SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


martes, 1 de mayo de 2012

CON EL SOL DE LA MAÑANA

8                CON EL SOL DE LA MAÑANA

“(…) El olvido está tan lleno de memoria
que a veces no caben las remembranzas
y hay que tirar rencores por la borda
en el fondo el olvido es un gran simulacro
nadie sabe ni puede/ aunque quiera/ olvidar
un gran simulacro repleto de fantasmas
esos romeros que peregrinaran por el olvido
como si fuese el camino de Santiago (…)”

Ese Gran simulacro
Mario Benedetti


Apenas tapada por las sábanas, desnuda a la luz del amanecer, parecía una estatua de mármol, una diosa bajada del cielo. Pintado recorrió su geografía acariciándola con los ojos, desde los pies a la cabellera derramada sobre la espalda. Reposaba boca abajo con una rodilla flexionada y la otra extendida, como una niña. Tenía unas piernas de muslos rotundos, sedosos, brillantes. Su piel era tan blanca, y tan suave… Seda pura, apenas manchada por pequeñas pecas, casi imperceptibles. Su respiración acompasada hacía que las nalgas subieran y bajaran en un recorrido que sus ojos siguieron con admiración. Embelesado, contempló la suave gruta que había asediado con vehemencia la noche anterior, se inclinó para besarla, primero en la base de la espalda y luego la acarició con la lengua hasta llegar a la nuca. Apartó el pelo y succionó el lóbulo de la oreja…
Despertó con una risa apagada y un “suéltame tonto, no has tenido bastante…” que le enterneció. Ginés, de rodillas en el lecho, la volteó con delicadeza y besó sus labios, abriéndolos para introducir su lengua y desatar de nuevo sobre ella las ganas que de repente le habían sobrevenido…

