SINOPSIS



Esta nueva entrega de la saga protagonizada por Ginés Pintado nos introduce en una historia de venganza y corrupción. Elena Carrión –la particular Moriarty de Ginés- hace de nuevo irrupción en escena para desquitarse de su obligada salida de escena en la novela anterior.

Pintado persigue el rastro de su ex mujer desaparecida en Buenos Aires, por Argentina, Bolivia y Perú. Lo inesperado se hace presente cuando la Organización que dirige el magnate Ricardo Sanmartín le obliga a planear un atentado contra un viejo amigo y colega, ahora Ministro del Gobierno argentino.

Una trama ambientada en la Latinoamérica gobernada por las grandes fortunas en la que dos siglos después las familias patricias que protagonizaron la independencia de la metrópolis siguen ostentando el poder. Ahora no sólo ejercen el dominio político y económico, más allá de la corrupción, son los señores del tráfico de drogas y la trata de blancas, con las que se complementan los ingresos de las corporaciones familiares.

La sombra del Cisne Negro es una historia donde la maldad destila la suficiencia del poder y donde la razón no es arma bastante para limitar el daño que aquella produce. Una historia en la que el amor ha dejado su sitio a la soledad permanente del héroe.


viernes, 25 de mayo de 2012

LA MUERTE AL OTRO LADO

12              LA MUERTE AL OTRO LADO

“(…)Me miro desde lejos como dicen
que se miran los que han estado muertos:
un fulgor en el vaso
me resume lo helado de los años.
Vértigo de un rodaje discontinuo,
fotogramas vacíos que huyen.”

La Muerte Al Otro Lado De La Cámara
Aurora Luque


... Un ruido a su derecha, de improviso, atrajo la atención de Xian. Una res seguida de un becerro pasaban por delante de la línea iluminada por los faros. Pintado entendió que había llegado su oportunidad y siguiendo su instinto le lanzó a los ojos el puñado de tierra que había cogido previamente abalanzándose contra el costado del sicario, al tiempo que hacía presa en el brazo para desviar la intención del revolver. Xian se giró sin tiempo para eludir la embestida, ambos rodaron por el suelo forcejeando, pugnando por obtener el control del arma. Un disparo al aire. El estampido sonó como un petardo en la noche. Vacío y hueco. La vaca mugió y el becerro se apartó del revuelo asustado. Pintado -menos corpulento que Xian- sintió que perdía contacto con el terreno, así que impulsándose, agarrado al tronco de su oponente, impactó la rodilla de este con la planta del pie derecho. El sicario trastabilló hacia atrás un par de metros resentido por el golpe. El español cargó contra él y le golpeó en la nuez con el canto de la mano. El colombiano se dobló sobre si mismo y cayó de rodillas con la tráquea rota agarrándose el cuello con ambas manos, boqueando en busca de aire. La muerte le llegó entre estertores y gorgoteos, con plena consciencia de su venida, avisando a cada latido, una agonía con tarjeta de visita que no pudo rechazar…

