugar, poca cosa en realidad, lo más selecto o el desavío del sitio, porque el suministro al por mayor lo hacían en una gran superficie de mayoristas, aunque siempre se olvidaba algo y ese era el cometido de Jiménez. Pagaban al contado y nunca había pasado más allá del almacén y de las cocinas. Sacaron en claro que la mayoría del personal era extranjero, venidos de países del Este, incluso en la cocina, porque la gente del pueblo se conocía entre sí de toda la vida y no sabía de nadie que trabajara en la clínica. La clínica tenía un par de pisos alquilados en el pueblo en los que se alojaba el personal subalterno cuando no estaban de guardia. Una furgoneta hacía el transporte una vez al día a primeras horas de la mañana. El nunca había visto al personal médico, nunca debían salir –conjeturó-. Jiménez sospechaba que el lugar era una clínica para gente de dinero porque casi nunca se veía gente deambulando por allí, “ni familiares ni na”(sic), y porque a veces sobrevolaban por encima los helicópteros en dirección a esa zona del monte.
-Señor Jiménez, ¿cuándo le toca volver por la clínica? –Preguntó Pintado.
-Déjeme pensar… Mañana, porque me habían encargado un par de jamones 5 Jotas y de esos ahora en verano no los tengo en la tienda, es un material muy delicado y con lo que está cayendo cualquiera los tiene. Así que mañana bajaré a Madrid y se los acerco por la tarde ¿Por qué?
-Porque si no tiene usted inconveniente, mañana, además de los jamones, va usted a llevar un polizón a bordo…

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