El sol entró a raudales por el ventanal de la terraza incidiendo sobre la piel desnuda, calentándolos tibiamente. Pintado, adormilado, la sintió abandonar el lecho, escuchó el agua de la ducha correr en el cuarto de baño, se desperezó como estaba, tumbado boca abajo. Sintió ganas de ella, se giró, dobló la almohada bajo su nuca y esperó hasta que salió. La contempló secándose el cuerpo con una toalla. Escrutó cada pedazo de piel. Era alta y joven, guapa y plena. Rosana sonrió y observó como de nuevo había despertado el entusiasmo de Pintado, le lanzó la toalla y le gritó riendo: “Ya basta, pareces un adolescente… ¿No tienes hartura? Bajemos a desayunar…”
Se ajustó el minúsculo tanga y salió de la habitación con el vestido y las sandalias en la mano, riendo y trotando como si esa fuera la primera mañana de una nueva vida. Al cerrarse la puerta Pintado se incorporó, abrió el balcón y sintió el fresco de la mañana y el cálido sol sobre la piel. La laguna estaba surcada por cientos de aves que volaban de un lugar a otro de la ribera. Los rayos del sol incidiendo oblicuos en el agua producían destellos dorados que teñían la fachada de amarillo. La brisa, agradable y salobre, tonificó su piel y le erizó el vello. Se desperezó y entró para tomar una ducha.
Media hora más tarde ambos estaban sentados a una mesa provista de café, medias lunas y zumo de naranja. Él le ofreció una rosa amarilla que cogió de un violetero de cristal tallado. Viéndolos reír era difícil hacerse a la idea del debate interior que sostenía Pintado. Había tenido tiempo de rememorar cada uno de los terribles instantes que le había tocado vivir durante estos pocos días, pero también sabía que su vida en estos instantes valía muy poco y no era cuestión de desaprovechar ninguna oportunidad. Por eso había existido aquella noche. Lejos quedaban sus miedos, María había significado un cambio radical, barrió los viejos fantasmas, liberó al hombre, lo dejó sin excusas.
La bajó de sus piernas y esperó que se sentara a su lado. Tomó el último trago de café y le dijo con tono grave:
-Rosana, tengo que irme… Estoy esperando a alguien, tan pronto llegue emprenderemos camino.
-Pensé que quizás te quedarías un par de días… El hotel en esta época del año está muy sólo, apenas hay laburo, puedo dedicarte todo mi tiempo… Anda, quédate… -Dijo ella, poniendo en la mirada lo que había dejado en el aire de las palabras. Ojos abiertos, implorantes, ternura.
-Me gustaría, no sabes cuanto, pero no es posible…
-No creerás que hago esto con todo el que llega… Ha sido algo muy especial, de verdad… Sea lo que sea lo que tengas que hacer, ¿no puede esperar?
Fuera se oyó como la puerta del hotel se abría y alguien pulsó el timbre de llamada de la recepción interrumpiendo abruptamente la conversación. Rosana salió fuera a atender.
-Señor Pintado, alguien fuera lo busca, dice que quedó aquí con usted.
Pintado salió a la recepción y se encontró con lo último que esperaba aquella mañana. Aquella mañana y el resto de los días de mil vidas que hubiera tenido.
-Querido… -Dijo una voz femenina.
La voz de un fantasma.
Un fantasma de su pasado había venido en su busca a aquel remoto lugar de la tierra. No podía ser, se repitió una y mil veces y la sangre fluyó por sus venas, impulsada por latidos furiosos. Respiró hiperventilándose, como si fuera a sumergirse en el abismo, hasta que el aire que recorrió sus pulmones lo llenó de vapores narcóticos. La vista de la muerte no habría provocado una reacción más virulenta. Notó como la furia le invadía, nublaba su vista, una gota de sudor recorrió sus sienes y cayó al suelo con lentitud y pausa, el tiempo pareció detenerse a su alrededor, su mente circunvaló al fantasma, abarcándolo en un recorrido de 360 grados, y de nuevo se encontró mirándola, directamente a los ojos…
Aunque algo en su rostro había cambiado –su nariz era diferente, también la barbilla, la comisura de la boca, la forma de los párpados-, cuando vio su mirada, comprendió que era la misma de siempre, la que recordaba, la mujer que sin él quererlo había cambiado su vida transmutándola en mierda…
Elena Carrión estaba frente a él. Sonriéndole, como si nada hubiera pasado, acercando su rostro al suyo y dándole un beso en los labios, después de ese Querido
Pintado pensó en la seguridad de Rosana. Ella estaba mirándolo, decepcionada, sin atreverse a hablar, sin comprender. Él no dio tiempo a más, su rostro se volvió de piedra, frunció el entrecejo y la ira se apoderó de su expresión. Pidió la cuenta con premura y dejó solas a las dos. Subió las escaleras a la carrera, saltando los escalones de dos en dos, en busca de su equipaje.
Cuando salió del hotel Elena Carrión lo esperaba junto a la puerta del vehículo. Lo escrutó en silencio y Pintado se dio cuenta de que estaba preguntándose la razón de la reacción de la joven allá dentro, así que intentó alejarse de allí lo antes posible. Pero ella no lo dejó, lo agarró por el brazo para ganar tiempo.
-Pintado, veo que sigues igual… Un poco más viejo, aunque has adelgazado… Te veo mejor.
Ella se apartó de él, para verlo mejor, para abarcar con su presencia todo a su alrededor. Pero sin soltarlo.
-Elena, no tengo ganas de juegos… ¿Qué haces aquí? Eres la última persona que esperaba encontrarme. –Respondió Pintado zafándose con violencia de la mano de ella.
-Tenemos amigos comunes… Le pedí a Ricardo que te buscara… Me debes una, ya lo sabes… -Replicó la mujer recorriendo la cara del español con la uña del dedo, como si fuera una cuchilla a punto de rasgarle la piel.
La forma en que ella pronunció el nombre de Sanmartín, el brillo de sus ojos… Pintado entendió la situación de golpe, con la lucidez del iluminado: ella era el nexo de unión de esta ridícula trama, ella era la relación que andaba buscando…
-¿Deberte una Elena? Te busca la policía de medio mundo… Además arruinaste mi vida.
-Mira quien habla… Tu torpeza me obligó a salir de España… He empleado mucho tiempo, montañas de dinero en poder volver a moverme con cierta libertad. He tenido que cambiar de nuevo mi rostro, y no sabes cuanto me gustaba el de antes, pero todo sea para volver a encontrar a los viejos amigos… Como tú.
-Estás muerta y enterrada, hagas lo que hagas…
-Ingenuo. Gilipollas. Tú estás muerto y enterrado, no yo. ¿No te ves? Solo, en mitad de ninguna parte, desacreditado… Eres un fracasado Pintado, y tu vida es una puta mierda.
Pintado le soltó una bofetada, impulsivamente, con toda la furia que fue capaz de poner en el gesto. La cabeza de Elena absorbió el impacto, como un saco terrero. Un hilillo de sangre se deslizó por su barbilla, ella la limpió con un dedo, se lo llevó a la boca y lo chupó… Mientras sonreía.
-Además veo que te has convertido en un maricón al que le gusta pegar a las mujeres… Vas mejorando, sigue así… Acabarás gustándome… Jajaja…
Pintado la miró con asco y se apartó de ella. Abrió el compartimento trasero del vehículo e introdujo en él el equipaje: el suyo y la bolsa que supuso pertenecía a Elena y estaba en el suelo. Ambos entraron en el 4x4 y emprendieron la marcha dejando atrás el hotel Del Lago.
No se despidió de ella. Pintado miró por el retrovisor como alejaba a Rosana y se alegró de poder dejarla atrás, fuera del alcance de su letal acompañante.
Media hora después la camioneta rodaba por pampas casi desiertas en dirección al norte. Elena había introducido las coordenadas del destino: Tartagal, a poco más de 1200 kilómetros cerca de la frontera con Bolivia.
Cuando Pintado le preguntó la mujer le aclaró que la parada en Miramar había sido fruto del sentido teatral de Sanmartín. Además se encontraba razonablemente cerca de la ruta y por eso hacía tiempo que la organización del traficante utilizaba la localidad turística como almacén de paso para su mercancía. La policía del lugar era razonable y alguno de sus socios en Bariloche tenía familiares en la zona de Laguna, no en vano había sido la sede de una importante y floreciente colonia nazi sesenta años atrás. La elección del hotel había sido una cuestión circunstancial, en esa época del año no había turistas y era fácil encontrar alojamiento. El hotel Del Lago nunca cerraba aunque fuera la época de vacaciones del servicio. El comentario le explicó a Ginés la razón de haberse encontrado a solas con la joven Holz.
-Pintado ¿te has tirado a la jovencita? He visto como te miraba y como me miraba…
-Eres una zorra Elena…
-Sí, ya lo sabes, pero yo no lo oculto como otras… ¿Y tu otra zorra? Esa profesora… ¿María se llamaba, no? Me enteré que te dejó… Supongo que buscará alguien  mejor, con más clase que tú… Me gustaba… Me la habría tirado. Lástima.
Pintado la miró con repulsión, recorrió cada milímetro de su rostro intentando entender la alquimia que había dado con aquel espécimen tan alejado del ser humano. Su cara era la de una mujer tan atractiva que quitaba la respiración, oprimía el pecho y bombeaba hormonas al torrente sanguíneo. Su cuerpo era una máquina perfecta, un diseño magistral. La naturaleza había producido algo tan singular que era imposible esperar tanta vileza encerrada en el mismo receptáculo. Y él sabía que era posible, porque lo había experimentado en sus propias carnes. Se tomó unos segundos para no tener que seguir el juego de ella. Le preguntó por el futuro, como el que se dirige a una echadora de cartas.
-Y ahora, por qué no me aclaras cuáles son los planes… Me gustaría saber como me estáis llevando al patíbulo.
-En el sobre que hay en el asiento trasero tienes las instrucciones, pero básicamente…
El sonido del vehículo devorando los kilómetros fue el único de fondo para el libreto que Elena Carrión le desveló durante los minutos que duró la exposición. Las montañas al fondo venían a su encuentro conforme abandonaron la pampa y se adentraban en Tucumán camino de Salta. El verde predominante del paisaje a su alrededor fue cediendo sitio a colores de fuego y tierra, al tiempo que la vegetación cambiaba el volumen y las formas adaptándose al descenso de la humedad y al incremento de las temperaturas. Sólo las nubes, livianas y esponjosas, gráciles y esquivas los acompañaron como leales mascotas flotando en los cielos majestuosos.