Pintado había llegado hasta la ruta principal con ayuda del GPS que equipaba el todoterreno, y entonces había utilizado el teléfono que le había proporcionado Juan Miranda. Marcó el número de la tal Wanda. La conversación fue muy dura: tensa al principio hasta que se estableció entre ellos la confianza necesaria para dar credibilidad a la conversación; emotiva luego cuando describió la muerte del ministro y explicó su huida y desenlace. Ella le indicó el sitio al que tenía que dirigirse y donde alguien saldría a su encuentro para llevarlo a un lugar seguro.
Cuando lo encontraron, navegó el laberinto de carreteras de tierra siguiendo una camioneta conducida por una especie de gigante de cabello rubio y piel muy blanca. De noche habría sido imposible hacerlo sin ayuda. Se adentraron unos 80 kilómetros al sureste de Santa Cruz, en pleno corazón de la comunidad menonita de la zona. Atravesaron el río Guapay por un viejo puente metálico y pararon al otro lado. Pintado se sentía mal, mareado, y necesitaba orinar. El silencio de la noche solo era roto por el ruido de la brisa atravesando la estructura metálica y por el fragor del agua discurriendo río abajo. Pintado se dobló sobre sí y se sintió flotar, reconfortado de momento. A su lado el gigante esperaba simplemente como si fuera una parte del paisaje. El español se fijó en él por primera vez, antes se había limitado a seguirle, no hubo tiempo para nada más. Mediría dos metros, quizás más, e iba vestido como los granjeros Amish: Un mono azul con peto y sombrero de paja de ala ancha. Durante el rato que estuvieron allí parados hasta que el español se recuperó, este se dio cuenta de que su guía era un hombre de pocas palabras, en realidad de ninguna.
Media hora después habían llegado hasta una granja situada en mitad de ninguna parte. Los recibió un hombre mayor de pelo completamente blanco y ojos de un azul intenso. Iba vestido como el gigante que lo había ido a buscar, ajeno a modas y con uniformidad absoluta. Le acompañaron hasta un edificio que hacía de granero a la luz de una vieja lámpara de keroseno y le señalaron un jergón entre la paja junto al que había un montón de ropa y unas mantas. A su lado había una palangana con agua y jabón. El único que le habló fue el viejo, con las palabras justas le indicó que podía lavarse y cambiarse de ropa y descansar allí hasta mañana.
Le despertó el canto del gallo al amanecer. Se desperezó lentamente mientras el sol derramaba su luz sobre los campos sembrados de maíz. Una pradera donde la vista se perdía sin referencia más allá de la granja en la que se encontraba. A lo lejos vio un tractor arando un campo vecino. El cielo límpido, de un azul puro e intenso, surcado por un par de rapaces que hacía la primera incursión del día, parecía un mar infinito que le hizo preguntarse por la posición que ocupaba en la esfera celeste. Sus tripas le recordaron que llevaba casi un día en ayunas, su cabeza dolorida que le habían arreado de lo lindo. Y entonces le vino a la memoria que debía ocuparse de Xian que ahora ocupaba la trasera del Toyota, al lado de su equipaje. Un sonido atrajo la vista hacia el camino. Vio acercarse a alguien en su dirección, la mujer morena que se había sentado a su lado en Santa Cruz.
Vestía como la primera vez que se vieron: jeans y camiseta blanca de algodón, sólo que ahora había sustituido los zapatos de tacón por unas deportivas. Apenas tardó unos segundos en estar a su lado. Lo saludó con cortesía y distancia y Pintado se dio cuenta de que había estado llorando, su rostro estaba velado por la tristeza y sus ojos hinchados. Lo invitó a seguirla y el español la acompañó en silencio hasta el edificio principal de la granja: una casa de madera de dos plantas pintada de blanco con los ventanales y puertas remarcados en azul. Sentado en el porche esperaba el hombretón que le había servido de guía la noche anterior. Cuando pasaron por su lado ella le acarició la cara y él agachó la cabeza como habría hecho un perro fiel.

...Una hora después Pintado había regresado hasta la granja y se duchaba al aire libre. El agua fría que salía de la enorme alcachofa metálica recorrió su cuerpo limpiando y refrescándolo, arrastrando con ella la suciedad acumulada. Tenía la sensación que deben de tener las serpientes durante la muda de la piel. Se giró para que el agua le recorriera la espalda y la vio… Ella lo miraba en silencio contemplando el cuerpo masculino, al cruzarse las miradas Wanda bajó la suya y se retiró lentamente andando con los brazos cruzados sobre el pecho. En esos instantes fugaces Pintado observó sólo las lágrimas que arrasaban el rostro femenino.   
Esa tarde la fisonomía de Pintado se había transformado. Wanda le había cortado el cabello casi al cero, pero había respetado la barba de un par de días que oscurecía la cara del español. El día al sol del trópico había hecho que su rostro enrojeciera lo suficiente para parecer un marisco tostándose a la plancha. Un par de días más y sería otro. Vestido con el mono azul parecía uno más de la comunidad, salvo por su inconfundible aspecto mediterráneo.
Sentados en el porche de la granja esperaron la llegada del Teniente Coronel Mendoza al que, como a Pintado ayer, había ido a recoger Peter en la camioneta. No había sido fácil convencer al militar boliviano de acudir allí. Pero la llamada de Wanda acabó por demostrarle que todos estaban en el mismo barco, en uno que zozobraba por momentos en la tempestuosa situación provocada tras el asesinato de Miranda. El boliviano era digno hijo de su patria. Tenía todo el aspecto de un colla nacido en La Paz. Estatura media y fuerte musculatura, piel cobriza y rasgos indígenas. Y una mirada penetrante y franca que apuntaba la inteligencia de su propietario. Estrechó la mano de Pintado con la fuerza de unas tenazas de herrero y aceptó la invitación de Wanda para sentarse entre ellos. El español repitió la misma historia de la mañana.
-Señor Pintado, estamos metido en un buen lío. Lo busca la policía de media América y las televisiones están mostrado su foto de continuo. De momento me he mantenido al margen, pero es cuestión de tiempo que involucren a mi departamento en la investigación. Tenemos pocos días si queremos atrapar a Sanmartín y a los suyos. Nadie creerá que usted no ha intervenido, todas las pruebas apuntan a ello. Si Miranda no se hubiera puesto en contacto conmigo yo tampoco daría mucho crédito a la historia. Además dudo que quieran atraparlo vivo. Las órdenes son tirar a matar en cuanto lo vean.
-Lo entiendo Mendoza. Es preferible dejar que las cosas sigan su curso y aprovecharnos de la sorpresa. Esta partida ha empezado sacrificando la reina, pero no por ello está perdida… -Dijo Pintado pasándose la mano por el cuero cabelludo.
-No sé mucho de ajedrez, pero no se me ocurre como podría ir peor. –Interrumpió el militar mientras aceptaba una limonada que les trajo la dueña de la granja...


Charagua era la población más cercana a la granja y donde la comunidad esparcida por los alrededores hacían las compras de primera necesidad cuando no viajaban hasta Santa Cruz. Apenas la conformaban un centenar de casas, una escuela pública, la tienda de avituallamiento y la iglesia: una antigua misión jesuita reconstruida por los habitantes del lugar diez años atrás.
Por las calles de tierra circulaban apenas un par de carros tirados por viejos caballos de labor y junto a la tienda bazar había aparcados dos furgones cuatro por cuatro que recogían la carga de vituallas que serían repartidas entre los miembros de la comunidad. Para los menonitas era importante limitar el contacto con la sociedad. Por eso vivían en zonas tan apartadas y alejadas del ajetreo del mundo, incluso en aquella región remota de Bolivia. Frente a la tienda, sentadas en unas gradas de madera esperaban conversando entre ellas varias mujeres de la colonia cercana. Todas vestidas de la misma manera, como la propietaria de la granja, faldas largas y medias gruesas, pañoletas en la cabeza y sombreros de paja con una franja morada, la única concesión al color entre los suyos y la forma de distinguirse entre las diferentes familias de la comunidad.
Había pasado algo menos de una semana desde la muerte de Miranda. Hoy era domingo, el día convenido con Mendoza para recibir la documentación falsa que llevaría Pintado para salir del país y moverse hasta su próximo destino la población de Pucallpa en la amazonía peruana. La radio de la granja había servido para fijar la cita.
Después del primer encuentro con Pintado, Mendoza había removido Roma con Santiago hasta encontrar la pista del segundo francotirador. Una cámara de seguridad del hotel instalada la tarde antes había grabado el paso de Stewart a través del pasillo de servicio. Por eso el mercenario no había reparado en ella, la decisión había sido tomada por un técnico con cierta dosis de autonomía y quedado fuera del escrutinio de sus jefes. Uno de esos pequeños detalles accidentales de la vida. El boliviano había conseguido una copia de la grabación por medio de un amigo en el comando departamental que no hizo demasiadas preguntas. Su rango le permitió acceder a los recursos del departamento de la policía técnica científica en La Paz. El trabajo había servido para identificar a Stewart. Una vez tuvo el rostro del hombre fantasma, la suerte siguió siendo su aliada y le pudo seguir la pista hasta la agencia donde había alquilado el todoterreno. El vehículo había sido devuelto en el aeródromo de Chimoré. El militar le explicó que esa era una zona cocalera en la que las fuerzas policiales tenían mínimas posibilidades de control. Ese día habían salido varios vuelos privados. Sólo uno llevaba un pasajero que respondía a la descripción del Gringo, y acababa en Pucallpa –Perú-.
Los dos hombres compartían unas cervezas sentados bajo una carpa de lona frente a la iglesia del poblado. Una mujer, pequeña y nervuda, les había servido las frías con un plato de rodajas de plátano frito. A pocos pasos el tronco espinoso de un enorme toborochi en flor acogía un nido de pájaros horneros. Su sombra protegía a un perro dormido con el aspecto de no haber comido en días.
-Llevaba razón Pintado. Ese cabrón nos tomó la delantera. Hemos subestimado a Sanmartín.
-Seamos prácticos Coronel, ya no debo esperar más para salir de aquí.
-Una vez fuera de Bolivia no le seré de mucha ayuda, dependerá usted por completo de su capacidad para moverse. La verdad dudo mucho de que estemos haciendo lo correcto. Está corriendo un riesgo excesivo para sus posibilidades. No sabemos si la hoja de ruta del vuelo ha sido manipulada, el piloto todavía no ha aparecido…
-Es lo único que tenemos. Volaré desde Chimoré hasta el Perú, Wanda ha pagado el viaje.
-¿Por qué se fía usted de esa mujer? No la conoce.
-Por lo mismo que usted se está fiando de mí… Ella y Miranda tenían una historia en común… Eso me ha contado, y él confiaba en ella… No necesito más.
-Ya, sólo que Miranda está muerto. Allá usted, yo en su lugar no me fiaría ni de su sombra.
-Lo tendré en cuenta. Ahora debo irme. Gracias por todo y espero que nos veamos de nuevo cuando esto acabe, Mendoza.
-Eso espero Pintado. Suerte…
El perro se despertó acuciado por una mosca que atacaba su hocico y se desplazó para echarse a la sombra de la iglesia. Los carros recogieron a las mujeres y siguieron tras las camionetas una vez asentada la polvareda levantada por aquellos. Pintado perdió la mirada en el horizonte mientras esperaba a Peter.   

NOTA DEL AUTOR: El capítulo, tal y como se ha incluido, está incompleto. Solo contiene alguno de los párrafos del original.

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