Rosana entró en la habitación. Iba a cambiar las sábanas… Sobre la cama encontró un teléfono móvil, el mismo que Pintado encontró en la casa de Marta en Buenos Aires, y que por suerte había sido pasado por alto en la limpieza que los sicarios de Sanmartín habían hecho del equipaje de Pintado. Junto a él había una escueta nota escrita con letra apenas legible por apresurada. Decía simplemente “escucha la grabación”.
Se sentó en la cama y activó la función grabadora del dispositivo. Era un mensaje que duraba apenas un par de minutos:
“No tengo mucho tiempo, escucha atentamente y haz lo que te pido, por favor, es cuestión de vida o muerte. He sido policía... Intenta ponerte en contacto con el Ministro Miranda. Di que llamas de parte de Pintado. Mándale un mensaje al número que te he dejado en la agenda de este teléfono a nombre del Capitán Haddock. Utiliza un celular diferente, creo que este está controlado. Dile que su vida está en peligro, y que intentaré ponerme en contacto con él tan pronto tenga claro como será. De momento es arriesgado tener más contactos. No debe fiarse de nadie, ni de sus colaboradores más estrechos. No tengo más tiempo para aclararte lo que ocurre.”

Juan Miranda estaba dando una conferencia cuando notó en su muslo el zumbido vibrador de su teléfono personal. Sólo contadas personas conocían ese número. La sala estaba atestada de políticos, empresarios, financieros y periodistas. Las fuerzas vivas de la nación. El diario Clarín era el sponsor de la velada y así rezaba el telón que tenía como fondo. Acabó el discurso y atendió el coloquio posterior.
Una hora después de haber recibido el mensaje pidió a los escoltas que lo dejaran a solas unos minutos y el gerente del Hotel Alvear le dejó sus dependencias privadas ante la insistente petición del ministro.
Juan Miranda salió diez minutos después con la misma cara que entró, serio y solemne como solía. Nadie se hubiera podido imaginar que por su cabeza transitaban los vientos de muerte que acababa de anunciarle una desconocida que decía conocer a su amigo Pintado.

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